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héroe en la cárcel


[Ralph Blumenthal y Dan Frosch] Agente que es considerado un héroe debe ir a prisión.
Cloudfort, New Mexico, Estados Unidos. El sargento Billy Anders sabía que algo estaba terriblemente mal. Las frescas manchas de sangre fuera de la cabaña junto a la carretera, el coche de tres puertas con la puerta de atrás abierta y el instinto que había adquirido como poli de gran ciudad en San Antonio le dijo que debía estar alerta.
Tenía razón.
Lo que pasó en los siguientes minutos esa gélida noche de diciembre de 2004 dejaría a dos hombres muertos, una comunidad conmocionada y al sargento Anders, un apreciado sheriff local a punto de jubilarse, acusado de matar a un detenido con las manos esposadas. Una grabación de video hecha por la cámara del propio coche patrullero del sargento es el impertérrito testigo.
Que la víctima fuera un racista blanco y ex convicto, Earl Flippen, que acababa de matar a su novia en cinta y al colega del sargento Anders, y que había lanzado una ráfaga de balas junto a la hija de 3 años de su novia y no le dio al sargento Anders por una cuestión de milímetros, no viene al caso.
El sargento Anders, que fue condenado a un año de prisión después de que se declarara culpable de homicidio voluntario con arma de fuego, dice que tiene problemas para recordar lo que pasó pero que disparó para salvarse a sí mismo y a la niña.
"Recuerdo que él se estaba moviendo y yo lo consideré una amenaza", dijo en una incoherente entrevista. "No recuerdo que le haya disparado cuando estaba esposado".
Sin embargo, el sargento Anders, que fue sentenciado el 3 de marzo, con ocasión de su cumpleaños número 63, dijo: "Soy una persona razonable; no puedo discutir con ese video. Si actué mal, asumo la responsabilidad".
El sargento habló el 9 de marzo mientras se hacía camino a través de la pintoresca arcada comercial de madera de Cloudcroft, saludado por sus partidarios. [Empezó a cumplir su sentencia el 10 de marzo].
El caso ha devastado a este cerrado pueblo fronterizo de casi 2.500 metros sobre el desierto de pruebas atómicas de Alamogordo, donde los choferes dicen que no necesitan usar su señalización, porque todo el mundo sabe quién está yendo adónde.
Para muchos el sargento Anders es un héroe, y sus partidarios han reunido 50 mil dólares para pagar a sus abogados.
"En lo que a mí concierne, Billy nos hizo un favor a todos", dice Charliss Randall, que trabaja en la tienda de regalos Copper Buttlerflfy. Flippen ya había matado a su novia, observó Randall, y agregó: "¿Tenía que matar a otros más?"
Los empleados de emergencias que se apresuraron en llegar a la cabaña esa noche dicen que el sargento Anders les salvó la vida. "Estoy convencido de que si él no lo hubiera eliminado, Flippen habría empezado a atacarnos", dice Grady McRight, ex jefe de bomberos voluntario, frente a la sala del tribunal.
Pero el fiscal de distrito, Scot D. Key, dijo que no tenía alternativa: "Por supuesto, cuando tienes un video que muestra claramente una ejecución policial, eso exige un juicio".
Si el sargento Anders no hubiese accedido a declararse culpable, dijo Key, los fiscales federales, preocupados de la posibilidad de que fuese absuelto por un jurado del estado, estaban dispuestos a juzgarlo según las leyes de protección de los derechos civiles, que lo podían mandar a la cárcel para toda la vida. Su admisión de culpabilidad implicaba una sentencia por un máximo de siete años; la pena que le impuso el juez, es la menor posible.
En realidad, dijo el sargento Anders, esa noche del 18 de diciembre de 2004 él no debería haber estado de servicio. Era su onceavo aniversario de bodas, y tenía gripe estomacal. Pero cuando llegó un llamado al 911 sobre una riña y disparos que se habían oído a 16 kilómetros al este de Cloudcroft, insistió en acompañar a su colega y amigo, el alguacil Robert Hedman.
La llamada los llevó a una cabaña alquilada por Flippen, 38, un delincuente profesional cuyos tatuajes de "orgullo blanco" proclamaban que era miembro de la Hermandad Aria.
Poco antes de que se acercaran los alguaciles, Flippen había matado a balazos a su novia de 30, Deborah Rhoudes, con ocho meses de embarazo, y había envuelto su cuerpo en una alfombra para cargarla en su coche. También estaba allí Victoria, la hija de 3 años de Rhoudes.
