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carta a un joven chileno 2


columna de mérici
Algunos lectores me han reprochado aparentemente que no mencionara en mi carta anterior ni a la Cuba de Castro, ni a la Venezuela de Chávez. No me ha parecido pertinente. Un lector afirma que en Cuba se cometen torturas, y en Venezuela, atrocidades.
Las torturas y violaciones de los derechos humanos son reprensibles siempre, en todo lugar y en todo contexto. Es tan reprensible que se cometan en Cuba como en Rusia, en Argentina o Indonesia, en Chile o en el Congo. No sé si se tortura en Cuba. Si se torturase allá, me parecerían actos repugnantes y ciertamente reprochables. Ningún bloqueo puede justificar esas conductas. Hay muchos modos -y entre ellos el judicial- para impedir que sospechosos o enemigos declarados causen daño al país o a los ciudadanos.

En cuanto a Venezuela, no sé qué quiere decir el lector con "atrocidades". Que yo sepa, el gobierno de Hugo Chávez no se ha hecho responsable de ninguna atrocidad. Y yo mismo he reprochado al presidente Chávez haber dejado escapar al jefe de los patrones que, durante su breve período en el poder tras el golpe de estado, mandó a matar a Chávez, lo que no ocurrió porque los soldados de la guardia lo impidieron. Ese usurpador debió ser entregado a la justicia y procesado. Y en ese contexto, yo hubiese considerado justo que fuese fusilado o encarcelado de por vida. No solamente, y fundamentalmente porque ordenó el asesinato de Chávez, sino además porque sabemos por fuentes fidedignas que el jefe de la patronal venezolana mandó a disparar contra manifestantes con la intención, además, de matar a algunos de sus propios partidarios para culpar al gobierno bolivariano y justificar el golpe de estado. Parece cuento, pero no lo es. (La trama la descubrió el corresponsal de la CNN en Caracas).

Pero no mencioné al azar, en los comentarios a otros lectores, a Hitler, Pol Pot, Pinochet e Idi Amín Dada. Estos, y ciertamente otros que no incluí, se distinguen de los tiranos y dictadores corrientes porque tienen como denominador común la persecución de modelos de sociedad totalitarios y perversos donde las torturas y ejecuciones, la suspensión del imperio de la ley y la instauración de una cultura del odio son características estructurales, definitorias de sus regímenes. Hitler condenó al exterminio a una raza, y se aplicó a su plan sin que se le pasara por la mente nunca una consideración humana. Idi Amín Dada llegó a ser caníbal, tal era su desprecio por la vida humana. Pol Pot se empecinó en asesinar a todos los camboyanos que consideraba que habían sido contaminados por la cultura occidental: gente que hablaba inglés, maestros de escuela, taxistas. Pinochet quiso exterminar a todos los que, en su opinión, eran comunistas, definiendo el concepto comunista al buen tuntún, atribuyéndoles arbitrariamente propósitos estúpidos y descabellados (Plan Z, por ejemplo) y llegando al extremo, en 1974 y 1975, de implementar un plan de torturas indiscriminadas contra la población chilena que redundó en casi doscientas mil víctimas, muchas de ellas hasta ese momento partidarias de su régimen.
Ciertamente, a esta galería de la infamia se pueden agregar muchos más. Stalin, por ejemplo, que ordenó ejecutar a los que eran considerados de clase media y alta, vale decir, decidió la muerte de millones de personas sobre la base de que sus ingresos y modo de vida les convertían en contrarrevolucionarios. Mao Tse-Tung, que ordenó igualmente la masacre de millones de campesinos de clase media. Milosevic, el tirano yugoslavo, que quiso exterminar a la población musulmana de Bosnia. La lista sería bastante larga.
En los casos que he mencionado, las violaciones a los derechos humanos de los ciudadanos o de categorías de ciudadanos eran una parte fundamental, sistemática, de esos regímenes.

