Blogia
mQh

nueva clase de recluidos en japón 2


[Maggie Jones] Los chicos se recluyen en sus cuartos, y pueden estar ahí durante varios meses, o años.

A mediados de los años ochenta empezaron a aparecerse por el despacho del doctor Tamaki Saito jóvenes que eran letárgicos y poco comunicativos y que pasaban la mayor parte del día en sus cuartos. "No sabía cómo llamarlos", me dijo Saito un viernes tarde en el Hospital Sofukai Sasaki, en las afueras de Tokio, donde es el director médico. Saito tiene una voz suave, ojos somnolientos y grueso pelo negro que se quita de la frente cuando habla. Durante la última década ha sido el experto reinante sobre los hikikomori de Japón, y los libreros de su oficina están llenos de libros que ha escrito sobre la materia, incluyendo ‘How to Rescue Your Child From Hikikomori’[Cómo rescatar a tu hijo del hikikomori.
"Inicialmente lo diagnostiqué como un tipo de depresión o trastorno de la personalidad, o esquizofrenia", dijo Saito. Pero a medida que fue tratando un número creciente de pacientes con síntomas similares, terminó usando el término hikikomori para designar el problema. Poco después, los medios de comunicación se atacaron al fenómeno, apodando a los recluidos, "la generación perdida", "el millón perdido" y "el último parasitismo social", y convirtiendo el hikikomori en el tema de docenas de libros, artículos de revistas y películas -incluyendo el documental ‘Home’, en el que un cineasta siguió la vida de su hermano recluido. Al mismo tiempo, los hikikomori estaban en las primeras planas debido a crímenes sensacionales, como el secuestro de una niña de nueve, que un recluido retuvo en su cuarto por casi una década.
Sin embargo, en realidad la mayoría de los hikikomori están demasiado atrapados por la inercia como para salir de sus casas, mucho menos como para cometer crímenes violentos. En lugar de eso, es más probable que sufran de depresión o de trastorno obsesivos-compulsivos. En algunos casos estos problemas psicológicos conducen al hikikomori. Pero a menudo son síntomas -una consecuencia de pasar meses enjaulados en sus cuartos y dentro de sus cabezas. Un hikikomori se daba varias duchas al día y llevaba guantes tan gruesos como los de los astronautas para protegerse de los gérmenes (finalmente se unió a un programa, desechó los guantes y consiguió un trabajo), mientras otro restregaba los azulejos en la ducha de la casa durante horas cada vez. "Nuestra cuenta del agua era diez veces más alta de lo normal", me dijo su hermana. "Es como si estuviera tratando de sacar la suciedad de su cabeza y de su alma".
Saito, que ha tratado a más de mil pacientes de hikikomori, considera el problema en gran parte como una enfermedad familiar y social, causada en parte por la interdependencia de padres e hijos japoneses y la presión que hay sobre los niños, los mayores en particular, para sobresalir en los estudios y en el mundo laboral. Los hikikomori describen a menudo años de clases rutinarias seguidas de tardes y noches de escuelas de estudios intensivos atiborradas a fin de prepararse para los exámenes de admisión en la escuela secundaria o en la universidad. Los padres de hoy son más exigentes, debido a que la tasa de nacimientos de Japón está disminuyendo, lo que significa que tienen menos hijos en los que depositar sus esperanzas, dice Mariko Fujiwara, director de investigación en el Instituto Hakuhodo de Vida y Supervivencia de Tokio.
Si un niño no sigue la ruta hacia una universidad de elite o una empresa de alto nivel, muchos padres -y por extensión, sus hijos- lo consideran un fracaso. "Después de la Segunda Guerra Mundial", me dijo Fujiwara, "los japoneses sólo conocieron un cierto tipo de futuro como asalariados, y ahora carecen de la imaginación y creatividad para pensar en el mundo de una manera novedosa".
Esos asalariados de después de la Segunda Guerra Mundial que trabajaban tan incansablemente eran al menos recompensados con la seguridad de un empleo de por vida. "En mi juventud era simple: ibas a la secundaria, y luego a la Universidad de Tokio", dice Noki Futigami, de Nuevo Comienzo, refiriéndose a la universidad más prestigiosa del país. "Y luego tenías un empleo en una empresa importante. Ahí es donde crecías. La empresa se encargaba de ti durante el resto de tu vida". Ahora su lugar lo ocupa una economía global más magra que exige un tipo de habilidades -pensar independientemente, comunicación, espíritu empresarial- que muchos padres y escuelas no enseñan. Los niños pasan sus vidas de jóvenes en un sistema educativo que los prepara para un sistema laboral que está marchito, dejando a muchos con sentimientos de ser inadaptados y paralizados.
