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el cantinero es coreano


[Brian Lavery] Ahora los bartenderos pueden provenir de los confines de la Tierra.
Dublin, Irlanda. Sirviendo pintas desde detrás del mesón de un bar de moda en uno de los barrios más antiguos de Dublín, el cantinero reconoce que parte de su trabajo es prestar oídos. "Yo sé que el mejor comunicador es un buen oyente", dice. "Así que trato de escuchar".
Nada inusual para un cantinero de Dublín, salvo que Jae Hyuk Lee es coreano y que como gerente del Ice Bar es uno de un creciente número de inmigrantes venidos de otros países que están contribuyendo a conservar los bares tradicionales de Dublín.
En los últimos años, los legendarios establecimientos de alcoholes han empezado a verse amenazados por preferencias cambiantes, a medida que la gente ordena vino para la mesa en los restaurantes, en lugar de una pinta de cerveza en un mesón desgastado y en gigantescas cantinas conocidas despectivamente como superpubs.
El tradicional ambiente de un pub -el cielo raso cubierto de manchas de nicotina, resistentes parroquianos en tweed y cantineros que presiden sobre un conjunto de grifos que eyectan con un suave siseo Guinness y otras cervezas- ha estado desapareciendo poco a poco.
Llegaron los inmigrantes. El pequeño y raro pub de Lee puede estar a todo un mundo de distancia de abrevaderos tan legendarios como el Davy Byrnes's, el bar al otro lado del Río Liffey, frecuentado por Leopoldo Bloom en el ‘Ulyses', de James Joyce. Pero después de dieciocho meses en el Ice Bar, Lee es un personaje familiar en esta parte de la ciudad.
"Todo el mundo me conoce por mi nombre", dijo. "El personal, los clientes y los amigos".
Como los tradicionales bares de Dublín, los bares que atienden a inmigrantes operan de acuerdo a los principios básicos del cantinero irlandés: las bebidas se sirven prontamente, los clientes son tratados con respeto y, cuando se presenta la ocasión, hay que estar dispuesto a escuchar chácharas sobre los problemas del día.
Debido a que los miembros de muchos otros grupos étnicos -de Asia, África y Europa del Este- también han abierto negocios en la zona, el corto y arenoso pedazo de la Calle de Parnell se ve como un confuso experimento en diversidad. Esta parte de la capital de Irlanda es un estudio en un microcosmos sobre cómo las tendencias en la emigración global pueden transformar una ciudad antiguamente homogénea.
Una de las vecinas de Lee exhibe toda una serie de extensiones de pelo para mujeres africanas; otro vende salchichones y bolsas de rosquetes importados de Polonia, en tres o cuatro sabores diferentes.
El Ice Bar mismo ha sido decorado por una ecléctica imaginación: poemas chinos pintados en una pared y calaveras de venados en otra. Los clientes son un revoltijo de estudiantes y artistoides asiáticos y europeos, y fans de música atraídos por la política de Lee de dejar que los dejotas locales y las bandas hispanas utilicen el sistema de sonido de su local.
A Lee le gusta "la armonía" y dice que sus clientes, en un gesto de buena voluntad no formulado, beben las cervezas nacionales de otros países. "Las otras culturas nos causan curiosidad", dijo. "Yo soy coreano, y prefiero beber una pinta de Guiness antes que una cerveza coreana". Y los clientes irlandeses tienden a ordenar botellas de cervezas asiáticas, como Tsingtao, de China, y Chang, de Tailandia.
Lee, 34, es emblemático de los cambios en el rostro de Dublín. Llegó en 2001 desde Inchon, un puerto cerca de Seúl para estudiar márketing en inglés, y ahora lo habla fluidamente. Desde entonces, decenas de miles de asiáticos, atraídos por la próspera economía irlandesa, han seguido sus pasos, la mayoría de ellos desde China.
