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las muñecas de barbie


[Meredith Goldstein] Para las bailarinas a gogo que animan los clubes de Lansdowne, el trabajo es una fogosidad permanente.
No son striptiseras. Eso es lo primero que hay que saber.
Vanessa Hondromihalis, 20, se lo dice a menudo a los amigos de su padre, que, como mucha gente, cree que "bailar profesionalmente" quiere decir "bailar desnuda".
"Yo digo: ‘No es eso lo que hacemos. Nosotras bailamos'", dijo Hondromihalis, mientras la maquilladora Bre Welch esparce una gruesa sombra sobre sus párpados un reciente sábado noche. "Es más elegante".
Esto es lo que las damas de Lansdowne te dirán sobre sus trabajos del fin de semana, que consiste esencialmente en girar febrilmente, balanceándose en plataformas y llevando trajes diminutos y destellantes. Para los que se atestan en la pista de baile los fines de semanas, ellas son estrellas o, al menos, tienen cuerpos divinos.
Sí, van escasamente vestidas, pero las ropas que llevan no se separan de su piel. Bailar a gogo es sexy, dicen, no sexo.
Es también crear el estado de ánimo para tres clubes de la Calle de Lansdowne -Avalon, Axis e ID- y hacer que la gente abajo se sienta como si hubieran sido transportados a algún otro lugar, un lugar donde los hot pants reinan supremos.
Desde la medianoche hasta las 2 de la mañana de los jueves, viernes y sábados, 10 a 15 bailarinas son dirigidas arriba y fuera del escenario de los clubes por Barbie Gilman, coordinadora de baile y la mujer que supervisa todos los detalles de la velada, desde los tocados hasta las correas. Gilman, cuya llamativa palidez y largo pelo negro son fáciles de distinguir entre sus bailarinas, fue una chica a gogo ella misma. Bailaba en el Palace, en Saugus, y en el Avalon y en el ahora desaparecido Karma Club.
Pero para Gilman, 27, llega un momento en que simplemente tienes que dejar de bailar en plataformas y jaulas.
"Fue la mejor época de mi vida", dijo. "Pero, bueno, tienes que cambiar. Ya no puedo hacerlo".
Gilman hace ahora las veces de madre superiora de su equipo de baile, compuesto por unas 20 chicas. Ella decide quién baila cuándo, cuán a menudo, y cuánto dinero reciben por la noche. Las chicas no están autorizadas a decir cuánto ganan, ni siquiera unas a otras. Gilman dice que ganan lo que hubieran gastado si salieran a bailar por su cuenta una noche -el total de lo que cuesta aparcar, pagar una entrada con derecho a consumición y algunos cócteles.
Es un buen trato para Susan Fitzgerald, 23, que fue "descubierta" por una de las amigas de Gilman en la pista de baile del Palace hace más de dos años.
"Si no estuviera bailando aquí, estaría bailando fuera", dijo, satisfecha de que se le pague por divertirse.
Las bailarinas de los clubes de la Calle de Lansdowne pueden parecer simplemente bombones, pero forman parte de una operación altamente técnica, una que exige la precisión de un cronómetro, experiencia de gestión, y un equipo de profesionales que supervisan todo, desde la máscara hasta la seguridad.
Las bailarinas de Gilman llegan poco después de las 10 las noches con baile, y se ven soñolientas en sus pantalones de chandal y viejas camisetas. Hace poco un sábado, una de las bailarinas más pequeñas del equipo llevaba un top engalonado con las palabras: "Adoro los carbohidratos". Otras llevaban anticuados calcetines a rayas hasta las rodillas debajo de sus altas y negras botas.
Las bailarinas tienen diferentes experiencias y trabajos diurnos. Fitzgerald, de Roslindale, estudia psicología criminal en la Universidad de Massachusetts, en Boston. Hondromihalis, originalmente de Mansfield, se está preparando para mudarse a Los Angeles y empezar una carrera como maquilladora. Melisa Valdéz, 19, trabaja en el restaurante del Hotel Marriott en Milford. Natasha Winslow es una modelo de 24 años de Boston. Hay un bailarín en el equipo, Ricardo Delgado, 24, de Somerville, que baila los viernes y también da una mano como maquillador.
Las bailarinas son amigas, así que cuando llegan se ponen al día mientras Gilman las apura para que se pinten los ojos y labios y encuentren un traje apropiado.