Muchos hikikomori también dicen haber pasado años miserables en escuelas donde no querían o no podían adaptarse a las normas. Eran intimidados por ser demasiado gordos o demasiado tímidos o incluso por ser mejor que los demás en deportes o música. Como dice el dicho japonés: "A los clavos que sobresalen, se los vuelve a clavetear". Un hikikomori fue víctima de intimidaciones en su quinto año porque se destacó en el béisbol sin haber jugado tanto tiempo como el resto de sus compañeros de equipo. Su padre admitió que no hacía nada para ayudarlo. "Le dijimos que era asunto suyo. Pensábamos que era más fuerte de lo que era". Fujiwara dice que los padres urbanos japoneses llevan vidas cada vez más aisladas -alejados de sus familias extendidas y de las estrechas comunidades de generaciones anteriores- y simplemente no saben cómo enseñar a sus hijos a comunicarse y negociar relaciones con sus compañeros.
En otras sociedades, la respuesta de muchos jóvenes sería diferente. Si no se adaptan a la mayoría, podrían ser miembros de una pandilla o convertirse en góticos o ser parte de alguna subcultura. Pero en Japón, donde la uniformidad es todavía elogiada y la reputación y la apariencia exterior son todavía lo más importante, la rebelión adopta formas sordas, como el hikikomori. Todo impulso que pueda tener un hikikomori para aventurarse en el mundo exterior y tener una relación romántica o sexual, por ejemplo, es anulada por su auto-aversión y la necesidad de cerrar la puerta, de modo que sus fracasos, reales o percibidos, queden ocultos al mundo. "La juventud japonesa es considerada la más segura del mundo debido a lo bajo de la tasa de criminalidad", dijo Saito. "Pero creo que se relaciona con el estado emocional de la gente. En todos los países, la gente joven tiene problemas de adaptación. En la cultura occidental, hay gente sin techo o drogadictos. En Japón, son problemas de apatía, como el hikikomori.
Un viernes por la tarde no hace mucho, Yoshimi Kawakami estuvo esperando en una puerta cerca de Tokio. Ha ocurrido en la nieve en Tokio y en el calor de las tardes de los veranos de Tokio. Ha estado esperando durante dos horas o más, con la esperanza de esta vez de que responderán.
Es parte de ser una "hermana de alquiler", como se conoce a las terapeutas de Nuevo Comienzo. Las hermanas de alquiler son a menudo el primer punto de contacto de los hikikomori y su ruta de regreso al mundo exterior. (También hay unos pocos hermanos de alquiler, pero "las mujeres son más suaves, y los hikikomori responden mejor con ellas", me dijo una terapeuta).
La relación empieza usualmente después de que un padre llama por teléfono a Nuevo Comienzo y fija consultas y visitas de rutina de la hermana de alquiler, que cuesta unos ocho mil dólares al año. La hermana de alquiler escribe entonces un carta al hikikomori presentándose a sí misma y al programa. "Nunca la lei; lo tiré a la basura", dijo Y.S., el joven de 28 de la sonrisa tímida al que encontré en la comida informal en Nuevo Comienzo. Cuando Kawakami llegó a su casa en Chiba cerca de Tokio por primera vez, Y.S. abrió la puerta de su dormitorio lo suficiente para decirle: "Por favor, márchese".
Es el típico primer encuentro. "Solamente hablamos a través de la puerta", dijo Kumi Hashizume, terapeuta de Nuevo Comienzo. "Y les cuento de nuestros intereses y pasatiempos. Responden muy rara vez. Y si hablan, lo hacen muy estresados". Pasan meses antes de que un hikikomori abra su puerta y meses más antes de que se aventure fuera con una hermana de alquiler, al parque o a ver una película. El objetivo es finalmente que se inscriba en Nuevo Comienzo y viva en las residencias del programa y participe en sus programas de adiestramiento laboral en una guardería, una cafetería y un restaurante.
