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para estar a la altura


[Christine Haughney] Los dueños de mascotas lo tienen cada vez más difícil a la hora de encontrar apartamentos que admitan mascotas.
Bogie, un shih tzu de cinco kilos y medio es un experimentado navegador de los muchos aros por los que humanos y mascotas deben saltar para ser aceptados en un edificio de apartamentos de Manhattan.
Hace unos años, aprobó un examen de admisión en un lujoso edificio de alquiler en la esquina del 222 East con la Calle 34: una entrevista de media hora con el administrador del edificio, un ayudante de oficina y un abogado. Bogie enamoró a sus examinadores con su porte acomodaticio y su método de comunicarse por medio de resoplidos y haciendo tintinear su collar de perro Burberry.
"Estaba bastante constipado", dijo su amo, John Comas. "Simplemente se sentó e hizo lo que sabe hacer, que es estar sentado por ahí".
Pero el señor Comas, 34, asesor financiero de clientes ricos, sabe que incluso Bogie tiene sus limitaciones. Se pone a temblar cuando oye el sonido de los camiones de bomberos o cuando no está siendo acariciado, así que era improbable que atravesara con éxito todas las entrevistas.
El 7 de mayo, Comas y su novia, Mónica Rivituso, se mudaron a un apartamento de dos dormitorios de siete mil dólares en el 300 East con la Calle 55, que, en cuanto a los perros, es un edificio menos estricto que otros edificios comparables.
Su nuevo casero exige no solamente que Comas incluya la edad, raza y peso de Bogie en el contrato de arrendamiento. Aunque Comas encontró apartamentos más baratos que no permitían mascotas en absoluto o sólo mascotas por debajo de cierto peso, dijo que valía la pena pagar cuatrocientos o quinientos dólares más de alquiler al mes para dar a Bogie una casa cómoda.
"Si todo lo demás sigue igual, pagaré más por el edificio que acepta a mascotas", dijo mientras Bogie chupaba tranquilo una oreja de cerdo entre las cajas de la mudanza en la salita.
Comas forma parte del universo de arrendatarios y compradores que están pagando más dinero para encontrar edificios que acepten a perros. Debido a las fuertes ventas de mercado en Manhattan, las directivas de condominios y edificios cooperativos se han mostrado más exigentes en todos los sentidos, exigiendo a los compradores ingresos más altos y, a los perros, mejores maneras.
Los arrendatarios están pasando por momentos difíciles porque se enfrentan a uno de los momentos más duros del mercado en los últimos siete años, y los administradores de edificios se están volviendo más estrictos en cuanto a las mascotas, especialmente perros.
Mientras que la firma de tasación Miller Samiel calcula que el 93 por ciento de los apartamentos ofrecidos a la venta en Manhattan dicen que permiten mascotas, los corredores dicen que los edificios que aceptan a mascotas imponen reglas más estrictas. Se limitan cada vez más las razas de perros, su peso y personalidad. También hacen de la ‘entrevista con el perro' un requisito de aceptación.
Eso significa que los vendedores, si pueden elegir, optarán por clientes sin mascotas, porque no quieren ver fracasar sus ventas. "Hace cinco o seis años, nadie entrevistaba a tu perro", dijo Michelle Kleier, presidente de Gumley Haft Kleier, una agencia inmobiliaria de Manhattan y propietaria de tres perros malteses, llamados Lola, Roxy y Dolly. "¿También van a empezar a entrevistar a los bebés para ver si chillan? La gente pagará más dinero por edificios que admitan a mascotas".
Kleier dijo que en los últimos años había gastado más tiempo investigando qué quieren decir realmente las administraciones cuando dicen que aceptan a mascotas y preparando a los clientes para las entrevistas con las mascotas. Aleja a los clientes con perros salchichas de un pequeño edificio cooperativo en el Upper East Side que rechaza a esa raza en particular, dijo, e informa a los compradores en un edificio en Central Park West que tendrán que presentar sus perros a la directiva del edificio para confirmar que si tienen "nombres de perros chicos", como Fifi o Gigi, sean, de hecho, perros chicos.
Dijo que en un edificio cooperativo en Lexington Avenue a la altura del 80 se somete a los perros a prueba, dejándolos en un apartamento y observando cómo reacciona ante el timbre de la puerta y los teléfonos.
