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colonos fanáticos contra israel



[Jeffrey Goldberg] Los fanáticos de Israel, entre ellos los colonos, constituyen un segmento de la población que debe necesariamente tenerse en cuenta. Por estrafalarias que sean sus ideas.
Una día de invierno por la noche un niño delgado, de ojos azules, jugaba con su bicicleta calle abajo en la calle desierta en el militante gueto judío de Hebrón, en Cisjordania. Sujeto al pelo el niño llevaba un gorro kipa verde tejido a ganchillo y varias tallas más grandes, al estilo de los colonos. Aunque soplaba un húmedo viento y un banco de nubes planeaba sobre la ciudad, el niño no llevaba chaqueta. A lo largo del camino había pilas desperdigadas de escombros y desperdicios, con motas formadas por fragmentos de cristales rotos.
Los edificios a lo largo de lo que los judíos llaman la calle del Rey David y los árabes la calle del Martirio desbordan de gente y se ven destartalados. Los judíos viven en su mayoría en la parte este de la calle; los árabes en la parte occidental. Cuando visité el lugar, la mayor parte de la zona estaba bajo toque de queda. La zona judía, donde viven algunos árabes, es "estéril", me dijo un soldado: sólo árabes con los papeles en orden pueden entrar. El soldado, un paracaidista de la Brigada Juvenil de Pioneros Combatientes del ejército de Israel, estaba custodiando Casa Hadassah, un edificio de tres pisos donde viven varias familias de colonos. Una brigada de soldados, espirales de alambre de púa y cientos de barreras de cemento separan a los menos de ochocientos colonos judíos de Hebrón de los ciento cincuenta mil residentes árabes.
Al otro lado de Casa Hadassah hay una escuela para niñas árabes, llamada Córdoba, como la ciudad española que fuera alguna vez musulmana. En una de sus puertas alguien dibujó una estrella de David azul. En otra, una pegatina amarillenta dice: "El Doctor Goldstein Cura los Males de Israel". Se refiere a Baruch Goldstein, un médico de Brooklyn, que en 1994 mató a 29 musulmanes que estaban orando en la Tumba de los Patriarcas, justo más abajo en el camino. A lo largo de la puerta cerrada de una tienda palestina alguien ha escrito, en inglés: "Los Árabes Son los Negros del Desierto".
El insulto judío es respondido por insultos árabes. En otra puerta había un verso del Corán pintado a mano, dando fe de la eterna perfidia de los judíos. Cerca de ahí, cayéndose de una pared, había un cartel dedicado a una niña judía de diez meses llamada Shalhevet Pass, que fue asesinada hace tres años de un balazo en la cabeza por un francotirador palestino. "Que Dios Vengue Su Sangre", se leía en el cartel. El padre de Shalhevet está en la cárcel. En julio último la policía lo detuvo con ocho paquetes de explosivos en el maletero de su coche.
Apareció un grupo de estudiantes yeshiva dirigiéndose hacia la Tumba de los Patriarcas, un palacio de piedra de dos mil años. Fue construido encima de la cueva en la que, según la tradición, están enterrados Abraham, Isaac, Jacob y sus esposas. Es por la tumba que Hebrón es considerada una ciudad santa. Los chicos yeshiva llevaban camisas de franela y vaqueros. Lucían la rala barba de los jóvenes que no se han afeitado nunca.
Dos chicas árabes, con sus cabezas cubiertas por pañuelos y los libros apretados contra el pecho, salieron de la escuela Córdoba y caminaron en la dirección de los jóvenes yashiva.
"¡Putas!", gritó en árabe uno de los chicos.
"¿Vas a que te follen por tus hermanos?", gritó otro. Paré a uno de los estudiantes y le pregunté por qué estaba insultando a las chiquillas. Tenía la cara roja y su pelo negro estaba cubierto por un gorro tejido azul.
"¿Quién eres tú, un goy?", preguntó.
Las chicas echaron a correr calle abajo y los chicos desaparecieron. Le pregunté al soldado que custodiaba Casa Hadassah por qué no había intervenido. "No les hicieron nada", dijo.
El niño de la bicicleta se vino dando círculos hacia mí y me preguntó qué estaba haciendo. Le dije que estaba esperando a una mujer llamada Anat Cohen. Dijo que era su madre y que acababa de partir hacia el mercado. Entonces se alejó pedaleando hacia las barricadas al final de la calle.
Anat Cohen apareció unos minutos más tarde, en una furgoneta con el parabrisas trizado por las piedras que han impacto en él. La Cohen es uno de los líderes de los judíos de Hebrón. Es una mujer chica, en sus cuarenta, de cara tensa y quemada por el viento, y de brazos musculosos, con las uñas mordidas y sucias. Cuando cruzamos la puerta de su casa, y entramos a un salón de paredes de piedra, le pregunté cómo era que dejaba que su hijo jugara afuera entre los alambres de púa y las barricadas, con francotiradores apostados arriba en las colinas.