Dijo que había escogido a Irlanda porque aquí viven pocos coreanos y no tendría la opción de hablar en su idioma materno. Eso también ha cambiado. La embajada de Corea del Sur dice que ahora viven mil coreanos en Irlanda, y el Ice Bar tiene de vecinos a algunos restaurantes coreanos.
Tras graduarse, Lee volvió a casa, solicitó un permiso de trabajo para Irlanda y volvió a Dublín, donde empezó con una peluquería en la Calle de Parnell. En el invierno de 2005, dos socios le pidieron que se encargara de su nuevo bar, al otro extremo del camino.
La calle cruza estrictos proyectos de viviendas sociales y el barrio ha estado en ruinas durante décadas. Incluso después de una década de crecimiento económico, algunas fachadas de negocios, cubiertas con plantas, yacen dispersas entre las tiendas de baratijas y locutorios y su docena de cantinas.
El Ice Bar remplazó una taberna notoriamente peligrosa, el Blue Lion. "Era uno de los pubs más peligrosos de Dublín", dice Lee. Un hombre sospechoso de haber cometido un asesinato fue ultimado a balazos en el local hace diez años. En 2000, una turba de parroquianos se armaron de tacos de billar para destruir la tienda de un nigeriano en la acera de enfrente.
Lee pasó algunos momentos difíciles con los viejos parroquianos del Blue Lion. Cuando se negó a servir a un grupo de adolescentes, lo amenazaron con botellas rotas y le arrojaron sillas, dejándolo con un brazo y hombros lesionados.
"Alguna gente dijo: ‘¿Qué diablos estás haciendo aquí? Este es el Blue Lion'", dijo. "Fueron realmente tiempos difíciles, muy difíciles". Aunque posee un cinturón negro en tae kwon do, que ganó en los dos años que pasó en el ejército de Corea del Sur, nunca se ha visto obligado a utilizar su práctica en el trabajo.
"Es por eso que no necesito gorilas", dijo. En realidad, el Ice Bar es uno de los pocos bares en la zona sin un fornido guardia de seguridad envuelto en una chaqueta negra en la puerta. "No quiero pelear", agregó. "Pero si me enfado, sé cómo pelear, puedo defenderme a mí mismo".
Lee dijo que había subido los precios para espantar a los antiguos parroquianos, antes de volverlas a bajar para atraer a nuevos clientes. Se ganó el respeto de sus parroquianos dándoles una hora para terminar sus bebidas en la noche después del último llamado a las doce y media. "Nunca, nunca los empujo hacia fuera", dijo. "Trato de ser amable".
Los esfuerzos de los cantineros inmigrantes para respetar las tradiciones locales han sido bien acogidas por muchos dublineses. En contraste, el Davy Byrne's, con sus muebles antiguos, se ve exclusivo y fulgurante; su menú, que se sirve a multitudes de turistas literarios y oficinistas tajantemente vestidos, ostenta ostras y faisán a las brasas. (Bloom, que llamó al local un "bar moral", pidió queso Gorgonzola y borgoña).
En el Ice Bar, Lee, que tiene a dos mesoneros trabajando para él, trabaja ahora cinco días a la semana, en lugar de siete. Pero no vuelve a casa en el pequeño apartamento al otro lado de la calle, que comparte con un amigo, sino a las tres o cuatro de la mañana. En sus días libres, le pide el coche a un amigo y conduce unas horas hacia el oeste de Galway, para mirar el paisaje.
Extraña a su familia, pero piensa que encontrar trabajo en Corea será más difícil después de cinco años de ausencia. "Vivir soltero en el extranjero no es fácil", dijo. Pero hace unos meses, incluso eso cambió. Ahora se hace tiempo para estar con su novia coreana, Jin Young An, que conoció detrás de la barra.
Y con algunos restaurantes coreanos en los alrededores, Dublín se parece mucho más a casa en estos días.
"La vida es breve, y quería echarle un vistazo al mundo", dijo. "Ese era mi plan. Pero me di cuenta de que, en realidad, este lugar me gusta".

21 de junio de 2007
16 de mayo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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