En una de las entrevistas más exhaustivas, dijo, un edificio cooperativo en la Quinta Avenida a la altura del 90 hace una prueba similar. El perro de los compradores potenciales es dejado en un cuarto con otros perros que ya viven en el edificio. Los miembros de la directiva observan entonces cómo reacciona el nuevo perro cuando se coloca un cuenco de comida frente al grupo y cómo juega con los otros perros cuando se le arroja una pelota.
"No es que quieran excluir a los perros", dice Kleier. "Simplemente quieren que los perros congenien y se quieren asegurar de que tengan la personalidad adecuada".
Como el corredor que puede aconsejar a un comprador que no utilice tranquilizantes antes de una entrevista con la directiva de un edificio cooperativo, Kleier aconseja a sus clientes a contratar a un adiestrador antes que medicar por su cuenta a sus perros para el día de la entrevista. Indica que incluso si un perro con tranquilizantes sobrevive la entrevista, al dueño le pueden pedir que se deshaga de él si ladra incesantemente o si es abiertamente agresivo después de mudarse. "El tranquilizante da una impresión artificial", dice.

Los corredores dicen que la mayoría de los compradores no renuncian a sus mascotas por un apartamento. Barbara Fox, presidente del Grupo Residencial Fox en Manhattan, pasó dos años tratando de vender un ático de lujo en la Quinta Avenida en un edificio que no admite mascotas.
El apartamento recibió una oferta a las seis semanas de anunciarse en el mercado a principios de la primavera de 2004 por una suma cercana al precio pedido de 9.975 millones de dólares. Pero el comprador tenía un perro y la directiva del edificio no quiso hacer una excepción. El ático se vendió finalmente en noviembre de 2006 por 7.5 millones de dólares después de dos rebajas, de acuerdo a datos de StreetEasy.com.
Basándose en sus experiencia con ventas como esta y sus propias experiencias de compra como dueña de perros, Fox fue recientemente contratada como asesora para otro edificio de la Quinta Avenida, un edificio cooperativo que no quiso nombrar, que quería saber cómo aumentar los precios de sus apartamentos. Ella les aconsejó que el edificio tenía que ser más amable con los dueños de mascotas.
"No les digan que tienen que deshacerse de sus perros", le dijo a la directiva. "Es como decirles que se deshagan de sus hijos".
Así es como Jessica Cohen siente sobre sus "niñas", una golden retriever llamada Hailey y otra, también golden retriever, llamada Meagan. En febrero, Cohen, 29, agente inmobiliaria de Prudential Douglas Elliman, compró un apartamento de un dormitorio en un edificio cooperativo que ahora está renovando completamente. Dijo que hizo la oferta sobre la marcha porque estaba desesperada por encontrar una casa para sus perros.
"Habría negociado si no tuviera perros", dijo, pero ser dueño de perros le quita poder al comprador.
"Estaba dispuesta a pagar cincuenta mil más por un apartamento de 650 mil dólares", dijo.
En 1999, Cohen compró un estudio en un edificio cooperativo de 93 mil dólares. Para asegurarse de que los perros fueran considerados vecinos, gastó más de cinco mil dólares en adiestradores y quinientos dólares al mes en una dieta pobre en sodio -salmón, pollo al vapor, y verduras- para que los perros estuviesen más tranquilos. En 2001 recibió una carta en la que la directiva le pedía que no usara las máquinas de lavar del edificio ni las secadoras porque los pelos de perro podían adherirse al lavado de los otros residentes.
Tras buscar durante casi dos años, Cohen pensó que había encontrado un edificio más tolerante de las mascotas en Central Park West y firmó un contrato por un estudio de 300 mil dólares. Cuando presentó su situación a la directiva, el vendedor le pidió que dijera que sólo tenía un perro y que introdujera al otro a hurtadillas después de que la directiva la hubiera aceptado. Cohen no se atrevió a cerrar la compra porque temía que la directiva no admitiera a su segundo perro. "Le dije que no estaba dispuesta a mentir sobre mi situación ni quería correr riesgos", dijo.
El vendedor, convencido de que la directiva no la aceptaría con dos perros, le devolvió el depósito de treinta mil dólares y continuó buscando otro comprador.
