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qué hemos aprendido


¿Qué hemos aprendido al cabo de 36 años? Cuando decimos "nunca más", debemos entender tal expresión como disposición de no volver a tropezar en las piedras del extravío ideológico, político y moral. Un columnista de La Nación.
[Sergio Muñoz] El 11 de septiembre de 1973 no sólo fue derrocado el gobierno de la Unidad Popular que encabezaba el Presidente Allende, sino que se consumó una dolorosa derrota de la república, lo que afectó a la nación en su conjunto al degradar las nociones de civilización que se sintetizaban en la Constitución y las leyes de entonces. La dictadura no sólo arrasó con la experiencia izquierdista, sino con la cultura de los derechos humanos, ese patrimonio de valores que los chilenos pudimos apreciar mejor cuando lo perdimos.
El desmoronamiento de las instituciones democráticas que los chilenos habíamos preservado durante largo tiempo representó una profunda regresión en nuestra forma de vivir. El derecho se convirtió en una palabra vacía, lo que quedó de manifiesto con la anulación de hecho del recurso de habeas corpus o recurso de amparo. El régimen que encabezó Pinochet no dejó crimen por cometer.
Hay que decirlo una vez más: si la democracia se hundió en Chile fue porque no tuvo suficientes defensores en la coyuntura precisa de 1973. Los esquemas duros de la Guerra Fría alentaron el clima del enfrentamiento sin salida. La crispación ideológica y política alimentó el odio y el miedo, que suelen ser los factores que abonan el terreno a las grandes tragedias.
Los responsables directos de lo que ocurrió a partir del 11 de septiembre no pueden esconderse: son los que encabezaron el golpe de Estado e instalaron un régimen sin escrúpulos, dispuesto a cometer las peores vilezas. Pero los responsables de lo que ocurrió antes del 11 somos todos, de una u otra manera. Nadie puede lavarse las manos.
Es preferible que enfrentemos la historia: por acción o por omisión, entre todos empujamos la democracia chilena al matadero. Nuestra tragedia se incubó en los sectarismos de una época caracterizada por la pasión ideológica. Ese fue el contexto del debilitamiento de nuestra capacidad de proteger la diversidad, la tolerancia y el respeto. ¡Lo pagamos muy caro! En la encrucijada de 1973, cualquier transacción política entre el gobierno y la oposición hubiera sido preferible al régimen de terror que se impuso.

¿Qué Hemos Aprendido en el Camino?
Que, aunque tengamos visiones diversas sobre los orígenes de la tragedia del 73, debemos coincidir en algo esencial: nada sólido y valedero se puede construir sobre la base del avasallamiento de los seres humanos. Las persecuciones ideológicas y políticas constituyen un estigma para el conjunto de la sociedad. Tarde o temprano, de una u otra manera, hay que rendir cuentas.
Que necesitamos cuidar la democracia permanentemente, lo cual no se limita a que haya elecciones periódicas, sino que supone una convivencia basada en el respeto a los procedimientos democráticos y que favorezca una cultura cívica en la cual las controversias no impliquen convertirse en enemigos.
Que es inaceptable la violencia como método político. No puede haber ambigüedades al respecto. Ningún grupo, por respetables que sean sus banderas, puede creer que tiene un estatuto especial para recurrir a la fuerza, por encima de las normas de convivencia que nos hemos dado y que sólo podemos cambiar a través de los propios métodos del régimen democrático.
Necesitamos que las nuevas generaciones asimilen una enseñanza esencial: las libertades deben ser defendidas siempre y bajo cualquier circunstancia, porque constituyen el marco de civilización sin el cual todos los abusos y todos los crímenes son posibles. Ningún proyecto absoluto y excluyente, por recta que parezca su inspiración, puede imponerse con otros métodos que no sean los propios de la arbitrariedad.
Después de superar no pocos obstáculos, los chilenos pudimos reencontrarnos en la libertad hace casi dos décadas. Eso es muy valioso. Todos los sectores han hecho su contribución. También las instituciones militares. No ha sido fácil curar las heridas causadas por la represión, porque fueron muy profundas, pero hemos sido capaces de avanzar juntos hacia la verdad, la justicia y la reparación.
Debemos recordar en esta hora a todos los compatriotas que fueron devorados por la violencia, cualquiera que sea su condición. Cuando decimos "nunca más", debemos entender tal expresión como disposición de no volver a tropezar en las piedras del extravío ideológico, político y moral; como un compromiso firme con el diálogo y la búsqueda de amplios acuerdos; como voluntad de impedir a toda costa que los criminales tomen el poder. Para conseguir todo esto, tenemos que bregar para que la paz, la libertad y el derecho no se debiliten, lo cual está asociado al permanente perfeccionamiento de la democracia.

11 de septiembre de 2009
©la nación
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