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inolvidable amnésico


Murió H.M., el inolvidable hombre sin memoria. A los 82.
[Benedict Carey] Sabía su nombre. Eso era casi todo lo que podía recordar. Sabía que la familia de su padre provenía de Thibodaux, Louisiana, y su madre venía de Irlanda, y sabía que en 1929 el mercado bursátil se había derrumbado, que hubo una Segunda Guerra Mundial y sabía lo que era vivir en los años cuarenta.
Pero después de eso, no recordaba gran cosa.
En 1953 fue sometido a una operación cerebral experimental en Hartford para corregir un trastorno convulsivo, sólo para emerger de la operación fundamental e irreparablemente cambiado. Adquirió el síndrome que los neurólogos llaman amnesia. Había perdido la capacidad de formar nuevos recuerdos.
Durante los siguientes cincuenta y cinco años, cada vez que conocía a alguien, cada vez que comía, cada vez que salía a pasear por el bosque, era como si fuera la primera vez que lo hacía.
Y durante esas cinco décadas fue reconocido como el paciente más importante en la historia de la neurología. Como participante en cientos de estudios, ayudó a los científicos a entender la biología del aprendizaje, la memoria y la destreza física, así como la frágil naturaleza de la identidad humana.
El martes tarde a las cinco y cinco de la tarde, Henry Gustav Molaison -conocido mundialmente sólo como H.M. para proteger su privacidad- murió debido a un fallo respiratorio en una residencia de ancianos en Windsor Locks, Connecticut. Su muerte fue confirmada por Suzanne Corkin, neuróloga del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que trabajó estrechamente con él durante décadas. Henry Molaison tenía 82 años.
Desde los veintisiete años, cuando inició su vida como objeto de intensos estudios, vivió con sus padres, luego con un pariente y finalmente en una institución. Su amnesia no dañó su intelecto ni cambió de modo radical su personalidad. Pero no podía conservar un trabajo y vivía, más que cualquier místico, en el momento.
"Dígalo de la manera que quiera", dijo el doctor Thomas Carew, neurólogo de la Universidad de California en Irvine y presidente de la Sociedad de Neurociencia. "Ahora sabemos que lo que perdió H.M. fue una parte crucial de su identidad".
En una época en que la neurociencia está creciendo exponencialmente, cuando estudiantes y dinero fluyen hacia laboratorios en todo el mundo y los investigadores están montando estudios a gran escala con potentes tecnologías de imaginería cerebral, es fácil olvidar lo rudimentaria que era la neurología a mediados del siglo veinte.
Cuando Molaison, de nueve años, se golpeó feamente la cabeza después de ser arrollado por un ciclista en su barrio cerca de Hartford, los científicos no podían escudriñar dentro de su cerebro. No poseían estudios rigurosos sobre cómo funciones complejas como la memoria o el aprendizaje funcionaban biológicamente. No podían explicar por qué el niño sufrió severas convulsiones después del accidente, ni si el golpe en la cabeza tenía algo que ver con eso.
Dieciocho años después del accidente con la bicicleta, Molaison llegó a la oficina del doctor William Beecher Scoville, un neurocirujano del Hospital de Hartford. Molaison perdía frecuentemente la conciencia, sufría devastadoras convulsiones y ya no podía reparar motores para ganarse la vida.
Después de otros exhaustivos tratamientos, Scoville decidió remover quirúrgicamente dos trozos de tejido en forma de dedo del cerebro de Molaison. Las convulsiones se redujeron, pero la operación -especialmente el corte en el hipocampo, una recóndita zona del cerebro, casi a la altura de las orejas- dejó al paciente radicalmente cambiado.
Alarmado, Scoville consultó con un importante cirujano en Montreal, el doctor Wilder Penfield, de la Universidad McGill, el que, con la doctora Brenda Milner, psicóloga, había informado sobre otros dos pacientes con déficit de memoria.
Pronto Milner empezó a tomar el tren nocturno desde Canadá para visitar a Molaison en Hartford, sometiéndolo a una variedad de pruebas de memoria. Fue una colaboración que cambiaría para siempre la comprensión científica del aprendizaje y la memoria.
"Era un hombre muy gentil, muy paciente, siempre dispuesto a realizar los ejercicios que yo le daba", dijo Milner, profesora de neurociencia cognitiva en el Instituto Neurológico de Montreal y de la Universidad McGill, en una entrevista reciente. "Y cada vez que yo entraba al cuarto, era como si nunca nos hubiéramos visto".
En la época, muchos científicos creían que la memoria estaba ampliamente distribuida por el cerebro y no dependía de ningún órgano o región neural. Las lesiones cerebrales, sean producto de cirugía o accidentes, alteran la memoria de la gente de modos que no son fáciles de predecir. Incluso cuando Milner publicó sus conclusiones, muchos investigadores atribuyeron el déficit a otros factores, como un trauma general debido a sus convulsiones o algún daño no reconocido.
"Para la gente era difícil creer que todo se debía" a las excisiones de la operación, dijo Milner.