"Hebrón es nuestro", dijo. "¿Por qué no habría de jugar?"
"Porque lo podrían matar", dije.
"Hay una bala allá al otro lado para cada uno de nosotros", dijo. "Pero siempre puedes morir. Su muerte al menos santificaría el nombre del Señor".
La Cohen y otros colonos dicen que ellos están obligados a obedecer el mandamiento de Dios de que los judíos pueblen la tierra de Israel. Pero hay lugares más seguros donde vivir que la calle del Rey David, en Hebrón. Le pregunté a Cohen cómo combinaba su decisión de asentarse aquí con el imperativo aún más fuerte del judaísmo, el de salvar vidas -en este caso, la de sus hijos. Me miró. "‘Los helenos'" -judíos laicos- "no lo entenderán nunca", dijo con desprecio.
Anat Cohen es conocida, incluso entre los judíos de Hebrón, como una de los colonos más difíciles de aplacar, debido a su ferocidad. De acuerdo a mandos del ejército, ha insultado y maldecido a los soldados, y ha agredido a árabes. La primera vez que la encontré me dijo que ella era un soldado de Dios.
La Cohen tiene alrededor de diez hijos -como algunos judíos religiosos, se negó a especificar el número de hijos, para confundir al mal de ojo. La casa de la familia Cohen es pequeña y oscura, y hay pocos juguetes. En una de las paredes cuelga una fotografía enmarcada de Meir Kahane, el fanático rabí de Brooklyn que era partidario de la expulsión de todos los árabes de Israel. Detrás de un pilar de piedra cuelga una fotografía de Baruch Goldstein, con la leyenda: "El Santo Dr. Goldstein". Era el jefe de seguridad de los asentamientos de Samaria, la zona al norte de Cisjordania. Fue asesinado por terroristas hace tres años. El hijo de un año de la Cohen, que lleva el mismo nombre que su difunto hermano, entró corriendo al salón, volcando los cereales Cheerios. Cohen lo recogió del piso y dijo: "No se vive solamente para seguir viviendo. Ése no es el objetivo de la vida".
En una conversación anterior hablamos de la aceptación de Abraham de sacrificar a su hijo Isaac si Dios se lo ordenaba; sólo la intervención divina salvó a Isaac. La Cohen admiraba la dedicación de Abraham, incondicionalmente. Ella sufría, como descubriría después, de algo que podemos llamar el complejo de Moriah. El monte de Moriah, en Jerusalén, es el sitio considerado tradicionalmente como el lugar en que fue atado Isaac, y simboliza la absoluta devoción de los judíos por una de las exigencias más incomprensibles y crueles de Dios. El Primer y el Segundo Templo Judío fueron construidos en el monte de Moriah. Más tarde se construyó la Cúpula de la Roca, construida en el lugar desde el cual, según los musulmanes, Mahoma ascendió al cielo. (En casa de la Cohen hay una fotografía del Templo del Monte en la que la Cúpula de la Roca ha sido remplazada por un dibujo de un Tercer Templo que, según la tradición, surgirá cuando llegue el mesías). El complejo de Moriah se caracteriza por un deseo de parecerse a Abraham en su devoción por Dios, incluso al precio de la vida de un niño.
La Cohen me contó la historia, que proviene del Libro Segundo de los Macabeos, de una madre pía con siete hijos, que participan en la revuelta judía contra el dominio heleno hace dos mil doscientos años. Los chicos fueron llamados ante el rey Antiochus, que le ordenó comer cerdo como una prueba de lealtad. Los chicos se negaron.
"¿Sabes lo que le hicieron los griegos a esos niños?", preguntó la Cohen. "Les arrancaron la lengua y los cocieron vivos".
Justo antes de que fuera martirizado el último hijo, la madre le entregó un mensaje para el cielo: "Ve y díle a tu padre Abraham: ‘Tú ataste un hijo al altar, pero yo he atado siete altares".
Después de que el séptimo hijo fuera matado, la madre se arrojó al vacío desde un tejado. Sobre su muerte dice el Talmud que su voz fue oída en el cielo, cantando: "Una feliz madre de sus hijos".
Una tarde me dirigí a la Tumba de los Patriarcas. Ese día, el destacamento de la Policía Militar lo dirigía un inmigrante etíope, que llevaba un gorro tejido. Parecía tenso; adentro estaba el rabí Levinger, dijo. Moshe Levinger, en sus sesenta, es el primer colono judío de Hebrón, un hombre temible, y una fuente de fastidio para el ejército y la policía.
