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princesa stripteasera en el diván 1


[Keith O’Brien] Lucy Wightman tenía un exitoso consultorio psicológico en South Shore hasta que su pasado se hizo público. Ahora, después de la acusación, la mujer que en el pasado era la más conocida stripteasera de Boston, defiende su segunda vida como terapeuta, y trata de salvar su dignidad.
En noviembre de 2004, Lucy Wightman empezó a recibir mensajes anónimos en su correo electrónico que la amenazaban con revelar la vida que se había forjado como psicóloga en dos afluentes suburbios de Boston. Llevaba, desde todo punto de vista, una buena vida. Su consultorio, South Shore Psychology Associates, había prosperado, primero con una consulta en Hingham, luego otra en Norwell. Aparte de sus pacientes adultos, después de la escuela también la visitaban niños, que eran enviados por pediatras, asesores escolares, y colegas psicólogos. Era bien recibida en todas partes, en parte porque era más tranquila que los psicólogos tradicionales. No llevaba maquillaje, y durante las sesiones con los pacientes, vestía faldas sueltas y suéteres cuello de tortuga. A menudo la acompañaba su perro, Perry. "Con mi hija", dice una madre de Braintree, "fue amor a primera vista".
A los 46, Wightman era una madre trabajadora con dos divorcios a la espalda, que vivía en Hull y no se destacaba sobremanera. A algunos de sus clientes había revelado sólo fragmentos de su colorido pasado -incluyendo un breve noviazgo con el cantante Cat Stevens. Con los años Wightman había tenido muchos oficios, incluyendo el de presentadora de radio, escritora, culturista y agente inmobiliaria. Pero durante casi dos décadas, volvía siempre al trabajo que mejor conocía: el striptease.
Ahora había mensajes hostiles en su cuenta de correo electrónico, amenazando con revelar ese secreto y algunos más. El escritor prometía contar todo a una emisora local, incluyendo que había asistido durante un breve período a una escuela privada para niñas de la que expulsada en 1975 por fumar marihuana, que había sido una famosa como stripteasera en la Combat Zone de Boston y, la más perjudicial de todo, que no tenía licencia para practicar la psicología.
Wightman leyó los mensajes y los archivó. Los detalles oscuros eran correctos; tenían que ser alguien al que conocía. Pero un e-mail en particular le llamó la atención, porque la devolvió a su pasado con toda su impactante gloria. Empezaba con una palabra: "Princesa".

Lucy Wightman era conocida como la Princesa Cheyenne, el nombre artístico que le dio, dice, el dueño de un club de striptease. En los años setenta y ochenta agradecía la notoriedad, pero esa clase de atención no iba a ser buena para su nueva carrera. A principios de 2005, tres meses después de que Wightman recibiera las primeras amenazas, la Princesa Cheyenne estaba de vuelta en las noticias: su historia había sido transmitida en Fox 25 Undercover, como había prometido el escritor de los e-mails. Tres días más tarde, el Departamento de Asuntos del Consumidor y Reglamentación Comercial [Office of Consumer Affairs and Business Regulation] del estado anunció que sus investigadores estaban tratando de determinar, si Wightman, al presentarse como psicóloga, había violado alguna ley.
Luego, el 6 de octubre, el despacho del fiscal general del estado y un jurado del condado de Suffolk, dictaron un severo veredicto. Wightman fue acusada de 26 cargos de delitos graves, 6 por presentar reclamos falsos al seguro médico, 6 por fraude a compañías de seguros, y uno por practicar la psicología sin licencia. Michael Goldberg, presidente de la Asociación Psicológica de Massachusetts y psicólogo en Norwood, lo compara con un cirujano que opera sin una licencia médica.
Pero la mayor sorpresa emergió en el transcurso del proceso: Aunque muchos de sus clientes se sintieron enfadados, decepcionados y engañados tras enterarse de los antecedentes de Wightman, muchos más apoyaron a su terapeuta, diciendo que había hecho exactamente lo que le habían dicho y pagado para que lo hiciera: escuchar y dar consejos. No les importaba que no hubiese completado nunca sus estudios ni sacado una licencia profesional, ni que hubiera comprado su diploma doctoral de una fábrica de diplomas online. Calificaron el juicio de ‘caza de brujas’, un intento de los políticos de explotar el pasado de una ex stripteasera para llegar ellos mismos a primera plana.
Wightman dice que su abogado le ha recomendado guardar silencio mientras se trata su caso. Declinó ser entrevistada para este reportaje, diciendo en un e-mail que había rechazado todas las peticiones: "Oprah tuvo la misma respuesta". Pero el silencio no es exactamente lo que le conviene a Wightman.
Cuando las noticias de la acusación aparecieron en octubre pasado en la bitácora de un vecino, Wightman respondió en su propia bitácora. "En esta historia hay muchas cosas que no se han dicho", escribió. Algún día, aseguró a sus partidarios, comentaría lo sucedido. "Entretanto", escribió justo antes de su comparecencia, llevaría "Talbots o Ann Taylor para mi día en la corte".
Este respuesta -descarada, segura de sí misma- indignó a algunos de sus antiguos clientes. Pero Wightman no había más que comenzado. Lanzó su propia bitácora y la llenó con actualizaciones diversas sobre todo, desde mariquitas hasta leyes (desde entonces, las actualizaciones han sido retiradas). Su período de no conceder entrevistas también fue breve.
"Mi pequeña existencia", me escribió en un e-mail en noviembre pasado, "es realmente un punto de despegue para diálogos más importantes sobre la libertad, el territorio, chivos expiatorios, política, poder y sexo". Poco a poco, empezó a revelarse como una mujer que estuvo cerca de sacar su doctorado en una universidad acreditada, sólo para ser apartada, dice, por su vida como stripteasera.
En cuanto a sus antiguos clientes, algunos están preocupados de que sus vecinos y colegas descubran que han enviado a un hijo problemático a sesiones semanales con una psicóloga sin licencia que era antes una stripteasera. Algunos hablarían con Wightman sólo si pudieran guardarse su identidad. Pero otros dijeron que continuarían viéndola y seguirían pagándole, y que lo harían con agrado. Dicen que ella sabe escuchar y es una buena consejera. Lo que probablemente no saben es que esas son habilidades que aprendió en su carrera anterior.

