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muerte de una novia afgana


Su rechazo de un matrimonio convenido terminó con su muerte. Frashta no se quería casar con su primo, y huyó de casa. En un país donde las tradiciones y el honor de la familia lo son todo, eso selló su destino.
[Jeffrey Fleishman] Charikar, Afganistán. Una chica de provincia no puede nunca llegar muy lejos. Debería haberlo sabido. Frashta, sin embargo, era cabezona. Dos disparos con un rifle de caza en la noche terminaron con su vida. Luego la envolvieron en telas y trataron de ocultarla. Pero algunas cosas no se pueden ocultar. La encontraron en el patio.
"Mala mujer", dijo el poli.
"Era tan bella que ninguna palabra sería suficiente para describirla", dijo su tío.
Nadie tenía una fotografía, pero, de todos modos, una imagen no podría contar la historia de quién era. Una joven novia que rompió su compromiso matrimonial por otro hombre. O una mujer que pasó su breve vida mirando a través de la malla de una burka hasta que un día desafió a su familia y la tradición y huyó de casa después de negarse a casarse con su primo. En este país, las dos cosas son pecados terribles.
Lo que pondría fin a su vida empezó cuando tenía apenas unos meses de edad. Se dice que su padre, un muyahedín, murió en el campo de batalla luchando contra las tropas soviéticas a fines de los años ochenta. Como es costumbre, la madre de Frashta se convirtió en la segunda esposa del hermano de su marido, Abdul. Para asegurar la armonía del clan, se buscó rápidamente un pretendiente para Frashta: Cuando la niña creciera, se casaría con el hijo de Abdul, su primo.
Llegaron los represivos años del Talibán, que terminaron con la invasión norteamericana de Afganistán en 2001. La ciudad de Charikar, dividida por un canal y rodeada de casas de adobe y huertos que se extienden por el valle, fue invadida por la delincuencia y la guerra. Aparecieron ametralladoras en el tejado de la comisaría de policía. En la provincia de Parwan los mercados siguieron funcionando, con compradores y vendedores y niños acarreando mercaderías en carretillas.
Frashta fue creciendo, recogiendo sus largos cabellos negros en un pañuelo, acercándose al día en que se casaría con Tor Baz. Como ella, no tenía apellido. Aquí la mayoría de los aldeanos adoptan uno sólo si se matriculan en una universidad o para otros asuntos importantes, como para trabajar en algún lugar lejano.
"Creo que en la escuela llegó al noveno", dijo Dal, el hermano de su madre y vendedor de fruta desempleado."Era rápida y creo que era más fuerte que yo. Si hubiésemos peleado alguna vez, seguro que habría ganado ella. Pero vivía con una familia muy mala y no quería estar allí y no quería casarse con su primo".
De acuerdo a la policía, se casó cuando tenía poco más de veinte años. Los viejos de la aldea se reunieron un día y bendijeron la unión; se había cumplido con la promesa. Un mulá leyó fragmentos del Corán y los hombres se apresuraron por las calles para entregar Tor Baz a Frashta para la primera noche juntos. Se cerraron puertas y celosías.
Pronto empezaron los problemas. El padrastro y la abuela de Frashta, que habían convenido su matrimonio, dijeron a la policía que Frashta llevaba una vida secreta. Dijeron que cuarenta y cinco días después de la boda, en el verano de 2009, se había escapado con otro hombre, un tendero, para huir hacia Kabul, la capital, a dos horas hacia el sur. La deshonra cayó sobre la familia.
No era la Frashta que apareció un día en un refugio de mujeres en Kabul. Esta Frashta contó que se había negado a casarse con su primo y había escapado después de que fuera drogada por su abuela y golpeada por su padrastro.
"Nunca se casaron, pero la familia le exigía que se casara. Frashta me contó que les decía: ‘No digan que estoy comprometida con mi primo. Lo quiero como hermano, no como marido’", dijo Parween Rahimi, una asistente social de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán. "Su abuela entró una mañana en su cuarto y le dio unas tabletas, y le dijo: ‘No digas esas cosas malas si no quieres que te golpee tu padrastro’".
Frashta dijo que cuando despertó, su abuela le dijo que cuando estaba inconsciente su primo había tenido sexo con ella y que tenía que casarse para proteger su reputación.
Rahimi dijo que eso había sido una artimaña para obligar a Frashta a someterse a la voluntad de la familia. Según la comisión de derechos humanos, un examen médico demostró que la joven era virgen. En Afganistán es difícil hacerse con documentos: la comisión no tenía copia del examen médico y no está claro quién lo pidió. La policía no tenía pruebas de que Frashta aceptara libremente el matrimonio.