Eso empezó a cambiar en 1962, cuando Milner presentó un histórico estudio en el que ella y H.M. demostraron que una parte de la memoria estaba completamente intacta. En una serie de ejercicios, logró que Molaison tratara de trazar una línea entre dos bosquejos de una estrella de cinco puntas, una dentro de la otra, mientras miraba su mano y la estrella en un espejo. La tarea es difícil para cualquiera que lo intente por primera vez.
Cada vez que H.M. realizó el ejercicio, lo vivió como una experiencia enteramente nueva. No recordaba haberlo hecho antes. Sin embargo, con la práctica se hizo muy competente. "Una vez me dijo, después de esas pruebas: ‘Huh, esto era más fácil de lo que pensé que sería’", dijo Milner.
Las implicaciones eran enormes. Los científicos constataron que había al menos dos sistemas en el cerebro para la creación de nuevos recuerdos. Uno, conocido como memoria declarativa, registra nombres, rostros y nuevas experiencias y las almacena hasta que son recuperadas concientemente. Este sistema depende de la función de las zonas temporales mediales, particularmente un órgano llamado hipocampo que es ahora objeto de intensos estudios.
Otro sistema, conocido comúnmente como aprendizaje motor, es subconsciente y depende de otros sistemas cerebrales. Esto explica por qué la gente puede subirse a una bicicleta después de estar años sin hacerlo y salir a dar un paseo, o por qué pueden tomar una guitarra que no han tocado en años y sin embargo recordar cómo rasguearla.
Pronto "todos querían estudiar a un amnésico", dijo Milner, y los investigadores empezaron a explorar otras dimensiones de la memoria. Observaron que la memoria a corto plazo de H.M. estaba en perfecto estado; podía conservar ideas en su cabeza durante unos veinte segundos. Pero conservarlas sin el hipocampo era imposible.
"El estudio que hizo Brenda Milner sobre H.M. se destaca como un hito en la historia de la neurología moderna", dijo el doctor Eric Kandel, neurólogo en la Universidad de Columbia. "Abrió el camino para el estudio de dos sistemas de memoria en el cerebro, uno explícito, otro implícito, y entregó las bases para todo lo que vino después: el estudio de la memoria humana y sus trastornos".
Cuando vivía con sus padres, y más tarde con un pariente en los años setenta, Molaison ayudaba a hacer las compras, cortaba el césped, recogía las hojas con un rastrillo y se relajaba frente a la televisión. Podía pasar el día preocupado de detalles mundanos -preparando el almuerzo, haciendo la cama- recurriendo a lo que podía recordar de sus primeros veintisiete años.
De algún modo también entendía de los científicos, estudiantes e investigadores que desfilaban por su vida, que estaba contribuyendo a una empresa mayor, aunque no conocía todos los detalles, dijo Corkin, que conoció a Molaison cuando estudiaba en el laboratorio de Milner y continuó trabajando con él hasta su muerte.
Para cuando se mudó a una residencia de ancianos en 1980, a los 54 años,
era conocido por el equipo de Corkin en el ITM del mismo modo que las instantáneas Polaroid en un álbum de fotos pueden esbozar una vida, pero no revelarla completamente.
H. M. podía recordar escenas de su niñez: recorriendo la Ruta de los Mohicanos. Un viaje por carretera con sus padres. Disparando contra blancos en el bosque cerca de su casa.
"Los llamamos recuerdos esenciales", dijo Corkin. "Tenía recuerdos, pero no podía reubicarlos en el tiempo exactamente; no podía recordar la historia de esos recuerdos".
Sin embargo era tímido, siempre dispuesto a una buena broma y tan sensible como cualquiera en el cuarto. Una vez un investigador que visitaba a Milner y H.M. se volvió hacia ella y observó lo interesante que era el caso del paciente.
"H.M. estaba ahí también", dijo Milner, "y se sonrojó, sabes, y murmulló que él no pensaba que era interesante y se marchó".
En los últimos años de su vida, Molaison estaba, como siempre, dispuesto a recibir a investigadores, y Corkin dijo que ella controlaba semanalmente su salud. También organizó un último proyecto de investigación. El martes, horas después de la muerte de Molaison, los científicos trabajaron durante la noche haciendo exhaustivos escáneres de MRI de su cerebro -datos que ayudarán a determinar qué zonas de sus lóbulos temporales estaban todavía intactos y cuáles dañados, y cómo esto se relacionaba con su memoria.
Corkin también logró conservar su cerebro para estudios futuros, con el mismo espíritu con que se conservó el de Einstein, como un irremplazable artefacto de la historia científica.
"Era como de la familia", dijo Corkin, que está trabajando en un libro sobre H.M., titulado ‘A Lifetime Without Memory’. "Cualquiera pensaría que es imposible tener una relación con alguien que no te reconoce, pero yo la tuve".
A su modo, Molaison conocía a su frecuente visitante, agregó: "Pensaba que me conocía de la escuela secundaria".

Henry Gustav Molaison nació el 26 de febrero de 1926. No deja sobrevivientes. Dejó un legado para la ciencia que no podrá de ser olvidado.

16 de diciembre de 2008
5 de diciembre de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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