Una amplia escalinata de piedras conduce al principal vestíbulo de la tumba. Antiguamente, los gobernantes musulmanes de Hebrón habían prohibido a los judíos subir más arriba del séptimo escalón. Levinger fue el primer colono judío moderno de Hebrón, pero vivían judíos en Hebrón antes de que Israel fuera fundado. En 1929 un pogrom terminó con la presencia judía allí, cuando sesenta y siete judíos fueron asesinados por sus vecinos árabes. Los ingleses, entonces a cargo de Palestina, sacaron a los sobrevivientes judíos de Hebrón por su propia seguridad. Entré al vestíbulo principal. Los banquillos que formaban hileras frente al Arca estaban, en su mayoría, vacíos. Unos ancianos oraban solos. Debajo del piso de roca, en la Caverna de Machpelah de dos cámaras se dice que descansan los huesos de las matriarcas y patriarcas judíos. De acuerdo al Génesis, Abraham compró la cueva para sepultar ahí a su esposa Sarah. Fue su primera y fatídica compra de tierras en Canaán.
El rabí Levinger se acercó. Durante muchos años ha sido la cara del movimiento de colonos, que no habla a su favor; su cabeza es pequeña, tiene los ojos protuberantes y grande dientes. Su voz es profunda, y su barba parece construida con virutas de hierro. Le dije hola. Su respuesta fue un gruñido.
Le dije que la policía parecía inquieta con su presencia en la tumba y le pregunté si acaso estaban preocupados de que él atacara a los palestinos.
"Los árabes saben cómo portarse bien cuando estamos nosotros", dijo.
Levinger llegó a Hebrón en 1968, después de que Israel ocupara Cisjordania en la Guerra de los Seis Días. Reservó unas habitaciones en un hotel árabe para pasar ahí las pascuas. Luego se negó a partir. Cerró un trato con el gobierno israelí y se mudó con su familia y sus seguidores a una colina justo al nordeste de Hebrón, donde, con la cooperación del estado construyó el asentamiento de Kiryat Arba. Ahora viven ahí más de siete mil colonos. En 1979, su esposa Miriam dirigió a un grupo de mujeres de los colonos en una desordenada toma de los edificios de Casa Hadassah. Los okupas se quedaron, y se formó una comunidad en torno a ellos.
En 1968 Levinger mató al propietario palestino de una tienda de zapatos en Hebrón. Levinger dijo a la policía que se había defendido de un grupo de palestinos que le atacaron con piedras. Estuvo trece semanas en una prisión israelí por el asesinato. Me dijo una vez: "No me contenta ver que muera una creatura, así sea un árabe, una mosca o un burro".
En el Israel en el que él sueña, dijo Levinger, sólo vivirían los árabes que "saben comportarse. Los extranjeros residentes" -así llama Levinger a los árabes- "pueden quedarse en Israel si observan nuestras leyes y no exigen privilegios". Agregó que podrían votar en las elecciones "de alcalde y similares", pero no en las elecciones para elegir al primer ministro. No creía que los árabes aceptarían esa propuesta y por eso lucha ahora por la "transferencia" -un eufemismo para denotar expulsiones en masa.
"Quienquiera que ataque a los judíos debe ser expulsado", dijo.
Yo me reuní con Levinger la primera vez el año pasado en su pequeño apartamento en Hebrón, y le pedí que me ayudara a entender las bases bíblicas para sostener su reclamo de la ciudad, y de toda la tierra bíblica de Israel. Revisó en un librero y sacó la Torá, los cinco libros de Moisés, y lo abrió en el Génesis.
"Le leeré un verso", dijo. "Ahora el Señor le dijo a Abraham, vete del país, aléjate de tus parientes, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré y que transformaré para ti en una gran nación, y te bendeciré y haré que tu nombre sea alabado, y te bendeciré y bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan".
Levinger levantó la vista. "¿Sigo leyendo?"
"Todo lo que pienso viene de la Tora", dijo. "No es difícil. Esta tierra es nuestra. Nos la dio Dios. Somos dueños de la tierra".

En junio de 1967 Israel lanzó tres ataques preventivos contra Egipto y Siria, que habían estado planeando la invasión conjunta de Israel. Cuando Jordania, que entonces ocupaba Cisjordania, entró a la guerra del lado de los sirios y egipcios, Israel también la atacó y derrotó, apoderándose la Vieja Ciudad de Jerusalén y de la Franja de Gaza. La victoria también le permitió apoderarse de las Alturas de Golán, Gaza y la Península de Sinaí (que fue devuelta a Egipto en 1982). Treinta y siete años más tarde, hay alrededor de doscientos treinta y cinco mil israelíes viviendo en Jerusalén Este, que fue anexado al estado judío con la guerra de 1967. La población judía de Israel es de alrededor de cinco millones; más de un millón de ciudadanos israelíes son árabes. En Cisjordania y en la Franja de Gaza viven más de tres millones y medio de árabes, que no poseen la ciudadanía israelí.
