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decepción para mi madre


[Héctor Tobar] La verdad es que mi madre seguirá siendo una dedicada católica, aunque el Papa ahora sea Benedicto XVI
Mi madre no es, ni ha sido nunca, una persona de círculos radicales. Llegó a California desde Guatemala cuando era adolescente a principios de los años sesenta, pero era inmune a las quemazones de sujetadores y las marchas de las hermandades militantes más tarde en esa década.
Mi madre es, y creo que lo será siempre, una fanática de Jesús. Mi padre, un antiguo izquierdista que se divorció de ella hace 34 años y no ha sido especialmente amable con ella, la llama cachureca. Es una palabra peyorativa de la jerga centroamericana para alguien fascinado por las cosas católicas.
Pero en el contexto de América Latina, ser católico te puede llevar a hacer cosas que suenan radicales a los extraños. Mi madre volvió a Guatemala hace algunos años y decidió dedicarse a Dios y a los pobres. Eso ha significado, entre otras cosas, frotar los pies de una cansada prostituta callejera en uno de los burdeles más notorios de Ciudad de Guatemala. Jesús hizo algo parecido hace 2.000 años y todavía parece ser una cosa bastante estrafalaria de hacer, no importa qué pienses sobre el asunto.
Hasta el martes mi madre tuvo una efímera esperanza de que el próximo Papa sería latinoamericano y por tanto un radical encubierto como ella. Ella quería a alguien que se vistiera de acuerdo a la tradición católica, aceptara sus rituales y símbolos aparentemente conservadores y serios y sin embargo hablar y actuar en interés de las masas pobres y hambrientas. Pero mi madre no consiguió un Papa latinoamericano. Lo que le dieron fue a Benedicto XVI.
No se sabe qué significará el nuevo Papa para América Latina. Lo que sabemos es que antes de ser Papa, el cardenal José Ratzinger, un defensor de la ortodoxia eclesiástica nacido en Alemania, ayudó a dirigir el asalto contra la ‘teología de la liberación'.
La teología de la liberación tomó la vieja teoría marxistas de que "la religión es el opio del pueblo" y la puso de cabeza. Dio al rebaño sus ‘sacerdotes guerreros', como el colombiano Camilo Torres decenas de nuevos mártires cristianos: sacerdotes, monjas e incluso cardenales asesinados por adoptar la posición de que a Dios no le gustan los dictadores, la desigualdad y los escuadrones de la muerte.
El Sermón de la Montaña fue el manifiesto de los teólogos de la liberación. Para ellos, cuando Jesús dijo que el reino de los cielos pertenecía a los pobres quería decir que quería un mundo sin pobreza, un ‘reino de justicia' en la vida.
Mi madre no fue nunca una lectora de teorías sesudas, y los folletos de teólogos de la liberación como el sacerdote peruanos Gustavo Gutiérrez no la habrían interesado. Pero la nueva cultura de culto que crearon dentro de la iglesia la engulló a ella y a innumerables otros.
La visité poco después de que volviera de Guatemala a California a principios de los noventa. Estaba viviendo con mi abuelo, a orillas de una barriada. La encontré una tarde con un grupo de niños, ensayando un himno. Entonces Guatemala estaba todavía bajo control militar y el himno era un ataque apenas disfrazado contra los generales, donde Jesús aparecía dirigiendo hacia el futuro a las multitudes en la ‘lucha' por la justicia y la igualdad.
"¡Madre! ¿Qué estás haciendo?", espeté en inglés, en un susurro enfadado, mirando en rededor para ver cuántos vecinos la habían escuchado dirigiendo a un grupo de niños de 10 años en un acto de subversión contra el gobierno. "¿Qué canción es esta? ¡Te pueden matar por cantarla!"
Me miró incrédulamente, como si yo hubiera empezado de repente a decir groserías y obscenidades. "Es una canción. Una canción bonita", dijo. No eran más que niños cantando, dijo, niños ensayando para la misa de medianoche. ¿A quién podría ofender una misa?
Fui a esa misa, en parte porque esperaba que los soldados entraran dando portazos, especialmente después de que se cortara la electricidad y la congregación se viera sumida en la oscuridad. Pero todo lo que pasó fue que el sacerdote que decía la misa la incorporó en su sermón. Recordó a su congregación que cuando el niño Jesús llegó al mundo, no fue en un barrio rico. Nació en un pesebre en Belén, un lugar muy parecido a la colonia en la que estamos ahora.
Para entonces los días de la dictadura se acercaban a su fin. Gracias a Dios, el sacerdote que dictó el sermón vivió para dar muchos más. El cardenal Ratzinger ayudó a sacar a los teólogos de la liberación de las posiciones más influyentes de la jerarquía eclesiástica. Pero sus ideas no desaparecieron.
Hoy incluso muchos cardenales conservadores de América Latina, como Jorge Mario Bergoglio, de Buenos Aires, hacen de la defensa de los pobres un punto importante de sus ministerios. Óscar Andrés Rodríguez Madariaga, el arzobispo de Tegucigalpa, Honduras, se ha pronunciado a menudo contra la economía ‘neo-liberal' y sus efectos sobre América Latina y sus pobres. Ambos eran considerados importantes candidatos para ser el próximo Papa.
La verdad es que mi madre seguirá siendo una dedicada católica, aunque el Papa ahora sea Benedicto XVI. Pero ir a la iglesia, profesar la fe y trabajar con los pobres puede ser algo más interesante si sus cardenales reunidos a puertas cerradas en la Santa Sede hubieran elegido a un latinoamericano para ser el representante de Dios en la Tierra.

Héctor Tobar es jefe de despacho en Buenos Aires y autor de ‘Translation Nation: Defining a New American Identity in the Spanish-Speaking United States' (Riverhead Books, 2005).

24 de abril de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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