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qué guerra es la de iraq


[Simon Serfaty] La mejor fecha de retirada es cuanto antes.
Las analogías están pensadas como un atajo a la realidad, pero como sabe todo el mundo, los atajos a menudo conducen a otros lugares que sus destinos intencionados. Eso ocurre con el intento del presidente Bush de relacionar nuestra difícil situación en Iraq con nuestros fracasos pasados en Vietnam. La analogía, intencionada como una advertencia contra la retirada, se deriva de una retórica injusta que evoca el "inconfundible legado" pagado por "millones de ciudadanos vietnamitas inocentes". Anteriormente, Bush había usado la analogía de Vietnam, aunque menos explícitamente, para advertir contra una escalada contra un enemigo que "no se cansa nunca, no se harta nunca, no se contenta nunca con la brutalidad de ayer".
Claramente, el presidente y sus asesores, que mostraron poco conocimiento de geografía cuando planificaron la guerra hace cinco años, podría usar lecciones de historia cuando insiste en cubrir con atuendos elegantes un presente poco atractivo. Si la guerra de Iraq fue una guerra por opción o por necesidad es algo sobre lo que se puede argumentar sobre bases morales y considerando la seguridad nacional; pero no repetir en Iraq el indisputable espectáculo de fracaso con que terminó la guerra en Vietnam responde tanto a un imperativo moral y de seguridad nacional que pueden defenderse de manera más efectiva que retornando a un pasado fracasado.
Por una vez, señor presidente, los hechos están de su lado. A diferencia de Vietnam, donde el temor al fracaso reflejaba un esquema mental que apenas tenía relación con la realidad, las previsibles consecuencias de la retirada de Iraq son reales. La guerra de Vietnam era una guerra civil que se convirtió en una guerra norteamericana; la guerra de Iraq es una guerra estadounidense que se convirtió en una guerra civil. En ese sentido, Iraq es el cenagal que Vietnam no fue. Una retirada precipitada desencadenaría en Iraq una guerra civil con campos de la muerte todavía más grandes y de vital importancia no solamente para Estados Unidos sino también para el resto de la región y más allá.
Ciertamente, la retirada norteamericana de Vietnam hace casi treinta años provocó un caos político en Estados Unidos, una crisis de autoridad en la Alianza Atlántica y un reto global soviético que parecía ganar terreno cuando Estados Unidos lo perdía. Pero algunos años fueron suficientes para calmar el caos político en casa, restaurar el liderato de Estados Unidos y sepultar la amenaza soviética en el exterior. En comparación, una retractación del poderío militar norteamericano en Iraq zambulliría al mundo en una prolongada e importante crisis política, creando en Oriente Medio condiciones casi caóticas, exacerbando peligrosas tensiones en el este de Asia y poniendo en peligro los actuales esfuerzos para contener la propagación de armas de destrucción masiva. A este respecto al menos, la historia entrega un veredicto ineludible: Independientemente de lo que se piense de una estrategia de predominio, no es tan mala como una estrategia de predominio que fracasa.
Una causa importante de la inadecuada, si no inepta conducción del Iraq de posguerra, surgió de otra analogía anterior. Algunos en el gobierno de Bush pensaron en el futuro de Iraq en términos del pasado alemán, una alusión preferida del entonces ministro de Defensa Donald Rumsfeld. Lo mejor que se puede decir de esa analogía -y lo menos que se podía saber sobre el Iraq después de Saddam- es que Iraq carecía de las dimensiones vitales de la recuperación de Alemania después de 1945: la voluntad nacional de volver a definirse, un pueblo homogéneo y un liderato nacional de inusual visión, así como una ubicación geográfica en una región que había perdido, en general, su apetito bélico. Ausentes estas condiciones, una analogía más apta para el Iraq de posguerra habría sido la Alemania (y Europa) de después de 1919, envenenada y empecinada en su redención.
Por más que podamos estar en Estados Unidos divididos, indignados, preocupados e inclusive asustados sobre por qué intervinimos en Iraq y por qué estamos allá todavía, está claro que marcharnos va a ser difícil, lento y peligroso. La retirada, que no debe confundirse con repliegue, puede empezar de una vez, y probablemente así será. Pero los más importantes candidatos presidenciales aceptan que la guerra no terminará pronto, dependiendo de una serie de factores. Iraq necesita una medida de seguridad auto-inducida que empiece progresivamente a depender de la contribución de unas fuerzas armadas (y policía) mejor preparadas, mejor equipadas y mejor motivadas; necesita una reconstrucción parcial de la infraestructura y economía del país, en paralelo con mejores condiciones de seguridad; y finalmente debería perseguir la rehabilitación del estado iraquí como la floja federación que ha recomendado el senador Joe Biden.
El futuro no contiene una fecha fija para la retirada, aunque, obviamente, será mejor retirarse cuanto antes. Pero el pasado ofrece una fecha todavía menos cierta para la redención, y volver a Vietnam como una excusa para justificar una retirada retrasada de Iraq sólo sirve para confundir una guerra que el gobierno no logró explicar cuando la empezó ni logra entender ahora que ha fracasado.

El autor tiene la Cátedra Brzezinski de la sección Seguridad y Geoestrategia Global del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y profesor de política exterior estadounidense en la Universidad Old Dominion en Norfolk, Virginia. Su próximo libro, ‘Architects of Delusion: Europe, America, and Iraq', será publicado en otoño.

El Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, CSIS, es una institución privada dedicada al estudio de temas de política internacional. Todas las interpretaciones, posiciones y conclusiones expresadas en sus publicaciones con de exclusiva responsabilidad de sus autores.

15 de septiembre de 2007
29 de agosto de 2007
©washington post
©traducción mQh
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