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vida de un comelibros 2


[John Pomfret] La transformación de Zhou Lianchun, de brutal Guardia Rojo en empresario exitoso, resume la historia de la nueva China.
No fue sino hasta 1970 que el caos de la revolución cultural finalmente amainó. Al año siguiente, las escuelas de la comuna de Zheo volvieron a abrir sus puertas después de una interrupción de cinco años, y Zhou pudo terminar la secundaria. Como no tenía contactos para continuar su educación, lo destinaron a trabajar en el campo.
De 1971 a 1976, Zhou y los otros hombres de su aldea dragaron lechos de río, cavaron zanjas y repararon el sistema de regadío de la comuna. En el verano, Zhou trabajaba descalzo. En el invierno, el hielo del lecho del río San Cang perforaba sus zapatos de paja y hería sus pies. Zhou se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana y, con breves pausas para comer, trabajaba hasta las nueve de la noche. Por la noche volvía tropezando a su casa. Zhou se sentía como zombi. Frecuentemente los hombres de su brigada se desmayaban de fatiga y desnutrición.
La dieta de Zhou consistía principalmente de granos, zanahorias y batatas, nunca carne. Hasta hoy, hasta el olor de esas verduras le provoca náuseas. Aunque era todavía un niño, Zhou gozaba de una buena reputación como trabajador y trabajaba al mismo ritmo que los hombres de su brigada. Pero quería dejar de cavar zanjas. Para hacerlo, necesitaba a alguien con influencia dentro del partido.
Un día en el otoño de 1972, el jefe local del partido se acercó a Zhou, entonces de 17 años, para hacerle una propuesta. Quería introducirlo a una joven mujer. Los jefes de partido a menudo hacían las veces de casamenteros.
El jefe del partido le dijo a Zhou que si accedía a cortejar a la joven, lo recomendaría para una posición que lo sacaría del campo.
Era una propuesta extraordinaria. Pero Zhou finalmente se enteró de los motivos: El jefe del partido y la joven eran amantes. El jefe del partido era casado, y le había prometido un marido a la mujer para encubrir su infidelidad.
Zhou retrocedió. Le gustaba la literatura y había devorado todas las novelas que pudo encontrar de Balzac, Tolstoy, Flaubert. Le gustaban los tipos de aventura sobre las que había leído, no un trato con el jefe del partido. Zhou le dijo que no se casaría con la mujer. El jefe se puso furioso.
"Pequeño Zhou", le dijo, moviendo el dedo amenazadoramente. "Has estado leyendo demasiado, y has olvidado cómo tomar decisiones. Deberías saber cuándo actuar, pero te has convertido en un comelibros".
El apodo Comelibros se le quedó.

En octubre de 1977, los altavoces de la Cocina Comunal Shen crujieron con un informe desde la capital: Los exámenes de admisión a la universidad, que habían sido suspendidos desde 1966, serían reintroducidos.
Zhou estaba decidido a aprobar el examen de admisión a la universidad, que abarcaba las asignaturas de historia, geografía, matemáticas y chino. Estudió durante dos meses antes de rendir el examen en diciembre de 1977. Aunque obtuvo buenos resultados en casi todas las asignaturas, en matemáticas sólo sacó cinco de los cien puntos. Y fracasó.
La próxima fecha para el examen era julio de 1978. Decidió no repetirlo. Pero su hermana mayor tenía otros planes. Una noche ese año lo visitó y lo encontró leyendo la traducción de una novela rusa bajo la temblorosa luz de una lámpara de aceite.
"¿Por qué no estás estudiando?", le preguntó.
"No quiero", respondió Zhou.
Su hermana había llegado con una maleta. En su interior estaban los libros de texto de su secundaria, todos para Zhou. "Nunca los quemé", le dijo, con una sonrisa.
Bajo la mirada vigilante de su hermana, Zhou comenzó nuevamente a empollar el examen. Esta vez, lo aprobó completamente. Su puntaje fue el más alto de la comuna.
La carta de admisión de Zhou, de la Universidad de Nanjing, llegó el 10 de octubre de 1978.
Empacó su ropa en un pequeño bolso de lona, incluyendo un traje Mao que había lavado tantas veces que se había desteñido completamente, y una chaqueta acolchada de algodón que tenía desde hacía cinco años. A los 23, finalmente se marchaba del campo.

De todas las ciencias sociales, la enseñanza de historia era la más estrictamente controlada y politizada. Los comunistas impusieron una burda y monolítica interpretación de tres mil años de historia escrita de China, recontándola como un cuento de hadas marxista de interminable lucha de clases y agresión imperialista.
No había espacio para estudiantes librepensadores de historia china como Zhou. Pero en privado Zhou se confesaba con sus amigos íntimos. Este país y este sistema están podridos, decía, y todos asentían. En una reunión de los miembros y candidatos del Partido Comunista en el departamento de historia, dejó que su frustración surgiera públicamente. El secretario abrió la reunión diciendo que el partido quería que la elite de China se incorporara al partido. Uno por uno los estudiantes asintieron, diciéndole lo ansiosos que estaban por entrar al partido. Le llegó el turno a Zhou. Zhou era un excelente estudiante y había sido identificado como un posible candidato.
"Yo adoraba a los miembros del partido", recuerda Zhou que dijo con su voz clara y hueca. "Pero durante la Revolución Cultural me di cuenta de que la gente que entraba al partido eran todos parientes de gente importante. Y dejé de adorarlos. Dejé de tener ganas de entrar al partido". Todos guardaron silencio en la habitación.
El secretario se defendió y con un argumento perfectamente torcido, ofreció a los estudiantes una lección envuelta en evasiones y amenazas. "Es normal que tengáis dudas", recuerda Zhou que empezó a decir. "Pero eso no significa que dejéis de creer en el marxismo".
El argumento del secretario del partido era simple y perverso. Examinad lo que le ha hecho a China el Partido Comunista: mató a 30 millones de personas durante el Gran Paso Adelante, arruinó la vida de muchos millones más durante la Revolución Cultural. A pesar de estos desastrosos fracasos, sigue en el poder. Y eso prueba, dijo, la superioridad del partido.
Zhou recordaría siempre este argumento. No importara qué hiciera el partido, sin importar cuántas vidas destruía, sería siempre lo suficientemente fuerte como para aniquilar cualquier oposición. El Partido Comunista estaría siempre en el poder porque haría cualquier cosa para seguir en el poder. Ese es un argumento en el que Zhou cree hasta el día de hoy.

