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murió pierre berès


Tenaz coleccionista de libros. A los 95.
[William Grimes] Cuando el manuscrito de Louis-Ferdinand Céline, ‘Viaje al fin de la noche’, se ofreció a la venta en 2001, nadie en el mundo de los libreros anticuarios tuvo que preguntar quién había descubierto esta rareza, que estuvo desaparecida durante décadas. Sólo podía ser Pierre Berès, el rey de los libreros franceses, amigo de Picasso y Éluard, editor de Barthes y Aragon, un hombre renombrado por buen gusto y conocimiento, sus descomunales recursos económicos y su implacabilidad en la búsqueda de lo raro y lo bello.
Berès murió el lunes a los 95 años, informaron a la prensa francesa sus familiares el miércoles.
"Hemos perdido a una figura legendaria en el mundo del arte, del coleccionismo y de las editoriales", dijo la ministro de Cultura francesa, Christine Albanel.
Berès ya había montado una memorable despedida del mundo de los libros en 2005. Al cerrar la tienda que había administrado desde fines de los años treinta en la Avenida de Friedland, cerca del Arco de Triunfo, ofreció a la venta su colección de doce mil libros. En una serie de seis ventas en Drouet, la casa subastadora, espaciadas a lo largo de dos años, se marcaron récords cuando los pujadores hicieron cola para la primera edición de ‘Una temporada en el infierno’, de Rimbaud, dedicada por el autor a Verlaine.
La venta recaudó más de 35 millones de euros. Berès se encaminó hacia su retiro en su moderna mansión en St. Tropez, pero no sin hacer antes un grandioso gesto. Inesperadamente, retiró de la oferta, y donó a Francia, una edición de ‘La cartuja de Parma’, con las revisiones que introdujo Stendhal después de leer las críticas de Balzac a las páginas iniciales de la novela.
Berès se distinguía por la creación de una mística personal. "Yo no busco, sino encuentro", proclamó una vez crípticamente sobre su raro don para encontrar ediciones raras. Su propio pasado, que mantenía deliberadamente vago, sólo contribuía a su encanto.
Nacido en Estocolmo en 1913, llevaba el apellido Berestov, aunque durante su vida guardó silencio sobre sus padres. Creció en la Ribera Izquierda, estudió en el Liceo Louis-le-Grand y, cuando era adolescente, empezó a coleccionar autógrafos y a recorrer las librerías de París a la búsqueda de publicaciones con dedicatorias de los autores.
Desde el principio exhibió arrojo y encanto, dos cualidades que lo llevarían lejos. A los 13 golpeó a la puerta de Georges Clemenceau, el ex primer ministro de Francia, y le pidió un autógrafo para su libreta. Cautivado, el político accedió, sin saber que el solicitante en la puerta de su casa se había acercado a todos los otros miembros de la Academia Francesa para reunir una colección completa de autógrafos.
Cuando era estudiante, Berès se instaló como distribuidor de libros, comprando primeras ediciones y revendiéndolas más tarde por una pequeña ganancia. André Gide, que vivía a metros de su casa en la Rue Vaneau, le confió la venta de tres de sus manuscritos.
Cómo exactamente convirtió Berès sus primeras ventas en una tienda propia, ‘Incidences’, en la Rue Lafitte, sigue siendo un enigma. En un retrato de Berès de 2004 en Le Temps, se lee que después de haber recibido unos libros robados, tomó contacto con su propietario, un aristócrata venido a menos. Se encargó luego de la venta de su biblioteca y aprovechó los numerosos contactos del aristócrata.
De cualquier modo, navegó las turbulentas aguas económicas de los años treinta con una asombrosa facilidad, mostrando una insaciable atracción por las decaídas haciendas de millonarios estadounidenses. Un breve viaje a Estados Unios en 1938 le permitió hacerse con las colecciones de Mortimer Schiff y Cortland F. Bishop.

