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los terroristas volverán a atacar


Los estadounidenses deberían entender que impedir todos los atentados terroristas es simplemente un objetivo inalcanzable.
[Gregory F. Treverton] El mea culpa del gobierno de Obama sobre el fracaso a la hora de impedir el atentado con bomba fallido contra un avión de pasajeros estadounidense con destino a Detroit el Día de Navidad es comprensible, pero esquiva el bulto. Sí, Estados Unidos podría hacerlo mejor a la hora de capturar a candidatos a atacantes; ese será siempre el caso. Pero la verdad es que no existe la seguridad absoluta -lo que es casi una concesión de victoria para los terroristas, que hacen imposible que los extranjeros visiten Estados Unidos, infernal para los estadounidenses que quieran viajar y difícil para todos seguir con nuestras vidas normales.
La tolerancia de Estados Unidos hacia el terrorismo no puede ser cero. Aunque obviamente queremos hacer lo más posible, impedir todos los ataques es un objetivo inalcanzable. El país necesita endurecerse para la casi certeza de que en algún momento se producirá un importante atentado en territorio estadounidense.
Incluso si Estados Unidos redujera las libertades civiles a un grado que la mayoría de los ciudadanos encontraría intolerable, tarde o temprano algún terrorista suicida logrará montar un ataque exitoso. La mayor amenaza puede provenir de algunos lobos solitarios con pocos antecedentes, como es aparentemente el caso con el atacante de Ft. Hood, o de alguien que actúe solo incluso si ha sido adiestrado y equipado por alguna rama de al Qaeda, como se supone que es el caso del terrorista frustrado de Detroit.
El episodio del Día de Navidad nos permite destacar tres puntos críticos:

El primero es cuánto ha progresado el espionaje estadounidense. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron achacados a la incapacidad de "conectar puntos". Pero para desbaratar esa conspiración se habría requerido no solamente saltos creativos de previsión de los analistas de inteligencia, sino también la voluntad política para emprender acciones draconianas para impedir un atentado a gran escala organizado en el extranjero contra territorio estadounidense (algo que no había ocurrido desde Pearl Harbor y era por eso casi impensable).
En contraste, Umar Farouk Abdulmutallab y sus presuntos colaboradores yemeníes estaban en la pantalla del radar estadounidense. Simplemente separándolo para un chequeo corporal habría sido suficiente. La comunidad de inteligencia ciertamente fracasó en conectar los puntos, pero esta vez al menos tenía los puntos.

El segundo es que la trama del Día de Navidad demuestra que mucho de lo que pasa por seguridad es una pérdida de tiempo y dinero. A menudo parece diseñada más para fastidiar a la gente que para impedir el terrorismo. El rastreo masivo de los pasajeros salientes en Amsterdam fue, casi por definición, muy poco para detectar al ‘terrorista de los calzoncillos’ y probablemente demasiado para sus inocentes colegas pasajeros.
Encontrar el equilibrio correcto es terriblemente difícil, pero lo que se necesita es menos rastreos masivos de todas esas legendarias abuelas. El perfil racial y étnico no es solamente provocativo, sino también inefectivo, porque produce demasiados ‘falsos positivos’ -gente sometida a un segundo control sin motivo alguno. Más bien, lo que necesitamos es más rastreos y perfiles basados en informaciones de inteligencia para proporcionar sospechas fundadas (que deberían haber incluido al terrorista fallido de Detroit) o conductas sospechosas (como no llevar equipaje o pagar el boleto al contado).

El tercero es que el furor público sobre la conspiración desbaratada muestra que es esencial contar con más perspectivas sobre el terrorismo. El terrorismo asusta a los estadounidenses porque parece tan fortuito. Pero no causa tantas víctimas. Cinco años después de 2001, el número de estadounidenses que mueren al año en atentados terroristas en todo el mundo no fue nunca más de cien, y el peaje de algunos años llegó apenas a cifras dobles. Comparemos eso con un promedio de 63 víctimas por tornados, 692 en accidentes de bicicleta y 41.616 en accidentes relacionados con vehículos motorizados.
Decir que otro atentado sería "intolerable" sólo demuestra buenas intenciones, pero no es definir estrategias. Algunas conversaciones honestas podrían ser útiles, de modo que cuando ocurra el siguiente atentado importante, como será seguramente el caso, podamos responder racionalmente y no sólo emocionalmente.

Poco después del 11 de septiembre de 2001, yo estaba en un restaurante sentado a una mesa junto al ministro de Defensa, Harold Brown. Le pregunté qué seria era la amenaza que representaban los atentados para Estados Unidos. En ese momento, su respuesta me sorprendió, pero él tenía razón: en una escala de uno a diez, la crisis de los misiles cubanos de 1962 tuvo un ocho, dijo; los atentados del 11 de septiembre de 2001, un tres. Los que perdieron sus vidas y sus familiares sufrieron horriblemente y, como con cualquier desastre, el efecto psicológico fue magnificado por la cantidad de personas que murieron al mismo tiempo. Pero para el país fue un golpe, no una amenaza mortal.
Cuando se trata de sobrellevar los atentados terroristas, la reacción de los israelíes es instructiva. Después de cada atentado, limpian tan pronto como posible. Así, la vida puede continuar y los terroristas no tendrán la victoria. En contraste, los estadounidenses dejan que el miedo al terrorismo paralice la vida. Así, los que ganan son los terroristas.
El aparato de seguridad e inteligencia de Estados Unidos puede funcionar mejor. Pero nunca será capaz de impedir todas las conspiraciones terroristas -una sombría realidad que los estadounidenses deben entender.

El autor es ex vicepresidente del Concejo Nacional de Inteligencia, dirige el Centro para Seguridad y Riesgos Globales de la Rand Corp., y autor de ‘Intelligence for an Age of Terror’.

31 de enero de 2010
19 de enero de 2010
©los angeles times
©traducción mQh
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