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la isla encantada


[Danielle Pergament] La isla encantada que Bergman llamada casa.
Cuando murió Ingmar Bergman el 30 de julio, dejó tres Oscars, un legado como uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos -y su casa en la diminuta isla de Faro, Suecia. Población: 572, ahora 571.
Como Bergman, Faro es remota. Llegar a la isla, frente a la costa este de Suecia, requiere un viaje en avión, tren o autobús, coche y dos transbordadores. Que es exactamente lo que la hacía tan atractiva a ojos del solitario Bergman.
Si Caprona es la isla que el tiempo olvidó, Fao es la tierra que el tiempo nunca supo que existía. No tiene banco, ni correo, ni cajero automático, ni ambulancia, n doctor ni policía. "Tenemos una escuela, pero cerrará sus puertas", dijo Kerstin Kalstrom, maestra durante 38 años. "Simplemente no tenemos suficientes niños".
En un mapa, Faro se ve como si se hubiese desprendido de la punta norte de Gotland y lista para echarse a flotar. Pero desde mi punto de vista, con las manos sobre el manillar de una bicicleta, Faro se veía más como Storybook Hollow. La tierra es plana y verde. La barre el viento y su lado occidental es rocoso, suave y arenosa la costa este, con vacas blanco y negro pastando en exuberantes prados frente al Mar Báltico.
Hay muy pocos caminos en Faro, y la mayoría de ellos son de tierra, del tipo con la hierba alta creciendo en el medio, como un mohicano. Pedregosos campos de flores silvestres amarillas y moradas ceden el paso a bosques de pinos fríos y húmedos que crujen con el viento. La tierra está cubierta por una blanda y musgosa alfombra salpicada de setas del tamaño de platos de cocina, hormigueros de un metro de alto e interminables parches de frisones silvestres.
El lugar está encantado. Después de todo, esta es la tierra que produjo nomos de mejillas gordas y puntiagudos sombreros rojos -y habiendo salido a andar en bici, pensé que podía ver a esos pequeños tipos achaparrados andando contoneándose detrás de los abedules.
"Aquí tenemos nuestro propio dialecto: la gente dice que es la lengua más antigua de Suecia", dijo Kalstrom, cuando nos reunimos para cenar un picante sopón de cangrejos de río y patatas nuevas con mantequilla en Friggars Krog, uno de los pocos restaurantes de la isla. "Pero la gente joven se está marchando y el idioma está desapareciendo", dijo. "No creo que la próxima generación lo hable todavía".
A medida que se debilita la industria agrícola de Faro, su turismo ha crecido enormemente. "En Faro hay unas 250 casas residenciales y más de mil casas de verano", dijo Thomas Soderlund, dueño de Stora Gasemora, lo más parecido a un hotel en Faro. Lo que hace trescientos años era una granja con un establo de vacas y un molino ha sido convertido en quince modernas y elegantes habitaciones, una soleada área común y un romántico comedor de piedra.
"Stora Gasemora significa pantano de los gansos salvajes, pero creo que suena mejor en sueco", dijo Soderlund. "Fue la granja más grande de Faro, pero la tuvimos que cerrar porque no teníamos trabajadores. Yo no podía trabajar en la granja porque soy alérgico a las vacas. Y no puedes ser un buen granjero si eres alérgico a las vacas".
Dejar la granja por la hostelería fue una sabia decisión. "En el verano viene todo el mundo", dijo. "Este verano incluso llegó un italiano".
La prolongar la temporada turística, la comunidad empezó la Faronatta, o Noches de Faro, una fiesta insular que se celebra en septiembre, con luna llena. "Los restaurantes y bares abren toda la noche", dijo Anna Maria Hagerfors, una periodista jubilada de Estocolmo y residente parcial. "Servimos todo tipo de cosas -pescado ahumado, tartas, café, licores. Hay puestos de artesanías en toda la isla, hay una misa a medianoche en la iglesia, y el camino tá iluminado por antorchas".
"Es una noche bastante mágica", agregó.
Pero para algunos, Faro renace en el otoño, cuando las multitudes regresan al continente, liberando a las playas, senderos de bicicletas y cafés de las masas del verano. "Para Bergman el otoño era su estación favorita en la isla", dijo Kalstrom, que también trabaja en el Festival Bergman, un tributo cinematográfico de una semana todos los años en junio. "Cuando llueve en Faro, lo llamamos el tiempo de Bergman".