Quizás tres cuartos de los judíos en la Franja de Gaza y en Cisjordania son colonos económicos. Muchos de ellos se mudaron a la Franja de Gaza debido a los beneficios que eran impensables dentro de las fronteras de Israel de 1967: espacio, zona franca y aire de montaña. Son partidarios leales de los partidos de extrema derecha, aunque muchos de ellos tienen puntos de vista laicos.
El resto de los colonos, alrededor de cincuenta mil, llegaron a los territorios ocupados por cuestiones de fe. Aunque muchos de los colonos están cerca de la línea verde, la línea del armisticio de 1949 que separaba a Israel de Cisjordania, los asentamientos nacional-religiosos tienden a estar aislados de Israel y unos de otros. Muchos de ellos se ubican a lo largo de la Ruta 60, la principal carretera norte-sur que corre cerca de la cordillera de Cisjordania. Este es el corazón de la tierra que se conoce en la Biblia como Judea y Samaria -la parte del antiguo Israel que está más poblada con sitios que figuran en la historia judía. Es también la parte de Cisjordania más densamente poblada por los árabes.
El campo nacional-religioso puede dividirse en dos grandes grupos. Los judíos de Cisjordania central, en asentamientos tales como Beit El y Ofra, son literalistas bíblicos, aunque tienden a respetar la autoridad del gobierno elegido en Jerusalén. Si el ejército israelí evacuara esos asentamientos -y no ocurrirá pronto- la gente puede resistir, aunque se cree que no usarán armas de fuego para hacerlo.
Los colonos más infatigables son los judíos que viven en Hebrón, en Kiryat Arba, y en una cadena de asentamientos en las montañas cerca de Nablús, la principal ciudad árabe al nordeste Cisjordania. Los fanáticos incluyen a aquellos que construyen puestos de avanzada "ilegales", no aprobados por el gabinete israelí, aunque sí protegidos por el ejército. La mayoría de las autoridades jurídicas internacionales creen que todos los asentamientos, incluyendo aquellos construidos con permiso del gobierno israelí, son ilegales.
Los setecientos cincuenta judíos de Gaza representan el ala más estrafalaria del movimiento de los colonos. En la mente israelí, Gaza -una franja de tierra en la forma de una lata de sardinas que se extiende desde el sur de Tel Aviv hasta la frontera egipcia- es sinónimo de dunas de arena y campos de refugiados, calor aplastante y el feroz antisemitismo del grupo terrorista islámico Hamas, cuyos seguidores más fervientes viven ahí. Gaza es marginal en la historia judía; su momento más importante fue cuando Samson puso de cabeza el templo de los filisteos. Los colonos más aislados son los de Gaza. Son atacados regularmente por grupos terroristas (que han matado en total a ciento cincuenta colonos); los autobuses escolares son blindados, y las medidas de precaución no han impedido su demolición ocasional; y necesitan la presencia de miles de soldados israelíes, que también son atacados cada vez más.
Los colonos más empedernidos son mesiánicos impacientes, que profesan indiferencia, incluso desdén, hacia el estado; fe en los comités de vigilancia y odio hacia los árabes. Están libres de dudas, se ven a sí mismos como obedeciendo órdenes de Dios y constituyen un segmento de la sociedad israelí que está extraordinariamente unido. Los colonos empedernidos y quienes los apoyan constituyen quizás el dos por ciento de la población israelí, y sin embargo ha llevado a cabo la política israelí en los territorios ocupados durante la mayor parte de los últimos treinta años.
El movimiento de los colonos ha contado durante largo tiempo con la ayuda del sistema parlamentario israelí, que da a los partidos de tema único un desmedido poder en las decisiones de gobierno. El movimiento también se ha mostrado efectivo a la hora de colocar a sus partidarios en posiciones claves en ministerios del gobierno. Y ha sido ayudado por las dudas que abrigan muchos israelíes laicos sobre la voluntad de los palestinos en reconocer la legitimidad de un estado judío -y por la rabia causada por la violencia palestina.
Muchos israelíes creen que la evacuación de muchos asentamientos -incluso de todos los asentamientos- no satisfaría a los palestinos. El líder palestino Yasir Arafat, incluso mientras negociaba con Israel en el marco de los acuerdos de Oslo de los años 1990, nunca preparó a su pueblo para el compromiso. En las escuelas palestinas se sigue instruyendo a los alumnos sobre el mal que representa no sólo la ocupación sino la idea misma de Israel. Arafat se negó a reconocer toda relación histórica entre los judíos y Palestina, y en las negociaciones finales de Camp David en 2000 rechazó la oferta del primer ministro israelí Ehud Barak de ceder toda la Franja de Gaza, casi toda Cisjordania y una capital en Jesuralén Este y abandonó las conversaciones. Muchos de los críticos de Barak acusaron al primer ministro de haber llevado mal las negociaciones y de hacer concesiones mezquinas que Arafat no podía aceptar. Pero el hecho es que en Camp Davis Barak hizo una oferta y Arafat se marchó sin hacer una contra-propuesta. Tres meses más tarde, después de que Ariel Sharon, entonces líder de oposición del partido Likud, visitara el Monte del Templo rodeado de policías israelíes, los palestinos iniciaron la segunda intifada, que continúa hasta hoy. Sharon sacó provecho de la violencia en 2001, derrotando a Barak, un partidario del compromiso, en las elecciones a primer ministro.
