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las guerrillas de sudán


[Somini Sengupta] Los informes sobre la guerra de Darfur, en Sudán, y los improbables ejércitos de liberación africanos llegan a cuentagotas. En este reportaje se describe a los guerrilleros del Ejército Sudanés de Liberación.
Arawiya, Sudán. Tres escuálidos chamacos, cubiertos de arena de pies a cabeza, llegaron aquí el otro día al cuartel general del rebelde Ejército Sudanés de Liberación ESL. Dijeron que se habían escapado de casa -un campo de tiendas de refugiados al otro lado de la frontera con Chad- y caminado tres días en el desierto, con sólo una botella de agua y sin alimentos. Dijeron que sus aldeas habían sido destruidas. Tenían entre 11 y 13 años. Y ahora sólo tenían una ambición: unirse a los rebeldes.
Su determinación, aunque infantil e imprudente, refleja la de los combatientes rebeldes considerablemente más viejos a los que se quieren unir en Darfur, la región desértica al oeste de Sudán que ha sido durante dieciocho meses escenario de una sucia guerra civil.
Un chico de 19 años abandonó el instituto y se calzó unas botas de segunda mano después de que su ciudad natal, Karnoi, fuera asaltada por tropas del gobierno. Un estudiante universitario dejó tirados los estudios y se puso de toga el turbante color mostaza de los rebeldes; tan desilusionado estaba por lo que veía como la desesperanza que asalta a africanos negros como él. Un niño de no más de 13 años, con la manía de componer canciones en la oscuridad, se unió a los rebeldes después de que su padre fuera asesinado durante un ataque.
Después de viajar una semana en una camioneta atiborrada con unos 15 combatientes del ESL, uno de los dos grupos rebeldes de Darfur, se hizo tan claramente evidente como la luna llena sobre el Sahara que gran parte de la responsabilidad del crecimiento de la insurgencia la tiene el gobierno árabe de Kartum.
Los hombres y niños de las comunidades negras de Darfur han sido empujados en los brazos de los grupos rebeldes por un resentimiento abrigado durante mucho tiempo contra lo que consideran como discriminación oficial a manos del gobierno, intensificada por la violencia ejercida por Kartum y sus aliados de las milicias árabes, los janjaweed.
Líderes rebeldes insisten en que su objetivo no es luchar contra los árabes como tales, ni liberar a Darfur de las centenarias tribus nómades árabes. Pero hoy la base están tan resentida por la violencia y tan envalentonada por la condena internacional del gobierno de Kartum que las perspectivas de una coexistencia no son más que una débil posibilidad, al menos de momento.
"Imposible", dije Mustapha Abdul Karim, 35, el vociferante comandante de esta tripulación cuando le pregunto sobre la posibilidad de compartir el territorio donde ya han muerto o sido desplazados decenas de miles. "¿Árabes y africanos viviendo en la misma aldea? Imposible". Su padre murió en un combate en Abu Gomorah en 2002, antes incluso de que comenzara oficialmente la guerra.
Los objetivos políticos de los rebeldes siguen siendo vagos -sólo amplias exigencias de compartir el poder y la riqueza con el gobierno de Sudán. Para alcanzar esos objetivos los rebeldes también han recurrido a tácticas desagradables, incluyendo el secuestro de cooperantes en Darfur en agosto pasado. Sus filas están llenas de niños de menos de 18 años.
Sin embargo han acumulado un envidiable apoyo internacional, especialmente del gobierno de Estados Unidos, llamando la atención correctamente sobre las atrocidades cometidas contra civiles africanos negros por fuerzas de gobierno y la milicia janjaweed.
Sabiendo que el dedo acusador de la comunidad internacional está de su lado, y desconfiando de las promesas hechas por Karum, también se han mostrado obstinados en las conversaciones que tienen lugar en la capital nigeriana de Abuja, que tiene como fin terminar el conflicto. Han insistido, por ejemplo, en que la milicia debe ser desarmada antes que sus propios combatientes -algo que el gobierno ha rechazado.

Cómo Provocar Una Revolución
Entre los reclutas de la insurrección, las tácticas de los milicianos janjaweed y las tropas del gobierno ha crecido un profundo pozo de rabia y desconfianza, y alimentado el deseo de reparación. Pasar unos días con los rebeldes es descubrir la fórmula para provocar una insurrección: mata al pariente de un niño y róbale el ganado. Así nace un rebelde.
