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la violación como arma


Las palabras de las víctimas de violación no provocarán cambios en el Congo.
[Jeffrey Gettleman] Bukavu, Congo. Honorata Kizende miró a la gente y empezó con una sencilla declaración. "No era ninguna cena", dijo.
"La cena era yo. Yo, que me botaron al suelo a patadas y que quitaron toda la ropa, y los dos me sujetaron las piernas. Uno tomó mi pie izquierdo, el otro el derecho, y lo mismo con los brazos, y esos dos me violaron. Y después me violaron todos ellos, que eran cinco".
El público, que había sido convocado por organizaciones de ayuda locales e internacionales e incluía a casi todo el mundo, desde importantes políticos hasta niños de la calle descalzos, la miraron incrédulos.
El Congo, parece, está finalmente arreglando cuentas con su horrendo problema de las violaciones, que funcionarios de Naciones Unidas han calificado como la peor violencia sexual del planeta. En los últimos años, decenas de miles de mujeres, posiblemente cientos de miles, han sido violadas en este país accidentado e incongruentemente bello. Muchas de estas violaciones se han caracterizado por un nivel de brutalidad que está sacudiendo incluso las retorcidas normas de un país asolado por la guerra civil y atormentado por señores de la guerra y niños soldados enloquecidos por las drogas.
Después de años de negación y vergüenza, el silencio empieza a romperse. Debido a los intensos esfuerzos de organizaciones internacionales y el gobierno congoleño en los últimos nueve meses, los violadores ya no podrán contar con una cultura de impunidad. Por supuesto, incontables hombres todavía quedan impunes tras violar a mujeres. Pero ahora empiezan a ser perseguidos, juzgados y encarcelados.
Las organizaciones de ayuda europeas están gastando decenas de millones de dólares en la construcción de nuevos tribunales y prisiones al este del Congo, en parte para castigar a los violadores. Tribunales itinerantes están realizando juicios por violación en lo más profundo de la selva, en aldeas que no han visto a un magistrado de toga negra desde la época en que el país era gobernado por los belgas hace varias décadas.
La Asociación Americana de Abogados abrió un centro jurídico en enero, específicamente para ayudar a las víctimas de violación a llevar sus casos a tribunales. De momento el trabajo ha resultado en ocho condenas. Aquí en Bukavu, una de las ciudades más populosas del país, una unidad especial de agentes de la policía congoleña ha presentado 103 casos de violación desde principios de año, más que en cualquier otro en la memoria reciente.
En Bunia, una ciudad algo más al norte, los procesos por violación aumentaron en más del seiscientos por ciento en comparación con hace cinco años. Grupos de investigadores congoleños han sido llevados a Europa para aprender técnicas forenses al estilo de ‘CSI’. La policía ha arrestado a algunos de los violadores más violentos, a menudo milicianos jóvenes, la mayoría probablemente traumatizados psicológicamente, que han metido palos, piedras, cuchillos y rifles de asalto en las mujeres.
"Estamos empezando a ver los resultados", dijo Pernille Ironside, funcionario de Naciones Unidas en el oriente del país.
El número de arrestados es todavía pequeño en comparación con los hechores que todavía están libres, y a menudo los violadores más peligrosos no son capturados porque son bandidos itinerantes que atacan las aldeas durante la noche, violan a las mujeres y luego desaparecen en la selva.
Todo esto está ocurriendo en una sociedad donde las mujeres tienden a ser aplastadas de todos modos. En el Congo, las mujeres se ocupan de gran parte del trabajo: en la casa, en los campos y en el mercado, donde transportan enormes cargas de bananas sobre su espaldas encorvadas, y sin embargo son a menudo impotentes. A muchas mujeres violadas se les pide que guarden silencio. A menudo, es una deshonra para toda la familia, y muchas víctimas de violación han sido expulsadas de sus pueblos, convirtiéndose muchas en pordioseras.
Organizaciones de base están tratando de cambiar esta cultura, y han empezado alentando a las mujeres violadas a contar sus experiencias en foros públicos, como en salas de tribunales llenas de espectadores, pero sin acusados.
En una ocasión a mediados de septiembre en Bakavu, la historia de Kizende, que fue raptada por un grupo armado y debió rearmar su vida después de seis meses como esclava sexual, sacó lágrimas, y aplausos. Parece que la prohibición de hablar sobre las violaciones está siendo levantada. Muchas mujeres entre el público llevaban camisetas que decían, en kiswahili: "Me niego a ser violada. ¿Y tú?"
Las activistas están visitando las aldeas a pie y en bicicleta para difundir un mensaje simple pero a menudo novedoso: la violación es mala. Incluso están formando grupos de hombres.
Pero estas mejoras son sólo los primeros pasos tentativos de progreso en un país consumido por sus conflictos.
Funcionarios de Naciones Unidas dicen que el número de violaciones parece haber descendido el año pasado. Pero el reciente conflicto entre el gobierno congoleño y grupos rebeldes, y toda la violencia y depredación que lo acompaña está poniendo en peligro esos avances.
"Ahora es más seguro", dijo Euphrasie Mirindi, que fue violada en 2006. "Pero no completamente".
La pobreza, el caos, las enfermedades y la guerra. Estas son las constantes al este del Congo. Mucha gente cree que el problema de las violaciones no se resolverá en la zona hasta que impere la paz. Pero eso podría tomar un tiempo.

