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asesinos difunden legado de víctima


En 1993, Amy Biehl fue perseguida por una enfurecida turba que buscaba ciegamente un símbolo blanco del apartheid. Los dos hombres condenados por su asesinato son parte de una inverosímil historia de reconciliación y perdón.
[Scott Kraft] Guguletu, Suráfrica. Easy Nofemela recuerda la tarde que murió Amy Biehl. Las estufas a carbón de las chozas en las barriadas habían pintado el crepúsculo de un tizne grisáceo, anunciando una fría noche de invierno. La calle principal de Guguletu estaba atochada de coches. Y una furiosa turba de jóvenes estaba buscando símbolos de poder blanco que destruir.
Entonces vieron a Biehl, rubia y de ojos azules, que cruzaba la barriada en su Mazda amarillo.
"Empezaron a arrojar piedras contra el coche de Amy. Se bajó y echó a correr y la apuñalaron ahí", dice Nofemela, indicando un sector de hierbas junto a una gasolinera, donde se ve ahora una pequeña cruz.
Nofemela lo recuerda, quince años después, porque él formaba parte de la turba que mató a Amy Biehl.
Lo que no sabía entonces era que Biehl no era para nada un símbolo del apartheid. Era una becaria Fulbright que estaba estudiando la vida de las mujeres en Sudáfrica, una estudiante de veintiséis años, de Stanford, con un billete de avión para volver a casa al día siguiente, desde un aeropuerto a diez minutos de distancia.
Nofemela fue uno de los cuatro hombres condenados por lo que hicieron ese día. Pasaron casi cinco años en prisión antes de que fueran amnistiados en 1998 por la Comisión de Verdad y Reconciliación del país.
Hoy Nofemela, un fornido hombre de 37 años con la cabeza rapada y sagaz, es padre de una niña. Y, en una inverosímil historia de perdón y redención, él y Ntobeko Peni, otro de los condenados por el asesinato, trabajan ahora en la organización benéfica que fundaron los padres de Biehl después de su muerte.
Es una paradoja que Linda Biehl, madre de Amy, prefiere no examinar muy de cerca.
"No sé cómo ocurrió", dice, bebiendo café en una cafetería cerca de su casa en Newport Beach. "No voy a tratar de analizarlo".
Una atractiva mujer de 65 con una melena rubia y una cálida sonrisa, creció excepcionalmente cerca de los asesinos de su hija. "Easy y Ntobeko son fascinantes y en realidad los adoro", dice. "Me han dado tanto".

Linda Biehl y su difunto marido, Peter, iniciaron la Fundación Amy Biehl en 1994 con las donaciones que, sin ser solicitadas, fueron enviadas por desconocidos conmovidos por las noticias de la muerte de su hija. Hoy, dirige programas extraescolares para niños en Guguletu y otros distritos y campamentos de okupas que echaron raíz durante la época del apartheid en los llanos del Cabo, a unos 10 kilómetros al este de Ciudad del Cabo.
"Nuestra misión es crear esperanza para los niños del distrito y darles un futuro", dice Kevin Chaplin, director ejecutivo de la fundación. "Nuestro interés central es mantenerlos alejados de la violencia y darles actividades sanas que utilicen el lado creativo del cerebro".
La fundación desarrolla sus actividades en espacio de oficinas donado en el centro de Ciudad del Cabo, a los pies de la Montaña de la Mesa, el hito de tarjeta postal de la ciudad más reconocible. Homenajes a Amy Beihl y al trabajo de la fundación cubren las paredes. Un pequeño televisor retransmite a alto volumen viejos cortos noticiosos de la historia de Amy Biehl -su espantosa muerte, las condenas de sus asesinos y la amnistía, y el trabajo de la fundación- para los voluntarios recién llegados.
Chaplin, 45, dejó una exitosa carrera en un banco de Suráfrica hace dos años para dedicarse a la organización benéfica, que organiza clases de música, danza, teatro, artesanías y deportes en los distritos. "Ha sido la época más satisfactoria de mi vida", dice.
Pero es la historia de la familia Biehl, dice, la que resuena aquí y en el extranjero.
"Mucha gente ni siquiera puede perdonar las cosas pequeñas", dice. "Si los Biehl pueden perdonar a cuatro jóvenes por la muerte de su hija, entonces no quedan excusas para el resto de nosotros. Así que tratamos de enseñar la historia de Amy Biehl -que de las tragedias puede surgir algo bueno. En realidad estamos enseñando a la gente el poder del perdón".
Esa tarde de agosto de 1993, Amy Biehl llevaba casi un año en Suráfrica y se había hecho con un amplio círculo de amigos que incluían a algunos de los más importantes abogados de derechos humanos y políticos del país, así como vecinos de los distritos.
El país se acercaba a un momento histórico. Nelson Mandela estaba libre después de veintisiete años en prisión y su Congreso Nacional Africano (ANC) se preparaban para tomar el control en las primeras elecciones libres, programadas para abril de 1994. Los negros, que superaban a los blancos en una escala de cinco a uno, podrían votar, poniendo fin a cuatro décadas del gobierno de la minoría blanca.