La Princese Cheyenne era una stripteasera con cerebro. Empezó a bailar en el Naked i Cabaret en la sórdida Combat Zone de Boston a fines de los años setenta. El distrito consumía varias calles cerca del cruce de Washington y Boylston -yuxtaponiéndose en lo que ahora se conoce como el Ladder District- y rebosaba de clubes de striptease, salas de cine pornográfico, librerías para adultos y prostitutas. Incontables mujeres danzaron ahí en esos años, pero sólo había una Princesa Cheyenne.
Durante casi una década apareció no solamente en el escenario sino también en columnas sociales de los diarios y en la radio, como la presentadora de Pregúntenle a la Princesa Cheyenne en la WBCN-FM. Era una celebridad local. Estuvo por un breve período comprometida con Cat Stevens, y durante uno de sus retiros del negocio del striptease en 1982, dijo a los diarios locales que estaba escribiendo un libro sobre su vida, que se titularía ‘Desnuda’. Wightman era guapa. Rubia y seductora, posó para el Playboy en marzo de 1986 como parte de una historia sobre mujeres dj. Era el tipo de atención que no recibe cualquier stripteasera. "Era una auténtica estrella", dice Tom Tsoumas, el dueño y administrador, desde 1979, del club de caballeros Foxy Lady, en Providence, que ha seguido la carrera de Wightman desde hace tiempo y la contrató para bailar en su club a principios de los años noventa.
Pero en un mundo de caras bonitas y cuerpos bien hechos, Wightman se destacaba porque era diferente: Era inteligente, y lo hacía por dinero. Nacida como Louise Johnson en Lake Forest, Illinois, en 1959, estudió en la Escuela Emma Willard, una escuela privada para niñas en Troy, Nueva York. Pero apenas a las seis semanas de comenzado el año escolar, Wightman confesó a la directora que había fumado marihuana en una fiesta. "Esa tarde me volví a casa en el tren, hecha pedazos", escribió Wightman en un e-mail.
A fines de los setenta, empezó a trabajar en el Naked i Cabaret y fue pronto conocida como la stripteasera de los hombres inteligentes. Los clientes se desmayaban. Luego vino la atención. Cuando se casó el 14 de mayo de 1983, con Mitchell Zweibel, hicieron sus votos matrimoniales en la Trinity Church, en Back Bay.
De hecho, fue una idea que ella misma había promovido. Ser una stripteasera, dijo al Boston Herald en octubre de 1985, era como ser una especie de terapeuta. "La gente me pide consejos", dijo. "Supongo que es porque soy honrada". Se veía a sí misma como una versión más joven y sensual de la doctora Ruth.
Wightman se divorció de Zweibel en 1985 y se casó pronto con Donnie Wightman, un agente de policía de Boston. Se mudaron a Hanover. Obtuvo una licencia real como agente inmobiliaria y tuvieron una hija. Pero le dijo al Globe en 1993 que se sentía miserable con su vida sedentaria y que fue entonces que empezó a trabajar en el Foxy Lady y también empezó una breve pero exitosa carrera en el culturismo. Marcy Baskin, una entrenadora personal de Hanover, que se convirtió en amiga de Wightman, recuerda lo duro que trabajaba Wightman en el gimnasio New England Healt & Racquet Club. Ganó dos torneos amateurs de culturismo en 1993 y en 1996 fue entrevistada para la revista Women’s Physique World bajo el titular de: "IQ de 138, Asiento 86".
"Su cuerpo", dice Baskin, "era perfecto". Pero para entonces Wightman estaba dispuesta a volver a reinventarse a sí misma. Y esta vez quería usar su cabeza.

22 de enero de 2006

©boston globe
©traducción mQh

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