Blogia
mQh

vietnam en el pasado


[Amanda Hesser] Con un capitalismo de caja de sorpresas, Vietnam se arrima al mundo moderno.
El desayuno en el Hotel Morin, en Hue, fue un juego de ruleta rusa. Cuando Tad, mi marido, y yo estábamos sentados tomando café vietnamita en el patio, unas nueces de árboles bang cayeron sobre nosotros como bombas en el patio de piedra. Le pregunté al camarero, Dinh, un joven delgado, si alguna vez caían sobre la gente. "Sí", dijo, mostrando su antebrazo y hombro con un encogimiento. "Uno rompió una mesa".
Si no quedas inconsciente, la terraza del Morin puede ser muy agradable, un refugio del agobiante calor del verano y el zumbido de las escúters en el centro de Hue. Pequeños pájaros con brillantes picos amarillos -llamados chim sao- brincan en el patio, recogiendo los restos de comida de nuestra mesa.
"Siguen a los campesinos", nos dijo Dinh. "Teníamos 10. Ahora sólo quedan cuatro o cinco".
"Quizás se marcharon a otro hotel", dijo Tad.
"No", dijo Dinh, tomándolo en serio. "No hay mejor lugar que este".
De momento, es verdad. Pero el Morin, un hito histórico desde 1901, es un hotel de cuatro estrellas y el auge del turismo aquí ha incentivado la construcción de hoteles de cinco estrellas en toda la ciudad. Junto al Morin se estaba construyendo uno de 12 pisos. Le pregunté a Dinh si estaba preocupado sobre la inminente competencia.
"No", dijo, sorprendido. "¿Quién querrá alojar en esa cosa tan alta?"
Durante casi dos décadas, las dos grandes metrópolis de Vietnam, Hanoi y Ciudad de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), han acogido el capitalismo y el mundo moderno. Pero aquí en el centro del país, un cinturón de tierra de unos 65 kilómetros de ancho que actúa como línea divisoria entre el norte y el sur -y que consecuentemente fue terreno de algunas de las batallas más violentas de la Guerra de Vietnam-, los ánimos son menos agresivos. Como vimos en Hue cuando estuvimos aquí el verano pasado, y más tarde cuando nos dirigimos por la Ruta 1, pasando por Da Nang, hacia el antiguo pueblo de pescadores de Hoi An, los cambios son recibidos con una mezcla de deseo y reluctancia.
Los pequeños vendedores siguen vendiendo manojos de incienso de templo reunidos como coloridas escobas. Acicalarse es algo que se hace directamente en la calle, con salones en la acera para limpiarse los oídos y hacerse limpiezas faciales que son realizadas pasando una hebra por la cara del cliente, con pequeños golpes. Y aunque las escúters se han apoderado de las calles incluso en las aldeas, los búfalos de agua no están nunca demasiado lejos.
Pero por cada Dinh contento que encontramos, hay un empresario que no descansará sino hasta que le compres sus artículos. La noche que llegamos, cenamos en el Lac Thanh, un restaurante sobre el que había oído decir cosas buenas. El momento en que nuestros taxi-bicicletas -cyclos- pararon junto a la acera, nos vimos rodeados de camareros del Lac Thanh, así como de dos restaurantes vecinos, todos ellos tirándonos de las mangas e implorándonos: "¡Aquí! ¡Aquí!" Mantuvimos el plan original y fuimos llevados arriba, a un balcón con tres mesas. Las paredes estaban pintados de verde piscina y cubiertas de garabatos de comensales de otros tiempos.
Un hombre chico se acercó a nuestra mesa, con un puñado de monedas. "Hola, ¿de dónde sois?", dijo.
Su voz era rápida y juvenil, y se parecía extraordinariamente a Linda Hunt en ‘El Año Que Vivimos Peligrosamente'. "Tengo bonitas monedas de Vietnam", continuó, agregando que su nombre era Míster Moneda.
"Esta es Miss Scarlet y yo soy el Coronel Mostaza", dijo Tad.
Presintiendo que no vendería nada, se alejó. Luego llegó nuestro camarero, que tomó nuestro pedido y volvió -no con las cervezas que habíamos pedido sino con una pintura de un búfalo de agua que quería que comprásemos.
