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guerra entre hermanos


[Katy Butler] El oculto mundo de la violencia entre hermanos. Más allá de la rivalidad.
Desde la infancia, y hasta que llegó al umbral de la adultez, las golpizas que sufrió Daniel W. Smith a manos de su hermano mayor eran cualitativamente diferentes a la normal rivalidad entre hermanos. Rara vez se empujaban en el asiento trasero del coche familiar peleando sobre quién estaba aplastando a quién, o pelearon por un carro de bombero de juguete.
En lugar de eso, contó Smith en una entrevista, su hermano Sean le aplicaría una llave al cuello y le pegaría repetidas veces.
"Resistirse era peor, así que dejaba que me pegara y se le pasara", dijo Smith, que es 18 meses menor que su hermano. "¿Qué podía hacer? ¿Adónde podía ir? Yo tenía diez años".
Hablar solamente de impotencia e intimidación, sin embargo, es simplificar innecesariamente un complejo vínculo. "Jugábamos a las bases con los niños del vecindario y salíamos juntos a explorar el bosque, como si fuéramos amigos", dice Smith, que tiene ahora 34 años y es profesor de literatura en la Universidad del Estado en San Francisco. (Sean murió de un infarto hace tres años).
"Pero siempre había tensión", dice, "porque las cosas se podían echar a perder en cualquier momento".
Los hermanos han estado dándose de puñetazos desde que Dios se puso a hacer favoritismos con Caín y Abel. Las peleas entre hermanos que casi terminan con muerte -sobre propiedades, privacidad, prerrogativas y el amor de los padres- son parte de muchas historias bíblicas, mitos, cuentos y leyendas familiares.
En el Génesis, los envidiosos hermanos mayores de José lo despojan de su pelliza de colores y lo arrojan a un pozo en el desierto. Brutales escenas de violencia entre hermanos dominan el capítulo inicial de la novela ‘Al este del Edén’ [East of Eden], de John Steinbeck, y en el cuento ‘En terreno vedado’ [Brokeback Mountain], de Annie Proulx, el vaquero Ennis del Mar habla de un hermano mayor que "me pegaba todos los días hasta dejarme atontado".
Esta casual, íntima violencia puede ser tan suave como una sesión de empujones y tan salvaje como un ataque con un bate de béisbol. Es tan común que es casi invisible. Los padres a menudo la ignoran, provisto que no muera nadie; los investigadores la estudian rara vez; y muchos psicoterapeutas consideran sus manifestaciones más suaves como parte normal del proceso de crecimiento.
Pero hay crecientes evidencias de que en algunos casos, la guerra entre hermanos se convierte en abusos que son inescapables, repetidos e emocionalmente desgarradores.
En un estudio publicado el año pasado en la revista Child Maltreatment, un grupo de sociólogos constató que un 35 por ciento de los niños habían sido "golpeados o atacados" por un hermano el año anterior. El estudio se basaba en entrevistas telefónicas con una muestra nacional representativa de 2.030 niños o tutores.
Aunque algunos de los ataques fueron efímeros e inofensivos, más de un tercio inquietaban.
De acuerdo a un análisis preliminar de datos inéditos del estudio, un 14 por ciento de los niños fueron atacados repetidas veces por un hermano; 4.55 por ciento fueron golpeados de tal manera que quedaron con lesiones como rosetones, cortes, dientes astillados y ocasionalmente un hueso roto; y un 2 por ciento fueron golpeados por hermanos o hermanas con piedras, juguetes, el palo de la escoba, palas e incluso cuchillos.
Niños de edades de 2 a 9 que fueron atacados repetidamente tenían dos veces más probabilidad que otros de su edad de mostrar síntomas graves de traumas, ansiedad y depresión, como insomnio, ataques de llanto, ideas de suicidio y miedo a la oscuridad, sugieren datos no publicados del mismo estudio.
"Son formas muy graves de reacción a la violencia entre hermanos", dice David Finkelhor, sociólogo del Laboratorio de Investigación Familiar de la Universidad de New Hampshire, el autor jefe del estudio, que sugiere que a menudo se la minimiza.
"Si yo golpeara a mi esposa, nadie tendría problemas en entender que se trata de una agresión o de un acto criminal", dice el doctor Finkelhor. "Cuando un niño hace lo mismo a un hermano, exactamente el mismo acto será interpretado como una riña, una pelea o un altercado".
En el estudio de Finkelhor, los ataques de hermanos fueron igualmente frecuentes entre niños de todas las razas y grupos socioeconómicos; fueron más frecuentes entre niños de 6 a 12, ligeramente más frecuentes en niños que en niñas y se reducen gradualmente a medida que los niños entran en la adolescencia.

Por violento que sean los conflictos entre hermanos humanos, son rara vez fatales, al contrario de lo que ocurre entre pájaros y un montón de otros animales.