Las encuestas han mostrado de manera consistente que la mayoría de los israelíes quiere que los colonos se retiren de Gaza, en particular. Durante la campaña Sharon me dijo: "Los asentamientos representan lo mejor de Israel. Abandonarlos sería ir contra la historia y la moral judías". Sin embargo, tres años más tarde, Sharon se ha volcado contra algunos colonos y ahora propone evacuar los asentamientos de Gaza y del norte de Cisjordania.
Sharon parece haberse dado cuenta tardíamente del inhóspito futuro demográfico de Israel: el número de judíos y árabes entre el río Jordán y el mar Mediterráneo será más o menos igual hacia fines de la década. Para 2020, según ha predicho el demógrafo israelí Sergio Della Pergola, los judíos constituirán menos del cuarenta y siete por ciento de la población. Si un estado palestino auto-suficiente -que sea territorialmente contiguo dentro de Cisjordania- no emerge, los judíos de Israel deberán elegir una de dos opciones: un estado bi-nacional con una mayoría árabe, que significaría el fin del ideal sionista, o un estado basado en el apartheid, en el que una mayoría árabe sería gobernada por una minoría judía.
Ya existe un apartheid de facto en Cisjordania. Dentro de las fronteras de Israel propiamente dicho, árabes y judíos son juzgados por el mismo conjunto de leyes ante los mismos tribunales; al otro lado de la Línea Verde, los judíos viven bajo la ley civil judía, pero sus vecinos árabes -gente que vive, en algunos casos, a unos metros- caen bajo un conjunto diferente de leyes, aplicadas por el ejército israelí, que son substancialmente poco democráticas. El sistema no es ni tan elaborado ni tan abarcador como el apartheid sudafricano y es, oficialmente, provisional. Sin embargo, es una forma de apartheid, porque dos grupos étnicos diferentes que viven en el mismo territorio son juzgados por dos conjuntos separados de leyes.
Sharon es considerado como uno de los más efectivos estrategas de la historia de Israel (y es ciertamente considerado como uno de los más brutales). Llegó al poder prometiendo utilizar la fuerza para poner fin a la violencia palestina. Pero no ha tenido éxito. Lo que ahora está proponiendo es una estrategia de supervivencia de dos dientes: construir una valla de seguridad para separar a los árabes de Cisjordania de Israel, y una retirada unilateral de Gaza, que dejará a más de un millón de palestinos fuera del control directo de Israel. "Son los palestinos los que han creado esta situación", me dijo hace poco el vice-primer ministro Ehud Olmert. Pero, agregó: "Nosotros nos dimos cuenta hace mucho tiempo de que esta tierra la vamos a compartir".
Lo que no lo mismo que decir que Sharon y su partido, el Likud, hayan hecho demasiado para animar las negociaciones. Las propuestas de Sharon no están basadas en ningún plan de paz de largo plazo. En el mejor de los casos, las propuestas son medidas a medias. La valla no se trazará sobre la Línea Verde; en algunos lugares penetrará profundamente en la Franja de Gaza, abarcado asentamientos de bloques densamente poblados. La mayoría de los asentamientos al otro lado de la valla seguirán existiendo, así como batallones de soldados israelíes para protegerlos. En Gaza, Israel todavía controlará las fronteras, las zonas costeras y el espacio aéreo, transformándola de hecho en un protectorado a regañadientes.
Por modestas que parezcan estas medidas a muchos israelíes (la mayoría de los palestinos ve las medidas como cómicamente mezquinas), para el movimiento de los colonos son un acto de traición. Las fronteras de Israel, en opinión de los nacionalistas religiosos judíos, fueron trazadas por Dios, y con Dios no se negocia. Así, los colonos, como robotes, se levantaron contra uno de sus creadores y juraron parar todo intento -incluyendo el intento provisional de Sharon- de desenmarañar a los judíos de los árabes. Los colonos rechazan la idea de que haya una crisis demográfica. Todavía se ven a sí mismos como los vio alguna vez Sharon -como la vanguardia del sionismo, herederos de los colonos de principios del siglo veinte, los que recuperaron Palestina para los judíos. Pero, si de algún modo lograran impedir la emergencia de un estado palestino viable, pueden muy bien transformarse en la avanzada que destruirá a Israel como democracia judía.