"Mataron a mi padre, así que me uní al ESL", es como lo dijo Khalid Saleh Banat, de 13.
Se fanfarroneó de haber participado en tres batallas. Fuma un cigarrillo tras otro. Su pequeño cuerpo está contenido en unos enormes pantalones de payaso. Le pesa su colección de amuletos de cuero, conocidos en árabe como ‘hijab’, o protección, con versos del Corán, de los que se cree que te protegen contra de los peligros.
Como la mayoría de los grupos rebeldes africanos, estos rebeldes, una harapienta banda con uniformes mal emparejados y jerséis de baloncesto, están pobremente armados, con una variopinta colección de viejos Duschkas, Kalashnikovs y lanzagranadas. No están a la altura del poderoso ejército sudanés, no tienen defensa anti-aérea con la que defenderse de los Antonovs y helicópteros del gobierno que bombardean rutinariamente aldeas civiles y campamentos de rebeldes por igual.
Los rebeldes dicen que su objetivo no es derrocar al presidente sudanés Omar al Bashir, ni crear un estado independiente. Sin embargo, al menos uno de los dos grupos rebeldes, que se llama a sí mismo Movimiento por la Justicia y la Igualdad MJI, está vinculado al principal enemigo político de Bashir, un extremista musulmán llamado Hassan al Turabi. Turabi está actualmente en prisión por sospecha de preparar un golpe de estado.
En este vasto y árido rincón de Sudán, un terreno que ha sido durante generaciones el hogar de una variedad de grupos étnicos árabes y africanos, la brutalidad de la guerra ha trazado nítidas líneas. La reconciliación será más difícil de lograr que la paz misma.
"Si termina la guerra, todavía es posible vivir con los árabes", dijo Tijane Ibrahim Mohamed, 28, el meditabundo estudiante universitario que abandonó los estudios, una tarde cuando caía la noche sobre el desierto y una animada partida de cartas condujo a una seria reflexión sobre los objetivos y estrategias de su lucha. Era el único entre sus camaradas con esa convicción. El objetivo era, agregó, compartir con equidad la riqueza y el poder del país. "Sudán es una casa", dijo.
Pero cuando le pregunté por qué se había unido a los rebeldes, también tenía su respuesta preparada: "El gobierno de Sudán mató a nuestras familias", dijo. "Nuestros animales fueron requisados por la milicia. Eso me enfureció. También hay otras razones. Si termino la universidad, tampoco tendré trabajo".
Mukhtar Adam Suleiman, 33, con un cepillo de dientes en la boca, dice que los árabes sólo vuelven a robarles la tierra y los animales. Abdul Jabbar, 18, dijo que su hermano había sido asesinado por los árabes en el otoño.
Abul Kassim, el chico de 19 cuya ciudad natal Karnoi fue atacada por tropas del gobierno y milicianos, describió el horror que lo empujó a unirse a la rebelión. Durante el ataque contra Karnoi a principios de 2003 vio a tres niños asesinados, uno de los ellos con las tripas colgándole fuera.
El mayor de los cinco, Kassim, dijo que había pedido a su madre que lo bendijera antes de salir y unirse a los rebeldes. Cuando le pregunté qué esperaba alcanzar, declaró: "La liberación".
Sobre sus ambiciones personales para después de la guerra, dijo: "Todavía no somos libres". "Tener una vida mejor, eso ni lo pensamos ahora. Sólo pensamos en ganar la liberación, o morir".
Llevaba un jerséis de baloncesto con el número de Michael Jordan en la espalda. Tenía sólo una idea vaga de la estrella del baloncesto estadounidense, dijo. En Karnoi, en su vieja escuela, había una cancha de baloncesto.
Los escalones más altos de la rebelión reciben en la cafetería del hotel Novotel al otro lado de la frontera, en Ndjamena, la capital del Chad. Aquí, antes de que partieran hacia Nigeria para las conversaciones de paz a mediados de agosto, los líderes rebeldes tomaban té con un desfile de diplomáticos y periodistas. Las cabinas teléfonicas sonaban como pájaros gorjeando. A veces, uno de sus compañeros recibía llamadas de lugares recónditos del desierto en un teléfono celular Thuraya.
