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pobreza fatal


[Ching-Ching Ni] Pobreza y falta de información fueron fatales para una mujer china y su bebé. Las muertes subrayan el desamparo de las clases pobres. Su pareja, temiendo que lo engañaban, no permitió que le hicieran una cesárea.
Pekín, China. Iban a tener su bebé en Navidad. Pero las cosas salieron terriblemente mal el día antes de Acción de Gracias.
Comenzó con una tos. Li Liyun, una trabajadora inmigrante de 22 años, trató de ignorarla porque no tenía dinero para comprar medicinas. Ciertamente no podía permitirse un control prenatal. Ella y su pareja, Xiao Zhijun, estaban en la ruina y a veces pasaban tres días sin comer antes de volver a llenarse la barriga con un cuenco de arroz y una sopa de repollo.
Cuando Li tuvo problemas para respirar, Xiao la llevó a toda prisa a una clínica, que la transfirió a un hospital cercano. Allá los doctores dijeron que Li sufría de una severa neumonía y que el único modo de salvarla, a ella y a su bebé nonato, era haciéndole una cesárea de emergencia. Pero Xiao se negó a firmar el permiso, porque creía que la operación era innecesaria y que los doctores sólo querían cobrarle por una cara e inútil operación.
Cinco horas después de llegar al hospital, la madre y el hijo estaban muertos.
La tragedia, que provocó la indignación general, arroja nuevas luces sobre las necesidades de la creciente clase pobre y las carencias de los servicios sociales chinos. Pero también reveló cómo la desconfianza, el temor y la superstición pueden ser fatales en el país más poblado del mundo.
"La imagen mayor detrás de esta tragedia es la de una sociedad que carece seriamente de confianza mutua y compasión", dijo Xu Zhiyong, un abogado de Pekín que no está involucrado en el caso.
Xiao dice que a Li no le correspondía parir todavía y que el hospital le dio medicinas que le provocaron un parto prematuro para estafarlo.
"Son asesinos que están tratando de echarme la culpa del asesinato", dijo Xiao. "Mi única falta es que no tengo dinero".
Sin cuidados médicos profesionales, la pareja había dependido de dudosos consejos. Un vendedor callejero, por ejemplo, le dijo a Xiao que su bebé debía nacer recién a fines de diciembre. Un adivino le predijo la muerte prematura de Li y el bebé. Luego los doctores de los que desconfiaba lo presionaron para que los dejara abrirla.
Su mente se nubló cuando oyó, primero, que el corazón del feto no lo había soportado. Y luego que la madre había dejado de respirar.
"Le ofrecimos pagar la cuenta de mil 300 dólares para salvar las dos vidas", dijo He Weishan, un hombre que estaba de visita en el hospital con su esposa embarazada. "Pero no quiso aceptar el dinero. Simplemente se paralizó. Realmente no creía que su esposa estaba para dar a luz".
Casi una de tres personas en la capital china de diecisiete millones de habitantes pertenece a la población flotante del país, de acuerdo a los medios de comunicación del estado. Son emigrantes como Li y Xiao, que dejaron sus míseras raíces rurales para buscar una vida mejor en las ciudades. Más a menudo, lo que les espera son reveses y decepciones.
Hace tres años, Li estaba tan desalentada que había querido suicidarse. Así es como la conoció Xiao.
Él era un obrero despedido de una fábrica que cruzaba un puente en Pekín cuando vio a una joven a punto de saltar.
"Estaba trepándose a la baranda. Corrí y la cogí", recordó Xiao. "Le dije: ‘Eres tan joven. Todavía hay mucho camino por andar. Sea lo que sea lo que te pasa, te ayudaré'".
Sus palabras la emocionaron profundamente. Se hicieron amigos y luego se enamoraron.
Pese a la diferencia de edad -ella tenía diecinueve y él 31 cuando se conocieron- tenían mucho en común. Los dos habían crecido en el interior de China en familias con cuatro niños. Los dos se sentían marginados, y abrigaban grandes ilusiones: ella quería ser actriz, y él aspiraba a convertirse en funcionario.
"A mi hija le encantaba cantar y bailar; pasó un año en una academia de cine en la provincia que costó casi dos mil dólares, una cifra astronómica para una familia como la nuestra", dijo su padre maestro, Li Xuguang, que está en Pekín para iniciar acciones legales contra el hospital.
Después de un año en otra cara academia, de mecánica, que se suponía que te preparaba para mejores perspectivas laborales pero que resultó ser un timo, escapó de casa antes que hacer frente a sus padres endeudados.
"La última vez que hablamos fue la mañana antes de su muerte", dijo su madre, Li Xiaoe, que se echó a llorar al ver las fotografías de su hija. "Me dijo: ‘Mamá, tengo gripe'. Le dije que se hiciera revisar. Me dijo que lo haría".
Su hija no le dijo que estaba embarazada.
"Estoy segura de que quería volver a casa, pero tenía miedo de decirnos la verdad", dijo su madre.
Xiao dijo que querían casarse, pero que de acuerdo a las leyes chinas tenían que volver a sus provincias natales para obtener un permiso oficial. No tenían dinero para hacer el viaje, y temían que sus familias no aceptaran su unión.
Deambularon de ciudad en ciudad, de trabajo en trabajo, durmiendo en chabolas, en la calle, en bancas de hospital. Después de aventurarse a Pekín, Xiao trabajó como mozo de mudanzas, guardia de seguridad y en una zapatería. Pero la paga eran tan baja que fueron incluso desalojados del cuchitril que alquilaban.
Para tener un techo sobre sus cabezas antes de que llegara el bebé, Xiao trató de obtener ayuda de las agencias de bienestar, de refugios de emergencia y de maternidades. Pero, dijo, fue rechazado en todas partes.
"Vivimos en un mundo cruel", dijo Xiao, con su cabeza hundida entre las manos, su voz apenas audible.
Finalmente un restaurante los contrató para lavar platos por 93 dólares al mes, más un cuarto y la comida. No se habría enfermado tanto si no se hubieran quedado con ese trabajo, dijo, ahogándose. El agua era muy fría. La humedad lo invadía todo.
Dos semanas después estaban en el hospital con trece dólares en su bolsillo y en una crisis de vida o muerte. Para entonces, era difícil para él confiar en alguien. Ahora, es imposible.
"Ya no está", murmuró Xiao, las lágrimas cayendo sobre el frío suelo mientras se acercaba el Año Nuevo, solo, sin la mujer que amaba y su hijo. "Sabía que era un niño".

chingching.ni@latimes.com

3 de enero de 2008
25 de diciembre de 2007
©los angeles times
cc traducción mQh
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