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violentas tensiones entre ricos y pobres y funcionarios en china


[Joseph Kahn] Un banal encontronazo callejero provoca una revuelta en la que participan varias decenas de miles de personas y termina con el saqueo del ayuntamiento. Frustraciones y tensiones en un país donde la riqueza está mal distribuida y los abusos del estado son pan de todos los días.
Wanzhou, China. Al principio, el encontrón pareció algo puramente pedestre. Un hombre con una bolsa se cruzó en la acera con una pareja. La bolsa del hombre rozó el pantalón de la mujer, dejando una mancha de lodo. Hubo un intercambio de palabras. Y una pelea.
Algo fácil de olvidar, excepto que uno de los hombres, Yu Jikui, era un humilde mozo de estación. El otro, Hu Quanzong, se jactó de que era un importante funcionario del gobierno. Hu golpeó a Yu con propia vara, y luego amenazó con hacerlo matar.
Para Wanzhou, la ciudad portuaria en el Río Yang-Tsé (o Río Azul), el guión fue incendiario. Los espectadores difundieron la noticia de que un importante funcionario había maltratado a un indefenso cargador. Hacia el atardecer, decenas de miles de personas se habían congregado en la plaza mayor de Wanzhou, donde volcaron vehículos del gobierno, aporrearon a policías y prendieron fuego al ayuntamiento.
Una insignificante pelea callejera provoca una revuelta callejera. El Partido Comunista, obsesionado con mantener la estabilidad social, conoce pocos temores peores que este. Sin embargo, la revuelta de Wanzhou, que ocurrió el 18 de octubre, es uno de casi una docena de incidentes semejantes en los últimos tres meses, muchos de ellos provocados por la corrupción del gobierno, el abuso policial y la desigualdad en la distribución de la riqueza, que fluye hacia los poderosos y los que tienen buenas conexiones.
"La gente ve lo corrupto que es el gobierno, mientras ellos apenas tienen suficiente para comer", dijo Yu, reflexionando sobre la revuelta que lo transformó en un instante en un héroe del proletariado -y que más tarde lo llevó a recluirse. "Nuestra sociedad tienen una mecha corta, apenas esperando que estalle una chispa".
Aunque China está pasando por el más espectacular período de expansión económica de su historia, tiene más problemas en mantener el orden social que en cualquier otro momento desde el movimiento por la democracia de la Plaza de Tiananmen en 1989.
Las estadísticas de la policía muestran que el número de protestas públicas alcanzó casi 60.000 en 2003, un aumento de casi un 15 por ciento con respecto a 2002 y ocho veces mayor que hace una década. La ley marcial y tropas paramilitares son ahora normalmente utilizadas para restaurar el orden cuando la policía pierde el control.
China no tiene un movimiento obrero al estilo del de Solidaridad polaco. Las protestas son numerosas en parte porque son pequeñas, expresiones locales de descontento por despidos, expropiaciones de tierras, uso de los recursos naturales, tensiones étnicas, fondos fiscales malgastados, emigración forzada, salarios impagos o asesinatos cometidos por policías. Sin embargo, varias protestas masivas, como la de Wanhzou, muestran cómo la gente con causas diferentes aprovecha las oportunidades para expresar juntos sus quejas.
Hace poco la policía detuvo a varios defensores de los derechos campesinos sospechosos de ayudar a coordinar actividades de protesta a nivel nacional. Para un estado controlado por un solo partido, que se inquieta con incluso la idea de una oposición organizada, esos son signos que preocupan.
Wang Jian, investigador de la academia de cuadros del Partido Comunista de Changchun, en el nordeste de China, dijo que el número y la escala de las protestas estaban aumentando debido a las "fricciones y a veces conflictos violentos entre diferentes grupos de interés" en la economía casi mercantil de China.
"Esos incidentes masivos han dañado seriamente el orden social del país y debilitado la autoridad del gobierno, con dañinas consecuencias internamente y en el extranjero", escribió Wang en un estudio reciente.
