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memorias escritas en la piel


Reveladora exposición sobre el arte del tatuaje en Filadelfia.
[Edward Rothstein] Filadelfia, Estados Unidos. Caín fue marcado en su frente. La ciudad de Belén era antiguamente famosa por sus tatuajes, aplicados por peregrinos como para conmemorar los estigmas de Jesús. Durante el Renacimiento, se pensaba que los tatuajes de signos astrológicos conferían poderes cosmológicos.
Así que simplemente no es verdad, como cuentan muchas historias, que el tatuaje entró al mundo occidental hacia los años setenta del siglo dieciocho, cuando el capitán Cook y la tripulación del Endeavour toparon con los cuerpos elaboradamente grabados de los habitantes de las islas del Pacífico, que llamaban tatau a las marcas que lucían. Pero es ciertamente para esa época que los tatuajes empezaron a circular más ampliamente, llevados por las corrientes del comercio y la conquista, de puerto en puerto.
Es también donde la tradicional vergüenza o chamanismo del tatuaje empezó a mutar en algo diferente -algo con lo que todavía vivimos. El tatuaje se ha convertido ahora en una popular moda para la que la marca del forajido y del paria son inscripciones de orgullo, una declaración de lealtad y una proclamación de osadía.

Si quieres entender algo sobre esta transformación y la cultura que se ha formado a su alrededor -su historia popular y sus héroes, sus orígenes y su significado- debes visitar el Museo del Puerto Marítimo Independence, donde el conservador Craig Bruns ha montado una reveladora exposición sobre cómo los marinos se convirtieron en portadores y creadores de una cultura del tatuaje: ‘Skin & Bones: Tattoos in the Life of the American Sailor’.
Es una indicación del alcance de esta modesta muestra, que sus objetos no provienen solamente de la propia colección del museo (tallados de marfil o ropa que muestran la iconografía que se convirtió en parte del repertorio de tatuajes de los marinos), sino también de los archivos del Kinsey Institute, de Bloomington, Indiana (una foto de un marino en un estudio de tatuajes empapelado con imágenes, agregando una más a su torso densamente decorado). Hay incluso materiales del Museo Whitney de Arte Americano (un dibujo del extraordinariamente tatuado artista Horace Clifford Westermann, que fue marine durante la Segunda Guerra Mundial).
La semana pasada, conjuntamente con la exposición, se proyectó un documental sobre un artista del tatuaje, ‘Hori Smoku Sailor Jerry’, introducido por su director, Erich Weiss. Sus malencarados colegas recuerdan al personaje de la película, Norman Collins, conocido como Sailor Jerry, que murió en 1973. Dieron testimonio sobre su fusión de imágenes japonesas y estadounidenses en el tatuaje, un legado que parece revelar su continua influencia en los brazos y cuellos de los jóvenes en la audiencia. Tan aceptado ha devenido el tatuaje que la proyección también fue utilizada para promover un ron especiado, ‘Sailor Jerry’, junto con una línea de ropa llamada a competir con la marca registrada de un artista del tatuaje rival.

Así que la exposición no te introduce a aguas calmas, sino que te arroja a un oleaje encabritado y restallante. El día que la visité, quedó también claro, por las decorativas inscripciones que lucían otros visitantes, que la exposición no necesita demasiada publicidad para su tema. Pero los inocentes entre nosotros que todavía colocamos las manos sobre un mesón expositor, escogimos un diseño de una serie de botones y, acompañados por un audio con el chirrido de la aguja y las bromas grabadas de un artista trabajando, miramos como un tatuaje, grabado en luz, tomaba efímera forma en nuestra piel virgen.
La exposición no rehuye esas sensaciones, y algunas de las fotografías y libros de diseños, ofrecían muchas, pero es también cuidadosa y sobria cuando cuenta su historia. No otorga demasiado espacio a Cook ni, en realidad, a ningún linaje específico, recordando el comentario de Darwin: "No se puede nombrar a ningún país de importancia, desde las regiones polares en el norte hasta Nueva Zelanda en el sur, en el que los aborígenes no se hayan tatuado a sí mismos".
Pero muestra que en el inmenso país sin tierra de los navegantes, la asociación fue mucho más lejos de lo que podría parecer. A fines del siglo dieciocho, señala la exposición, los tatuajes pueden haber servido como un modo de identificar cuerpos en casos de ahogamientos; eran marcas de asociación e identidad que no podían ser borradas ni por piratas, naufragios o capturas por el enemigo.