Y.S. no sería uno de los casos más fáciles de Kawakami. En su segunda visita, Y.S. se volvió negar a abrir la puerta. "Le dije que estaba nevando y que tendría que pasar la noche fuera, a menos que saliera a hablar conmigo", recuerda. Kawakami, que tiene 31 años y lleva una minifalda de niña, plataformas blancas y sombra de ojos verde mar, exhibe maneras juguetonas, cariñosas, con pacientes hikikomori, como si fuera la hermana mayor pinchando a un hermanito testarudo. "Ese día salió y se sentó en la salita, tieso, durante dos horas mientras yo y otra persona de Nuevo Comienzo le hablábamos durante dos horas sobre nosotros y el programa", me dijo, a través de un intérprete. A la quinta visita, Y.S. todavía no le hablaba. Así que Kawakami le pidió que escribiera una carta sobre sí mismo. Y.S. ya no recuerda qué escribió, pero sí Kawakami: le habló de su cumpleaños y de que le gustaban los modelos de coches. Escribió: "No creo que la situación sea buena, pero no sé cómo resolverla. Esta puede ser la ocasión de cambiarla. Pero no sé si puedo". Cuando Kawakami le pidió que creara un coche para unos niños de una guardería, se lo entregó dos semanas más tarde meticulosamente detallado y pintado. "Parecía tan complacido", dijo ella. "Era como si nadie le hubiera pedido nunca que hiciera algo por alguien. Estaba todo el día sentado en su cuarto, donde nadie esperaba que hiciera nada, y no hacía nada para demostrar lo que valía". Sus visitas continuaron todas las semanas de por medio durante seis meses y estimuló a Y.S. a plantearse el objetivo de salir de su casa antes de su próximo cumpleaños. Un día antes de cumplir 28, puso dos cajas en el coche de Kawakami, e hicieron el viaje de dos horas hacia Nuevo Comienzo.
Ahora, cuatro meses después, Kawakami estaba frente a la casa de un nuevo cliente, un ex estudiante de ingeniería de 26 años llamado Hiroshi, el que por razones poco claras para sus padres y Kawakami había dejado de ir a la universidad hace dos años. Sale ocasionalmente -nadie sabe dónde-, especialmente, parece, cuando debe venir Kawakami.
Aunque el estereotipo de un hikikomori es el de un hombre que nunca sale de su cuarto, muchos recluidos se aventuran una vez al día o a la semana a un konbini, como se conoce a las tiendas que abren las 24 horas en Japón. Allá, un hikikomori puede encontrar un platos preparados para el desayuno, almuerzo y cena, lo que significa que no tiene que depender de su madre para cocinar, y no tiene que sufrir la idea de comer en público. Y para un hikikomori, que tienden a vivir con el día invertido, despertando al mediodía y yéndose a dormir en las primeras horas de la mañana, el konbini es una opción nocturna segura y anónima: el cajero no habla, y los trabajadores en sus trajes y los escolares con sus uniformes -recordatorios de la vida que el hikikomori no está viviendo- están durmiendo en casa.
Konbini es sólo una de las cosas que facilitan la vida de un hikikomori. No son la causa de ellos, del mismo modo que no lo son la televisión y los ordenadores y los videojuegos de los que dependen para llenar las horas de tedio. Pero si los objetos pueden ser ‘habilitadores’, para usar un término del lingo de la recuperación, entonces la tecnología moderna sería uno de ellos, como son los konbini, donde los hikikomori, como animales nocturnos, cogen lo que necesitan para alimentarse en sus vidas reclusas y volver rápidamente a casa antes de que las luces del alba se enciendan y reaparezca el mundo del trabajo.
De vuelta en casa de Hiroshi, nadie sabía si estaba en una tienda o en algún otro lugar ni cuándo volvería. "Le dije que vendrías esta semana, y ha estado saliendo todos los días", dijo Mieko, su madre, al saludar a Kawakami en la puerta. Mieko y su marido, Kazuo, son padres de cuatro hijos mayores, y están todavía tratando de saber cómo sacar al mayor de casa. Hiroshi habla rara vez con ellos, y aunque su dormitorio está a cinco metros de la cocina, en los últimos dos años ha cenado con ellos sólo en dos ocasiones. A Mieko le encantaría cocinar tres veces al día para él, si él las comiera. "Es muy difícil para una madre", dijo. De vez en cuando encuentra cajas de habas de soja fermentadas en el cubo de la basura: un indicio de que está comiendo.
Esa tarde, en la mesita de comedor, Mieko y Kazuo presentaron unas teorías sobre la reclusión de Hiroshi. Él se avergonzaba de una presentación oral en la facultad; sentía que lo había hecho muy mal. Ella y su marido esperaban un montón de él -"quizás demasiado", dijo Mieko. Hiroshi era inteligente, pero ellos no lo celebraban ni expresaban afecto. Y lo obligaron a asistir a una escuela secundaria que no le gustaba. "Lo obligamos a estudiar mucho", dijo Mieko. "Y después de eso nuestra relación no fue nunca buena".