Vietnam prospera con esta especie de capitalismo de caja de sorpresa. El vestíbulo de Morin funcionaba como una atiborrada tienda de chucherías donde se pueden comprar pinturas, camisetas y joyas. Y en el centro de Hue, lo que parecía ser un salón de belleza de mujeres resultó ofrecer masajes completos como segundo servicio.
(Lo descubrí cuando entré a pedir indicaciones e interrumpí el momento especial de un cliente. Pero nos recomendó amablemente un excelente restaurante: el Chi Teo en la calle de Hai Ba Trung).
Cuando finalmente llegaron nuestras cervezas en el Lac Thanh, empezamos a disfrutar del circo. Cuando llegó una enorme mesa de australianos, Lac, el dueño, saltó a la acción.
Colocó cinco cervezas en un pequeño semi-círculo en su mesa y amarró uno de sus tirabuzones caseros -una tablilla de madera con un sacacorchos saliendo de un extremo- a cada una. Solicitó con las palmas la atención de los comensales y luego, con un golpe de kárate, abrió toda la línea de sacacorchos. Todas las chapas saltaron al mismo tiempo. Los australianos gritaron y aplaudieron, y Lac dio a todos un abridor gratis.
Durante varios días nuestro guía fue Do Ba Dat, un hombre reservado con sosegados ojos negros y pómulos como bollos de hamburguesas. En nuestra primera mañana juntos, nos encaminamos al Río del Perfume -algunos dicen que su nombre, Huong Giang, debería traducirse como Río Fragante- para abordar una estrecha y vieja lancha de madera. Los botes de pesca de bambú atiborraban la ribera del río al otro lado. Los niños se zambullían en el agua desde un islote cercano.
Gia Long, el primer emperador de la dinastía Nguyen ordenó plantar árboles fragantes a lo largo del río a principios del siglo 19, y gran parte de la ribera del río sigue sin tocar, cubierta de hierba. Mientras nos dirigíamos al oeste, Dat no dijo mucho, excepto para mostrarnos una imponente torre moderna en la ribera. "Es una torre de purificación del agua", dijo, orgulloso. (Entretanto, el segundo, sacó unos grabados de búfalos de agua y los ofreció en venta).
Justo cuando la temperatura llegaba a 40 grados Celsius, atracamos más arriba y caminamos hacia la antigua pagoda y monasterio de Thien Mu.
En 1963, un viejo monje de Thien Mu, Thich Quand Duc, se prendió fuego en protesta por las políticas discriminatorias contra los budistas del presidente Ngo Dinh Diem. El Austin azul bebé con el que el monje hizo su fatídico viaje a Saigón es conservado en un edificio público, donde se oxida lentamente junto al cuarto donde comen los monjes. Encima del coche hay una lúgubre foto de Quang Duc sentado en posición de loto, el cuerpo consumido por las llamas. Cerca de él, un extintor.
"Los Boinas Verdes estaban estacionados a 72 kilómetros de aquí", dijo Dat, una de sus muchas, oblicuas referencias a la Guerra de Vietnam (a la que los vietnamitas se refieren como "la Guerra Americana". Dat tenía maneras de maestro de escuela con una pasión por hechos y cifras, y hablaba bien el inglés, con dominio de palabras raras como "magnolia" y "ornamentación". Pero era reservado, casi desafiantemente, y sordo para el humor.
Creció en Hue. Cuando tenía 15, vio a Robert S. McNamara, el ministro de Defensa, pasar por la ciudad en una caravana de automóviles. Recordando el momento, dijo: "La gente siempre se preguntaba si acaso sabía disparar. Pero era un civil muy elegante. Vino de Ford, así que no sabemos si es bueno. Los vietnamitas piensan que alguien de West Point es quizás mejor".
La guerra nunca estuvo muy lejos (en la Ciudadela, que incluía en el pasado un palacio real -una versión a pequeña escala de la Ciudad Prohibida de Pekín-, las murallas todavía están salpicadas de agujeros de bala de cuando la ofensiva Tet, y algunos clubes nocturnos de Hue tienen nombres como ‘Nuevo Apocalipsis'). Pero aunque nadie expresó resentimiento por nuestra intervención de los asuntos del país, nadie quería tampoco hablar demasiado sobre el tema).