Los líderes se mostraron renuentes a decir quién pagaba su hotel y la cuenta del teléfono, excepto que contaban con la generosidad de los exiliados en el extranjero. Algo del apoyo logístico del movimiento, especialmente el transporte desde y hacia las conversaciones de paz, proviene del gobierno estadounidense, dicen funcionarios norteamericanos y rebeldes.
Sus exigencias políticas hacen eco de aquellas de sus contrapartes rebeldes en el sur, los que después de 20 años de guerra lograron significativas concesiones de poder y dinero de parte de Kartum.
"Por supuesto que no estamos luchando por la auto-determinación o por un estado independiente de Darfur", dijo Adam Shogar, un oficial del ESL. "Creemos que nuestra región ha sido marginada por el gobierno central. Sólo queremos justicia e igualdad en Sudán, y un sistema democrático. Nosotros, como darfurianos, queremos nuestra parte. Queremos nuestra parte del poder en Sudán, y no queremos ser gobernados por otros".
Como si tratara de enfatizar estas demandas, su grupo se cambió de nombre el año pasado, de Ejército de Liberación de Darfur, a Ejército Sudanés de Liberación. Su objetivo, dijo enfáticamente, no es luchar contra los árabes. "Nuestro problema no es racial", dijo. "El gobierno de Sudán lo hace racial al enlistar a milicias árabes para matar a nuestra gente".
Los rebeldes dicen que es una tontería distinguir entre el ejército sudanés oficial y las milicias que cometen la mayor parte de los abusos. "La milicia janjaweed opera con instrucciones del gobierno", dijo Ahmed Tugod Lissan, un traductor que reside en Birmingham, Reino Unido, que ha regresado a incorporarse a la causa rebelde como portavoz del MJE.
La expectativa de que rebeldes y milicianos se desarmen simultáneamente "crea un contexto de equivalencia moral entre los que llevaron a cabo campañas de limpieza étnica a nombre del gobierno y aquellos que luchan contra el gobierno", dijo John Prendergast, un experto sudanés de la organización de investigación y abogacía International Crisis Group, y un antiguo funcionario del gobierno de Clinton.
"Desvía la atención del verdadero conflicto, la guerra civil entre el gobierno y los rebeldes", dijo.
Durante la semana que pasé en territorio rebelde quedó en claro que, por amateurs y desorganizados que parezcan, los rebeldes han mejorado su destreza en transmitir su mensaje a los medios de comunicación internacionales. No fue difícil, considerando la ruina que ha llevado la guerra a Darfur.
Y así ofrecieron a un grupo de periodistas estadounidenses una expedición guiada por lo que llaman los crímenes del gobierno de Sudán. Entre las paradas obligatorias de este tour se encuentra un barranco con una docena de cuerpos en descomposición. Eran hombres y niños civiles, dijeron los rebeldes, que fueron asesinados por tropas del gobierno. En lugar de enterrarlos directamente, como ordena la costumbre musulmana, los rebeldes han decidido dejarlos aquí, para exhibición de visitantes extranjeros.
Llevaron a los visitantes a aldeas quemadas. Su camioneta, un destartalado Lamd Cruiser Toyota de 1992 con las puertas sacadas de otro vehículo, frenó chirriando para observar el cráter dejado en la arena por una bomba o por una bomba que cayó del cielo y que aún no ha explotado.
La camioneta se atrancó a menudo. La cuneta estaba llena de barro. El vehículo se sobrecalentó. Estalló una llanta. El teléfono Thuraya de Kharim sonó varias veces al día e interrumpió el viaje. Hubo muchos desvíos serpenteantes para cazar animales. En camello habría sido más rápido.

Un Papel Para Cada Soldado
Durante el viaje pudimos tener algunos datos sobre su nivel de organización. Cada vez que el Land Cruiser se quedó en pana, todos saltaron fuera, virtualmente al unísono, a repararlo. Uno de ellos se arrastraba hasta debajo del vehículo. Otros examinaban debajo del capó.
Todos tenían un papel. Entre los cuatro que iban en el techo de la camioneta, ordenados en torno a un bouquet de ametralladoras, uno servía de copiloto, moviendo un brazo o a veces sacando un pie para indicar al chofer qué camino seguir en el desierto. Una noche, en la oscuridad, acompañados por las canciones del joven Khalid, un grupo de soldados controló la presión de las llantas.
