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un acto de civilización


El gobierno de Chile ha hecho un mea culpa público por la complicidad de las autoridades de la época con estas expediciones inhumanas o, cuando menos, por la desidia o lenidad con que el tema fue abordado.
[José Antonio Viera-Gallo] Hace unos días ocurrió en Chile un hecho reparatorio que ha adquirido una singular fuerza: me refiero a la repatriación y entierro de cinco kawesqar, cuyos restos fueron encontrados en la Universidad de Zurich. En pocas circunstancias ha quedado demostrado en forma más palmaria hasta qué honduras de crueldad puede llevar el racismo que acompañó la colonización y la expansión del mundo industrial en América Latina: hablamos de la captura, traslado forzado a Europa y exhibición de indígenas del sur de Chile como "curiosidades de la naturaleza" en circos y ferias.
Yaganes, kawesqar y selk’man, y también algunas familias mapuches, fueron tratados como salvajes de condición infrahumana. A fines del siglo XIX funcionaron los "zoológicos humanos" para diversión de los visitantes y con supuestos fines científicos. Así ocurrió en 1881 con fueguinos, en 1883 con mapuches y de nuevo con fueguinos en 1889 con ocasión de la Exposición Universal de París, que celebraba el centenario de la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre.
En un acto encabezado por la Presidenta de la República fueron recibidos en el aeropuerto Pudahuel los restos de cinco personas a quienes se ha reconocido con los nombres con que sus raptores los identificaron: Capitano, hombre de 40 años, fallecido el 13 de marzo de 1882, junto a su esposa Piskouna y el hijo de ambos de cuatro años.
Con ellos venían Hendrich y Lise, jóvenes de 20 años de edad fallecidos en la misma fecha en Zurich. Todos eran miembros de un grupo de once kawesqar llevados a París en 1881 para ser expuestos en el Jardín de Aclimatación del Bois de Boulogne, luego de ser raptados en las costas del Estrecho de Magallanes por un marino alemán. Con posterioridad pasaron al Zoológico de Berlín, donde alojaron en el recinto de las avestruces, siguiendo a Leipzig, Stuttgart y Nurenberg. Sólo cuatro regresaron vivos a Punta Arenas.
En la ubicación y repatriación de los restos tuvieron un papel destacado el documentalista Hans Mulchi, el historiador Cristián Báez y el profesor Christoph Zollikofer, del Instituto y Museo de Antropología de la Universidad de Zurich.
El gobierno de Chile ha hecho un mea culpa público por la complicidad de las autoridades de la época con estas expediciones inhumanas o, cuando menos, por la desidia o lenidad con que el tema fue abordado, como queda demostrado por la timorata reacción de nuestras representaciones diplomáticas en Francia y el Reino Unido frente a las protestas de la prensa de la época y de algunas asociaciones humanitarias y religiosas.
Quienes así actuaron lo hicieron -como decía Bartolomé de las Casas- "como lobos, tigres o leones crueles de muchos días hambrientos". Se buscaban ganancias presentando la existencia exótica de seres humanos como si fueran animales salvajes, en forma de espectáculo para el consumo de la gente o para la investigación de los antropólogos. Para distraer al público se los mantenía en condiciones extremas y se los forzaba a simular enfrentamientos guerreros, danzas y otras actividades, e incluso se les atribuyeron injustamente conductas antropófagas.
Estos hechos vergonzantes han sido objeto de esporádicas reparaciones en la historia del siglo XX, pero sólo desde 1994 opera el proyecto de la Unesco "La ruta de los esclavos", con el objetivo de "romper con el silencio histórico que ha envuelto durante mucho tiempo la tragedia más dramática que ha sufrido la raza humana", como señaló el senegalés Doudou Diene, responsable del proyecto. El objetivo final es crear un tipo de archivo mundial acerca de la esclavitud y promover la inclusión de esta narración como materia lectiva en los colegios del mundo.
Cuando se traen a la memoria hechos tan dolorosos su evocación lleva implícita una condena moral y un compromiso político. Es la condena inapelable a la violación de derechos esenciales de los pueblos originarios de Chile y el compromiso de trabajar infatigablemente para que desaparezca para siempre de nuestra tierra toda sombra de racismo.
El nombre kawesqar significa "ser racional de piel y hueso", es decir, se identifica su capacidad de razonar como su condición específica, como el rasgo distintivo que los convierte en personas. Como tales debieron ser tratados, respetando su historia de más de 6.000 años en los canales entre el Golfo de Penas y el Estrecho de Magallanes. El funeral fue concordado con las familias kawesqar como lo prescribe el Convenio 169 de la OIT. Al dar digna sepultura a estos compatriotas en la isla de Karukinká, en el seno del Almirantazgo, conforme a la tradición ancestral de los pueblos canoeros del sur, se hizo un acto de reparación moral. Hoy podemos mirar a sus descendientes a la cara y soñar el futuro con la esperanza de que todos los chilenos hayamos aprendido la lección y podamos encaminarnos hacia un Chile que sea la casa común de todos.

El autor es ministro secretario general de la Presidencia y coordinador de Asuntos Indígenas.

27 de enero de 2010
©la nación
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1 comentario

claudio lisperguer -

Estas capturas de indios para ser exhibidos en Europa empezaron pronto en la historia de la colonización, y los resultados fueron siempre espantosos. En el siglo 18 y 19 se les quiso dar un tinte científico, acompañado de espectáculos de corte circense -como representaciones de escenas de la vida cotidiana. Los aztecas también exhibían a seres humanos como enanos, albinos y gente de culturas rivales, en sus zoológicos, lo que puede demostrar que la reducción a la condición animal es una potente metáfora y práctica del poder.
Muchos antropólogos de entonces colaboraron con estas infamias.
Las bárbaras prácticas de cautiverio que comenta el ministro las seguimos tolerando cuando se trata de animales, a los que tratamos con extrema crueldad, privamos de sus relaciones familiares, arrancamos de sus entornos, mutilamos y dejamos morir de tedio, soledad y locura en las jaulas de nuestros zoológicos.