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diputada tohá quiere nueva constitución


Una nueva Constitución para el Bicentenario. Cada vez más políticos y profesionales se unen a la exigencia de una nueva Constitución.
[Carolina Tohá y Javier Couso] Desde el retorno a la democracia, Chile ha reconstruido su sistema político bajo el imperio de la Constitución Política de 1980 y bajo la influencia de las formas políticas que se generaron durante la transición. Esto ha dado lugar a un sistema con características muy especiales: un padrón electoral congelado con una presencia casi nula de jóvenes elige un Parlamento, en el que, producto del sistema electoral binominal, dos grandes fuerzas políticas (Concertación de Partidos por la Democracia y Alianza por Chile) se dividen en forma muy pareja la representación parlamentaria, y excluyen a otros grupos políticos. Paralelamente, las normas constitucionales exigen quórums extremadamente altos para el tratamiento de los temas sensibles, razón por la cual las principales reformas o se hacen por consenso o no se hacen. El centralismo es otra característica distintiva que genera una fuerte concentración de las decisiones en el gobierno central. A ello se suman tradiciones políticas forjadas bajo los primeros años de la transición democrática, que favorecen los acuerdos políticos al interior de grupos pequeños y cerrados, con escasa deliberación pública. Finalmente, existe un Tribunal Constitucional que, en lugar de limitarse a dirimir conflictos de competencias entre los poderes públicos, se erige como un árbitro final e inapelable que determina el contenido de cruciales políticas públicas que debieran ser zanjadas democráticamente.
Como consecuencia de todos estos factores, la política chilena resulta ser muy poco competitiva y deliberante, muy eficaz para generar estabilidad pero inadecuada para procesar reformas significativas, bastante elitista en su composición y en su funcionamiento y poco transparente en su forma de procesar los conflictos.
No es raro, entonces, que exista el desencuentro que todos conocemos entre política y ciudadanía: nuestro sistema nunca les dio demasiada importancia a los ciudadanos y éstos, que aceptaron este orden de cosas en el pasado, se han vuelto harto más exigentes, desconfiados y opinantes de lo que eran al inicio de los noventa. Los chilenos ya no tienen miedo ni son tan obsecuentes hacia la autoridad. Enhorabuena.
El sistema político, que en el pasado fue una gran fortaleza de nuestro país, se está transformando en un problema. Algo tenemos que hacer para ponerlo en línea con lo que hoy es Chile y con lo que esperan los ciudadanos. No se trata de hacer un ajuste por aquí y un retoque por allá, sino de cambiar la filosofía de base que tiene nuestro sistema: desconfianza de los ciudadanos y blindaje contra el cambio. En lugar de ello, necesitamos acordar un sistema caracterizado por la transparencia, la participación, la competencia, la deliberación y transformarlo en menos refractario al cambio. Para ir en esa dirección de manera armoniosa y coherente, se requiere un replanteamiento de nuestro orden constitucional. La actual Constitución tiene un pecado de origen por haber sido elaborada en dictadura y entre cuatro paredes por personeros cuya adhesión a la democracia era precaria, y porque fue aprobada en un plebiscito que no contó con las mínimas garantías. Esto atenta contra su plena legitimidad y genera la percepción de que no es compartida por todos los chilenos.
Contrariamente a lo que se suele pensar, la historia constitucional de nuestro país ha estado marcada por experiencias similares, en que el orden constitucional ha surgido del punto de vista de los vencedores y ha dejado fuera la visión de los derrotados. Por lo dicho, ha llegado la hora en que los chilenos nos atrevamos a discutir abierta y democráticamente un arreglo que exprese valores compartidos. No se trata de reproducir experiencias traumáticas y conflictivas de algunos países de la región, sino, al contrario, de proponernos un debate pacífico y con altura de miras para definir las reglas del juego que regirán nuestra vida democrática hacia adelante, como lo hicieron en su momento con mucho éxito España y Brasil tras salir de sus experiencias autoritarias. Los chilenos nos hemos ganado con creces el derecho a soñar con una Constitución que nos represente a todos, generada democráticamente y actualizada con el país que hoy somos y con el que queremos llegar a ser.

6 de octubre de 2008
©el mercurio
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