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sobreviviendo con un poco de suerte


Shakhar Sahni se escapó de casa a los doce años para vivir en las calles de Dehli, donde aprendió rápidamente a ganar dinero y eludir a los matones.
[Mark Magnier] Nueva Dehli, India. Shekhar Sahni tiene un aspecto chulo, y un reproductor de música lleno de melodías indias y una arrogancia digna de alguien que venció al destino en una cultura en la que te machacan desde niño que tienes que aceptarlo.
El joven de veintiún años creció en las rudas calles de India y sueña con convertirse en una estrella de Bollywood. A Sahni le gustó la taquillera ‘Slumdog Millionaire’, pero no le impresionó mucho el modo en que describe la vida en la calle.
En una cosa no se equivoca, dijo Sahni, que trabaja para una organización benéfica de Nueva Delhi: la importancia del adiestramiento en la calle.
"Las calles te hacen listo", dijo. "Creces rápido".
Viven en las calles de Nueva Dehli trescientos mil niños con sus familias. Cincuenta mil niños viven solos, según Praveen Nair, miembro del consejo de administración del Salaam Baalak Trust, que ayudó a Sahni a salir de la calle. Los centros de gobierno y redes de beneficencia como Salaam Baalak no dan abasto, mientras que las bandas, con sus promesas de ropas elegantes y dinero fácil son a menudos los mejores reclutadores.
Sahni nació en la aldea de Kalyanpur en Bihar, un estado al este del país notorio por su pobreza y corrupción. Dijo que su familia era de clase media, pero su padre bebía y le golpeaba. Dijo que él mismo no era un hijo modelo, considerando sus vicios: fumar, jugar a las apuestas y mirar televisión interminablemente.
A los doce, impulsado por una impetuosa rabia, abordó un tren con destino a Nueva Delhi con algo de dinero que había robado -unos diez dólares.
Cuando estaba en el andén preguntándose qué hacer, un hombre llamado Dutta se acercó a él y le ofreció ayuda. Sahni había oído sobre ladrones que sedaban a los niños, les robaban el dinero, e incluso les mutilaban y les obligaban a mendigar. Pero estaba desesperado, y, según se dieron las cosas, la suerte estaba de su lado. Dutta lo alimentó, le indicó un lugar donde dormir en la estación de trenes y le enseñó a hurgar en la basura para recuperar reciclables.

Camaradería
Sahni se unió a otros tres niños solos. Dormían debajo de una escalera en el andén número doce, o en el tejado de un quiosco en el andén cinco mientras la gente se apresuraba a sus casas, bodas y reuniones de negocios. Pese a los ocasionales estallidos de nostalgia, se sentía libre viviendo en la calle.
"Era divertido", dijo, riendo. "Realmente divertido".
Los cuatro niños no hacían un fondo común con lo que ganaban hurgando en la basura, vendiendo los artículos en los sucios tenderetes de reciclaje cerca de la estación. Pero trabajar en grupo impedía que otros invadieran su territorio. En un día bueno hacía seis dólares. Pero lo normal era ganar dos dólares.
Algunos de los mejores botines venían en los trenes de larga distancia que llegaban al andén uno, que contenían desechos de mejor calidad. Recogían todo lo que valía algo, incluyendo las bandejas de metal de la estación, antes de que los aseadores y la policía ferroviaria los corrieran. Sahni fue golpeado dos veces por la policía, que tendía a capturar a los chicos más lentos, débiles o con menos experiencia. Después de eso, estuvo más alerta.
Las niñas se funden más rápido que los niños, dijo Sahni. A menudo se quedan embarazadas o se convierten en prostitutas, a veces por presiones de las bandas o de sus propios padres, desesperados por reunir dinero para comprar drogas. Y algunos de sus amigos, chicos y chicas, son abusados sexualmente en los albergues de la ciudad que alojan a adultos y a niños, agregó.
La poca educación sexual que reciben muchos niños de la calle, la reciben a menudo de sus compañeros, dijo.
Sahni, que nunca pidió limosna porque lo consideraba indigno, dijo que el negocio está bien organizado. Los matones reclutan a niños de la calle y algunas mujeres ‘alquilan’ a sus bebés a los mendigos por uno a dos dólares al día. A menudo los sedan, para que no lloren.
Después de seis meses de hurguetear en la basura, Sahni conoció a un hombre llamado Rahul que lo contrató para vender un refresco casero hecho en casa con agua y químicos, fundamentalmente a conductores de calesa, taxi y autobús. Ganaba trece dólares al mes, menos que con la basura, pero Rahul lo dejaba vivir con su familia.
Sahni dijo que también aprendió a cobrar más a los clientes para guardarse la diferencia.
Después de seis meses, se peleó con Rahul y volvió a la estación de trenes. Pero para entonces Dutta estaba en la cárcel y los niños a los que conocía habían desaparecido.
Un día cuando pensaba qué hacer, un funcionario de Salaam Baalak, que fue fundada por el director Mira Nair con las ganancias de su película de 1988 sobre niños de la calle, ‘Salaam Bombay’, se acercó a él y le ofreció comida, alojamiento y ropa.
Sahni no quería perder su independencia. Entonces el hombre le dijo lo que terminó de convencerlo: también podía mirar televisión.
Meses más tarde, volvió a su aldea a ver a sus padres, cinco hermanos y dos hermanas. Estaban aliviados de verlo vivo, y muchos en la aldea le pidieron que se quedara. Pero después de unas semanas, volvió, convencido de que su hogar y oportunidades estaban en Delhi.
"Allá me sentía como si fuera extranjero", dijo.

Adicción a las Drogas
A los dieciséis, pese a la organización que lo estaba ayudando, cayó en las drogas. Un tipo que lo impresionó por hablar bien el inglés le preguntó si quería esnifar el líquido del tipo que se usa para corregir errores de tipeo. Aceptó de buena gana, impresionado por su nuevo amigo, que esperaba le enseñara inglés.
Mientras Sahni describía su pasado, indicó dos pequeñas tiendas en la avenida Sangtrashan, en Paharganj, junto a la estación, que venden ese fluido a los niños, lo que es ilegal. Pasó un joven entonces, con la cara cubierta de fluido.
"Vuelve cuando quieras", dijo el tendero. "Siempre tenemos. ¿La policía? Mire, la estación está ahí. No hay motivos para preocuparse".
Sahni dijo que se enganchó al fluido. Lo echaba en un pañuelo e inhalaba profundamente o lo soplaba contra un ventilador, y luego se sentaba a mirar las hojas giratorias durante horas. "Me perdí", dijo. "Puede destruir todo: pulmones, células cerebrales".
Finalmente terminó en un centro de rehabilitación. Dejó de esnifar, aunque ha tenido recaídas.
Sahni lleva varios años trabajando para ayudar a los niños de la calle. La organización de beneficencia se plantea objetivos modestos, dicen los administradores: alimentar a los niños, alentarles a asearse en los grifos y a dibujar -cualquier cosa para sacarlos de la calle durante algunas horas.
Hace poco empezó a estudiar francés y español con la esperanza de convertirse en un guía profesional si acaso no consigue convertirse en una estrella de Bollywood.
"Todos tenemos sueños, pero la realidad es la realidad", dijo Sahni. "Tienes que ser práctico".

2 de mayo de 2009
21 de febrero de 2009
©los angeles times
cc traducción mQh
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