Más tarde en 2003, Cohen compró un condominio en Upper West Side, esperando que los residentes fueran más tolerantes. Pero un año después de que comprara el estudio de 350 mil dólares, el edificio impuso la norma de ‘un perro por apartamento'. La administración del edificio le dijo a Cohen que a ella le permitirían conservar sus dos perros porque vivían con ella antes de la introducción de la nueva regla.
Cuando ella recogió temporalmente un chucho de la calle y a un gatito enfermo de medio kilo, la directiva de su condominio le envió dos cartas quejándose sobre el perro y un miembro de la directiva la visitó personalmente para decirle que necesitaba permiso para tener un gatito. El gatito murió a las dos semanas, y Cohen encontró un hogar para el chucho callejero a los cuatro meses.
En 2005, se mudó del condominio a un apartamento de alquiler que permitía perros. Vendió el condominio y empezó a buscar un edificio con una política más tolerante hacia las mascotas.
"Me sentía muy estresada", dice. "Me sentía como si no tuviera ningún derecho a vivir mi vida como quería".
Mientras Cohen continuaba su búsqueda, tuvo un cliente que no tenía mascotas que superó a unos dueños de perros en una compra aunque había ofrecido cuarenta mil dólares menos que la oferta más alta por un apartamento de dos dormitorios en el Upper West Side.
Mientras la directiva del edificio tenía una política que no admitía perros, los compradores y sus agentes esperaban que el pequeño edificio hiciera una excepción. Así que un comprador con un golden retriever y un terrier Yorkshire ofreció 1.6 millones de dólares y un comprador con un golden retriever ofreció el precio demandado de 1.56 millón de dólares.
Pero al final, el vendedor aceptó la oferta del cliente de Cohen por 1.56 millones de dólares. Los vendedores no querían correr el riesgo de que la directiva rechazara al comprador; la venta se cerró el 11 de abril.
"No querían nada dudoso", dijo Philip Altland, el corredor de Prudential Douglas Elliman que representaba a los vendedores.
Incluso edificios que admiten perros pueden ser problemáticos para los compradores. Hace unos dieciocho meses, Todd y Toni Finger ofrecieron 875 mil dólares por un apartamento de dos dormitorios y dos baños en un edificio cooperativo en el 115 East de la Calle Nueve. El vendedor aceptó la oferta, pero quería una cláusula en el contrato que decía que la pareja tendría que cerrar la compra incluso si la directiva rechazaba su beagle de catorce kilos, Buster.
Los Finger ofrecieron diez mil dólares más, pero el vendedor no cedió. Unas semanas más tarde, una mujer ofreció 875 mil dólares y fue aceptaba por la directiva, de acuerdo al agente del vendedor, Gayle Booth, de Halstead Property.
Desde entonces, los Finger han estado visitando condominios, que tienden a ser más tolerantes con los compradores con mascotas. Esa tolerancia tiene un precio: los condominios pueden costar de veinte a treinta por ciento más que los edificios cooperativos.
Pero hasta que el mercado se ablande y los guardianes devengan más tolerantes, la gente con mascotas menos que perfectas deben habituarse a usar el tiempo sabiamente.
En diciembre, Joseph Olshefski, un agente de Bellmarc Realty, ayudó a un cliente a encontrar un estudio para él y su dogo faldero de doce kilos, PorkChop, cuya circunferencia lo hace parecer un poco como un bebé de foca. El arrendatario había sido rechazado en veinticinco edificios, principalmente en el Upper West Side, que decían que admitían mascotas.
Lo eran, pero con reservas. Permitían gatos, pero no perros, o aceptaban que los dueños pudieran tener perros, pero no los arrendatarios, o aceptaban perros que pesaban menos de nueve kilos o menos.
Después de una búsqueda de seis semanas, el cliente alquiló un apartamento más al norte, y PorkChop empezó una dieta. Olshefski dijo que la experiencia había sido buena para la salud de PorkChop, y mejoraría sus vacaciones, porque hacía poco había sido excluido de una cabina de pasajeros en un vuelo de Boston a Nueva York.
"Pon tus mascotas a dieta", dijo. "El mejor amigo del hombre es una mascota sana".

1 de junio de 2007
©new york times
©traducción mQh
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