De momento, dominan. A comienzos de mes los colonos humillaron a Sharon, y organizaron la derrota -en un referéndum del partido Likud- de un plan para evacuar diecisiete asentamientos de la Franja de Gaza. Sharon ha prometido continuar con una versión de su plan de evacuación, pero su intento puede provocar el rompimiento de su gobierno de coalición.
Tommy Lapid, el ministro de Justicia, es el más duro de los críticos del movimiento de colonos en el gobierno. Encabeza el partido Shinui, que propone la separación de sinagoga y estado y es miembro de la coalición dominante de Sharon. Me dijo recientemente que los colonos tienen tres razones para tener esperanzas: "Creen que llegará un momento en el enfrentamiento decisivo entre nosotros y los palestinos, en que será el momento de transferir a los palestinos a Jordania; lo segundo que esperan es una gran aliyah norteamericana, en que un millón de judíos llegaría a Israel. Lo tercero, y de lejos lo más estúpido es que creen que Dios los ayudará".
En realidad, algunos de los ideólogos dirigentes de los asentamientos, lejos de apoyar la idea de una democracia judía, esperan establecer una teocracia judía, dirigida por un sanhedrin y gobernada por la ley judía. Moshe Feiglin, un activista del Likud que vive en un asentamiento de la Franja de Gaza y encabeza el grupo Liderazgo Judío dentro del partido -y que controla a casi 150 miembros del comité central del Likud de tres mil miembros- cree que la Biblia interpretada literalmente debe ser la base del sistema jurídico judío. "¿Por qué tendrían no judíos algo que decir sobre un estado judío?", me dijo Feiglin. "Durante dos mil años los judíos soñaron con un estado judío, no con un estado democrático. La democracia debe estar al servicio de los valores del estado, no destruirlos". De cualquier manera, dijo Feiglin: "Tú no le puedes enseñar a hablar a un mono y no le puedes enseñar a un árabe a ser demócrata. Los árabes son una cultura de ladrones y bandoleros. Mahoma, el profeta, era un atracador y un asesino y un mentiroso. Los árabes destruyen todo lo que tocan".

La comunidad de Yitzhar, en las montañas cerca de Nablús, es uno de los asentamientos bandera de los fanáticos. Estuve ahí un día buscando a Yehuda Liebman, un oficial del grupo yeshiva José Todavía Vive. Hasta la segunda intifada la yeshiva había estado ubicada junto a la tumba que muchos judíos creen que guarda los restos de José, el hijo de Jacobo, en Nablús. Durante el proceso de paz de Orlo, que terminó la primera intifada, Yasir Arafat prometió a Israel que la Autoridad Palestina protegería los lugares santos judíos que cayeran bajo su control, pero la Tumba de José fue incendiada y destrozada varias veces por las milicias palestinas, y la yeshiva se mudó a Yitzhar.
Me dijeron que podía encontrar a Liebman en un puesto de avanzada al final de un camino de gravilla desde el asentamiento principal. El puesto, llamado Puesto de Observación Yitzhar, consiste en dos caravanas y una sinagoga provisional. Las casas estaban en una colina con una suave inclinación. A mitad de camino hacia abajo estaban los oliveros que pertenecían a las aldeas árabes vecinas de Ein-Abus y Burin. Los colonos de Yitzhar han atacado repetidas veces estos oliveros. Cuando estuve ahí, las ramas de los árboles justo debajo del puesto parecían haber sido aserruchadas. Un granjero palestino, Ibrahim Muhammad Zaban, me dijo que ya no venía con sus hijos a que le ayudaran con la cosecha de aceitunas. "Se aparecen los colonos y nos insultan y atacan. Le pegaron a un hombre con un tubo de metal". Los colonos, dijo, robaron las aceitunas y luego pusieron fuego a los árboles. "Los oliveros eran de mi hijo", dijo. Sus hijos perdieron su herencia, y él había perdido su fuente de sustento. "Ahora tengo que trabajar en los campos de otros", dijo.
Mientras buscaba a Liedman me crucé con David Dudkevitch, un rabí de Yitzhar. Dudkevitch, un hombre de cara de pocos amigos, en la treintena, que iba vestido con traje negro y camisa blanca, es una persona de influencia entre otro tipo más de colonos radicales, la ‘Juventud de las Cimas': adolescentes y jóvenes adultos que han construido asentamientos improvisados, a veces con nada más que contenedores oxidados, en cimas de montañas lejanas. El ejército israelí y los palestinos los ven como provocadores; para algunos colonos son héroes. La mayoría de los jóvenes del movimiento son jóvenes que han abandonado los estudios, manejan muy bien los conceptos místicos de la Cábala y tienen buena puntería. También tienen fama como fumadores de marihuana.
Le pregunté a Dudkevitch si eran los jóvenes de Yitzhar los que estaban talando los oliveros de los árabes.