Como otros lugares remotos, Faro tiene sus excéntricos. Gente como Bror Bogren, una granjero de 87 años con un mechón de canas y sonrisa torcida. No ha viajado nunca a Suecia continentaly vive solo en la misma casa de campo en la que nació su tatarabuelo, sin agua corriente ni electricidad. "No he visto nunca un ordenador", dijo. "Pero vi televisión una vez, creo que en 1980".
En la isla nadie cierra sus puertas ni sus coches ni echa candado a la bici. Todo el mundo se conoce (si es que no son parientes). Y casi todos se consideran buenos amigos. Eso también era válido para el vecino más famoso de la isla.
"Cuando la gente venía para ver a Bergman, los vecinos pretendían no saber dónde vivía", dijo Majvor Ostergren, profesor de arqueología en la Universidad de Visby, en Gotland, y nativo de Faro. "Tenía un letrero en su puerta: ‘Cuidado Perro Peligroso', pero sólo tenía un perro enano. La gente quería proteger su intimidad".
Cuando murió Bergman, los detalles de su funeral también se mantuvieron en secreto. "La gente mantuvo el silencio ante la prensa hasta que se cavó la tumba la noche anterior", dijo Soderlund, que proporcionó la madera que fue usada para hacer el ataúd de Bergman. "Esas fueron sus instrucciones. Él dirigió su propio funeral".
El cariño de Bergman por la isla era mutuo. Rodó varias de sus películas en Faro, incluyendo ‘La pasión de Ana' [The Passion of Anna], ‘La vergüenza' [Shame], ‘Escenas de la vida conyugal' [Scenes From a Marriage] (filmada en la casa de un ex esposa), ‘Como en un espejo' [Through a Glass Darkly] y dos documentales sobre la isla misma. También era dueño del único teatro de Faro -un viejo granero que transformó en una sala de proyecciones privadas-, que visitaba en su camioneta roja casi todos los días.
Si pasas suficiente tiempo en la isla, descubrirás que casi todos tuvieron alguna experiencia con el hombre o sus películas. "Bergman nos quemó la casa", dijo Eric W. Ohlsson, un médico jubilado, refiriéndose a una escena de la película ‘La vergüenza', en la que se usó un granero como un accesorio en llamas. Años más tarde, Ohlsson compró una granja que incluía lo que quedaba del granero. Como otros muchos habitantes de Faro, Ohlsson y su mujer, Olga, se parecen al señor y señora Claus bronceados, sonriendo perpetuamente, de mejillas redondas y ojos azules. "No es tan bonito verlo en una película cuando ocurre que vives aquí", dijo.
En la tradición de Faro, unos ochenta vecinos participaron en la restauración del granero, el que, como decenas de otros en la isla, se ve como algo que pudo haber inventado J.R. Tolkien, con paredes de estuco blancas y techo de paja. "El granjero y su mujer deben alimentar a la gente: café, tartas, bocadillos, tentempiés y una gran fiesta en la noche", dijo Ohlsson. "Se hace todo en un día".
En esos momentos, Faro puede evocar una versión sueca de Colonial Williamsburg, excepto que los isleños no son actores disfrazados. Inga Ohlsson hace lana con sus propias ovejas y teje sus propios suéteres, y Eric Ohlsson tiene un pequeño ahumadero para curar el cordero de Navidad, y otro vecino hace cerveza en invierno. Las altas matas de lúpulos crecen junto a las manzanas, ciruelas y patatas nuevas en el jardín.
"A veces mi cerveza sale bastante bien, y a veces es imbebible", dijo Ohlsson. "Pero no se nos permite destilarla en Suecia", agregó con un guiño.
La gente de Faro está acostumbrada a estar algo aisladas. Debido a la presencia de una instalación militar, no se permitió la entrada de extranjeros sino en los años noventa. "De cierto modo, el gobierno quiere que vivamos en un museo", dijo Soderlund, el posadero. "E incluso aquí es tan ventoso, pero se negaron a colocar turbinas de viento wind turbines* porque estorbaban la vista".
Justo antes de dejar Faro, visité la famosa costa de Langhammars, una rocosa playa puntuada por enormes monolitos de piedra que se remontan a varias edades de hielo. Es un lugar popular en el verano para el pescado a la parrilla y mirar el atardecer. Y, por supuesto, Bergman también filmó en Langhammars -la mítica playa sirvió de telón de fondo de la caída de una mujer en la esquizofrenia en ‘Como en un espejo'.
Pero estar allá en persona -empequeñecido por gigantescas columnas de piedra que parecen despertar con luces tenues y sombras alargadas-, me pregunté si el encanto de Faro era algo que ni siquiera el gran director pudo articular. Una tierra de cuento de hadas con granjeros estrafalarios y graneros de hobbits, de nomos visibles y vacas pastando, de profundos bosques de pinos y vistas de flores silvestres, todo parecía demasiado vívido como para captar en celuloide.
"Desde el mar puedes ver la puesta de sol en la piedra caliza", dijo Hagerfors, la periodista jubilada, caminando por la playa de Langhammars. "Los marinos dicen que los colores de Faro se reflejan en el cielo".

23 de octubre de 2007
7 de octubre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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