En la entrevista del 9 de marzo, que empezó en la cabaña, ahora clausurada, el sargento Anders vio a Flippen, sin camisa, impidiéndoles la entrada a los dos agentes, explicar que las manchas de sangre que tenía eran de un venado que había matado, para luego cerrarles la puerta en las narices. El sargento Anders pidió refuerzos por radio, mientras el alguacil Hedman se acercaba a la puerta de atrás de la cabaña.
Cuando oyó un balazo en que venía de la parte de atrás, el sargento Anders corrió hacia allá. Pero Flippen, que en la oscuridad había escapado sin ser advertido por la puerta principal con Victoria, se asomó desde detrás del coche y disparó con su Magnum Peacemaker .357 contra el sorprendido sargento, que estaba apenas a unos metros de distancia.
"Sentí como si me hubieran disparado en la cara con un cañón de la Guerra Civil", dice el sargento Anders. "Pensé que me había volado la parte izquierda de mi cabeza". En realidad, la bala había traspasado su chaqueta, chamuscando su brazo izquierdo.
En sus 31 años como agente de policía, dijo, no había disparado nunca con su arma de servicio, pero entonces apretó cuatro veces el gatillo de su semi-automática Glock, impactando a Flippen en la frente y en el brazo y mano izquierda.
A partir de ese momento, los recuerdos del sargento y el video empiezan a diferir. Repitiendo lo que había dicho a los detectives, dijo que recordaba haber visto a Flippen retorciéndose en el suelo, que la Magnum estaba al alcance de su mano y que le disparó al cuerpo. Después, dijo, retiró el arma de su alcance y le puso las esposas.
Pero el video y el audio del micrófono del cuerpo del sargento cuentan otra historia. Después de derribar a Flippen, el sargento Anders le pone las esposas mientras Victoria, al que Flippen está ayudando a levantarse, gime una y otra vez: "¡No mates a mi papi!"
El sargento Anders dice: "No le voy a disparar, tesoro. Échate hacia atrás".
Le dice a Flippen: "No te muevas" y corre hacia la parte de atrás de la casa, gritando: "¡Bob! ¡Bob!" Encuentra el cuerpo de su colega -doblado sobre la verja, una bala en la cabeza- y gimotea: "¡Oh, Dios mío, Bob!"
Luego vuelve hacia Flippen, empuja a la niña hacia dentro y dispara contra Flippen, un balazo en el pecho.
El siguiente agente de policía en entrar en escena, Terry Flanigan, dijo que había encontrado al sargento Anders prácticamente catatónico en su coche. Encontró el cuerpo de Rhoudes "metido en un tacho de basura del tamaño de un armario" y a la niña, que tenía heridas menores de fragmentos de bala, llorando y diciendo que su hermanita estaba todavía en la casa. Los agentes se dieron cuenta más tarde de que se refería al bebé nonato de su madre.
Cuando los detectives mostraron el video al sargento Anders tres días después del incidente, parecía asombrado. No recordaba haber disparado contra Flippen después de haberlo esposado.
"Recuerdo que tenía miedo", dijo, de acuerdo a una transcripción de entrevistas con los detectives. "Recuerdo que estaba preocupado por Bob. Recuerdo a la niña que estaba llorando y asustada. Pero, Dios mío, eso no lo recuerdo".
Más tarde, cuando el sargento Anders fue acusado y se entregó, el sheriff del condado de Otero, John Blansett, un coloso de hombre y despreocupado, se echó a llorar.
Quince meses después del tiroteo, el caso todavía escuece a Cloudcroft, no sólo por la muerte del alguacil Hedman, sino también de preocupación por el sargento Anders y por la comprensión de las infernales circunstancias de esa noche.
Según todas las declaraciones de las vistas para la sentencia, el sargento Anders era más que un excelente agente. Era un ciudadano modelo conocido por su calidez y por usar el humor para distender situaciones peligrosas.
"Billy es uno de los polis más capaces y más compasivos que hemos tenido", dice Willie Walker, un ex colega del Departamento de Policía de San Antonio, donde el sargento Anders fue durante 23 años agente de patrulla y comandante de un equipo de operaciones especiales antes de retirarse como capitán y mudarse a Cloudcroft con su esposa, en 1998.
Cuando el sargento Anders hizo unas rondas para despedirse en Cloudcroft el 9 de marzo, los vecinos le desearon lo mejor. Un hombre con un sombrero de vaquero le dio unas palmadas en la espalda, lo abrazó fuertemente y le dijo: "Estamos contigo, hermano".

17 de marzo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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