Los líderes de China declararon tras su sesión anual de planificación en septiembre que la "vida y muerte del partido" depende de "mejorar el gobierno", lo que definen como lograr que los funcionarios del partido sean menos corruptos y se muestren más alerta ante las preocupaciones del público.
Pero la única salida accesible a los campesinos y trabajadores para quejarse es la red de oficinas de peticiones y apelaciones, un legado del gobierno imperial. Un nuevo estudio realizado por Yu Jianrong, un importante sociólogo de la Academia China de Ciencias Sociales de Pekín, concluyó que las peticiones al gobierno central habían aumentado en un 46 por ciento en 2003 con respecto al año anterior, pero sólo una cantidad infinitesimal de menos del 1 por ciento de los usaron el sistema dijeron que funcionaba.
El mes pasado unos 100.000 campesinos de la provincia de Sichuan, frustrados por meses de inútiles pedidos contra un proyecto de dique que utilizaba sus tierras, tomaron el asunto en sus manos. Ocuparon las oficinas del gobierno de Hanyuan e impidieron las obras en el dique durante días. Se necesitaron 10.000 tropas paramilitares para sofocar la protesta.
En noviembre, en el condado de Wanrong, en la provincia de Shanxi, en China central, dos agentes de policía murieron cuando enfurecidos obreros de la construcción atacaron una comisaría de policía tras un incidente de tráfico. Días después, en la provincia de Guangdong, en el extremo sur, estallaron disturbios y los manifestantes quemaron una cabina de peaje después de que una mujer alegara de que había tenido que pagar por usar un puente. A mediados de diciembre, una aldea de trabajadores inmigrantes en Guangdong, provocó una furiosa violencia después de que la policía sorprendiera a un inmigrante de 15 años robando una bicicleta y lo golpearan hasta matarlo. Unos 50.000 inmigrantes provocaron disturbios allí, según informaron los diarios de Hong Kong.
Funcionarios de Wanzhou trataron la revuelta de octubre originalmente como algo casual. Ordenaron a Hu a declarar en la televisión que él era un vendedor de frutas, no un funcionario público, y que su pelea con Yu había sido un error. La policía detuvo a una docena de personas y declaró que el orden público se había restaurado.
Pero la revuelta alarmó a Pekín, que dijo a funcionarios locales que serían despedidos si no logran impedir que incidentes semejantes volviesen a ocurrir, de acuerdo a periodistas chinos entrevistados sobre el asunto. Luo Gan, miembro del Comité Permanente del Politburó a cargo de la ley y el orden público, emitió instrucciones nacionales advirtiendo que estaban aumentando los "incidentes masivos repentinos" y pidiendo medidas policiales más duras.
Más de una docena de personas entrevistadas en Wanzhou, parte de la municipalidad de Chongqing, describieron el ambiente como tenso. Todas dijeron que todavía creen que Hu era en realidad un funcionario del partido y que el gobierno fabricó la historia para calmar los ánimos. Dicen que la indignación que se muestra en las revueltas sólo espera una nueva oportunidad para estallar.

El Encuentro Casual
Como muchos campesinos en las escarpadas y escalonadas colinas a lo largo del Yang-Tsé, Yu, 57, complementa sus ingresos acarreando cargas arriba y abajo por las calles de la ciudad -trigo, fertilizantes, máquinas de aire acondicionado, cualquier cosa que pueda balancear en una vara de bambú y echarse sobre sus delgados hombros. Sudorosos y sucios, los cargadores trabajan a la vista de todos. Son a menudo llamados simplemente ‘bian dan', ‘vareros'.
El destino de Yu es mejor que el de otros. Tiene otra actividad suplementaria: recoge los pelos de los pisos de las peluquerías y salones de belleza, los mete en grandes bolsas de arpillera y los vende a los fabricantes de pelucas más al sur.