"No te oigo", me dijo. Le pregunté de nuevo. "No oigo lo que dices. No me entiendes. No oyes lo que digo y seguirás sin oírme". Y se marchó.
Liebman estaba fuera de uno de los destartalados tráilers, hablando por su celular. Es un hombre flaco y nervioso, que se irrita rápido. Uno de sus hermanos fue asesinado en Yitzhar, por árabes. Otro fue acusado por la Shabak, la agencia de seguridad nacional israelí, de pertenecer a una red terrorista judía.
Pregunté quién estaba destruyendo los oliveros. La destrucción de árboles frutales, incluso aquellos que pertenecen a un enemigo, es en el judaísmo un pecado grave. Pero lo único que le interesaba a Liebman era la Tumba de José.
"¿Qué es un olivero al lado de la sepultura de José, el hijo de Jacob?", dijo.
Para el granjero que mantiene a su familia con el olivero, dije, el árbol es importante.
"Pero el granjero es árabe", dijo Liedman. "No debería estar aquí. Toda esta tierra es tierra judía. Dios mismo dio esta tierra a los judíos".
¿Y si el ejército viniera a sacar a los judíos de Yitzhar?
"Que lo intenten", dijo.
En mayo, más de ochocientos soldados y policías judíos intentaron desmantelar el puesto de avanzada. Tuvieron que enfrentarse a setecientos colonos, contra los que lucharon durante varias horas. Cuarenta y uno colonos fueron detenidos antes de que se pudiera desmantelar el puesto. Después de que la policía se marchó, los colonos volvieron y levantaron dos nuevas construcciones.

Un día, meses atrás, Moshe Saperstein, que vive en Neveh Dekalim, el asentamiento judío más grande de Gaza, me recogió en el cruce que marca la frontera entre Gaza e Israel. El cruce, llamado Kissufim, es un campo blindado. Hay tres docenas de tanques y excavadoras entre las que hay que pasar para llegar a la entrada. Los únicos civiles ahí eran los colonos del bloque Gush Katif, un cordón de asentamientos -entre ellos Neveh Dekalim- a lo largo de las playas del sur de Gaza, entre la ciudad palestina de Khan Younis y el mar Mediterráneo.
Saperstein nació en el Lower East Side de Manhattan, y llegó a Israel hace treinta y seis años con su esposa, Rachel, que es originaria de Brooklyn. Perdió parte de un brazo en la Guerra de Yom Kippur de 1973, y parte de la visión a raíz de un ataque con cohetes egipcio. Es un hombre corpulento, que fuma cigarros malos y es dueño quizás de la lengua más irreverente del judaísmo ortodoxo.
El camino de la frontera al asentamiento está bajo control israelí -hay cubos de concreto plantados a intervalos en el camino-, pero los palestinos disparan regularmente contra los coches de los colonos. Hace dos años, Saperstein fue víctima de una emboscada cerca de Kissufim; el fuego palestino le voló dos dedos de la mano que le queda. Tuvo la presencia de ánimo de apretar el acelerador y atropelló a uno de los pistoleros palestinos.
Durante el camino, Saperstein me señaló el lugar donde había tenido lugar el ataque. "Aquí es donde traté de atropellar a ese musulmán pacifista", dijo.
A veces, me dijo, tiene la sensación de que "Amhed está tratando de matarme". Saperstein llama "Ahmed" a los árabes.
Justo antes de llegar a la entrada fortificada del bloque de Gush Katif, pasamos por el mísero villorrio beduino de Muwassi. "Viven como cerdos en la mierda", dijo Saperstein. Estuve vehementemente en desacuerdo, y me dijo: "Lo lamento, sé que es políticamente incorrecto. ¿Tendría que decir que tienen una estética cultural diferente?"

Los Saperstein llegaron a Neveh Dekalim después de jubilarse. Sus hijos son maduros y viven en Israel. El rancho de la pareja, que tiene vista al mar, no estaría fuera de lugar en un barrio judío de Florida Sur. El asentamiento es una comunidad de casas blancas y áreas de recreo en las dunas, y es blanco frecuente de los ataques palestinos. Una losas de concreto de quince metros se erigen a unos quinientos metros de la casa de Saperstein, separando a judíos de árabes. Durante el almuerzo, les pregunté a Saperstein y Rachel, que enseña inglés en la escuela de niñas del asentamiento, por qué había elegido un asentamiento tan lejano y peligroso en Gaza en lugar de un asentamiento urbano cerca de Jerusalén. "Nos gusta el clima", dijo. "Nunca vivimos antes cerca del mar. Y yo estoy aquí por motivos religiosos, lo creas o no, por irracionales que te parezcan". Los Saperstein consideran una retirada unilateral de Gaza como herejía teológica y suicidio político. Se mudaron aquí desde Jerusalén en 1997, como protesta contra el proceso de paz de Orlo. "Oslo significaba abandonar la tierra que fue designada para los judíos", dijo Saperstein. "A este respecto yo soy fundamentalista... Llámame extremista, no me interesa".
