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Entrevista a Valeria Mapelman, directora de ‘Octubre Pilagá, relatos sobre el silencio’. Enterada de lo que sucedió con los indígenas formoseños durante el primer gobierno de Perón, la directora decidió que los ancianos de la comunidad lo relataran frente a la cámara.
[Óscar Ranzani] Argentina. La documentalista Valeria Mapelman tiene nutridas experiencias de comunicación con comunidades de pueblos originarios desde hace varios años. Una de ellas la plasmó en ‘Mbya, tierra en rojo’, un documental que codirigió con Philip Cox, y que estrenó en 2004: refiere a la situación de la comunidad del Valle de Kuña Pirú. Ese film se exhibió en distintas tierras indígenas y, gracias a esos encuentros, Mapelman se enteró de una masacre que habían sufrido los pilagá, oriundos de Formosa, en un paraje llamado La Bomba, en 1947; es decir, durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón. Allí escuchó, en boca de los sobrevivientes, cómo fue la matanza producida el 10 de octubre de aquel año. Decidió, entonces, ir al lugar de los hechos a filmar su documental ‘Octubre Pilagá, relatos sobre el silencio’. Y ahora el film participa de la Sección Panorama ‘La Tierra tiembla’ del Bafici.
"Cuando fui a las comunidades a hablar con los ancianos, ellos me contaron que estaban reunidos en ese lugar por una cuestión religiosa; es decir, se había dado un momento sincrético en el que los pilagá conocieron la Biblia. En ese momento, había misioneros pentecostales en la zona que traían la Biblia. Uno de ellos convocó a miles de pilagá para que se reunieran en La Bomba, un paraje cerca de Las Lomitas, para escuchar su palabra y sanarse porque él curaba. Fue por eso que ellos se reunieron ahí", cuenta Mapelman, quien agrega que el detonante de la masacre se vincula con que, en ese momento, "existía un régimen de colonias indígenas en la Argentina que estaba a cargo del Ministerio del Interior". Según investigó Mapelman, había un plan: "Los indígenas estaban dentro de las colonias para ser llevados a trabajar a los ingenios, pero los pilagá, en ese momento, estaban fuera de esas colonias expresando libremente su religiosidad y su cultura. Entonces, se los conminó a moverse de ahí, a ir a la colonia donde ‘debían’ estar. Y cuando ellos se negaron, fue cuando se dio la orden de fusilarlos", relata la documentalista.
Una versión que no tomó Mapelman indica que miles de pilagás y miembros de otras comunidades de pueblos originarios caminaron en marzo de 1947 hasta Tartagal (Salta) para trabajar en el Ingenio San Martín, pero fueron engañados con la paga que les habían prometido. Con escasez de recursos y de alimentos, decidieron regresar a Las Lomitas. Después de caminar cientos de kilómetros, se detuvieron en el Paraje La Bomba, cerca de su pueblo, pero pronto algunos de ellos se enfermaron: era el momento de pedir ayuda. Uno de los que encabezaron la comisión que formaron fue el cacique Pablito. Lograron que, por vía de diversos funcionarios, la noticia llegara al gobierno nacional, que envió vagones de alimentos, ropas y medicamentos. Pero la desidia y la burocracia pudieron más y el cargamento llegó con alimentos vencidos que terminaron matando aproximadamente a cincuenta pilagás. Indignados, los sobrevivientes pidieron que Pablito hablara con el comandante de Gendarmería a cargo, en una reunión que se pautó a campo abierto. Según esta versión, el 10 de octubre, Pablito fue acompañado por un gran número de pilagás, quienes cayeron en la trampa: les impidieron retornar al pueblo y, sin piedad, los gendarmes masacraron a cientos de indígenas, a pesar de que estaban desarmados y no tenían ninguna intención de sublevarse.
"La película que hice está trabajada en base a las memorias de los ancianos. Y ellos no tienen registrado todo eso. Tampoco lo encontré en documentación", aclara Mapelman, quien decidió trabajar con lo que los sobrevivientes –muchos de ellos mayores de 80 años– le relataron. "Ellos me contaron que estaban en una reunión religiosa, que fueron advertidos de abandonar ese lugar, luego fueron amenazados para abandonarlo. Y el 10 de octubre, a las seis de la tarde, se colocaron las ametralladoras y los fusilaron. Después de ese primer fusilamiento del 10 de octubre, la masacre se extendió durante diez días a lo largo del monte formoseño para asesinar a los testigos. Y se envió un avión desde Buenos Aires, que salió de la Base Militar El Palomar, al que se le colocó una ametralladora, en lugar de la puerta, y sobrevoló la zona. Eso está contado en base a las memorias de los viejos y a la documentación que se encontró", afirma Mapelman.