El 18 de octubre pasó varias horas recogiendo pelo en varios salones de belleza elegantes de la calle de Baiyan, una ajetreada arteria comercial que pasa cerca de la plaza del gobierno en el centro de la ciudad. Su carga era liviana -dos bolsas de flecos sueltos- y corría disparado junto a la acera para ir a almorzar.
"¡Eh, cargador, me has ensuciado los pantalones!", oyó gritar a una mujer. Cuando se volvió hacia ella, un hombre a su lado, Hu, lo estaba mirando.
"¿Qué estás mirando, palurdo?", le dijo.
Yu tiene maneras suaves, con una sonrisa algo pícara manchada de amarillo debido a que fuma en cadena. Hu, que llevaba una chaqueta y corbata y zapatos de cuero, parecía importante. Yu dijo que no debería haber reaccionado. Pero lo hizo.
"Trabajo en lo que trabajo para que mi hija y mi hijo se puedan vestir mejor que yo, así que no me mire con desprecio", le dijo. Luego agregó: "Yo vendo mi fuerza, lo mismo que una prostituta vende su cuerpo".
Yu dijo que había hecho una comparación general. Hu y su joven esposa, Zeng Qingrong, aparentemente, pensaron que estaba insinuando otra cosa. Ella lo agarró violentamente del cuello de la camisa y le tiró de la oreja. Hu recogió la vara de Yu y lo golpeó repetidas veces en las piernas y en la espalda.
Quizás para impresionar a la multitud que se había formado, Hu gritó que Yu, tendido en el pavimento, estaba en grandes problemas.
"Soy un funcionario", dijo Hu, de acuerdo a Yu y otros testigos. "Si este tipo me causa algún problema, pagaré 20.000 kuai" -unos 2.500 dólares- "para que lo liquiden".
Estas palabras no aparecieron nunca en la prensa controlada por el estado. Pero es difícil encontrar a alguien en Wanzhou hoy que no haya oído alguna versión de la bravuconada de Hu. El supuesto funcionario -que según los rumores era el subdirector de la oficina agrícola local- fanfarroneó que podía hacer matar a un cargador por 2.500 dólares. Fue un llamado a las armas.
La amenaza de Hu, difundida por los celulares, mensajes de texto y la creciente muchedumbre, condensaba miles de quejas más.
"Fueron las palabras que usó", dijo Wen Jiabao, otro cargador que dice que presenció el choque. "Eso demuestra que es mejor ser rico que pobre, pero que ser funcionario es todavía mejor que ser rico".
Xiang Lin, un mecánico de coches de 18 años, vio aumentar la riqueza de China cuando trabajaba cerca de Shangai. Pero cuando volvió a casa a Wanzhou, se amargó porque su plan de abrir un taller de reparaciones se fue a pique. Llegó al centro atraído por la conmoción.
"¿No se dan cuenta los funcionarios que sin cargadores no habría desarrollo económico en Wanzhou?", se preguntó Xiang.
Cai Shizhong, un chofer de taxi, se indignó cuando las autoridades crearon una compañía para controlar los permisos de taxi, que dice que cuestan miles de dólares pero no aportan ningún beneficio. La policía pone multas a diestra y siniestra, dijo.
"Si conduces un coche particular, no te hacen nada porque piensan que puedes ser importante", dijo Cai. "Si conduces un taxi, utilizan cualquier excusa para quitarte el dinero".
La casa de Peng Daosheng se inundó debido al aumento del estanque del Dique de las Tres Gargantas. Se suponía que debía haber recibido una compensación de 4.000 dólares, así como una nueva casa. Pero su nuevo apartamento es más pequeño y está peor ubicado, y el dinero no le llegó nunca.
"Los funcionarios se quedan con el dinero ellos mismos", dijo Peng, que pasó ocho horas protestando esa noche. "Supongo que es por eso que ese tipo tenía 2.500 dólares para hacer matar a alguien".
A la policía le tomó más de cuatro horas para retirar a Hu y Yu de la escena. La muchedumbre rodeó los coches policiales y se negó a marcharse, temerosa de que la policía encubriera la paliza e incluso castigara a Yu.
