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un oficio divertido


[Ginia Bellafante] Hay que amar un oficio que no tiene punto de llegada.
Entre los críticos culturales que han pasado algún tiempo reflexionando sobre el significado del circo, los payasos son considerados a menudo como descarados anarquistas de los actos teatrales. Campeones de la ropa mal ajustada, los payasos son enemigos del control de los impulsos, adversarios de las órdenes del día. Prosperan con la humillación y encuentran la verdad en la ingenuidad. Se puede decir que los payasos son esa especie de artista ontológicamente reñida con todo lo que es Nueva York.
Y, sin embargo, para algunos jóvenes el sueño de la ciudad no puede ser ignorado, incluso si ese sueño depende de una vida profesional para la que se requiere un enorme nasón de plástico rojo y el gusto de los costalazos.
"Es socialmente divertido", dijo Eric Davis el fin de semana pasado sobre su carrera por vocación, sentado en el porche de la casa victoriana que alquila con amigos en el barrio de Kensington, en Brooklyn. "La gente se sorprende, porque realmente, ¿quién es payaso?"
Davis y la mayoría de sus compañeros de casa son un grupo de efervescentes hombres y mujeres en sus veinte y treinta que decidieron, hace algunos años, transplantarse en masa desde el Midwest a Nueva York, con la ambición de continuar con la obra de los Pierrots y Emmet Kellys del mundo.
En cierto sentido, su historia representa la amplia difusión de la ambición que atrae a la gente a Nueva York y esa peculiar fortuna que a menudo los compele a quedarse.
Hace cinco años, Davis y cuatro amigos -Alex Kipp, Linsey Lindberg, Silas Hoover y Nick Jumara- eran todos de una troupe de teatro que sobrevivían representando personajes en el museo de ciencia para niños de Kansas City, Montana.
Insatisfechos con esos papeles, escribieron y produjeron una versión de ‘Frankenstein', titulada ‘Frankenclown', presentaron un video de ésta al Fringe Festival de Nueva York en 2000, fueron aceptados y se prepararon para pasar aquí un mes o algo así.
"Recuerdo que pensé, bueno, allá tenemos un supermercado de accesorios", dice Lindberg, sentada con sus amigos en el porche. "Así que pensé, ¿por qué no nos llevamos todo y nos quedamos?"
No podían pagar un hotel ni un albergue de la YMCA [Asociación Cristiana de Jóvenes], dijo Lindberg, pero afortunadamente, "el sobrino del socio del papá de una chica tenía un estudio y ahí pudimos alojarnos tres de nosotros". Jumara durmió entre la mesita de café y la televisión durante tres meses.
Finalmente reunieron suficiente dinero para alquilar algo más conveniente y encontraron la casa de Kensington. Tiene tres pisos, está dividida en tres apartamentos y el interior es tan oscuro y abandonado que uno se sorprende de no encontrar letras góticas colgando sobre la puerta. Pero a pesar de la estética Phi Delta, las diabluras no hacen parte de la lengua franca. "¿Tenemos suficientes cáscaras de banana para caernos todos?", preguntó Kipp, retóricamente. "No, no hacemos eso".
No hay chanzas, no hay pintadas de cara improvisadas, no hay juegos de manipulación mental del cartero para hacerle creer que es domingo, cuando es jueves. Los payasos no payasean demasiado, como sabe cualquiera que cultive su compañía. Leen ‘Derrida para principiantes' y fuman como estudiantes avanzados.
"Al principio pasábamos un montón de tiempo juntos", dijo Kipp. "Pero la dinámica del grupo ha cambiado".
Los payasos, como otros muchos neoyorquinos, buscan pareja en su propio oficio. Lindberg y Jumara eran una pareja, pero ella se marchó después de que se separaran.
"Eso creó tensión", dijo Kipp. Por su parte, Davis volvió a encender una relación con Audrey Crabtree, otra payaso de su estado natal de Kansas. Lo precedió en Nueva York por dos años, y ahora comparte con él el apartamento del tercer piso de la casa de Kensington.
Pero hay otros aspectos de la vida que sólo los payasos conocen. "Lo peor es cuando la gente asume que haces cumpleaños", dice Kipp, que se llama a sí mismo Capitán Servilleta, explicando el problema de la imagen profesional en su campo. "Y pasa todo el tiempo".
Las actuaciones de Kipp y sus amigos no son para niños. Él y algunos de los otros en el grupo, estudiaron mimo y danza clásica en L'École Internationale de Théâtre Jacques Lecoq de París, y, sea que actúen solos o colectivamente, como lo hacen en el mundo del teatro en el centro, el punto es proporcionar algún tipo de crítica sociocultural.
Los payasos encontraron trabajo en el Collective: Unconscious Theater en Lower Manhattan, y desde ahí escalaron rápidamente al mundo de Broadway, donde conocieron a sus colegas. "No es un grupo cerrado, pero sí es familiar", dijo Kipp.
