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hora de traer las tropas a casa


El objetivo de la invasión de Afganistán ya se cumplió. Ahora hay que traer las tropas a casa.
[Eugene Robinson] Barack Obama no quería ser un ‘presidente de guerra’, pero eso es lo que la historia lo obliga a ser. El país y el mundo tienen suerte de que no posea la mentalidad despiadada y colérica de George W. Bush. Pero Afganistán no presenta el tipo de ‘opciones falsas’ que Obama, por naturaleza, normalmente rechaza. Las opciones son reales y espantosas y ninguna reformulación o reinterpretación las hará desaparecer.
Los trágicos sucesos del lunes -catorce estadounidenses murieron en un accidente de helicóptero en Afganistán- nos hacen recordar las decisiones que debe tomar Obama. Al menos parece reconocer que no puede quedarse impávido ante la situación.
Pero parece como si Obama quisiera desilusionar tanto a halcones como a palomas -y, sí, estoy usando el lenguaje de la era de Vietnam conscientemente. El debate sobre si nos quedamos o marchamos está destinado a hacerse más agresivo y más apasionado a medida que suban las bajas estadounidenses.
Una persona que no tiene nada que decir en ese debate es Dick Cheney, que contribuyó a meternos en este cenagal. Desviándose de Afganistán prematuramente para lanzar una invasión por opción, innecesaria y mal inspirada de Iraq, Bush y Cheney se las ingeniaron para transformar una guerra que estábamos ganando en dos guerras en las que corríamos el peligro de perder.
Que Cheney acuse a Obama de estar "titubeando" sobre si mandar más tropas a Afganistán cuando él y Bush ignoraron las peticiones de tropas de comandantes estadounidenses durante la mayor parte del año, es obsceno. Que Cheney se queje de que Obama simplemente debería aceptar el análisis en profundidad del gobierno de Bush, antes que realizar su propio y cuidadoso estudio, es un chiste de mal gusto.
Dicho esto, ahora la guerra de Obama es la de Afganistán. Y sus considerables éxitos en el logro de su ambiciosa agenda doméstica no le enseñan nada sobre cómo proceder.
Su método básico ha sido evitar llamar la atención sobre posiciones mutuamente excluyentes. Busca maneras de reformular los problemas de modo que lo que era previamente una proposición de uno u otro, pueda transformarse en un escenario para ambos. Sobre el seguro médico, por ejemplo, se propuso proporcionar cobertura universal y control de costos a largo plazo. La legislación que es probable que se adopte no favorecerá completamente a ninguna de las dos, pero nos dará algo de cada una, y Obama, dividiendo la diferencia, se las ha arreglado para acercarnos a una significativa, aunque imperfecta reforma del seguro médico.
Pero las decisiones sobre Afganistán son realmente del tipo una cosa o la otra. Obama puede decidir por una estrategia contrainsurgente o por una estrategia antiterrorista. Puede optar por una o la otra -o ambas. Si prefiere la contrainsurgencia, ha enviado ya suficientes tropas como para que esa estrategia tenga éxito. Si no quiere enviar todas esas tropas, tiene que optar por el antiterrorismo o hacer algo diferente.
El general Stanley McChrystal, el comandante estadounidense en Afganistán que diseñó la estrategia contrainsurgente, está pidiendo cuarenta mil o más tropas adicionales. Obama tiene razón en examinar los cálculos del general, pero no adoptar un camino intermedio y aprobar, digamos, veinte mil soldados, lo que no tendría ningún sentido. Eso sólo pondría a más estadounidenses en peligro, sin dar a McChrystal los recursos que dice que necesita. Este juego se ha estado jugando desde hace ocho años. Es hora de subir o doblar.
Obama ha pedido a miembros de su equipo de seguridad nacional que lean ‘Lessons in Disaster’, de Gordon Goldstein. El libro gira sobre McGeorge Bundy, uno de los arquitectos de la Guerra de Vietnam, y su remordimiento más tarde en la vida por haber ayudado a empujar al país hacia una guerra costosa e imposible de ganar. Sin embargo, no está claro que Obama esté preparado para aprender la lección central del libro.
Obama está ante una disyuntiva clave: se queda o se marcha. Si ratifica la estrategia contrainsurgente y aprueba un aumento de tropas, está comprometiendo a Estados Unidos hasta el fin del proyecto. Los asesores dicen que los objetivos del presidente de "arreglar" Afganistán son realistas, aunque modestos. Para mí, sin embargo, toda la empresa me parece poco realista y falta de modestia.
Invadimos Afganistán para asegurarnos de que el país no fuera usado nunca más para lanzar ataques contra Estados Unidos. Esa misión ya se cumplió y nuestro único objetivo debería ser cerciorarnos de que siga así -independientemente de si el país lo gobierna Hamid Karzai o el Talibán. La campaña contrainsurgente que Obama está contemplando parece un paso hacia el despeñadero. No importa si ese paso es indeciso o atrevido.
A veces un ‘presidente de guerra’ tiene que tomar la decisión de empezar a traer las tropas a casa. Eso es lo que debe hacer Obama.

3 de noviembre de 2009
27 de octubre de 2009
©washington post
©traducción mQh
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