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nueva droga en buenos aires


[Patrick J. McDonnell] Un subproducto de la cocaína, paco, ha causado estragos entre los jóvenes pobres de la ciudad.
Buenos Aires, Argentina. Las madres del barrio conocido como Ciudad Oculta los llaman ‘los muertos vivientes'.Son hombres jóvenes, demacrados, de ojos hundidos, espectros acurrucados en las esquinas, entrando y saliendo de callejones, tendidos inconscientes en terrenos llenos de basura los que, junto con las endebles casas detrás de las murallas, le dieron a este vecindario el nombre de ‘Ciudad Oculta'.
Como todos los niños, alguna vez estuvieron llenos de expectativas, pateando pelotas de fútbol en las calles barridas por el viento, alejándose corriendo de la escuela con sus mochilas, indiferentes antes la ubicua pobreza del entorno.
"Ahora muchos de ellos se han perdido", se lamenta María Rosa González, llevando a los visitantes a través de sombrosas calles donde la policía se aventura rara vez, justo al otro lado del principal matadero de la capital de Argentina. "Lo peor es que los más jóvenes se enfrentan al mismo destino, a menos que cambiemos las cosas".
La calamidad que ha impactado en la Ciudad Oculta y en otras comunidades pobres de Buenos Aires tiene un hombre: paco, un habitual apodo masculino que ha adquirido una segunda y siniestra significación.
Paco es un potente subproducto de la cocaína, hecho con los sedimentos de químicos que resultan del proceso de fabricación. Los expertos dicen que es más barato, más adictivo y más dañino que su primo relativamente más exclusivo, el crack de cocaína. Paco contiene poca cocaína, y abunda en químicos tóxicos abultados a veces con cristal molido, polvo y otras impurezas.
El paco se usa en pipas caseras hechas con antenas de tele huecas, tubos metálicos, papel de aluminio. La ceniza de cigarrillos o virutas de acero sirven como agentes calentadores y filtros. Coger las abrasadoras pipas quema los dedos y la boca de los usuarios habituales. Pero ellos no lo sienten.
"Una vez que empiezas a fumar paco, eso es lo único que te importa", dice Jeremías Albano, 21, el hijo de González, que se está desintoxicando después de meses de abuso que redujeron su peso a menos de la mitad, dejándolo con menos de 45 kilos. "No duermes. No comes. No sientes el frío. Nada te importa, excepto tu próximo paco".
Para sustentar el hábito, Albano robaba a su hermana y madre y despojó la nevera de la familia de sus partes metálicas, para venderlas como chatarra, dijo.
"Lo único que me importaba era estar colocado", dice Albano, que ha vuelto a sus robustos 85 kilos y se ve físicamente saludable, aunque algo desorientado después de un extenso tratamiento post-adicción, con medicaciones psiquiátricas. "No me interesaba mi madre, ni mis hermanos o hermana, nada".
No hay cifras precisas sobre el número de adictos al paco aquí, pero los funcionarios aseguran que se trata de decenas de miles y que la cifra se está multiplicando. Una coalición de grupos de la comunidad estimó recientemente que el uso del paco en esta capital se había quintuplicado en los últimos tres años. El problema ha saturado la capacidad de las agencias de ayuda y policiales.
"Hoy no hay un solo barrio pobre donde no se encuentra una dosis de paco", dice Sebastián Cinquerrui, un congresista que ha estudiado el problema.
La devastación causada por el paco en los barrios bravos de Buenos Aires ilustra el daño secundario de la industria transnacional de la cocaína. Las autoridades policiales dicen que la llegada del paco a las calles de aquí refleja la capacidad de adaptación de la industria ante las medidas represivas.
Con su puerto atlántico y un importante aeropuerto internacional, Buenos Aires ha sido desde hace tiempo un importante centro de acopio de la cocaína con destino a Europa, que se origina en los vecinos Perú y Bolivia, donde se cultiva la hoja de coca.
Pero cuando las campañas represivas en Bolivia y Perú redujeron la disponibilidad de los químicos utilizados en la producción de cocaína, algunas organizaciones de traficantes trasladaron las operaciones de producción final a Argentina, que tiene una desarrollada industria química, una porosa frontera con Bolivia y una fuerza policial notoriamente corrupta.
"Decidieron, traigamos el material a Argentina y terminemos aquí el procesamiento", dice el doctor José Granero, director de la principal agencia antinarcóticos del gobierno federal, conocida por su acrónimo Sedronar.
Pronto los vendedores se dieron cuenta de que podían vender a los pobres los subproductos de la producción de cocaína.
Aquí la producción se hace a una escala mucho menor que en Colombia, Bolivia y Perú, pero las autoridades dicen que está aumentando, como lo evidencia el fuerte aumento en la detección de laboratorios clandestinos de cocaína, conocidos como cocinas.
Vendedores y usuarios hacen de vigilantes, informando a los jefes de las cocinas sobre allanamientos inminentes.