Negar a otro ser humano su condición sino de humanidad, al menos de igualdad, es un rasgo permanente en la historia del hombre. Pero no todas las violaciones a los derechos humanos presentan ese carácter sistemático, calculador, profunda y metafísicamente inhumano. En la vida política se cometen excesos en períodos convulsionados, pero esos excesos no son sistemáticos. Es posible que un grupo de combatientes, por ejemplo, en el fragor de la lucha fusile a sus prisioneros de guerra (que es ciertamente un delito atroz), pero será difícil imaginar que decidan asesinar a todas las personas que hablen inglés, que tengan familiares comunistas o fascistas, o a todas familias que tengan en sus gallineros más de tres gallinas -que, aunque suene absurdo, han justificado el asesinato de cientos de miles de personas. Es fácil comprender, por ejemplo, que un régimen ordene la captura de sus enemigos declarados; pero ¿cómo entender, por ejemplo, que Pinochet diera a sus jefes de guarnición regionales cuotas de detención de ciudadanos que debían ser torturados, sin ser acusados nada, para ser dejados en libertad al día siguiente, con la indicación de que si los detenidos por violar el toque de queda no eran suficientes, se debía aprehender a otros, indiscriminadamente, hasta cumplir con las cuotas? ¿En qué mente humana tiene sentido esta orden? ¿En qué lógica enfermiza se habrá basado este cálculo del terror? ¿Habrá jugado el tirano con alguna teoría sobre la significación de los números?

Yo considero demoníacos a este tipo de regímenes que, a diferencia de las dictaduras o tiranías que podríamos incluso llamar normales, practican las formas más crueles y sistemáticas de violencia y opresión. Tal pareciera que los conflictos humanos son para sus jefes meras excusas para dar curso a su odio contra la humanidad -porque lo mismo torturan y matan por respetar, por ejemplo, el toque de queda, como por no respetarlo; lo mismo torturan y matan a ciudadanos por ser comunistas, como matan a otros para acusarles de comunistas luego de asesinados -y algunos de ellos gentes de su propio bando. Son regímenes arbitrarios en los que el ciudadano vive en constante temor, porque nunca sabe qué puede desencadenar la violencia y el odio de sus gobernantes. Y son, además, regímenes que instauran sistemas de valores pervertidos, en los que, por ejemplo, se elogia y recompensa el servilismo, se ensalzan las características innatas, se reduce al ser humano a condición de mercadería (y, como en el caso chileno, se le extraen los dientes de oro para traficarlos en el mercado; en el caso argentino, las prisioneras que tras ser violadas quedaban embarazadas, eran retenidas hasta dar a luz, luego de lo cual eran asesinadas y sus hijos vendidos o entregados a familias de militares) o se inyecta el odio en las familias (el Ejército del Señor, en África, estaba formado por niños asesinos que, como se ha demostrado, se iniciaban asesinando a sus padres).

¿Qué atrocidades ha cometido Chávez? ¿Ha ordenado el exterminio de algún grupo? ¿Torturan sus policías sistemáticamente a sus opositores? ¿Hay fusilamientos, campos de concentración, violaciones, torturas, fosas comunes, desapariciones? ¿Es su régimen una dictadura? Todas estas preguntas se pueden responder con un rotundo No. El presidente Chávez está donde está por voluntad popular, y su régimen y sus elecciones han sido consideradas por numerosas comisiones internacionales como ejemplares para el mundo. No es un dictador ni un tirano, sino un presidente. No hay en Venezuela campos de concentración. No se persigue a políticos, sino a delincuentes. Las atrocidades que conocemos de Venezuela las han cometido grupos de reaccionarios y fascistas, como el señor Carmona. Si hubiese campañas de exterminio, campos de concentración, fosas comunes, desapariciones -como en el Chile de Pinochet, como en la Rusia de Stalin- lo sabríamos.
Bien consideradas las cosas, en Chile todavía se cometen hoy en día más violaciones a los derechos humanos de sus ciudadanos que probablemente en Venezuela, porque acá los tribunales continúan denegando justicia a las víctimas del régimen militar o imponiendo sentencias ridículas a los militares y agentes civiles procesados. Y de los cientos de criminales que actuaron en Chile, ¿cuántos están en prisión o bajo tierra? ¿Cuántos han sido condenados a muerte? ¿Cuántos, pese a la abundancia de pruebas, acusados de traición? Y en Chile las autoridades, pese a ser socialistas, continúan permitiendo la violación generalizada de los derechos humanos de las clases pobres del país.

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