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¿qué tiene de malo la tortura?


[Jeff Jacoby] Hay cada vez más revelaciones sobre torturas y asesinatos en cárceles norteamericanas en Cuba, Iraq y Afganistán.
En agosto de 2003, cuando era comandante de la base militar en Bahía Guantánamo, el general de división Geoffrey Miller visitó Bagdad para dar algunos consejos a los interrogadores norteamericanos de la prisión de Abu Ghraib. Según recordó más tarde el general de brigada Janis Karpinski, el jefe de la policía militar en Iraq, el mensaje de Miller era claro: Abu Ghraib debía ser ‘guantanomizada' -los detenidos iraquíes debían ser sometidos a los mismos métodos agresivos usados para extraer información de los prisioneros en Guantánamo.
"Tienes que ejercer control total", dijo Miller, según Karpinski. No puede haber "ninguna duda sobre quién manda aquí. Hay que tratar a los detenidos como si fueran perros".
Independientemente de si Miller dijo o no esas palabras, está claro que las duras técnicas autorizadas durante un tiempo en Guantánamo -prisioneros obligados a desnudarse, encapuchados, engrilletados en "posturas difíciles", el uso de perros-, fueron más tarde implementadas en Afganistán e Iraq, donde a veces degeneraron en violentas agresiones e incluso tortura. ¿Fue la orden de "tratar a los detenidos como si fueran perros" la que dio origen a la cultura de prisión que guiñó un ojo a la barbarie? ¿Debería Miller ser llamado a rendir cuentas por lo que pasó en Abu Ghraib?
El último informe del Pentágono sobre los maltratos a detenidos, presentado al Congreso la semana pasada, por el vice-almirante Albert Church III, no acusa a Miller ni a ningún otro oficial de alto rango. Concluye que mientras los detenidos en Iraq, Guantánamo y otros lugares fueron tratados brutalmente por interrogadores militares o de la CIA, no había una política formal que autorizara esos maltratos. (En ocasiones fueron incluso condenados -en diciembre de 2002, por ejemplo, oficiales de la Marina denunciaron los métodos de Guantánamo como "ilegales e indignas de las fuerzas armadas").
Pero, obviamente, Church debió responder en una audiencia del Congreso, ¿debe ser alguien considerado responsable de cientos de maltratos que incluso el gobierno ha confesado? "No en mis planes", replicó el almirante.
Así, nadie es responsable. Y se siguen dando a conocer nuevas revelaciones del horror.
Afganistán 2002: Un detenido en el ‘Pozo de Sal' -una cárcel secreta, financiada por la CIA al norte de Kabul- fue desnudado completamente, empujado contra el suelo de concreto, luego encadenado en una celda y dejado a pasar la noche. En la mañana, había muerto congelado. De acuerdo al Washington Post, que entregó la historia a cuatro funcionarios de gobierno norteamericanos, el muerto fue enterrado en una tumba sin lápida, y su familia no fue nunca notificada. ¿Qué había hecho el afgano para merecer ese letal tratamiento? "Estaba probablemente asociado con gente que estaba asociada con Al Qaeda?", dijo un funcionario norteamericano al Post.
Iraq 2003: Manadel al-Jamadi, detenido después de un atentado terrorista en Bagdad, es llevado esposado a una ducha en Abu Ghraib. Los grilletes están conectados por sus muñecas a una ventana cerrada con barras, levantando los brazos dolorosamente detrás de su espalda -una posición tan poco natural, dijo más tarde el sargento Jeffrey Frost a los investigadores, que se sorprende que los brazos del hombre no hayan "despegado de sus axilas". Frost y otros guardias fueron llamados cuando un interrogador se quejó de que al-Jamadi no estaba colaborando. Lo encontraron desplomado, inmóvil. Cuando le quitaron las cadenas y trataron de poner de pie, la sangre chorreó de su boca. Tenía las costillas quebradas. Estaba muerto.
Luego está el uso por el gobierno de la "entrega extraordinaria", un eufemismo para enviar a los sospechosos de terrorismo para ser interrogados por otros países -incluyendo algunos donde no existe respeto por los derechos humanos y el interrogatorio puede incluir palizas, descargas eléctricas y otras torturas. La CIA dice que siempre se asegura de antemano que los prisioneros sean tratados humanamente. Pero, ¿qué valor tienen esas garantías cuando vienen de lugares como Siria y Arabia Saudí?
Por supuesto, Estados Unidos debe dar caza a los terroristas y descubrir qué saben. Una mejor inteligencia significa más vidas salvadas, más atrocidades impedidas, y una victoria más probable en la guerra contra el fascismo islámico radical. Esos son objetivos fundamentales, y justifican métodos duros. Pero no justifican el uso de métodos que traicionan valores estadounidenses claves. Los métodos de interrogatorio que coquetean con la tortura -para no decir nada sobre los que terminan con la muerte- cruzan la línea moral que nos separa del enemigo que estamos tratando de derrotar.
El gobierno de Bush y los militares insisten en que los maltratos a los detenidos son una violación de las políticas norteamericanas y que los transgresores están siendo castigados. Si es así, ¿por qué se niegan a permitir que una comisión verdaderamente independiente investigue sin temores ni favoritismos? ¿Por qué se niegan los líderes republicanos en el Capitolio a lanzar una investigación parlamentaria adecuada? ¿Y por qué continúan mis colegas conservadores -los que apoyan la guerra por todas sus justas razones- manteniendo el silencio sobre un escándalo que debería haberles llevado a tomar las armas?

Se puede escribir al autor a: jacoby@globe.com

17 de marzo de 2005
©boston globe
©traducción mQh

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