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vida y tiempos de timothy leary

Nueva biografía, y tal vez la última, del gurú del LSD. Primera entrega.


[Louis Menand] El buen Dios -¿o fue quizá selección natural, aunque cuando consideras el resultado, es eso plausible, realmente?- nos dio, además de las aves del aire y las bestias del campo, una fantástica variedad de hongos con los que compartimos este increíble planeta: levadura, orín, moho, hongos y roya. Entre ellos está el cornezuelo, un hongo que destruye la hierba de los cereales, especialmente del centeno, y que, cuando se lo consume, puede producir alucinaciones. El cornezuelo es la fuente natural del ácido lisérgico, del que se extrae el ácido lisérgico y la dietilamida: el LSD. Qué propósito divino o adaptativo podría tener esta substancia fue alguna vez el tema de un informado debate en el que participaron científicos, funcionarios de gobierno, psiquiatras, intelectuales y algunos ególatras chapados en oro. Timothy Leary era uno de los ególatras.
Leary pertenecía a lo que llamamos reverentemente la Gran Generación, esa cohorte de estadounidenses que eludieron la mayor parte de las privaciones de la Depresión, crecieron en la atocinada afluencia de los años de posguerra, y luego predicaron el hedonismo y el absentismo para la generación del auge de la natalidad, que desde entonces recibe la culpa. ¡Grandes de la Tierra, os saludamos!
Leary nació en 1920, en Springfield, Massachusetts, que es también la ciudad natal del Dr. Seuss, de cuya más famosa creación Leary fue en muchos aspectos el análogo humano: un Señor del Desgobierno risueño, carismático, y completamente irresponsable. El padre de Leary era un dentista cuya carrera arruinó su alcoholismo; abandonó a la familia en 1934, y terminó como camarero en la marina mercante. La madre de Leary era una celosa guardiana de los intereses de su hijo, lo que requería una considerable cantidad de vigilancia. Leary era inteligente, y no carecía de ambición, pero -como lo documenta Robert Greenfield meticulosamente en su extensa biografía ‘Timothy Leary’ (Harcourt; $28)- su educación fue un juego de toboganes y carreras: Holy Cross (de donde estuvo a punto de ser expulsado después de dos años), West Point (de la que fue obligado a retirarse después de ser acusado de haber violado el código de honor), la Universidad de Alabama (de la que fue expulsado después de pasar la noche en el dormitorio de mujeres), la Universidad de Illinois (donde lo reclutaron para el ejército, sirviendo en una clínica de rehabilitación de sordos, en Pensilvania), nuevamente Alabama (donde logró que lo volvieran a admitir y de la que egresó después de estudiar por correspondencia), la Universidad de Washington (donde obtuvo su licenciatura) y, con la ayuda del G.I. Bill (un fondo de ayuda para los Grandes), Berkeley, donde, casado y con dos hijos, recibió su doctorado en filosofía en 1950.
No hubo un momento más oportuno para estudiar psicología. En los años cincuenta, la psicología desempeñaba para muchas personas el mismo papel que la genética hoy en día. "Está todo en tu cabeza" tiene la misma atracción que "todo está en tus genes": una explicación de cómo son las cosas sin amenazar el orden de las cosas. ¿Cómo puede alguien ser infeliz o comportarse como un antisocial cuando vivimos en el país más libre y próspero del planeta? ¡No puede ser el sistema! Debe de haber alguna falla en alguna parte de la instalación. Así que los años de posguerra fueron tiempos flojos para el activismo político y de auge para la psiquiatría. El Instituto Nacional de la Salud Mental, fundado en 1946, se convirtió en una de las siete divisiones de más rápido crecimiento de los Institutos Nacionales de Salud, otorgando becas a psicólogos para que estudiaran problemas como el alcoholismo, la delincuencia juvenil y la violencia en la televisión. La psicología del ego, una terapia dirigida a ayudar a adaptarse y ajustarse a la gente, era la tendencia dominante en el psicoanálisis estadounidense. Para 1955, la mitad de las camas de hospital en Estados Unidos estaban ocupadas por pacientes diagnosticados como enfermos mentales.