El asesinato de hermanos es común entre pájaros depredadores, entre ellas las águilas rapaces, los pelícanos pardos y las gaviotas. Una ave marina del Océano Pacífico conocida como el alcatraz de patas azules picotea a sus hermanos y los saca del nido, tras lo cual mueren de hambre mientras sus padres miran indiferentes. Una garza nocturna de cresta negra de Minnesota fue vista dos veces tragándose la cabeza entera de un hermano menor hasta que quedó lacia y parecía muerto. Los tiburones toro bacota se comen unos a otros cuando todavía están en el vientre.
Los lechones nacen con un conjunto de dientes afilados temporales para atacar a sus hermanos en la lucha por las tetillas frontales de la madre; los enanos empujados a las tetillas traseras mueren a veces de hambre debido a que producen una leche muy magra.
En la Llanura de Serengeti, en Tanzania, cachorros de hiena manchada, que normalmente nacen en pares, se muerden y tironean unos a otros casi desde el momento en que salen del vientre. Cuando la leche de la madre es magra, las peleas a menudo terminan con la muerte de uno de los cachorros debido a las heridas o a la malnutrición -especialmente, curiosamente, si los cachorros son del mismo sexo.
Los bebés animales, dicen los investigadores, pelean fundamentalmente para establecer dominancia y competir por alimentos escasos. Los niños humanos, por otro lado, luchan no sólo por quedarse con el cuenco de helado más grande sino también sobre quién decide qué juegos jugar, quién controla el mando, quién friega los platos, quién empezó y a quién quieren más.
Pocos expertos concuerdan en cuanto a la dimensión de los maltratos entre hermanos, o dónde termina el conflicto y empiezan los abusos entre hermanos. Se lo estudia rara vez: sólo se han producido en los últimos 25 años dos importantes estudios nacionales, un puñado de artículos académicos y algunos libros especializados. Y es tan fácil de exagerar como de minimizar.
En 1980, cuando el sociólogo Murray Straus, de la Universidad de New Hampshire, publicó su ‘Tras puertas cerradas’ [Behind Closed Doors], un revolucionario estudio nacional sobre la violencia familiar, concluyó que las relaciones entre hermanos constituían el vínculo más violento que conocían los seres humanos. A juzgar estrictamente por los golpes, tenía razón: el doctor Straus y sus colegas encontraron que el 74 por ciento de una muestra representativa de niños habían sido empujados o golpeados en el año y un 42 por ciento había pateado, mordido o pegado a un hermano o hermana. (Sólo un 3 por ciento de los padres había atacado a un niño con ese nivel de violencia, y sólo un 3 por ciento de los maridos habían atacado físicamente a sus mujeres).
John V. Caffaro, psicólogo clínico y terapeuta de familia con un consultorio privado en el suburbio del Mar, de San Diego, define los maltratos entre hermanos como un patrón de repetidos actos de intimidación y violencia.
En una entrevista, el doctor Caffaro, como co-autor de ‘Sibling Abuse Trauma’, dijo que los maltratos eran más a menudo determinados por una combinación de una crianza indiferente de los padres, testosterona y demografía familiar. Ocurre más a menudo en familias grandes compuestas enteramente de niños con poco espacio, y es al menos frecuente entre hermanas, dice.
"Un niño puede golpear una vez a un hermano, y aunque se vea muy feo no es lo que consideramos un abuso", dice. "Estamos hablando de un esquema que se repite, y cuando eso ocurre, los familiares hacen la vista gorda".
El maltrato ocurre más frecuentemente, dice, cuando un padre está emocionalmente ausente como resultado de un divorcio, largas horas de trabajo, largos viajes de negocios, alcoholismo, preocupación con sus propios problemas u otros factores. "Uno o dos padres no están en casa cuando tienen que hacer su trabajo. Es algo casi inevitable", dice Caffaro, agregando que los padres "periféricos" son especialmente problemáticos.
"Las cosas son caóticos, los límites borrosos, y la supervisión mínima", dice, observando que esas familias no siempre se ven caóticas desde fuera.
"A veces el padre está casi siempre en viaje de negocios y la madre no es buena a la hora de poner límites", dijo.
En otros casos, agregó, los padres empeoran los conflictos haciendo favoritismos, ignorando la evidente agresión, interviniendo sólo para encerrar a los niños o culpando a otros sin comprender cómo los niños más pequeños contribuyeron a provocarlos.
Caffaro dice que en su experiencia la violencia entre hermanos puede rara vez ser atribuida simplemente a un niño extraordinariamente agresivo o psicótico.
En casi quince años de trabajo con más de cien familias y sobrevivientes adultos de abusos entre hermanos, dijo que sólo podía recordar un puñado de casos semejantes, uno de ellos de una niña que era golpeada regularmente por su hermano que sufría de esquizofrenia. Aunque algunos niños controlan malamente sus impulsos, dijo, la violencia sólo se convierte en abusos repetidos cuando los padres fallan a la hora de ponerle freno de raíz.