Mientras hablaba, se cerró la puerta de entrada y Hiroshi pasó furtivamente por el comedor y desapareció en su dormitorio. Mieko levantó las cejas y miró a Kawakami, que suspiró hondo y lo siguió.
"¡Sabía que vendría y te fuiste!", lo provocó, mientras se sentaba en una estera de tatami frente a él. Hiroshi es alto y flaco, se viste con pantalones de tela burda y zapatos de lona y una camisa de botones, con las mangas enrolladas sobre los codos. Se agachó en el piso y parecía distraído, como si llegase de algún lugar importante y tuviera igualmente una cita importante dentro de poco.
Para normas japonesas, su cuarto era enorme, con una padre de delicadas pantallas de shoji que daban a un jardín con rocas. Pero era difícil imaginar qué hacía allí todo el día. No habían pilas de mangas, los populares cómics japoneses, ni DVDés, ni juegos de ordenador, cosas que se encuentran en la mayoría de los hikikomori. La televisión estaba rota, y su ordenador no tenía disco duro. Había algunos papeles en su escritorio, incluyendo un boletín de Nuevo Comienzo que había llevado Kawakami en su última visita. De otro modo, la única evidencia que había de que era un hikikomori eran hoyos en la pared -todos del tamaño de su puño. Los recluidos a menudo golpean las paredes en accesos de ira o de frustración con sus padres o sus vidas. Es un acto que parece un intento de infundir sentimientos en una vida letárgica.
"¿Te quedas en el cuarto todo el día? ¿Qué haces?", picó Kawakami a Hiroshi.
Hiroshi desvió la mirada y dobló las piernas por debajo.
"No sé lo que hago. Nada importante. ¿Es muy malo quedarse en el cuarto?"
Le dijo que quería que visitara el Nuevo Comienzo. ¿La próxima semana?, propuso ella. ¿O la semana después? Él no dijo que no, pero tampoco aceptó. En lugar de eso, se restregó los ojos, desenrolló las mangas de la camisa, volvió a cruzar las piernas. Miró por la ventana, luego el techo, volvió a mirar a Kawakami antes de volver a desviar la mirada. Era como un pájaro atrapado, pero curioso sobre ella, y también, parecía, asustado y ansioso por echarse a volar.
Sin embargo, Hiroshi se relacionó con ella y estaba interesado. El intercambio entre ellos fue muy diferente del que vi el día anterior entre Hajime Kitazawa, un hermano de alquiler, y un cliente llamado Eisuke, al que había visitado todas las semanas durante cinco meses. Eisuke había estado recluido durante cuatro años y rara vez respondía con más de una o dos palabras. El gran paso adelante se produjo un día cuando Eisuke encendió su PlayStation 2 y puso un joystick -una invitación a jugar. Pero Kitazawa perdió terreno cuando le preguntó sobre sus planes para el futuro. Eisuke no habló ni hizo contacto de ojo con él durante más de 30 minutos. "Dejé caer el tema", dijo Kitazaqa. "Volvimos a jugar y entonces empezó a reaccionar otra vez".
De vuelta en el cuarto de Hiroshi, la misma pregunta no parecía demasiado arriesgada. "No sé qué es lo que me gustaría hacer", dijo. "Es por eso que tengo problemas. Perdí la oportunidad. Estaba en la facultad mientras todo el mundo estaba trabajando. Si hubiera ido a trabajar, habría estado bien".
Hiroshi no dijo por qué habría sido mejor si trabajara o por qué a los 26 era demasiado tarde como para comenzar una carrera. Sólo dijo que no saldría de casa "sino hasta que sepa qué quiero hacer exactamente". Es típico del modo de pensar de los recluidos: mejor quedarte en tu cuarto que correr el riesgo de aventurarse en el mundo y fracasar.
Cuando volvía a la estación de trenes esa noche, sin embargo, Kawakami dijo que pensaba que Hiroshi visitaría el Nuevo Comienzo dentro de poco, aunque un 30 por ciento de los clientes de las hermanas de alquiler no salen de sus cuartos y otro 10 por ciento de los que se inscriben en un programa eventualmente vuelven a sus vidas de reclusos. "Normalmente limitamos nuestras visitas a un año, pero si vemos progresos, seguimos volviendo", dijo una terapeuta. Una hermana de alquiler visitó a un chico de 17 durante más de 18 meses antes de que él finalmente se inscribiera en el programa. Y en uno de los casos más extremos, Takeshi Watanabe, de la Academia de Salud Mental de Tokio, asesoró a un hikikomori durante 10 años -500 visitas- hasta que lo persuadió de que saliera de su casa. Desde entonces terminó sus estudios en la universidad, trabaja media jornada y el verano pasado pasó las vacaciones en España.