"Cuando las fuerzas de seguridad tratan de desmantelar una cocina, primero tienen que pasar por los vendedores de paco en las calles", observa Cinquerrui. "Para llegan al laboratorio, a menudo no encuentran a nadie, ni nada".
Los vecinos de Ciudad Oculta dicen que la policía sólo entra en masa y los traficantes son avisados de antemano. La dictadura militar ocultó con murallas, durante la Copa Mundial de 1978, el horrible distrito, conocido entonces como Barrio General Belgrano, aumentando su aislamiento y otorgándole su designación como Ciudad Oculta.
América del Sur es vista usualmente como una productora, no como consumidora de drogas ilícitas. Pero las autoridades dicen que ningún país en la ruta de la cocaína permanece inmune.
Durante años, los jóvenes de Colombia y otros países donde se cultiva la coca, han fumado bazuco, un barato derivado de la pasta base de cocaína, el primer producto secundario del proceso de producción de cocaína. Varias encarnaciones del crack de cocaína han plagado las ciudades brasileñas desde los años ochenta.
El paco es más barato que el crack o el bazuco, dicen los expertos, y cuesta a menudo menos de un dólar por una ‘roca' que proporciona cuatro a cinco minutos de euforia. Los fumadores habituales fuman cientos de rocas al día.
"Sé que me estoy matando", dice Ernesto, 29, un nervioso paquero de Ciudad Oculta que no quiere que se mencione su apellido. "Pero el paco me supera. Es algo que no puedo resistir".
La crisis económica argentina de 2001-2002 puede haber contribuido al rápido crecimiento del paco, dicen los funcionarios. Los jóvenes ya no podían pagar la cocaína o la marihuana y se volvieron hacia el más barato y potente paco.
Pero el paco, dicen los expertos, es extremadamente adictivo y tóxico. La droga puede estar asociada a numerosos casos de lesiones cerebrales, complicaciones respiratorias y ataques al corazón, algunos de ellos fatales, dicen los doctores. Daño cerebral irreversible puede ocurrir a los seis meses de uso intensivo, dicen.
"El paco genera una fuerte adicción y un deterioro físico de los consumidores que los deja inevitablemente muertos en muy poco tiempo", concluyó un informe parlamentario el año pasado.
Un funcionario contó el caso de una joven que murió de exposición en el centro de Buenos Aires. El paco había embotado su sensibilidad frente al frío.
La mayoría de los usuarios son niños que empiezan a fumar a los ocho o nueve años.
El uso del paco también se ha extendido a las clases medias argentinas, que lo pueden pedir por teléfono, minimizando el contacto directo con los barrios bajos. Pero en general el paco sigue perteneciendo al reino de las villas, los enclaves pobres donde la presencia policial es mínima.
Pero las madres empezaron pronto a arrojar luz sobre estas conejeras.
"Mi hijo se convirtió en un esqueleto", dijo González, sobre Albano. "Era un cadáver que caminaba".
Ella y otras madres llamaron a la policía, pero pronto fueron amenazadas por los vendedores.
Las mujeres estaban determinadas: Bloquearon las calles, obteniendo los primeros cubrimientos periodísticos de la plaga del paco.
Pero salir de Ciudad Oculta no es fácil. González logró inscribir a su hijo en uno de los escasos tratamientos disponibles. Pero su condición deterioró; los doctores le estaban suministrando 26 píldoras diferentes al día. Albano era prácticamente un zombi.
"Le pregunté: ‘¿Con qué están tratando al chico?'", dijo. "Pero los psiquiatras de la clínica nunca se molestaron en hablar conmigo".
Lo llevó a otra clínica. Llegó inconsciente. No lo vio durante nueve días y estaba aterrada. Pensó que lo había perdido.
Finalmente Albano pasó intacto su tratamiento. Tenía un apetito voraz, aunque a veces se agita fácilmente. La familia ha encontrado un apartamento subsidiado, lejos de las tentaciones de Ciudad Oculta.
La campaña de las amas de casa le ganó a González la reputación de líder de las ‘madres de paco'.
Su celular suena a menudo con llamadas de otros padres desesperados. Viaja de villa en villa tratando de ayudar, con muy pocos recursos oficiales.
La mayor parte de las veces habla con las madres. Pocas tiene el coraje, la voluntad o el tiempo para confrontar a sus hijos, las autoridades y los vendedores, en lo que es una exasperante campaña de largo plazo.
La Ciudad Oculta todavía puede seducir a los que han escapado de sus murallas.
"Si vuelvo allá, sé lo que ocurrirá", dice Ariel Faget, 22, que se crió en Ciudad Oculta. "Me gustaría entrar y ver a mis amigos. Pero tengo que resistir".
Faget se describe a sí mismo como un ex adicto al paco que dominó suficiente voluntad para dejarlo.
"El paco me convirtió en un donnadie", dice Faget, arreglado e inteligente, sentado en su bicicleta frente a las murallas de Ciudad Oculta. "Para conseguir plata, vendía mi ropa, mendigaba monedas en la calle.
"Pero ahora mi cabeza está en otra cosa, y me siento bien. No quiero volver a ese lugar".

patrick.mcdonnell@latimes.com

Andrés D'Alessandro contribuyó a este reportaje.

29 de mayo de 2007
25 de mayo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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