Varios adultos, contactados a través de anuncios clasificados publicados en internet en Craigslit y en sitios de la red para víctimas de violencia entre hermanos, dijeron que sus padres habían ignorado la intimidación de sus hermanos.
"Mis padres tendían a minimizar la importancia de los maltratos, diciéndome que mi hermano en realidad me quería y que era una buena persona", escribió Kasun J., 21, un estudiante universitario de Australia en una actualización en el sitio en la red que empezó bajo el nombre de Mandragora.
Kasun J., que no quiere ser identificado por miedo a las repercusiones familiares, dijo en una entrevista que todavía mantiene su distancia con respecto a un hermano mayor que una vez le arrojó un reloj y un montón de cortauñas a la cabeza.
Daniel Smith dijo que sus padres intervenían rara vez cuando él y su hermanos peleaban, pensando que "los niños son niños".
Cuando estaba en sexto, dijo, una orientadora de la escuela, preocupado sobre un violento cuento que había escrito, le preguntó sobre posibles maltratos en casa, y él se sintió aliviado y esperanzado. Pero tan pronto como le dijo que era su hermano, y no sus padres, quien lo estaba golpeando, la orientadora cambió de tema.
"Recuerdo que pensé que ella era un fraude", dice Smith.
Otras personas entrevistadas dijeron que todavía se sentían agobiadas por los recuerdos de hermanos mayores -en ocasiones una hermana- que las hacían caer del moisés, las golpeaban con el palo de la escoba, se sentaban sobre sus pechos hasta que casi se ahogaban, les daban puñetazos en la boca o les clavaban las manos con un palillo o la punta del compas.
Varias dijeron que eran segundos, y que hacían teorías sobre sus hermanos abusadores pensando que se sentían resentidos por haber sido desplazados. Nadie quiso ser identificado debido a preocupaciones sobre la privacidad familiar.
Mucha gente dice que los efectos de abusos se habían prolongado en la adultez. Smith, por ejemplo, dice que todavía lucha contra su inclinación a evitar los conflictos, especialmente con personas agresivas que le recuerdan a su hermano. Otro, un universitario en la cincuentena que no quiso ser más identificado por cuestiones de privacidad, atribuyó lo que llamó su "permanente cautela" al hecho de que de niño era intimidado físicamente por una hermana mayor.
"Tengo mucha necesidad de soledad cuando trabajo", dijo el profesor, que agregó que los empujones y las peleas empezaron cuando él era un niño de dos años. Tuvieron una influencia definitoria en su temprana vida emocional.
"Estoy muy fijado en el ruido", dice. "Si hay alguien en los alrededores, gran parte de mi atención se concentra en eso: ¿Quién es? ¿Qué está haciendo? ¿Me va a molestar o me va a sabotear de algún modo?"
Varias personas dijeron que los abusos continuaron hasta que llegaron a la adolescencia y eran lo suficientemente fuertes como para defenderse. En la familia de Smith, sin embargo, las peleas se hicieron más violentas cuando estaba terminando su adolescencia, porque entonces tomó clases de tae kwon do, empezó a hacer pesas y finalmente lo golpeó de vuelta.
Una tarde en la cocina de la familia, cuando tenía 19, en el curso de una pelea rutinaria, su hermano le pegó mitad en serio, mitad en broma. Esta vez, por primera vez, fue Daniel quien le hizo una llave al cuello a su hermano, y que le aplastó el antebrazo contra la nariz hasta que su hermano sangró.
Sabiendo que podía dominarlo en esa posición todo el tiempo que quisiera, Smith soltó a su hermano. Cuando Sean trató de reiniciar la pelea, Smith, para su sorpresa, estalló en sollozos.
"Recuerdo que pensé que debía sentirme victorioso y sentí algo de eso, pero también tenía miedo y me sentía confundido", dijo. "Para mí era un rito de pasaje. Había logrado algo y me había convertido en otra persona".
Los hermanos nunca volvieron a pelear, nunca hablaron sobre esos incidentes de violencia y nunca fueron amigos cercanos. Sean Smith tuvo una difícil vida como adulto, y se había liberado sólo recientemente de su adicción al alcohol y a las metaanfetaminas cuando murió hace tres años, dijo Daniel Smith.
Sólo entonces, dijo, se dio cuenta de la secreta profundidad y complejidad de su vínculo. Cuando le pregunté si había perdonado a su hermano, Smith titubeó.
"Cuando murió, me di cuenta de que teníamos un fuerte vínculo que yo no entendía ni sabía que existía", dijo. "Te aseguro que en el funeral lloré más que todo el mundo".

28 de febrero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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