15 de enero de 2006

©new york times
©traducción mQh

rss

1 comentario

Lic. Sonia Almada -

HIKIKOMORI EN ARGENTINA
La Lic. Sonia Almada,Psicóloga, Directora de ArAlma Centro Asistencial de Salud Mental en Argentina, Buenos Aires. Comenzó hace algunos años a recibiren su consulta jóvenes apáticos que llevaban años encerrados en sus cuartos.Por el momento lleva recuperados 27 casos en Buenos Aires y parece ser una epidemia en este país

Ha encontrado intuitivamente una forma de recuperarlos que luego ha configurado de manera rigurosa. Los visito en su domicilio y luego de la salida los atiende en su consultorio. En este momentoescribe un libro y cursos a psicólogos para entrenarlos acerca de este Síndrome Las condiciones son distintas en Argentina que en Japón pero el trastorno se presenta de igual manera.
La preocupación aumenta por la psibilidad que sea una epidemia como fue la anorexia en occidente en los 90.
Asi mismo en el Centro ArAlma Almada y sus colaboradores llevan adelante una investigación acerca de los efectos de la tecnología en los adolescentes, factor de fundamental importancia en este país en el Trastorno por Autoencierro o Hikikomori


aralma@aralma.com.ar

salmada@aralma.com.ar

www.aralma.com.ar