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fanatismo chií en bagdad


[Anthony Shadid] Retórica fanática del nuevo Iraq en una vieja mezquita. Predicador convertido en político personifica ambiciones chiíes.
Bagdad, Iraq. De acuerdo a Jalaledin Saghir, un predicador convertido en político, el mundo es un lugar sin complicaciones.
Está el bien y el mal. Hay mártires y hay terroristas. Están los justos (los que están de acuerdo con él) que luchan contra los malvados (los que no están de acuerdo con él). El pasado que encarnaba Saddam Hussein ya no existe. En su lugar hay un futuro promisorio en el que la mayoría chií de Iraq ocupará su lugar como los merecidos gobernantes de Iraq.
"Qata'an", dice Saghir a menudo, urgente y golpeado. Significa: "Absolutamente".
Saghir, 47, el vástago de una familia de clérigos, con una generosa barba y penetrantes ojos negros debajo de un turbante blanco, es el nuevo tipo de político en un país inestable, y su dramático surgimiento ilustra la dirección en la que se encamina la política iraquí.
Para sus partidarios, es un símbolo del poder chií, un mensaje que entrega semanalmente en los sermones que lee ante rebosantes multitudes en la mezquita de Baratha, una de las más veneradas de Bagdad. Es franco e, igual de importante en la política iraquí, intrépido. Defensor de los intereses chiíes, ejerce influencia no sólo en la mezquita sino también en el nuevo parlamento iraquí, como representante de la Alianza Unidad Iraquí, la coalición chií que obtuvo una mayoría de los 275 escaños del cuerpo en las elecciones del 30 de enero.
Para sus detractores, es menos un símbolo de poder y más un emblema del exceso retórico. Incluso algunos de sus colegas clericales lo describen como exageradamente ambicioso y un implacable provocador. Algunos ven demagogia en su franqueza; y en su valentía una incitación que contribuye a la crispación de las ya estropeadas relaciones entre los chiíes de Iraq y la debilitada minoría árabe sunní.
Es quizás mejor descrito como un producto del desorden que ha coloreado a Iraq desde la caída de Hussein en abril de 2003 y de los dramáticos cambios que la han acompañado. Su éxito o fracaso en los meses por venir ayudarán a definir el rol todavía ambiguo del clero chií en los asuntos políticos del país.
En la búsqueda de legitimidad en la política iraquí, Saghir tiene mucho en que basarse: su alianza con el gran ayatollah Ali Sistani, el importante líder religioso iraquí; la autoridad del nombre de su familia; el resonante lenguaje de la religión que puede entrelazarse sin esfuerzos con el programa de los políticos; y una red de base que le entrega su mezquita y cientos de leales seguidores que lo alzaron al poder.
"Mi única preocupación es estar al servicio del pueblo", dijo Saghir en una entrevista. Quiso decir, de su pueblo.