"La gente sabía que el asunto no sería resuelto nunca de manera justa si se hacía a puertas cerradas", dijo Yu.
Incluso después de que la policía formara un cordón en torno a dos coches -uno para Hu y su esposa, otro para Yu-, la multitud rompió las ventanillas del coche que transportaba a la pareja. Eran casi las cinco de la tarde cuando los vehículos pasaron lentamente por entre la muchedumbre congregada en el lugar.

Pérdida Del Control
La policía puede haber creído que retirando a los principales protagonistas de la escena aliviaría la tensión. En lugar de eso, la muchedumbre arrasó el lugar. A las seis de la tarde una furgoneta de la policía fue rodeada y los agentes en su interior atacados con ladrillos. Siete u ocho personas volcaron el vehículo, metieron papel higiénico en su tanque de gasolina y le prendieron fuego, según testigos presenciales y un informe policial.
Cuando llegó un carro de bomberos, los bomberos fueron obligados a bajar y los manifestantes se apoderaron de él. Un conductor lo incrustó contra una pared de ladrillos, luego retrocedió y repitió la movida hasta que el camión quedó completamente inmóvil.
"Perdieron todo el control", recordó Cai, el chofer de taxi, que se paseó ese día entre la muchedumbre. "Repentinamente la policía era nada y la gente se había hecho cargo".
El gobierno local no publicó nunca una estimación de cuánta gente participó en la protesta. Pero estimaciones no oficiales de periodistas chinos en la escena variaron de 30.000 a 70.000, suficientes para paralizar todo el tráfico en el centro de la ciudad y llenar la plaza de gobierno.
Hacia las ocho de la tarde, la manifestación se concentró en la sede de 20 pisos del Gobierno del Distrito de Wanzhou, un edificio de ventanas azules y una imponente terraza con vistas a la plaza. La muchedumbre gritaba: "¡Entreguénnos al asesino!". Policía anti-disturbios con escudos -pero sin armas- mantuvieron la terraza. Funcionarios con altavoces pidieron a la multitud que se dispersara, prometiendo que el incidente sería tratado de acuerdo a la ley.
Pero la muchedumbre ahora tenía sus propias leyes. Los trabajadores de unas obras cercanas formaron una cadena para transportar bloques de cemento que fueron hecho añicos con martillos para usarlos como proyectiles. Los manifestantes en la primera línea lanzaron los fragmentos contra la policía -primero tentativamente, luego en lluvias.
El bombardeo hizo retroceder a la policía. Los manifestantes atacaron la terraza, rompieron las ventanas y puertas de la sede del gobierno e invadieron el edificio.
Documentos oficiales fueron esparcidos por todas partes. Los manifestantes lanzaron ordenadores y muebles de oficina a la terraza. Pronto, una furiosa fogata iluminó la plaza con su parpadeante brillo amarillo.
Li Jian, 22, participó en el saqueo. Un campesino joven encontró trabajo en la ciudad como cocinero de comida rápida. Pero anhelaba estudiar computación, dijo su padre, Li Wanfa. La familia le compró un viejo tablero de ordenador para que aprendiera a tipear.
"Quería ir a la escuela secundaria, pero en la escuela le dijeron que su nivel educacional no era suficientemente alto", dijo Li. "Le dijeron que un campesino como él debía trabajar de cocinero".
La policía detuvo al joven Li corriendo entre el tumulto con un ordenador Legend que pertenecía al gobierno, de acuerdo al acta de detención.
Sin embargo, incluso en la cúspide del incidente, los revoltosos se pusieron límites. No atacaron ningún restaurante ni tienda en los alrededores de la plaza del gobierno, concentrando su ira en los símbolos del poder oficial.
Hacia medianoche, la multitud declinó por sí misma. Cuando a la escena llegaron finalmente las tropas paramilitares hacia las tres de la mañana, no quedaban más que unos pocos miles de manifestantes fanáticos.
