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juzgados en el banquillo 8


[William Glaberson] Dispensando justicia en un pueblo chico: una mezcla de ensayos y errores.
Duane, Nueva York, Estados Unidos. Gary Betters pensaba que él conocía la ley tan bien como cualquier otro norteamericano. Psicólogo escolar, quería obtener mil 588 dólares con sesenta centavos que decía que le debía el cercano pueblo de Malone por ayudar a gestionar un programa de recreación durante el verano. Cuando presentó una demanda en el Juzgado de Duane, esperaba que el juez prestara oídos a los dos lados, y luego resolviera.
Como otros muchos que van a tribunales en el estado de Nueva York, recibió un curso intensivo en los extraños modos de la justicia en los pueblos chicos.
Aunque nadie se apareció a defender al ayuntamiento, el juez William J. Gori empezó de todos modos el juicio. Aunque el juez hizo declarar extensamente a Betters, dejó de lado hacerle jurar que diría la verdad. Y aunque el juez Gori le dijo a Betters que tenía todavía otra semana para presentar más evidencias, el juez siguió adelante y resolvió en el caso de todos modos.
Betters recibió las noticias en una carta del juzgado: su caso había sido desechado. No se le daba ninguna razón. "No puede entender cómo un acusado puede ganar sin ni siquiera haberse presentado", dijo en una entrevista.
La Comisión Encargada de la Conducta Judicial del estado descubrió cómo. El juez Gori, aparentemente, había ido a la oficina del pueblo de Malone antes del juicio, había entrevistado al principal testigo del pueblo, y había luego informado al abogado del pueblo que había decidido desechar el caso.
El juez Gori dijo a la comisión que él no había escuchado nunca que existía una regla jurídica básica que impedía que un juez, excepto en circunstancias muy extraordinarias, tomara contacto en secreto con una de las partes en litigio. "En mi manual ni siquiera aparece el tema", dijo.
La falta de familiaridad con los principios jurídicos básicos es extraordinariamente común en lo que se conoce como juzgados orales, un legado de la era colonial que sobrevive en más de mil pueblos y pequeñas ciudades de Nueva York.
Durante generaciones los jueces los han apodado los ‘juzgados de la gente pobre', donde la gente de a pie puede obtener justicia con poco o nada de formalismos ni gastos. Pero hay pocas instancias más vívidas donde presenciar sus deficiencias que aquí en uno de los rincones más pobres de Nueva York: el condado de Franklin, un lugar de ruda belleza en la frontera canadiense donde sólo uno de los 32 jueces locales es abogado.
Los jueces del condado han llamado repetidas veces la atencion de los funcionarios de la comisión de la conducta judicial, que desde fines de los años setenta ha impuesto medidas reglamentarias públicamente a quince de ellos, a algunos incluso dos veces. Los errores de Gori son nimios en comparación con otros: Para devolver un favor a un amigo, un juez dejó en libertad bajo fianza a un acusado de violación. Otro sentenció a una beneficiaria de la seguridad social a 89 días de cárcel por no pagar la tarifa de un taxi de un dólar cincuenta. Los jueces del condado de Franklin han presidido casos en estado de ebriedad, arreglado casos e incluso negado un abogado a los acusados. Uno de ellos se negó a nombrar un abogado para un alcohólico retardado de diecinueve años.
Aquí en Duane, una pequeña ciudad en el centro del condado, el juez Gori es de muchos modos un típico juez de pueblo chico del estado de Nueva York.
Albañil y ex adiestrador de perros, con educación secundaria, es un hombre de 59 años que lleva vaqueros sujetos con suspensores. Los jueves por la noche se instala en el cuartel de bomberos para realizar sus sesiones. Su conocimiento de la ley es pobre. A veces lo domina su propio temperamento.
Carece de estrado, libros jurídicos o notulista. Es juez casi por accidente, y la gente aquí dice que ha ocupado la posición durante casi una década debido en gran parte a que nadie quiere ocuparse del cargo. Aunque los funcionarios del estado lo han castigado dos veces por lapsos graves en la realización de su trabajo, pocos votantes de Duane lo saben o les preocupa. "Nadie preguntó nunca nada", dijo el juez Gori.
Sin embargo, parece bien intencionado. Como otros muchos jueces, describe su trabajo como servicio público, y dice que estudia derecho varias horas todas las semanas.
Pero hay pruebas de que eso parece no ser suficiente. Cuando la comisión de la conducta judicial llamó al juez Gori a rendir cuentas por su manejo del caso de Betters, su defensa fue asombrosa, según se lee en una transcripción de la sesión. Su propio abogado culpó al estado por administrar los juzgados del modo en que lo hace: Dijo que no era posible que los jueces con tan poca formación -seis días de clases y un curso de actualización de 12 horas una vez al año- conocieran las reglas básicas para ocuparse de un pleito.
El fiscal de distrito del condado, Dereck P. Champagne, dice que cuando asumió funciones hace cinco años, tuvo que abandonar cientos de casos criminales porque los jueces no habían hecho nada en torno a ellos durante demasiado tiempo. Champagne dice que su personal de cuatro procuradores a tiempo completo es demasiado pequeño incluso para realizar visitas a los juzgados, separados por enormes distancias.
El condado de Franklin es más grande que Rhode Island. Pero sólo tiene un juez de tribunal superior en el juzgado del condado de Malone. Así que aquí los jueces de media jornada -fontaneros, carniceros y choferes de buses escolares- tienen a menudo la última palabra en cuestiones legales, con la autoridad para emitir órdenes de allanamiento, realizar juicios, meter en la cárcel a algunos y decretar la libertad de los amigos.
"La realidad es, básicamente, que no tiene ninguna calificación, excepto ser votante, para mandar a alguien a la cárcel, y esa es una situación muy grave", dijo Champagne. "Colocar a un lego -algunos de los cuales ni siquiera terminaron la secundaria- en esa posición, es una receta para el desastre".

26 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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