Una Mezquita Transformada
La mezquita de Baratha que hace las veces de cuartel general de Saghir se asoma detrás de hileras de alambres de púas, barricadas de cemento y vallas amarillas de acero. Sus murallas están envueltas con la iconografía del activismo religioso: estandartes celebrando a mártires chiíes santificados, retratos de Sistani, esloganes en pancartas negras que son la versión chií de agitación y propaganda.
En un país lleno de santuarios, Baratha es uno de los más venerados. Según la tradición el Imán Alí, un primo y yerno del profeta Mahoma visitó el sitio en el siglo7, cavando un pozo de todavía provee agua. Peregrinos de lugares tan lejanos como Afganistán visitan la fuente para llenar sus botellas con agua que creen que tiene poderes curativos.
Con la aprobación de poderosos aliados, Saghir trata la mezquita como el feudo de su familia. Durante años fue dirigido por su padre, el jeque Alí Saghir, un estimado clérigo y lugarteniente de uno de los ayatollahs más importantes del país, Sayyid Muhsin Hakim. El padre de Saghir murió en 1975 y el joven clérigo activista huyó al exilio en 1979, pasando períodos en Siria, Irán y el Líbano. Volvió a Bagdad -y Baratha- la semana después de la caída de Hussein.
"Cuando dejamos Bagdad, era una ciudad bella", dijo. "Cuando volvimos, estaba en ruinas".
Desde su llegada ha transformado la mezquita en el nexo de un eficiente movimiento político que opera en nombre de Sistani y bajo el alero del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Iraq, uno de los principales partidos políticos chiíes.
En una pequeña tienda cerca del templo, los discos compactos con los sermones de Saghir ocupan los libreros de dos paredes. Cuesta cada uno 50 centavos, y se venden hasta 400 por semana. Los viernes, los fieles se amontonan frente al mostrador con el dinero en una mano, y los zapatos que se sacan para orar, en la otra. Los cedés pueden ser comprados minutos después del fin de su sermón.
Andamiajes de madera se elevan junto a la muralla de la mezquita, y los trabajadores colocan ladrillos para nuevas ampliaciones que costarán 600.000 dólares. Albergarán, una parte, a comités organizados el año pasado para obras de caridad, problemas de la mujer, cultura, información y educación.
"Están los holgazanes, y los que trabajan todo el tiempo, en cuerpo y mente", dijo Majid Saadi, vestido de traje negro, sin corbata, su barba cana pulcramente recortada.
Saadi es el hombre punta de Saghir en la campaña de información en la que sus seguidores han devenido tan expertos. En ocasiones religiosas la literatura que publican celebra los rituales chiíes que fueron reprimidos durante décadas; durante las elecciones de este año, fue confesamente política.
"Trabajamos día y noche", dijo Saadi. "La gente estaba sedienta de información".
El mes anterior a las elecciones, la mezquita imprimió más de un millón de carteles apoyando a la coalición chií, dijo Saadi. Más de 1.500 voluntarios leales a Saghir también ayudaron a producir más de 20.000 pancartas escritas a mano, dijo. En la mezquita se organizaron 20 seminarios durante la campaña, se grabaron cedés y se repartieron miles. Imprimieron más de 100.000 volantes.
"Los esfuerzos más grandes de apoyo [a la coalición] chií salieron de la mezquita de Baratha", dijo Saghir.

La Rabia de los Gentiles
Cuando Saghir volvió a Bagdad en 2003, predicaba ante 2.000 personas. Ahora cree que son tres veces más. Su ambición: 30.000 fieles en la mezquita los viernes de oración y sermones tan políticos como religiosos.
En el Iraq de hoy, Saghir es lo que se conoce como un comediante.
En el podio envuelto en negro y adornados con arabescos y caligrafía, Saghir empieza lentamente, como si estuviera cansado. Su voz es casi un susurro. El parpadeo de sus ojos entrecerrados es exagerado. Luego se pasa la mano por la barba y pasa revista a la multitud.
Hoy el tópico fueron los miembros del nuevo parlamento iraquí -entre ellos, Saghir- reuniéndose por primera vez desde las elecciones. "Cuando entré a la habitación", dijo, "tenía la palabra Dios en la lengua, me latía el corazón y brotaban lágrimas de mis ojos".
Al escuchar esas palabras, la multitud estalló: "¡Victoria para el islam! ¡Muerte a Saddam!"
Continuó invocando los nombres de importantes clérigos iraquíes asesinados durante el reinado de Hussein: "Yo vi la sangre de los dos Sáder y de la familia Hakim, la sangre de Iraq, norte y sur, desde su centro, este y oeste. Mi corazón tembló".
El sermón de Saghir es como una bandera al viento. A veces, está caída antes de empezar a ondear con un leve brisa. Se afloja, luego es soplada por una ventolera. Muchos predicadores avanzan firmemente hacia un crescendo, pero pocos parecen tan hábiles como Saghir en deslizarse de un extremo a otro.
Saghir dijo que él nunca ensaya sus discursos, nunca piensa de antemano qué dirá. "Miro a la gente y digo mi sermón", dijo. "Sé qué efecto causa lo que digo".
A diferencia de las declaraciones públicas del Consejo Supremo, con su énfasis en la reconciliación e inclusión de los desilusionados sunníes, Saghir es brusco con sus seguidores. Habla como si enunciara verdades evidentes, en un impecable y elocuente árabe.
¿Los insurgentes? Los desecha como fanáticos de Hussein disfrazados de guerreros santos -"baazistas de barba y turbante", los llamó en un sermón.
Llama a sus líderes "héroes de televisión", burlándose de su inclinación a emitir declaraciones por video. Ridiculiza la doctrina de la Asociación de Clérigos Musulmanes, el grupo sunní más influyente, llamándola "el islam de Saddam Hussein". Y las purgas están en camino, advierte sobre el gobierno interino saliente, que dice que está manchado por "las sucias caras de los baazistas".
"Los asesinos de hoy", dice en otro sermón, "son los mismos asesinos de ayer".
¿La reconciliación nacional? "¿Con quién?", ha preguntado en más de una ocasión. "¿Con los criminales que derramaron la sangre de nuestro pueblo en Hilla, Karbala, Nayaf y todo Iraq?"
Una y otra vez, insiste en que se está agotando la paciencia.
"Advertimos sobre el peligro de la indignación de los mansos", dijo. "Cuando estalla la rabia, nada puede detenerla".