Rodeando Hue hay varias tumbas de emperadores, muchas de ellas construidas como retiros veraniegos y, finalmente, entierros. Llegamos a la tumba de Tu Duc, el emperador del siglo 19 que tuvo el reinado más largo -35 años- de la dinastía Nguyen, al mediodía, cuando la temperatura había subido a un nivel que no quiero que se repita nunca. Tu Duc pasaba los veranos en Hue y la caseta junto al estanque donde escribía poesía y se divertía con sus concubinas -"un trabajo aburrido", dijo Dat- todavía se encuentra entre los árboles de frangipani.
Para Duc es uno de los pocos emperadores que dejó órdenes para después de su muerte. En una enorme mesa de piedra cerca de su tumba, Tu Duc se reprocha a sí mismo por haber perdido contra los franceses y por carecer de dirección. Sin embargo, sí que construyó una bonita tumba.
Después, paramos en una de las terrazas a lo largo del canal Dong Ba; están tan apretadas unas junto a las otras que es difícil saber en cuál estás. Bebimos cerbeza Huda, servida con cubos de hielo gigantes, y pedimos un cuenco de chao, unas gachas de gambas y miramos a los cocineros lavar los platos en cubetas, arrojando el agua al canal.
Tras tres días en Hue, salimos temprano para el viaje de un día desde Da Nang a Hoi An, por la Ruta 1 -a veces conocida como la "ruta de los mandarines"-, que se desliza como una vena por Vietnam, desde Hanoi hasta Ciudad de Ho Chi Minh. Viajamos a toda velocidad, cruzando los pequeños teatros de la vida cotidiana de los vietnamitas.
Mientras nuestro coche se hacía camino entre escúters y bicicletas, pasamos a una mujer en sus caderas un non (el sombrero cónico de los campesinos) y leña; a mujeres llevando bebés; tiendas de ordenadores y funerarias; arrozales; pajares para usar como combustible; bungalows y McMansions nuevas protegidos por verjas de hierro. Las aldeas son pequeñas y se las cruza en un suspiro.
Después de dos horas en el camino, empezamos a subir el Paso Nebuloso, un horroroso tramo de 20 kilómetros que marca la división de climas del país, separando al húmedo norte del seco y tórrido sur. En la cima, Dat señaló hacia Red Beach 1 y Red Beach 2, donde desembarcaron las primeras tropas regulares americanas en marzo de 1965. Hacia el este estaba la montaña del Mono, una punta de tierra, y hacia el sur, Da Nang, abrigada por las montañas, colgaba debajo de una franja de niebla. Durante la guerra, Da Nang era llamada la "ciudad bombardeada", porque las tropas comunistas la atacaron por todos lados.
Paramos en Da Nang por la única razón por la que se para en Da Nang: para ver el Museo Cham, en el sur de la ciudad. Las galerías al aire libre están atiborradas de esculturas Cham, la mayor parte de los siglos 9 a 11, que fueron grandes momentos de libertad de expresión.
Apsaras de piedra se doblan seductoras. Hay bustos sobre pedestales. Los leones adoptan poses burlescas, y los gigantes sacuden sus puños. Muchas de las obras fueron reunidas a principios del siglo 20 por el francés Henri Parmentier, y son conservadas, confiadamente, detrás de una valla que podría ser escalada por un niño.
Cuando volvimos a nuestro coche, un hombre que cruzaba la calle fue atropellado por un hombre en un escúter. Dat sacudió la cabeza. "A la gente que cruza la calle sin pensar o mirar les llamamos ‘poetas'", dijo.

Uno de las delicias de Vietnam es el jugo de caña de azúcar exprimido fresco. Al final de la tarde en Hoi An, a unos 27 kilómetros al sur de Da Nang, los cafés a lo largo del río Thu Bon se llenan de gente que bebe cerveza, come tartas de arroz y se tragan galones de jugo de caña, llamado nuoc mia. Sale de las exprimidoras de un verde pálido y turbio con una pelusa de espuma encima. Es dulce, con garra -debido a que es exprimida con pequeñas limas- y agradablemente apagado.
Mientras bebíamos con los demás, miramos los botes en el muelle que desembarcaban sus pasajeros. Más de 60 personas y 40 bicicletas se atiborraban en una desvencijada lancha larga de 10 metros antes de tambalear en el agua. Un hombre con un carromato de helados se instaló cerca. Empezó a sacar grandes pedazos de un enorme bloque de hielo, y luego lo molió con un palo. Luego se fue de vendedor en vendedor, llenando sus enfriadores.