Saqué el tema de si los padres judíos que dejan jugar a sus hijos dentro de un área que está al alcance de los misiles palestinos tenían sus prioridades en buen orden.
Exasperada, Rachel dijo: "Yo creo en la ley divina, creo que el poblamiento de la tierra de Israel es un mandamiento divino, y quiero que mis hijos se críen como judíos, tengo que llevarlos donde puedan cumplir esta mitzvah. Tengo que llevar a mi hijo para que pueble la tierra conmigo. No puedo decir que no vaya a hacer algo, porque no quiero que sufra".
Saperstein dijo: "Si yo creyera que si mañana desaparecieran todos los colonos y que reinaría la paz y la felicidad para siempre, que viviríamos en paz como judíos en lo que queda de nuestra patria, entonces pensaría seriamente en tomar mis cosas y marcharme a otro lugar".
Rachel se quedó mirando a su marido.
"Yo no me iría", dijo.
Sin embargo, Saperstein se muestra escéptico sobre esa posibilidad. Cree que la idea de que la paz llegará a Israel sólo cuando ceda territorio a los árabes es una psicosis de diáspora. "Hemos vivido tantos años en el exilio que hemos olvidado lo que es ser un pueblo poderoso y dominante", dijo. "Hemos dependido siempre de la amabilidad de extranjeros, donde fuera que estuviéramos. Del zar, o algún hacendado polaco... Teníamos que lamerles el culo porque no podíamos defendernos a nosotros mismos. Ahora que tenemos la fuerza para defendernos, no sabemos cómo hacerlo.
"La mayoría de la gente de este país tiene mentalidad de exiliado", siguió Saperstein. "La mayoría de la gente aquí cree que los judíos tenemos la culpa. Pero, ¿qué hemos hecho para provocar a esos pobres palestinos?"
"¿Tenemos que matarnos? ¿Es eso ser judío?", dijo Rachel. "Hay que decirles: ´Basta ya. Si continúan haciendo el mal, tendrán que pagar las consecuencias´. Eso es lo que Estados Unidos hizo con Alemania. Acabas con ellos. Los bombardeas. Les sacas la mierda a bombazos".
Le pregunté a Rachel sobre su juventud en el barrio de Brownsville, de Brooklyn.
"Los negros me pegaban, por supuesto", dijo.
"No conoce la diferencia entre ser golpeada y que le den de balazos", dijo Moshe.
"También lo hicieron", dijo Rachel.
"Nos criamos en un sector muy judío", dijo. "Cuando llegaron los negros, los judíos se fueron. Llegaron los primeros negros y los judíos se fueron muy rápidamente. Todos se fueron a Crown Heights. Yo no quiero huir. Siempre veo a los judíos huyendo".
Los colonos nacidos en Estados Unidos rememoran a menudo encuentros con matones antisemitas y muchos de ellos ven un lazo explícito entre los palestinos y los shvartses, una palabra que oí varias veces en entrevistas: los judíos fueron echados de Brooklyn, y ahora no los volverán a echar.
También Saperstein tuvo una experiencia callejera con el antisemitismo. "Tenía diez u once y miré por la ventana. Un tipo yeshiva iba caminando y dos italianos borrachos empezaron a empujarlo, a gritarle y a darle bofetadas. Él sólo se cubrió la cara. Uno de mis padres gritó por la ventana: ´¡Policía! ¡Policía!´, y los italianos se echaron a correr. Entonces mi madre dijo: ´Me pregunto qué habrá hecho para provocar eso´.
"Fue en ese momento que supe que yo tendría que venir a la patria judía y sentirme orgullosa de ser judía.
"Los goyin usan sus manos, los judíos sus cabezas -bueno eso no es más que justificación de la debilidad".
Propuse que tratara de ponerse en el lugar de los palestinos. "Tú eres palestino, eres de aquí, tienes tu granja, tus abuelos son de aquí y..."
Pero Moshe me interrumpió. "¡Deja de ser judío!", gritó. "¡Deja de ser judío! Sólo un judío diría: ´Ponte en lugar de un palestino´. ¿Te imaginas a un palestino poniéndose en el lugar de un judío?"
Neveh Dekalim es uno de los asentamientos que Ariel Sharon ha prometido desmantelar. Lo que más parecía ofender a Saperstein era que algún día los árabes vivieran en su casa.
"Estuvo un Ahmed aquí, haciendo unas reparaciones, y me dijo: ´¿Sabe por qué trabajo tan bien? Porque algún día voy a vivir aquí´. Y yo le dije: ´Si me echan, prefiero volar esta casa antes que dejar que viva aquí gente como tú".

31 mayo 2004
©new yorker ©traducción mQh"

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