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niños esclavos en haití


Cada vez más niños esclavos en Haití tras el terremoto.
Croix-des-Bouquets, Haití. A los 13 años, Magalee conoció solamente el trabajo, sin embargo, cuando la joven haitiana habla de su anterior vida de esclava, sonríe. Antes del sismo, Magalee era una restavek, de los que hay en Haití unos 450.000 y podrían aumentar rápidamente ahora.
"Tenía que trabajar mañana, tarde y noche. Limpiaba, cocinaba, lavaba la ropa. Me levantaba a las cinco todas las mañanas y trabajaba hasta las ocho de la tarde. En la familia todo el mundo me pegaba", cuenta a la AFP.
Los restaveks, "quédate con" en creole, proceden generalmente del último escalón de la escala social haitiana. Y si sus padres los envían a trabajar al servicio de una familia adoptiva en Puerto Príncipe con la conciencia tranquila, es porque éstas les hacen creer en la escolarización de los niños.
Pero en lugar de cuadernos y libros, los restaveks sólo ven escobas, baldes y cepillos. Son reducidos al estado de esclavitud.
"El trabajo era demasiado duro y la familia no era amable, entonces me refugié en la comisaría. Los policías fueron buenos, me enviaron aquí", dice Magalee. Aquí, es el Centro de Apoyo al Desarrollo (CAD) que acoge a los ex niños esclavos.
La sede del CAD, que se encuentra en el centro de Puerto Príncipe fue destruida por el terremoto. Magalee perdió a cinco amigos en la catástrofe, todos ellos ex esclavos.
Por suerte, antes del sismo, la joven fue realojada en la nueva casa del CAD, situada en un campo cerca de Croix-des-Bouquets, a unos kilómetros de Puerto Príncipe. La casa no ha sufrido ningún daño.
"El problema de los restaveks va a empeorar por el terremoto", advierte Gertrude Sejour, de la Fundación Maurice A. Sixto que colabora estrechamente con el CAD.
"La cantidad de restaveks va a ir en aumento después del sismo, porque un gran número de familias van a encontrarse en situaciones muy precarias. El desempleo va a dar un salto", estima Marlene Verdier Mondesir que preside el CAD.
La inmensa mayoría de los restaveks son niñas. En el CAD, son escolarizadas y aprenden actividades que les permitirán encontrar un trabajo más tarde, como la costura.
"Las escuelas son escasas en el campo. Entonces, algunas personas de la ciudad van de pueblo en pueblo explicando a los padres que van a llevar a sus hijos a Puerto Príncipe para escolarizarlos. Pero no es lo que sucede", explica Verdier Mondesir. Una vez en la ciudad, "son golpeados, violados, azotados", cuenta.
"En nuestra cultura, cuando un niño trabaja, es considerado como un esclavo. Se puede hacer con él lo que se quiera, pegarles por ejemplo. Pero es así como se crean bestias", añade Gertrude Sejour.
Para poner fin a esta práctica, Sejour piensa que habría que mejorar la educación y brindar a los niños una perspectiva distinta a la de una vida trabajando en los campos.

17 de febrero de 2010
©mi punto 
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