Hoi An es un somnoliento lugar que se atraviesa fácilmente a pie. En un callejón al lado de Phan Boi Chau, vimos a un hombre parado en la mitad de la calle, arrojando ladrillos hacia el segundo piso donde otro hombre los recogía. Estaban construyendo una casa, un ladrillo a la vez. Cuando recorrimos el mercado central una tarde, casi todos los vendedores estaban haciendo la siesta, algunos sobre sacos de arroz, otros con los pies colocados encima de pilas de frijoles secos y pilas de pepinos.
Pero la inevitable reorientación hacia los turistas ha empezado, y es difícil escapar de las muchas y enérgicas modistas de la ciudad. Más de una mujer me cogió del brazo y trató de meterme en su tienda.
Me atraía más Xuan, una modista en Hoang Dieu, que simplemente afichó un letrero en inglés, que dice: "Deje de buscar, ha encontrado a la profesional más honesta, amistosa y no insistente de Hoi An. Ha superado todas las expectativas con su don creativo. Gucci, ¡hazte un lado!"
Son encantadores los edificios históricos de Hoi An, cuya arquitectura fue fuertemente influida por inmigrantes de Japón y China. En el Salón de Actos Fujiano, un centro comunitario de estilo chino, había esculturas del hombre del sol y del hombre de la luna, dos mágicos dioses chinos. En la parte de atrás del salón estaban los altares de las deidades de la belleza, la riqueza y la posición social.
Un grupo de jóvenes con camisetas que decían "Netnam" -el Microsoft de Vietnam-, nos empujaban desde atrás. Estaban ahí para orar a Tan Tai Cong, el dios magnate que determina el futuro económico de la gente. Si las plegarias de un empresario son respondidas, se supone que debe volver para agradecer a la deidad. Si no lo hace, tendrá una muerte segura -o al menos se aislará socialmente.
El grupo Netman me recordó de Phan Thuan An, un viejo académico y una reliquia del Vietnam que se está desvaneciendo, que habíamos conocido antes en Hue. Le habría complacido saber que estos techies conservaban las creencias tradicionales, pero le habría escandalizado ver camisetas en el templo. Thuan An es miembro de la antigua familia real, y su meticulosa documentación sobre el palacio contribuyeron a que la Ciudad Imperial de Hue recibiera la condición de Patrimonio de la Humanidad.
Cuando lo visitamos en su tradicional casa en Hue, llevaba un ai trong, la túnica blanca de dos piezas y pantalones, con un par de zuecos de madera. Nos llevó a dar un recorrido del terreno de su casa de estilo feng shui con un estanque koi en el centro y una mampara de bambú en la parte de atrás. Dentro nos mostró el altar dedicado a sus ancestros en su casa. Estaba lleno de mangos y tartas y los palillos para comer de marfil de su abuela -una cápsula de tiempo en una cápsula de tiempo.
Como muchos en un país que atraviesa por tantos cambios, Thuan An está preocupado por el futuro de Hue.
"Si viene más gente, el ambiente en la ciudad se echa a perder", dijo. "La cantidad de visitantes extranjeros, destruye la vida cultural de nuestra ciudad. Cuando visitan la pagoda, y la Ciudad Imperial, lo hacen con pantalones cortos. No sé qué decir".
En Hoi An, Dat nos contó al fin su propia historia, acompañado de cervezas y wontón frito en un pequeño restaurante, digno del olvido, Wan Lu. Hasta 1975 fue profesor de secundaria, cuando los norvietnamitas ocuparon el gobierno. "La gente que enseñaba literatura e historia fue reemplazada", dijo.
Durante siete años cultivó cacahuetes -"como Jimmy Carter", dijo, alegre-, y luego empezó a enseñar inglés a gente que emigraba a Estados Unidos. Le gustaría visitar Estados Unidos alguna vez.
Le dije lo bonitas que eran los faroles del restaurante -hechos de anillos flojamente enrollados. "Fueron diseñados sobre la base de anillos de granada", dijo Dat, "del tipo que los soldados se cuelgan de los cascos".
Esa noche cayó sobre la ciudad una firme lluvia. Yo estaba segura de que bajaría los ánimos, pero la energía sólo se desplazó. Los cibercafés estaban llenos, los escúters pasaban a toda velocidad y dos fábricas de tejidos por las que pasé funcionaban a última velocidad, los telares castañeteaban incesantes, haciendo eco en las calles de Hoi An -alimentando a los turistas, empujando la economía, entrando al mundo moderno.

28 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh


0 comentarios