Carrera Contra el Tiempo
Un hombre con un rifle hace guardia ante la oficina de Saghir. Es una precaución comprensible.
Desde que volvió a Iraq en abril de 2003, Saghir, padre de cinco, estima que ha sufrido 21 atentados contra su vida o sus seguidores -media docena de ataques de mortero en la mezquita, cinco terroristas suicidas que fueron neutralizados antes de entrar, el tiroteo de un coche en el que se creía que estaba él (no era así) y varios otros atentados con coches-bomba y balazos.
Khalid Fatlawi, un vendedor de libros en la mezquita, dijo: "No le tiene miedo a la muerte. No tiene miedos".
"¿De qué debería asustarme?", preguntó Saghir cuando entraba a su oficina, que tiene las paredes recién pintadas, seis libreros y dos teléfonos.
Como muchos chiíes imbuido de un culto del sacrificio y la lucha, él y sus partidarios consideran que los ataques les otorgan cierta credibilidad. Para infundir confianza en sus seguidores, dijo, debe hablar con confianza.
"Me siento como en una carrera contra el tiempo con los terroristas", dijo, "y creo que estamos ganando la batalla".
"Absolutamente", agregó.
Pero algunas ponen en duda su modestia -incluyendo a otros clérigos chiíes de los que, como él, se espera que renuncien a la ambición. Lo ven como un político oportunista, que saca provecho de sus lazos con el principal partido chií, su plataforma en la mezquita Baratha y su relación con Sistani, cuya influencia no tiene paralelo entre los devotos chiíes de Iraq.
Algunos detractores de Saghir lo ven como un producto de la oposición iraquí que pasó en el exilio gran parte de la era de Hussein. En esos años, grupos como el Consejo Supremo se organizaban explícitamente como grupos sectarios y religiosos".
"Es muy ambicioso", dijo Salah Ubaidi, un clérigo que vivió en Iraq durante el gobierno de Hussein. "A veces lo coloca en situaciones embarazosas. No tiene suficiente flexibilidad para lograr esas ambiciones".
Muchos políticos sunníes retroceden ante el lenguaje de Saghir -para ellos la prueba de que pueden temer un estatuto de ciudadanos de segunda clase en un estado dominado por los chiíes.
"Él es uno de los tipos que está llevando la situación a un extremo", dijo Saleh Mutlak, que dirige un partido pequeño, predominantemente sunní. "Tiene muchos prejuicios, es muy agresivo y su modo de hablar sólo deteriorará las cosas entre los iraquíes".
Saghir sacude la cabeza ante la idea. Baja la vista y habla lentamente, casi cansado.
"Si ellos quieren reconciliarse, deberían mandarme un mensaje de paz", dijo. "No un coche-bomba".
Suaviza el tono, y suena reconfortante.
"Mientras los chiíes conserven la disciplina, no habrá guerra civil", dice. "Tenemos mucha paciencia".
Pero, en palabras que eran mitad predicción, mitad amenaza, agregó: "En última instancia triunfará el bien".

15 de abril de 2005
28 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh
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