"La mayor parte de la gente se marchó a casa", dijo Peng, el hombre cuya casa fue inundada por el dique. "Pero los policías armados estaban furiosos. Te golpeaban incluso si te arrodillabas ante ellos".

Las Tensiones Persisten

El gobierno local elogió su propio manejo de la revuelta. Un informe publicado tres días después por el Three Gorges City News, el diario del Partido Comunista de Wanzhou, declaró que la revuelta no tuvo repercusiones duraderas.
"El gobierno del distrito hizo gala de sus fuertes capacidades de gobierno en un momento crucial", dijo el informe. "Este incidente fue causado por un puñado de agitadores con motivos ocultos que transformaron una disputa callejera en una revuelta de masas".
La revuelta se disipó tan rápidamente como se había formado. La calle de Baiyan ahora bulle de clientes vespertinos. Después del trabajo, bailarinas abrigadas contra la fría humedad utilizan la plaza del gobierno como un salón de baile al aire libre; un ritmo de dos tiempos llena el aire de la noche.
Sin embargo, las tensiones subyacentes no han desaparecido.
Cuando la Fábrica de Textiles de Algodón Wan Min se declaró en quiebra a mediados de diciembre, cientos de agentes de policía ocuparon el terreno de la fábrica para impedir disturbios. Al día siguiente, un puñado de obreros de otra fábrica marcharon hacia el ayuntamiento para protestar. Varios cientos de policías los rodearon.
Xiang, el mecánico de coches, fue detenido por arrojar piedras y encarcelado. Un día, cuando volvía de la ducha fría que los presos están obligados a tomar en la gélida cárcel, los guardias le ordenaron arrodillarse. Uno de ellos le pegó un codazo en la espalda y otros le dieron patadas en la barriga.
Cuando estaba en el suelo, un guardia de la prisión dijo: "Aquí no te ha pasado nada, ¿no es así? Eres un chico listo".
No pudo comer durante dos días.
"En la cárcel éramos todos hermanos", dijo sobre los otros presos. "Los funcionarios desprecian a la gente corriente y no tiene miedo de maltratarla".
Luego está la historia de Yu. Yu se perdió la revuelta que ocurrió en su nombre, pero ha estado desde entonces bajo una fuerte presión. El gobierno lo mantuvo aislado en un hospital durante casi dos semanas, incluso aunque los cardenales en sus piernas y los puntos que necesitó sobre su ojo ya habían cerrado.
Su hija y su hijo fueron enviados de vacaciones, pagadas por el gobierno, para evitar que tuvieran contacto con la prensa. "Nos dijeron que no habláramos si no queríamos enfadar al gobierno", dijo Yu en su primera entrevista.
Sin embargo, dijo que lo que realmente le impresionó fue la reacción a una declaración que hizo en la televisión de Wanzhou el 20 de octubre, dos días después de la revuelta. El gobierno le dijo que apareciera por el canal -todavía estaba bajo custodia- y habían preparado de antemano las preguntas.
"Me dijeron que enfatizara la importancia de la ley y el orden", dijo. "Me dijeron que respondiera solamente las preguntas y que no dijera nada más".
Lo que dijo en el telediario de la noche sonó bastante inocente. "Esto tiene que ser manejado por la ley", dijo Yu a los telespectadores. "Hay que quedarse en casa".
Así que no estaba preparado para las repercusiones.
Los familiares de los detenidos lo criticaron por hacer propaganda para el gobierno, diciendo que se sentían traicionados. Los vecinos le advirtieron que no sembrara arroz este año, porque sus enemigos simplemente lo arrancarían. Su esposa dice que se quiere mudar, porque han recibido demasiadas amenazas.
Yu está comprensiblemente confuso.
"Primero un funcionario trata de romperme las piernas porque soy un cargador sucio", dijo. "Ahora es la gente la que me quiere romper las piernas porque hablé a favor del gobierno".

Chris Buckley contribuyó a este artículo.

24 de diciembre de 2004
6 de enero de 2005
©new york times
©traducción mQh

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