Los primeros tatuajes de marinos estadounidenses son conocidos principalmente por descripciones literarias. Pero la exposición muestra que se puede aprender mucho sobre los marinos del país estudiando los archivos. Todos tenían un ‘Certificado de Protección de Marinos’ [Sailor Protection Certificate]  que era llevado como una forma de identificación que detallaba los tatuajes en el cuerpo del portador; esas descripciones son a menudo las únicas marcas de individualidad en estas figuras anónimas. Aaron Fullerton (nacido en 1778), por ejemplo, "tiene un barco en sus manos derecha e izquierda", junto con su fecha de nacimiento, grabados como tatuajes hechos con pólvora.
Los marinos negros, como James Forten Dunbar (1799-1870), encontraban una forma de igualdad en el mar que era inconcebible en tierra firme; tenía un tatuaje de su familia, que había muerto antes de que se enrolara en la Marina, en un antebrazo, y, en el otro, una sirena.
Nos enteramos de cómo se extendió esta tradición junto a otras artes marítimas: los huesos tallados, los tejidos de finas cuerdas y cabos, exhibiendo todos los signos de una meticulosa laboriosidad. Y aquí están también las herramientas del oficio, cuyo propósito es mejor dejarlo a la imaginación: las afiladas agujas del hacedor de velas que debían ser usadas con orina y pólvora para hacer indelebles las marcas debajo de la piel.

Los tatuajes de los marinos también tenían asociaciones mágicas. El cartel de la exposición muestra dos pies, uno inscrito con un gallo, el otro con un cerdo -animales de los que se pensaba que conjuraban el peligro del ahogamiento, quizás porque, metidos en cajas de madera, esas criaturas sobrevivían a menudo los naufragios, flotando hasta llegar a algún continente. Los marinos también servían a menudo en la Armada. ¿Proviene de aquí la costumbre que hicieron suya los combatientes, incluso en tierra firme, de compartir la misma imagen tatuada, aparte del combate?
También vemos cómo se difundieron estas imágenes en las cajas de herramientas de los artistas itinerantes, que abrían sus estudios en puertos importantes. (La exposición traza incluso el linaje de un estudio de tatuaje específico del Bowery, en Manhattan). La característica estrella roja de los grandes almacenes Macy puede haberse originado en el fundador de los almacenes, Rowland Macy, que lucía una estrella roja en su brazo cuando se echaba a la mar en un buque ballenero.
La exposición logra tan bien sus propósitos que te deja todavía más curioso, a medida que empiezas a entender una pequeña parte de las costumbres y legados de esta subcultura. Por supuesto, los marinos no eran los únicos vehículos de la cultura del tatuaje. Eran figuras marginales una vez que ponían pie en tierra, y de este modo pueden haber compartido algo con los trabajadores del carnaval, que también se allegaban a los puertos. Muchos de ellos trataban el tatuaje como una forma de temeraria identidad, cubriendo sus cuerpos con fantásticas imágenes.
Y cualquier intento de describir la preocupación contemporánea con el tatuaje requeriría otra exposición, inspirándose en el siempre creciente interés académico. (¿Hay cursos en estudios del tatuaje?") Una antropóloga, Susan Benson, ha señalado que en Occidente los tatuajes son asociados con los mundos que restringen el cuerpo: los barcos o las cárceles.
Sin embargo, el tatuaje impide que se lo ciña: sus imágenes son típicamente desafiantes, mostrando dragones y otras bestias feroces o prometiendo una sexualidad indomada. Pero son también declaraciones, más que a flor de piel, buscando almas gemelas para formar alianzas. Los tatuajes proclaman el rechazo a pertenecer, al mismo tiempo que el deseo de pertenecer. Anuncian con etiquetas ahora públicas lo que eran antes las pasiones privadas de los portadores, que combinan orgullosos la rebelión sentimental con un fuerte atractivo.
La exposición ‘Skin & Bones: Tattoos in the Life of the American Sailor’ se prolongará hasta el 3 de enero de 2010, en el Independence Seaport Museum, Penn’s Landing, 211 South Columbus Boulevard y Walnut Street, Philadelphia; (215) 413-8655.

16 de junio de 2009
23 de mayo de 2009
©new york times
cc traducción mQh
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