Blogia
mQh

AFGANISTÁN EN MANOS DE SEÑORES DE LA GUERRA Y OPIO - j. alexander thier


Afganistán parece dejado a su destino. Son las consideraciones del antiguo consejero sobre reformas judiciales y constitucionales de Afganistán, y miembro de la Hoover Institution y del Centro sobre Democracia, Desarrollo y el Imperio de la Ley de la Universidad de Stanford.
Stanford, California. El martes pasado el presidente George W. Bush dijo a la Asamblea General de Naciones Unidas que “los afganos están en camino hacia la democracia y la libertad”. Sin embargo en casi tres años de presencia norteamericana en el país Estados Unidos no ha sido capaz de crear ni seguridad, ni estabilidad, ni prosperidad. Tampoco ha logrado imponer el imperio de la ley.
Estos fracasos no son sólo un reflejo de las enormes dificultades que implica la construcción de una nación. Son también el resultado directo de las decisiones de la administración de Bush. Las operaciones en Afganistán están mal financiadas y sin dotación suficiente.
La raíz del problema es que hemos invadido Afganistán para destruir algo –a los talibanes y a Al Qaeda- pero no pensamos mucho acerca de lo que debería pasar después. Mientras nos concentramos en la lucha contra los terroristas (e incluso en este terreno nuestra efectividad ha sido cuestionable) Afganistán se ha transformado en una colección de feudos de señores de la guerra alimentados por una economía de varios billones de dólares basada en el opio.
Hemos armado y financiado a señores de la guerra con antecedentes de tráfico de drogas y violaciones de los derechos humanos que se remontan a dos décadas. Esas decisiones fueron tomadas con total indiferencia hacia las implicaciones a largo plazo de la misión en ese país.
El Ejército de Estados Unidos continúa cazando a los insurgentes en las montañas, pero Washington se ha negado a tomar las medidas necesarias para pacificar el resto del país. Y se deja ver. Este año han muerto más soldados de la coalición y del gobierno afgano y de cooperantes que en los dos años previos.
El comercio del opio está descontrolado, y alimenta un clima general de caos y a los terroristas. El año pasado el opio significó beneficios de 2.3 billones de dólares; este año, se espera que la producción de opio aumente entre un 50 y un 100 por ciento.
Entre los atentados terroristas y los conflictos entre señores de la guerra regionales, el país se está preparando para las elecciones presidenciales del 9 de octubre. Un informe reciente de Naciones Unidas advirtió que los señores de la guerra estaban intimidando a los electores y candidatos. Este mes, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, que ha monitoreado las elecciones después de conflictos en regiones problemáticas como Bosnia y Kosovo, declaró que Afganistán era demasiado peligroso para sus observadores (en su lugar enviará un pequeño equipo de apoyo).
El presidente Hamid Karzai escapó por poco de un intento de asesinato la semana pasada en su primer viaje de campaña fuera de Kabul. Ocho otros candidatos han pedido un aplazamiento de las elecciones, diciendo que es demasiado peligroso salir a hacer campañas.
Muchos de estos problemas se originan de errores iniciales. Antes que establecer rápidamente un clima de seguridad y luego transferir gradualmente el control a una autoridad doméstica legítima, hemos hecho justamente lo opuesto. A medida que se intensifican los conflictos en el campo entre las milicias de los señores de la guerra, extendemos lentamente nuestra presencia en la zona y somos arrastrados a meternos en conflictos.
En Kabul los esfuerzos para construir un gobierno estable y capaz se han demorado peligrosamente. Karzai ha empezado a mostrar una enorme fortaleza al desafiar a los señores de la guerra. Pero su gabinete de facciones, nacido de compromisos políticos, se ha derrumbado bajo la presión de la apresurada convocatoria a elecciones presidenciales.
Fuera de Kabul el control de Karzai sigue siendo débil en algunos lugares y no existente en otros. La Corte Suprema de Kabul, la única otra rama del gobierno, está controlada por fundamentalistas islámicos.
Es verdad que ha habido varios e importantes logros. Los talibanes y Al Qaeda no residen ya no alojan en el palacio presidencial de Kabul; las niñas han vuelto a las escuelas en muchas partes del país; algunos caminos y edificios han sido reconstruidos, y más de 10 millones de afganos se han inscrito para votar en las elecciones presidenciales. Miles de cooperantes extranjeros están trabajando con los afganos, a menudo corriendo grandes riesgos. A pesar del lento progreso, la mayoría de los afganos tiene esperanzas de que su futuro será mejor de lo que ha sido en los últimos años.
Pero mucha gente que trabaja allá piensa que se pudo haber mucho más tanto para ayudar a Afganistán como para combatir el terrorismo en los últimos tres años. A menos que el próximo gobierno se ponga manos a la obra, corremos el riesgo de estar preguntándonos pronto: “¿Quién perdió Afganistán?”

25 de septiembre de 2004
©heraldtribune
©traducción mQh

0 comentarios