Laurent Nkunda, un bien armado señor de la guerra tutsi, o un salvador de su pueblo, dependiendo de a quién le preguntes, amenazó hace poco con extender la guerra a todo el país. Los enfrentamientos entre sus tropas, muchas de ellas niños soldados, y fuerzas del gobierno, han desplazado de sus casas a cientos de miles de personas en los últimos meses. Sus fuerzas, junto con las de decenas de otros grupos rebeldes que se ocultan en las montañas, son responsables de la epidemia de brutales violaciones.
Funcionarios de Naciones Unidas dicen que las violaciones más sádicas son cometidas por asesinos depravados que participaron en el genocidio de Ruanda en 1994 y luego escaparon al Congo. Estos ataques dejan miles de mujeres con sus vientres destruidos. Pero el Ejército Nacional Congoleño, una fuerza indisciplinada y mísera de tropas adolescentes que lucen faldas y rifles oxidados, también lleva culpa. El gobierno se ha mostrado lento a la hora de castigar a sus propios soldados, pero generales congoleños anunciaron hace poco que instalarán nuevos tribunales militares para procesar a los soldados acusados de violación.
Nadie -ni médicos, ni socorristas, ni investigadores congoleños y occidentales- puede explicar por qué el problema de las violaciones en el Congo es el peor del mundo. Los ataques continúan pese a la presencia de la fuerza de paz más grande de Naciones unidas, con más de diecisiete mil tropas. Se cree que la impunidad es un importante factor, lo que explica porqué ahora hay tantas iniciativas para reforzar el poder judicial congoleño, decrépito y a menudo corrupto. La enorme cantidad de organizaciones armadas dispersas sobre miles de kilómetros de territorio densamente forestado, luchando por el rico botín mineral del Congo, también hace increíblemente difícil proteger a los civiles. La incesante inestabilidad ha mantenido como rehén toda la franja oriental del país.
En Bukavu, donde mires verás algo roto: rejas, ventanas, una camioneta sin tapabarros, una mujer que pasa por la calle, sin ojos.
El gobierno congoleño admite que no sabe qué hacer, especialmente cuando se trata de la seguridad de las mujeres.
"Violan a las mujeres todos los días" dijo Louis Leonce Muderhwa, gobernador de la provincia de Kivu del Sur. "Aquí no hay paz".
Están llegando activistas extranjeras. Pocas son tan apasionadas como Eve Ensler, la dramaturga estadounidense que escribió ‘Los monólogos de la vagina’ [The Vagina Monologues], que han sido representados en más de cien países. Llegó al Congo el mes pasado para ayudar a las víctimas de violación.
"He pasado diez años de mi vida en las minas de violación del mundo", dijo. "Pero nunca vi nada parecido a esto".
Lo llama ‘femicidio’, una campaña sistemática para destruir a las mujeres.
Ensler está ayudando a abrir un centro en Bukavu llamado Ciudad de la Alegría, que asesorará a víctimas de violación y enseñará técnicas de liderazgo y defensa personal. Su esperanza es construir un ejército de sobrevivientes de violación que impriman urgencia -que hasta el momento ha estado ausente- a la solución de las incesantes guerras del Congo.
La Ciudad de la Alegría se está levantando detrás del Hospital Panzi, donde se han tratado los peores casos de violación. Pero incluso este refugio ha sido atacado. El mes pasado una iracunda turba ocupó el hospital. La turba exigía que los doctores les entregaran el cuerpo de un ladrón, para poder quemarlo. Cuando los doctores se negaron a ello, varios hombres indignados golpearon a las enfermeras y rompieron los cristales. Pero no quedó claro si el cuerpo fue lo único que provocó su reacción.
"No les gusta lo que hacemos", dijo Denis Mukwege, una ginecóloga congoleña. "Quizá lo que hacemos molesta a la gente".
Las historias de estas violaciones son claramente inquietantes. Pero de eso se trata, de sacudir a la gente y conquistar su atención.
"Los detalles son la parte más espeluznante", dijo Ensler.
En una ocasión el mes pasado, mucha gente en la audiencia se cubría la boca mientras escuchaban. Algunas no pudieron soportarlo más y escaparon llorando de la sala.
Una participante, Claudine Mwabachizi, contó que había sido raptada por bandidos en la selva, amarrada a un árbol y violada repetidas veces. Los bandidos hicieron cosas indescriptibles, dijo, como destripar frente a ella a una mujer embarazada. "Muchas de nosotras nos guardamos estos secretos", dijo.
Hablaba en público, dijo, "para liberar a mis hermanas".
Pero el Congo es un país de contrastes. La tierra aquí es rica, pero la gente se muere de hambre. Los minerales son ilimitados, pero el gobierno está en el bancarrota.
Después del fin de la audiencia, Mwabachizi dijo que se sentía fatigada.
"Pero fuerte", agregó.
Le pasaron un chal rosado con una leyenda.
"He sobrevivido", decía. "Puedo hacer cualquier cosa".

2 de noviembre de 2008
18 de octubre de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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