"Muchos de ellos los hago yo misma", dijo Gilman sobre el vestuario de las bailarinas.
Revisó una pila de sujetadores de cuentas y pequeños shorts plateados antes de la reciente fiesta de cumpleaños brasileña en el club Avalon.
"Algunas de estas cosas las hemos arrendado porque esta noche es especial, pero siempre encuentro cosas y las combino para hacer una tenida".
Todo lo tiene Gilman en su pila de ropa conviene a las chicas. Son todas talla cero o, cuando mucho, 2. Las tenidas cambian según el tema de la noche y el público. Esta noche, en Axis, al lado, por ejemplo, las bailarinas se pusieron unas micro minifaldas de mezclilla y blusas descosidas para un público hip-hopero.
Independientemente de lo que lleven, el último paso es siempre el mismo. Las chicas forman fila mientras Gilman saca su jarro de brillo para el cuerpo -el polvo de hadas de las bailarinas profesionales-, con el que polvorea abundantemente, como si estuviera enharinando cacerolas en la cocina.
"Nunca es demasiado", es la regla de Gilman.
Cuando llega la medianoche, empieza su frenética fogosidad. Agarra a unas pocas bailarinas y las empuja a través de laberinto entre bastidores, oscuro como la noche, que lleva al Avalon. Indica a cada chica un espacio de baile y empieza a gritarles que se muevan.
Luego, rápidamente, vuelve al subir al camerino, llama a gritos al segundo grupo de bailarinas, y empuja a ese equipo por otro pasillo entre bastidores que lleva al Axis, donde coloca a cada mujer en una pértiga o en una plataforma enjaulada para que comiencen su turno de 20 minutos.
Si tiene algún tiempo, Gilman mira nerviosamente el reloj, asegurándose de no dejar a ninguna demasiado tiempo. La inquieta audiencia quiere ver caras nuevas, y las bailarinas, a las que no se permite beber agua en el escenario, necesitan descansar. Gilman también se ocupa de las bailarinas que vuelven a reagruparse entre sus turnos, vuelve a sujetarles sus trajes y les da bonos de consumición para bebidas en su mayor parte no-alcohólicas.
A pesar del atractivo sexual y de las invitadoras miradas que lanzan al público, las bailarinas reciben una fría recepción cuando salen al escenario por primera vez, sea en el Avalon, el Axis o el ID. Hay ojos saltones, usualmente de mujeres en la audiencia. Algunos de los jóvenes en la pista están destinados a apuntar. Luego, inevitablemente, alguien acusa a las bailarinas de ser hombres.
"Todos dicen lo mismo", dijo Fitzgerald. "Luego dirán: ‘Es un tipo'".
Las bailarinas tratan de no tomárselo personalmente. Delgado, que a veces actúa con una desgreñada peluca rubia, dice que es de quien se ríen más, especialmente cuando la gente está arrojada. A veces las burlas se ponen peligrosas.
"Una vez alguien me arrojó una cerveza", dijo, sonriendo.
Gilman las instruye a mostrarse alegres, dramáticas, y a mostrar su propio estilo. Verse aburrida es un tabú. En el escenario, Fitzgerald extiende los brazos. Hondromihalis es más contenida, con una voluptuosa sacudida. La flexible Kamaka Clark, 28, usa algunos de los movimientos que aprendió cuando estudiaba ballet y danza moderna.
El fin de la noche es un chasco para las bailarinas, el momento en que deben bajar del escenario y reunirse cerca de la entrada del club a repartir volantes a la gente, una exigencia del trabajo. Tienen que enfrentarse cara a cara con los hombres que las miraban con avidez desde el borde de sus plataformas de baile. Todavía llevan sus tenidas, pero parecen más pequeñas con las luces encendidas.
Se les ve la edad, como niñas vestidas de grandes.
A las 2:30 de la madrugada, las bailarinas vuelven a su camerino y se quitan las blusas de lentejuelas, las extensiones de pelo, y los hot pants. Hace veinte minutos estaban cubiertas de sudor, pero ahora se ve incómodamente frías. Una vez que han encontrado sus pantalones de chandal y camisetas, las mujeres se abrigan y se van directamente a casa a dormir el resto de la noche.
"Es la fatiga total", dijo Fitzgerald.

A la autora se la puede escribir a: mgoldstein@globe.com.

18 de marzo de 2005
22 de marzo de 2005
©boston globe
©traducción mQh

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