Durante su último año en la Universidad de Nanjing, Zhou el Comelibros finalmente entró al Partido Comunista, tragándose su antipatía, con la esperanza de que su militancia en el partido le significara un mejor empleo. Pero no fue así.
Para evitar que lo enviaran de vuelta al campo donde había crecido, se alistó en el Ejército Popular de Liberación. Entró como teniente un mes después de graduarse de la universidad en julio de 1982. Despertó al día siguiente sabiendo que había cometido un error. "Esto va a ser una tragedia", escribió en su diario de vida. "Tengo que empezar a pelear para librarme de esto".
Le tomó cuatro años de maniobras para que le dieran permiso para dejar el ejército. Después de eso consiguió un trabajo mal pagado como docente en el Instituto de Finanzas y Comercio Anhui en la pequeña y sucia ciudad de Bengbu, justo al oeste de la provincia de Jiangsu. Su materia: marxismo. "Durante varios años, mi salario era lo mismo que nada", escribiría más tarde Zhou. Para entonces, se había casado, y tenía dos hijas gemelas. Una de las niñas había nacido con el síndrome de Down. "Mi magro salario tenía que mantener a mis padres y a mi familia. Mi hija necesitaba medicinas y alimentación". Necesitaba más dinero.
Zhou empezó a pensar en algo impensable: hacer negocios. Educado en la visión convencional de los comerciantes, que estaban muy por debajo de funcionarios de gobierno y académicos, Zhou también había absorbido la propaganda comunista que describía a los empresarios como "parásitos capitalistas". Pero el gobernante de facto de China, Deng Xiaoping, estaba cambiando la economía -y cambiando la actitud mental del país.
En apenas unos años, China se deshizo del igualitarismo de la pobreza para favorecer una búsqueda nacional de la riqueza.
Deng ideó un nuevo modo de describir la economía china llamándola "socialismo con características chinas". Desde entonces, todas las reformas capitalistas de la economía fueron justificadas como si formaran parte de esta categoría general, deliberadamente vaga. Los funcionarios se sentían ahora libres para echar por la borda la absurda teoría económica marxista, provisto que no desecharan la única cosa a la que el partido se seguía aferrando: su dominación permanente.
Los colegas y amigos de Zhou zumbaban de entusiasmo con las nuevas posibilidades. Varios de sus compañeros de la Universidad de Nanjing ya habían "izado velas", como dicen los chinos cuando inician algún negocio. Un estudiante graduado, que había sido expulsado de la universidad por tener mujeriego, abrió una cafetería; otro compraba y vendía minerales ferrosos; otro cultivaba champiñones en el sótano de su edificio de apartamentos.
En 1987, un compañero de la escuela secundario de Dongtai se puso en contacto con Zhou y le hizo una proposición. El compañero conocía un laboratorio farmacéutico en Guangzhou que quería comprar enzimas que se encontraban, sorprendentemente, en la orina humana. Necesitaba una fuente. El amigo de Zhou había oído que la Universidad de Nanjing tenía la tecnología que permitía aislar las enzimas y que el profesor de química a cargo del proceso también era de Dongtai.
El antiguo compañero de estudios pidió a Zhou que se pusiera en contacto con el hombre y le propusiera un trato. El profesor accedió a compartir la tecnología. Zhou, su compañero de Dongtai y un tercer hombre, Sheng Hongyuan, formaron entonces una empresa para abrir plantas en las que extraer esas enzimas. Zhou era el único que no tenía capital, así que accedió a fundar y gestionar esas plantas a cambio de una parte de los beneficios.
"Se ajustaba perfectamente", dijo, riendo, Zhou el Comelibros. "De niño, me había ganado unos dinerillos recogiendo zurullos. Ahora estaba haciendo más o menos lo mismo".
Dentro de unos meses, Zhou y su socio Sheng se habían hecho con contratos para recoger orina en Bengbu y otras ciudades. A cambio de una cuota, los departamentos sanitarios locales les permitieron acceso a los urinarios públicos. Zhou y Sheng organizaron entonces brigadas de trabajadores. A diario recogían en triciclo unas enormes tinajas con orina. Por cada tonelada de orina extraían sesenta gramos de materia prima que la compañía farmacéutica utilizaba para preparar medicinas anti-coagulantes para el corazón y cien gramos de materia prima para una medicina que ayuda a disolver los cálculos biliares. Zhou transportaba las enzimas en autobús una vez al mes a Guangzhou. Zhou el Comelibros había izado las velas... en un mar de orina.

16 de julio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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