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de qué se lamentan los gatos


Interesante columna en The New York Times, sobre conducta animal.
[John Tierney] ¿Se lamentan los gatos de algo alguna vez? Montones de lectores respondieron esta peculiar pregunta planteada en mi columna Findings que giró sobre investigaciones del arrepentimiento entre los animales. También había historias sobre otros animales y mañana veremos algunas reacciones generales en los comentarios de los lectores (y una historia sobre perros) de uno de los investigadores, Michael Platt, un neurobiólogo de Duke.
Hoy nos ocuparemos de los gatos. Mi respuesta favorita sobre los felinos es que "lamentan no ser suficientemente grandes como para comerse a sus cuidadores". Ese comentario le hizo ganar el premio a Tom Civiletti, que vive en Oak Grove, Oregon, y administra Lamb & Loom, una tienda de alfombras. Se ganó un ejemplar de ‘Wild Justice: The Moral Lives of Animals’, de Marc Bekoff y Jessica Pierce. Al aceptar el premio, Civiletti explicó algo más su punto de vista:

"En cuanto a los gatos, creo que son criaturas bastante admirables, pero como mascotas su interacción con los humanos es profundamente diferente a la de los perros, que se comportan como si fueran humanos -o que su gente son perros. Los gatos no tienen esa ilusión. No somos miembros de sus manadas, ni ellos de nuestras familias. Somos convenientes y por eso nos toleran".

Un mención de honor va para Vera Sampson, que distingue entre pesar y remordimiento:

"¿Que si los gatos se lamentan? Sí. ¿Pero sienten remordimiento? No.
"Yo tenía un hermoso gato grande que era el terror de los pájaros, cuya cacería le estaba estrictamente prohibida, por lo que cuando le sorprendí lo encerré en la casa durante una semana.
"Un día llegó a casa con unas plumas de pájaro pegadas en sus bigotes. Cuando le saqué una y pregunté: ‘Titus, ¿qué es esto?’, una mirada de preocupación pasó por su cara. "Voy a tener problemas", pensó, y se lamentaba no de haber capturado y comido un gorrión, sino de no haberse limpiado bien la cara antes de entrar".

Otra mención de honor va para kryptogal, que hizo una útil distinción entre la decepción y la vergüenza:

"La decepción con respecto a las consecuencias de las malas decisiones de uno requiere un nivel bastante alto de cognición. Un animal debe tener una comprensión rudimentaria de causa y efecto y la capacidad de imaginar diferentes consecuencias. Si un chimpancé empuja la Palanca A y recibe brécol pero ve a su amigo preferir la Palanca B y recibir una sabrosa banana, puede sentirse decepcionado si piensa que él también pudo haber empujado la Palanca B. Este tipo de pesar exige una lógica bastante sofisticada. Quizás los gatos, perros y chimpancés son capaces de este nivel de cognición en algunas situaciones. Pero mirar a otro animal obtener un alimento sabroso simplemente podría provocar envidia, que no requiere nada de cognición.
"En contraste, la vergüenza es una emoción demostrativa de lo que sienten los animales sociales cuando quebrantan una regla del grupo. La vergüenza sirve un propósito dual: proporciona un incentivo interno para evitar el rompimiento de las normas y entrega una demostración de reconciliación externa para ayudar a mitigar la rabia de los miembros del grupo. La vergüenza no requiere una cognición del mismo nivel que la decepción y el pesar. Sólo requiere que el animal reconozca el hecho de que su grupo está enfadado. Sin embargo, la vergüenza supone un animal altamente social. Es por esto que los perros exhiben con facilidad conductas de vergüenza, mientras que los gatos, pese a poseer niveles similares de inteligencia, no muestran sentir vergüenza".
No ser suficientemente grandes como para comerse al cuidador caería en la primera categoría -decepción, pero no remordimiento- y por eso exige una lógica más sofisticada que lamentarse por algo que el gato ya se comió. Comparto la corazonada de Civiletti de que los gatos son capaces de esta hazaña mental, pero claramente se necesita más investigación, que preferiblemente no debe incluir ningún acto de alimentación.

[19 de noviembre de 2009]
[10 de junio de 2009]
new york times]

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