La creencia de que la inadaptación y la disensión debían ser ‘curadas’ por un poco de trabajo social-psiquiátrico ("Este niño no necesita un juez, necesita los cuidados de un terapeuta") es consistente con nuestra impresión retrospectiva de los años cincuenta como la edad del conformismo. La versión más oscura -defendida, por ejemplo, por Eli Zaretsky en su valiosa historia cultural del psicoanálisis, ‘Secrets of the Soul’- es que la psiquiatría se convirtió en una de las herramientas de suave coerción con la que las sociedades liberales solían mantener a raya a sus ciudadanos. Pero, como señala también Zaretsky, importantes críticos del conformismo y la normalidad -Herbert Marcuse, Allen Ginsberg, Norman Mailer, Norman O. Brown, Paul Goodman, Wilhelm Reich- también pensaban que todo estaba en la mente. Para ellos, lo normal era la neurosis, para la que prescribieron varios métodos de liberación personal, desde mejores drogas hasta mejores orgasmos. En los primeros días de la Guerra Fría, el radicalismo personal, la revolución mental y sexual, era el radicalismo más seguro. Con el radicalismo político te podían colocar en lista negra.
Leary pasó la primera parte de su carrera haciendo psicología normativa, el trabajo de evaluación, medida y control; pasó la segunda parte como uno de los principales patrocinadores de la psicología alternativa, la psicología pop de la expansión de la conciencia y la inadaptación. Pero una era la otra cara de la otra y la conclusión de Greenfield, alcanzada de algún modo lamentablemente, es que Leary nunca fue serio en ninguna de las dos. Las únicas cosas con las que Leary era serio, eran el placer y la fama. No sufrió ninguna transformación fundamental cuando dejó el mundo académico por el de la contracultura. Le gustaban las mujeres, le gustaba ser el centro de la atención, y le gustaba colocarse. Simplemente cambió los medios de intoxicación. Como mucha gente en esos días, empezó con el borgoña y pronto topó con substancias más fuertes.
La idea popular de Leary es que era un distinguido académico que tocó fondo, un profesor de Harvard que perdió el juicio. Por razones obvias, esta versión le gustaba a Leary e incluso Greenfield se refiere a él repetidas veces como el profesor de Harvard (como lo hace también la Enciclopedia Columbia). Leary enseñó en Harvard, pero no era profesor. Empezó su carrera en el Kaiser Permanente Hospital en Oakland, donde fue director de investigación clínica y psicología. Su primeros trabajos giraron sobre la personalidad; su primer libro, ‘The Interpersonal Diagnosis of Personality’, fue publicado en 1957. Fue todo un éxito, pero, dice Greenfield, algunos de los colegas de Leary pensaron que no había reconocido sus propias investigaciones. Incluso entonces parece haber estado bendecido con la incapacidad de sentir vergüenza, un don del que hizo uso muchas veces.
Leary ya había tenido una mala racha de problemas personales. Su primera esposa se suicidó al cumplir treinta y cinco años. (Cuando se quejó, durante una noche de borrachera, de que la engañaba con una amante, se dice que le dijo: "Ese es tu problema"). Luego Leary se casó con la amante, pero cuando la golpeara poco después, la casera llamó a la policía y el matrimonio terminó. En 1956 murió el padre de Leary, cuando acababa de volver a tomar contacto con él -y murió indigente en Nueva York. Poco después, un ex asesor de la facultad, un hombre casado con el que, según cree Greenfield, Leary tenía una aventura sexual, fue detenido cuando cazaba en un baño de hombres y Leary sufrió una crisis nerviosa. Viajó a Europa, donde conoció a David McClelland, director del Centro de Investigación de la Personalidad, en Harvard, que estaba de sabático. McClelland estaba tratando de inscribirse para sacar su doctorado en psicología clínica e, impresionado por la simpatía e inteligencia de Leary, le ofreció una posición como docente para el año académico de 1959-1960. Leary aceptó y se mudó a Los Angeles. Al final de ese año, McClelland le aconsejó que cultivara una noción menos arrogante de la ciencia, aunque renovó el nombramiento de Leary. Ese verano, Leary viajó a México, y allá, por primera vez, comió unos ‘hongos mágicos’. Encontró que la experiencia fue encantadora y cuando volvió a Cambridge montó, con la aprobación de McClelland, el Proyecto Psicodélico de Harvard.
El alucinógeno obtenido de los hongos mexicanos es la psilocibina, y en 1960 la psilocibina no era ilegal. Tampoco lo era el LSD, que Leary probó por primera vez a fines de 1961. Ambos eran manufacturados por Laboratorios Sandoz, en Suiza, y estaban disponibles para los investigadores. A todo el mundo le parecía que esas substancias tan poderosas debían ser puestas para algún uso. De ahí el proyecto de Harvard, un recién llegado a los esfuerzos organizados para determinar qué tenía Dios en mente cuando creó esos curiosos hongos.