Hace algunos años cuatro miembros del grupo de Kensington tenían un espectáculo regular en el Palacio de las Variedades, un teatro en el centro gestionado por la Bindlestiff Family Cirkus para aspirantes a artistas de circo. No marchó muy bien y la empresa cerró.
Davis ha tenido recientemente buenas reseñas por su personaje llamado el Bastardo Rojo, un bufón con un abultado traje rojo de licra. Como un amargado y elitista profesor de danza, Davis puede tratar de fastidiar a su audiencia para que le respondan, o tratar de trepar sobre alguien, como trató la semana pasada, para un grupo de unas 40 personas en el Magnet Theater.
Algunos payasos hablan, otros no. Esa misma tarde, Lindberg representó su carácter Dixie Cup, un payaso que se saca toda su ropa a rayas de gran talla, para quedar colgando en ropa interior, de un trapecio. Para otro personaje, Davis hace de agente de la seguridad interior armada sólo con globos.
Fuera del escenario y en casa, el grupo tiene el hábito de usar el término ‘payaso' como adjetivo y clasificación. "Will Ferrel es un payaso", dijeron todos la semana pasada en el porche. "Lleva todos sus sentimientos a flor de piel; tú sabes que ahí no se puede ocultar nada", dijo Davis, haciendo una observación que probablemente eludió a los que lo conocen como ‘el Locutor'.
"Ted Knight es un payaso", observó Kipp días después. "Rodney Dangerfield es un payaso". ‘Payaso' puede designar un conjunto de ideas o principios; puede designar toda una serie de respuestas emocionales. Ronald McDonald, se entiende rápidamente, no es un payaso.
Lo que parece mantener motivado al grupo a pesar de los obvios obstáculos es la creencia compartida en el oficio de payaso como una especie de forma espiritualmente elevada de conocimiento de sí mismo. Los payasos -o más bien éstos payasos- no hablan como Henny Yougnman o Barney. Hablan como estudiantes universitarios que han leído el Tao Te Ching. El oficio, te dirán, exige estar completamente presente.
La mayoría del grupo son protegidos de Sue Morrison, la directora artística del Institute of Canadian Clowning, y del Centro de Recursos Dramáticos de Toronto, y consultora del Cirque du Soleil, que enseña una técnica del oficio de payaso anclada en la filosofía de los indios americanos. Morrison hace que sus estudiante hagan seis máscaras con los ojos cerrados. Se supone que cada máscara refleja la emoción que está viviendo el estudiante en el momento y el conjunto de máscaras tiene por fin dar forma a una identidad como payaso.
Pero el ejercicio no responde a la pregunta sobre qué puede motivar a una persona joven a convertirse en payaso. Para los payasos de Kensington, la ruta fue invariablemente la actuación o la comedia improvisada. Kipp llegó a los payasos después de desilusionarse con esas formas.
"El payaso no obedece a la convención", dijo Kipp, que era ese día profesor de ética para los empleados del ayuntamiento de Nueva York.
Los payasos, parece, no nacen para las cosas normales. Los padres de Hoover vivían en una comuna antes de convertirse en escritores de anuncios para Amway. Jumara, que sostiene su trabajo de payaso trabajando como cocinero en un restaurante de Clinton Hill, Brooklyn, asistió a una escuela progresista dirigida por su madre, que aceptaba niños incapacitados. "La escuela era esencialmente una escuela de gente que actuaba por impulso y con impulsos muy viables en relación con los sentimientos", dijo Jumara. "Había mucha libertad en todo eso, en actuar impulsivamente todo el tiempo".
Pero, ¿a qué alturas te puede llevar la impulsividad? Davis, cuya larguirucho atractivo es distintivamente poco payasesco, es para alguien de fuera, el más exitoso del grupo. Está pensando aceptar una oferta de trabajo a tiempo completo en el Cirque du Soleil. Probablemente la tomará, dijo, pero últimamente ha pensado que le gustaría colocar su material en una película o en Broadway, como Bill Irwin, la inspiración de muchos en el oficio.
Lindberg está trabajando para ahorrar suficiente dinero para estudiar trapecio en Montreal. "La gente toma el trapecio aéreo tan seriamente", dijo. "Me gustaría incorporar lo que he aprendido como payaso".
Sin embargo, por lo general, los del grupo parecen contentos de trabajar en la intimidad de los teatros del centro.
"Si vas a trabajar de payaso", dijo Morrison, "tienes que saber que no hay punto de llegada".

23 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh


1 comentario

jonathan -

que ondas, yo quiero ser payaso de circo pero, como empezar.
haber si ustedes me dan una ayuda.