¿La Gendarmería confundió una celebración religiosa con una sublevación?
No, no hay confusión posible. En este caso, se trató de criminalizar para reprimir. No pudo haber una confusión entre una cosa y la otra. De parte de un Estado que desde 1880 desarrolla un régimen de colonias para controlar la población aborigen en la Argentina, no hay una confusión. Es decir, desde que en la época de Roca se envía a Victorica a conquistar al ‘desierto’ chaqueño hay un plan para controlar a la población indígena en el Norte.

¿Por qué cree que la masacre fue silenciada por el gobierno peronista?
Me imagino que para cualquier gobierno una cosa así tiene que ser silenciada porque fue realmente de proporciones enormes. También fue silenciada la Masacre de Napalpí durante un gobierno radical. Lo mismo sucedió durante la Campaña al Desierto, que recién empezamos a conocer. Creo que el Estado argentino es responsable de un genocidio que tiene una duración muy larga. No importa el gobierno que esté al frente: eso ha sucedido siempre y siempre ha sido silenciado porque es una vergüenza.

¿Por qué para la Gendarmería los pilagás debían ser considerados peligrosos? ¿Era una manera de asustar al resto de la población?
No hablaría de Gendarmería sino del Estado nacional. Para el Estado nacional debía existir un plan de control de los pueblos originarios. Por un lado, represión y, por otro, control y escarmiento.

¿Usted realizó la reconstrucción de los hechos con los testimonios de los sobrevivientes aprovechando justamente que en ese momento había una orden judicial para investigar la masacre?
No exactamente. Coincidimos con la búsqueda de pruebas que estaba realizando un forense, pero la propuesta del documental fue recopilar las memorias de los ancianos sobrevivientes porque se están muriendo. Son muy viejitos. Si se mueren, se acabó: no hay quién lo cuente, porque ellos no tienen libros ni la posibilidad de publicar lo que pasó. Entonces, había que ir y recopilar esas memorias de alguna manera.

¿Cómo fue el trabajo de investigación?
Durante cuatro años recorrimos las comunidades, nos encontramos con sobrevivientes, quienes manifestaron que estuvieron esperando todos estos años a que alguien viniera a preguntarles qué había sucedido. Siempre dijeron que era la primera vez que alguien se sentaba realmente a escuchar lo que había pasado. Así que prendimos la cámara, filmamos sin parar y sin interrumpirlos porque ellos hablaban en pilagá. Después, tradujimos todo. Y en base a todo ese primer acercamiento, se armó el guión.

¿La matanza provocó un antes y un después en la vida de la comunidad pilagá?
Seguramente sí, pero no fue la única masacre. Han sufrido muchas antes, de las que no me ocupé en la película. Esta es la más reciente.

¿Le sorprendió la memoria que tienen de la masacre los miembros de esa comunidad?
No, en realidad, lo que sucede con la memoria es bien interesante. Creo que la gente que no escribe tiene más memoria porque la ejercita mejor. Y hay mucho traspaso de la información. Los abuelos que se acuerdan de lo que pasó en La Bomba también se acuerdan de lo que les contaron sus padres acerca de masacres anteriores que sufrieron. Hay un ejercicio de la memoria oral muy interesante y rico. Es algo que quienes estamos acostumbrados a la memoria o a la historia escrita tenemos que empezar a ver de otra manera. Hay algo muy interesante en la historia oral de los pueblos originarios porque, además, cuentan una historia que desconocemos porque nunca se llevó al papel.

A pesar de que la matanza diezmó a la población pilagá, no le impidió mantener su identidad. De hecho, en su documental se pueden conocer sus tradiciones religiosas...
Sí, hay cosas que, a pesar de las represiones, no pueden destruirse. Más allá de la fuerza con que se repriman ciertas manifestaciones –políticas, religiosas, culturales o lo que sea–, hay cosas que no pueden matarse. Y eso es lo que sucedió en el ámbito de las comunidades.

12 de abril de 2010
©página 12 
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