La gran droga hippie fue introducida en la vida americana por la profesión médica y el gobierno federal. A principio de la década del cincuenta, las fuerzas armadas y la CIA tenían la esperanza de que el LSD pudiera servir como un suero de la verdad o un instrumento de control mental y, de acuerdo con Martin Lee y Bruce Shlain en su historia de la droga, ‘Acid Dreams’, la usaron a menudo, ambas operacionalmente, durante interrogatorios y, experimentalmente, a menudo con sujetos que nunca fueron informados. Los psicólogos clínicos (muchos de ellos financiados por agencias oficiales) consideraban las drogas psicodélicas como una psicomimética: sus efectos parecían imitar estados psicóticos, y eran usados para estudiar psicosis y esquizofrenia.
El LSD también se administró a alcohólicos, drogadictos y pacientes con bloqueos emocionales. El más famoso de estos pacientes fue Cary Grant, que tomó LSD bajo la supervisión de un psiquiatra. "He estado buscando la tranquilidad de espíritu durante toda mi vida", dijo Grant. "Hasta este tratamiento, nada me dio resultado". Allen Ginsberg fue introducido al LSD en el Instituto de Investigación Mental de Palo Alto, en 1959, donde sus respuestas fueron medidas por un equipo de doctores como parte de un programa de investigación financiado por el gobierno. Ginsberg llegaría a ser uno de los principales publicistas del LSD, junto con Ken Kesey, que la usó por primera vez en el Hospital de Veteranos de Menlo Park, en 1960, donde, en otro programa federal, le pagaron veinticinco dólares al día por ingerir alucinógenos. La experiencia la plasmó Kesey en su primera novela, ‘Atrapado sin salida’ [One Flew Over the Cuckoo’s Nest], y, más tarde, inspiró los Bromistas Traviesos, el tema del libro de Tom Wolfe, ‘The Electric Kool-Aid Acid Test’*. (Wolfe, que probó el LSD reluctantemente, por prurito periodístico, dijo: "Tengo la sensación de haber entrado en el brillo de esta gruesa y nudosa alfombra -una alfombra realmente retorcida, hecha de Acrilan que, de algún modo, representaba al pueblo de Estados Unidos, en toda su gloria democrática"). Alan Watts, cuyo libro ‘Cosmología gozosa’ [The Joyous Cosmology] fue publicado en 1962 y se convirtió, como dice Greenfield, "en el modelo de la experiencia psicodélica para millones de personas", tomó LSD por primera vez en un programa de la Universidad de California en Los Angeles. Ahora parece cosa de charlatanes, pero Lee y Shlain dicen que entre 1949 y 1959 se publicaron miles de artículos sobre el LSD en revistas profesionales.
Cuando estuvo en Harvard, Leary hizo experimentos que implicaron, por ejemplo, dar drogas psicodélicas a reos en un intento por reducir las tasas de reincidencia; Leary afirmó que el programa había sido notablemente exitoso, aunque Greenfield dice que las cifras entregadas por Leary para fundamentar su afirmación no son gran cosa. Pero lo que realmente atraía a Leary era una teoría totalmente diferente sobre el propósito de las drogas psicodélicas. La teoría era que ellos estaban destinados a revelar a la humanidad la verdadera naturaleza del universo, y su principal exponente era Aldous Huxley. Huxley había tomado mezcalina, una droga derivada del cactus peyote, en 1953, bajo la guía de un médico psiquiatra británico llamado Humphry Osmond. (Fue Osmond el que acuñó el término psicodélico, que quiere decir que ‘se manifiesta en la mente’). Huxley publicó en 1954 un breve libro sobre la experiencia, ‘Las puertas de la percepción’ [The Doors of Perception], del que el grupo de rock tomaría más tarde su nombre). Tuvo su primera experiencia con el LSD en 1955; le brindaba, dijo, "una conciencia total y directa, desde dentro, para decirlo así, del Amor como el hecho cósmico más primario y fundamental".

Libro reseñado:
Robert Greenfield
Timothy Leary
Harcourt,
$28

21 de octubre de 2008
26 de junio de 2008
©new yorker
cc traducción mQh
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