La camioneta misma contenía una maleta con herramientas para el carburador, fusibles de recambio, una cabra vaciada que ahora hacía las veces de botella de agua gigante, un cargador de Thuraya, linternas, rollos de ropa de cama, cacerolas cubiertas de hollín, un martillo, un jarro de miel de palma caducada, sacos de harina de maíz para la cena diaria de maíz machacado y, en las mañanas con suerte, con un pájaro muerto asomando una garra. Todos, hombres y niños, tenían un arma, por supuesto.
A la hora de la oración, los fieles se arrodillaban y hundían sus cabezas en la arena. Cuando volvían, saludaban con un beso en la frente. De vez en cuando se veía en el horizonte un arco iris, ahí por donde había tronado una tormenta.
Es imposible saber con cuántos de estos combatientes mal alimentados y pobremente adiestrados cuentan los grupos rebeldes. Sin embargo, cuando pregunté cómo podrían hacer frente al arsenal de los militares sudaneses, Karim no se desconcertó. La rebelión, dijo, comenzó al sur de aquí, en las colinas de Jabal Mara, con no más que algunos hombres y burros. Desde entonces, dice, los rebeldes han logrado hacerse con 300 coches y derribado 17 aviones sudaneses, usando solamente lanzagranadas.
"Pregúntale al más joven", dijo, apuntando al joven Khalid, que escuchaba embelesado. "Vio con sus propios ojos lo que los milicianos janjaweed hicieron con su familia".
Khalid, el mayor de tres hermanos, dijo que su madre le había bendecido cuando le pidió permiso para tomar las armas. La dejó en un campamento en el vecino Chad. Recuerda que ella le dijo: "Tienes que luchar hasta la muerte".
Les preguntamos qué harían cuando termine la guerra. Mohammed dijo que volvería a la universidad. ¿Y después de eso? Miró asombrado, como si no pudiera imaginar un futuro tan lejano.
Los rebeldes han reclutado soldados de todas las familias de su territorio. Es una costumbre, dijo un alguacil de una aldea, que una familia de digamos cinco hijos entregue al menos tres al movimiento. De los ricos se espera que proporcionen ganado o cabras. De los innumerables jóvenes darfurianos que viajan a la vecina Libia a hacer dinero se espera que contribuyan generosamente a la causa.
Como los movimientos rebeldes de otros lugares, los rebeldes se muestran recatados a la hora de responder preguntas sobre de dónde vienen las armas. Sudán sospecha a Eritrea y Chad, pero los dos grupos rebeldes lo niegan. Dicen que todo lo que tienen se lo han robado al enemigo. Sin embargo, también se encuentran algunos artículos improbables. Algunos llevan uniformes y turbantes de camuflaje muy parecidos a los que usan los militares del Chad, que como los rebeldes pertenecen en su mayoría al grupo étnico zaghawa.
Una tarde un emisario rebelde que vive en Chad apareció con una ración militar norteamericana; es probable que provenga de la ayuda militar al Chad.
La frontera de 600 kilómetros entre los dos países facilita el transporte de suministros y hombres por igual. Justo al otro lado de la frontera al oeste de Darfur, cerca de la ciudad fronteriza de Bahay, en el Chad, se encuentra el enorme campamento de refugiados Oure Cassoni de Naciones Unidas.
Los rebeldes admiten abiertamente que entran y salen del campamento para descansar y visitar a sus familias. Todo lo que tienen que hacer, dicen, es dejar atrás los uniformes y las armas. Los nuevos reclutas salen fácilmente del campamento. De hecho, este reportero dio de casualidad con una base de adiestramiento del ESL en un trecho de sabana salpicado de árboles frondosos, justo al otro lado del campamento de refugiados.
Los tres chiquillos se habían escapado de este campo de refugiados. Uno de ellos lo había hecho antes y lo habían enviado de vuelta a su madre. Llevaba una camiseta del color de los uniformes. Dijo que quería ser soldado.
También este día los volvieron a enviar de vuelta. Karim le dio una palmada en la cabeza a uno de ellos, diciéndole que era demasiado pequeño para luchar. Pero nadie tenía dudas de que volverían a intentarlo; es sólo una cuestión de tiempo.

11 de septiembre de 2004
19 de septiembre de 2004
©newyorktimes
cc traducción
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