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de secuestrado a terrorista 5


Acusado de ser poco más que un combatiente talibán de bajo nivel, Abdallah al-Ajmi fue capturado y retenido por Estados Unidos durante casi cuatro años. Después de su liberación, hizo volar una avanzada del ejército iraquí. 5a entrega, y última: "Me siento como cayendo por un precipicio".
[Rajiv Chandrasekaran] El siguiente encuentro de Ajmi con Wilner, a mediados de febrero de 2005, fue mucho más cordial. Wilner le llevó un video de su familia. Ajmi expresó educadamente sus quejas: los guardias le habían quitado su manta por hablar con los otros prisioneros; los guardias lo miraban cuando usaba el inodoro; los guardias le habían requisado todo lo que tenía en la celda y le habían quitado su ropa, dejándole sólo sus pantalones cortos.
"La culpa la tiene siempre el detenido", le dijo a Wilner.
Wilber le dijo a Ajmi que presentaría una demanda en una corte federal en Washington. Le pidió a Ajmi que hiciera una declaración.
A veces los guardias colocaban tan alto la temperatura que no podías llevar una camisa. A veces la bajaban tanto que era como el Polo Norte y te quitaban la manta. Al principio los guardias y los soldados te golpeaban duramente... Pero para mí la peor tortura es que los guardias se burlan de mi religión y deshonran el Corán.
En la siguiente reunión de Wilner con Ajmi, le dio lo que llamó un consejo de padre: "Abdallah, no te dejes provocar. Contrólate... Quizás esta es una lección para ti, una oportunidad para que veas cuánta injusticia y violencia puedes soportar".
Ajmi se lo agradeció. "Eso es muy sabio", dijo. "Lo intentaré".
Pero para la siguiente sesión, en mayo de 2005, Ajmi estaba nuevamente en problemas. Unas semanas antes, se había apoderado del micrófono de los guardias. Estaba enganchado al sistema de altavoces del campamento. "Este es el general al-Ajmi y yo controlo todo ahora", anunció. "Estáis todos libres".
Ajmi fue encerrado en una celda de aislamiento. Perdió el acceso a los libros, a una pluma y al papel, a su manta. Le dijo a sus abogados que lo obligaban a tragar fármacos relajantes. Si no se tragaba las píldoras, lo castigaban.
"Me siento como cayendo por un precipicio", le dijo a un miembro del equipo de Shearman.
Un mes después, su conducta volvió a ser hostil -y seguiría así durante las sesiones posteriores. En lugar de sentarse frente a Wilner al otro lado de una mesa, Ajmi fue colocado detrás de un pantalla de plexiglás. Los guardias le dijeron a Wilner que era por su propia protección. Ajmi había empezado a arrojar feces y orina.
En octubre de 2005, Wilner finalmente le llevó buenas noticias.
"Van a dejarte en libertad", dijo.
Ajmi respondió maldiciendo a su abogado.
La decisión de liberar a Ajmi, en contraste con otros kuwaitíes que no habían tenido problemas en Guantánamo, sorprendió a Wilner. Aunque sabía que los gobiernos de Estados Unidos y Kuwait se habían puesto de acuerdo sobre la transferencia de prisioneros -los kuwaitíes habían prometido tratar humanamente a los detenidos, controlarlos en el caso de que fueran dejados en libertad y compartir con Estados Unidos información sobre ellos-, las fuerzas armadas de Estados Unidos no habían explicado nunca por qué Ajmi y otros cuatro kuwaitíes habían sido dejados en libertad, y por qué otros seis seguían detenidos. (Un kuwaití fue dejado en libertad en enero de 2005).
Para Wilner, el proceso le parecía completamente arbitrario.
Menos de una semana antes de que Ajmi fuera trasladado a casa, Wilner escribió un email para el kuwaití que actuaba como interlocutor entre el gobierno kuwaití y las familias de los detenidos. Adjuntó las cartas que había recibido de Ajmi, la que iba dirigida al "docto abogado Tom" y la que iba dirigida al "depravado y vil Thomas".
"Estas cartas", escribió Wilner, "dejan claro que necesita ayuda".
El 3 de noviembre de 2005 Ajmi fue entregado a los agentes de seguridad kuwaití para un vuelo de catorce horas desde Cuba.

Julie Tate contribuyó a este reportaje.

2 de mayo de 2009
22 de febrero de 2009
©washington post
cc traducción mQh
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