Berès volvió a Francia con primeras ediciones de Cervantes y un alijo de libros del Renacimiento francés que habían sido propiedad de François I. Vendió algunos ejemplares para cubrir los costes de su viaje y almacenó el resto durante varias décadas, tiempo durante el cual su valor aumentó exponencialmente. Esta estrategia le sirvió durante toda su carrera.
Sus rivales lo consideraban inescrupuloso. En un célebre ejemplo anunció en su propio catálogo ejemplares que pertenecían a un competidor. Cuando un cliente mostró interés, Berès le pidió que lo esperara mientras recogía los libros de su bodega. En lugar de eso, corrió a la tienda de su rival, compró los libros y los revendió.
Esos hábitos son difíciles de extirpar. En 1941 se acercó al escritor Paul Léautaud con una primera edición de su novela ‘Petit ami’, anteriormente en posesión del poeta Henri de Régnier. ¿Podría el escritor, quizás, dedicarle el libro? Léautaud se quedó pasmado. "Escríbala usted mismo", le gritó, cerrándole la puerta.
En 1937, después de confiar a su ayudante Lucien Goldschmidt la tarea de abrir una sucursal de su librería en Nueva York, Berès se mudó a un nuevo local en la Avenida de Friedland en 1939. La guerra la sobrevivió incólume. El escritor alemán Ernst Jünger, en su diario sobre sus tiempos de guerra en París, contó haber comprado varios libros en la librería de Berès, y sin descuento.
Fue durante esta época que Berès, acompañado a menudo por el escritor Raymond Queneau y el fotógrafo Brassaï, se dejaba caer por el taller de Picasso. Después de la guerra, Matisse escogió la librería de Berès para la exposición de ‘Jazz’, su colección de grabados basados en recortables.
El círculo de amigos artistas y escritores de Berès se amplió después de que adquiriera, en 1956, Éditions Hermann, una editorial de libros científicos. Con los años desarrolló un distinguido catálogo de libros sobre matemáticas, física, filosofía y crítica literaria, con un grupo de escritores entre los que se encontraban Aragon, Barthes y Queneau. También empezó a publicar ediciones limitadas de libros de arte y a coleccionar arte. En las paredes de su casa en París los visitantes podían admirar piezas de Seurat, Balthus y Matisse.
Esos fueron los inicios de los años de gloria de Berès, que duraron más de medio siglo. Revisando las necrológicas de los diarios franceses buscando vínculos ocultos que pudieran conducir a grandes hallazgos, cortejaba a grandes y pequeños. Con lisonjas logró obtener un Stendhal anotado de una criada de Proust. Envuelto en un chal rojo, a menudo con un gato siamés encaramado en un hombro, se aparecía por magníficos castillos, conseguía entrar y salía con algún tesoro.
Sus rivales le conocían, envidiosamente, como ‘la máquina de seducción’. Las mujeres lo encontraban encantador. Se casó tres veces, y tuvo ocho hijos, de los cuales sobreviven siete: Pervenche, Anémone, Angélique, Platane, Achille, Jacques y Anne-Isabelle Montanari.
Nunca tuvo un socio, superaba habitualmente a sus rivales a la hora de hacerse con libros de primera calidad, no mostraba ninguna deferencia hacia los grandes clientes y operaba en general como si fuera el sol de su propio sistema solar.
Al mismo tiempo, su librería era mucho más abierta y más acogedora que la típica tienda de anticuario francesa, en las que sólo clientes seleccionados pueden hojear libros de gran calidad escondidos en un cuarto trasero o en el ático.
"Simplemente compraba grandes libros y, si le gustabas, te los vendía", dijo William Wyler, un socio en Ursus Books and Prints en Manhattan.
Con los años, la colección de Berès llegó a incluir una edición de ‘Los pensamientos’ de Pascal de 1670, una edición de veinte tomos de ‘La comedia humana’, de Balzac, dedicada "a mi querida mamá, de su devoto hijo Honoré", y una primera edición de ‘Madame Bovary’, enviada por el autor a Alexandre Dumas, con una nota que decía: "El homenaje de un desconocido, Gve. Flaubert".
Compraba, pero también daba. Donó los archivos de Pierre y Paul Curie a la Biblioteca Nacional, y después de donar los archivos del compositor Paul Dukas a la biblioteca en 1959, le otorgaron la Legión de Honor.
Por otro lado, en el 2000 la biblioteca tuvo que organizar una campaña de subscripción para comprar lo que Berès vendía por un "precio de amigos", el manuscrito en nueve tomos de ‘Memorias de Ultratumba’, de Chateaubriand.
Un año después la biblioteca pagó 1.8 millones de euros por el misterioso manuscrito de Céline. Cuando le preguntaron cómo había llegado el manuscrito a sus manos, Berès respondió: "Después de pasar por la puerta".
Definiendo a Berès, Wyler dijo: "Una mente excepcional, un gusto excepcional, un conocimiento excepcional".
La subasta de despedida de Berès ofreció numerosos ejemplos de ese gusto, como su primera edición de ‘Paraísos artificiales’. Era el ejemplar de Baudelaire mismo, con los apuntes del autor en los márgenes.
"Esa era precisamente el tipo de cosas que poseía Pierre Berès", dijo John Bidwell, curador de libros impresos de la Morgan Library & Museum. "El ejemplar más codiciado de un libro importante".

8 de agosto de 2008
3 de agosto de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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