Biehl había estado investigando constituciones y declaraciones de derecho en todo el mundo para los líderes del ANC que estaban escribiendo la nueva Constitución, y también participaba en las campañas de educación de los votantes. Recién había terminado su artículo para la Fulbright, ‘Las mujeres en una Suráfrica democrática: de la transición a la transformación’.
Pero fue un período sangriento y tumultuoso. Los blancos de extrema derecha estaban intentando desesperadamente mantenerse en el poder. Cuatro meses antes de la muerte de Biehl, un supremacista blanco había matado a Chris Hani, líder del brazo armado del ANC, en la entrada de su casa. Grupos radicales negros, como el Congreso Panafricano, o PAC, estaban librando su propia y violenta guerra contra símbolos del dominio blanco, poco convencidos de que el gobierno fuera realmente a entregar el poder y desconfiados del plan del ANC para una democracia multirracial.
Biehl llevaba a unos amigos a casa en Guguletu ese día, cuando una turba de unas ochenta personas se separaron de una manifestación cantando el grito de guerra del PAN: "Un colono, una bala". En el argot del grupo, los colonos eran los blancos, específicamente los blancos Afrikaners que se habían establecido en Sudáfrica hacía 350 años y, en 1948, habían impuesto el sistema de segregación racial conocida como apartheid.
Los testigos identificaron luego a tres miembros de la turba, incluyendo a Nofemela, 22 en la época, y fueron juzgados y condenados por asesinato. La fiscalía pidió la pena de muerte, pero el juez los sentenció a dieciocho años de cárcel, diciendo que pensaba que debían tener la posibilidad de convertirse en ciudadanos útiles, "pese al hecho de que no han mostrado remordimiento". Algunos meses después, Peni, 20 en la época del ataque, fue arrestado, condenado y sentenciado a dieciocho años.
Los Biehl pensaban que el asunto había llegado a su fin. Pero en 1997, cuatro años después del asesinato de su hija, los asesinos solicitaron el perdón de la Comisión de Verdad y Reconciliación del país. Los Biehl preguntaron qué hacer al arzobispo Desmond Tutu, presidente de la comisión. "Simplemente vengan y hablen con el corazón y hablen como Amy", dijo.
En la audiencia, los hombres confesaron su participación en el asesinato, y dijeron que creían que tenían que matar a blancos para hacer Sudáfrica "ingobernable" y obligar al gobierno a abandonar el poder.
Los Biehl leyeron fragmentos del discurso de inauguración en la secundaria de su hija y hablaron de su compromiso para ayudar a Sudáfrica. Pero también extendieron una rama de olivo. "Venimos a Sudáfrica como vino Amy, en un espíritu de amistad", dijo Peter Biehl. "Y no nos equivoquemos, extender una mano de amistad en una sociedad que ha sido polarizada sistemáticamente durante décadas puede ser un trabajo difícil a veces".
Fuera de la audiencia, los cuatro convictos se acercaron a los Biehl y les dieron la mano. "Nos pidieron perdón", recuerda Linda Biehl. "Ntobeko nos dijo que si lo perdonábamos, no le importa recibir o no la amnistía, porque se sentiría liberado".

Los cuatro convictos fueron amnistiados en 1998 y al año siguiente los Biehl fueron a ver a Nofemela y Peni en Guguletu. "Fue como una adopción", dijo Linda Biehl. "Eso como que rompió la barrera. Eran simplemente niños que no tuvieron la posibilidad de tener una infancia".
Nunca les preguntó por el papel de cada uno en la muerte de Amy; asume que hicieron algo más que arrojar piedras, como reconocieron durante la audiencia de amnistía. (Uno de los cuatro confesó haber apuñalado a Amy. Volvió a la cárcel por otro cargo no relacionado con el asesinato de Amy).
Después de la prisión, Peni empezó una organización para ayudar a ex activistas de la lucha contra el apartheid a adquirir oficios tales como albañilería y fontanería. Convenció a la Fundación Biehl que lo ayudaran con su organización y trabaja para ellos desde hace tres años. Recientemente fue ascendido a director de programas y supervisa a los dieciséis miembros del personal, incluyendo a Nofemela.
Tras la prisión Nofemela se convirtió en un líder comunitario en Guguletu, donde peleó por obtener más dinero del gobierno para reemplazar las chabolas e instalar tuberías y electricidad en los distritos. Ex estrella del fútbol, ahora coordina los cursos de fútbol, cricket, hockey de campo y otros deportes de la fundación: algunos en su vieja escuela, a unos metros de donde murió Biehl.
Rodeados diariamente de homenajes a Biehl, los dos hombres se debaten con sentimientos contradictorios sobre su papel en la muerte de Amy. Sienten remordimiento por la pérdida de una vida inocente, pero también creen que sus motivos eran puros.
"En realidad, para mí fue muy difícil aceptar mis propias acciones", dijo Peni en su oficina en la fundación. Un hombre de 35 con cara de bebé, ahora Peni tiene dos hijas, de uno y cinco años.
"Pensaba que había contribuido a la construcción de una nueva Suráfrica y que lo que hice tuvo motivos políticos", dice Peni. "Pero entonces pienso en Amy..." Se detiene. "Uno tiene que encontrar paz consigo mismo para vivir. Es raro, pero a veces la gente que ofrece perdón se decepciona mucho cuando la gente a la que perdonan no se puede perdonar a sí misma. Esta fundación me ha ayudado a perdonarme a mí mismo".
Nofemela es un líder carismático muy popular con los jóvenes. No cree que su papel en la muerte de Biehl y ahora su responsabilidad en su legado como algo contradictorio. Como él, ella fue una víctima de una guerra política.
"Nunca olvidaré el hecho de que en Sudáfrica la opresión la cometían los blancos", dice. "El blanco estaba preparado para matar. Yo también estaba preparado para matar.
"Pero ahora estoy trabajando para difundir el espíritu de Amy".
La ironía de sus palabras cuelga en el aire. Cierra los ojos antes de seguir. "A veces", dice, "las cosas pasan de modos inesperados".

31 de octubre de 2008
21 de octubre de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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