"Su abuela vino a nuestra oficina y trató de convencerla de volver a casa, pero ese día Frashta se sentó muy lejos de ella", dijo Rahimi.
La policía la localizó y la acusó de abandonar a su marido, un delito y una afronta para el orden patriarcal. El tendero también fue arrestado.
Mohammad Iqbal Ahmadi, fiscal jefe de la provincia de Parwan, dijo a la organización de derechos humanos que la historia de Frashta era fantasía y que no se había realizado ninguna prueba para determinar su virginidad.
"Su primo nos dijo que había tenido una aventura con otro y que recibía llamadas telefónicas de otros hombres y eso demuestra que no era una chica buena", dijo Ahmadi. "Si se sentía amenazada, ¿por qué no se quejó ante la policía?"
El tendero, Meir Agha, declaró en una audiencia que a Frashta no la había tocado nunca y que sólo la había ayudado a viajar a Kabul. Él y Frashta fueron sentenciados a cinco meses de cárcel. Tras su liberación en el otoño pasado, Frashta se negó a volver a la casa de su primo y su padrastro, Abdul.
Se fue a vivir con Dal, un hombre nervioso y delgado que vivía con su familia en el patio trasero de una casa junto a la carretera que lleva a Charikar.
La alojaron en un cuarto con paredes de color blanco y mostaza y un saco a modo de cortina. Estaba escasamente adornada: unos versos del Corán y un cartel de Sydney, Australia, con la leyenda: "Si quieres ser rico, piensa en cómo ganar el dinero y ahorrarlo". Cuando salía, como la mayoría de las mujeres aquí, se envolvía en una burka, una tela azul indistinguible de otras mujeres envueltas en tela azul en los mercados y más allá de las mezquitas.
"No le gustaba la familia de Abdul. Decía que Abdul fumaba hachís y la golpeaba a menudo", dijo Dal. "Siempre me decía lo mismo. Durante esos tres meses que vivió con nosotros, ella y yo hablábamos sobre cómo resolver su problema. Siempre me decía: ‘No me puedo casar con mi primo. Si mi madre me casara con otro, lo haría, pero no con mi primo".
Su estribillo estaba retando el corazón de una tradición en la que las mujeres musulmanas de zonas rurales aceptan lo que se espera de ellas y sobrellevan sus quejas en silencio. Sin importar qué versión de Frashta sea la verdadera -mujer pecadora o virgen abusada-, era categórica en que nunca viviría con Tor Baz.
Entonces, el 19 de enero, los viejos del clan hicieron una oferta de reconciliación.
"Nos invitaron a cenar a casa de su padre", contó Dal. "Ella aceptó. Tenía miedo y yo la acompañé. Cuando llegamos allá, la recibieron bien. Empezaron a tocar música y todos parecían felices. Su abuela estaba allá, diciendo que se habían cometido errores. La familia los resolvería.
"Sirvieron una cena de carne y arroz y los viejos dieron consejos. Dijeron que no era bueno que ella estuviera separada de su primo y su familia. Lugo se marcharon".
Frashta también quiso marcharse, pero la familia la instó a pasar la noche con ellos.
"Querían que se quedara, pero ella les dijo que me había prometido que me llevaría a casa", dijo Dal. "Les dijo que volvería al día siguiente con sus pertenencias. Era tarde y yo quería irme".
"Salimos de la casa y yo iba caminando delante de ella. Se estaban despidiendo y entonces oí una voz: ‘Vuelve, vuelve’. Frashta dijo: ‘No me obliguen. Volveré mañana’".
"Entonces oí dos tiros hechos con un rifle de caza. Pensé que estaban tratando de asustarla, pero sentí los perdigones pegados en mi ropa. Corrí hacia la comisaría".
Los vecinos también oyeron los disparos. Los gritos y la conmoción se expandieron por el pueblo bajo la luz de la luna.
"La policía volvió conmigo y la buscamos por todas partes", contó Dal. "No podíamos encontrarla. Pensé que quizás había escapado, pero entonces la vimos en el suelo, cubierta por una tela. Tenía un disparo en la parte de atrás de la cabeza, y otro en la espalda. No sé por qué se echó a perder todo. Todos parecían felices. Simplemente no sé qué pasó".
Horas después Rahimi recibió una llamada. Se decía que Frashta había muerto. ¿Podría verificarlo? Rahimi dijo que fue a la morgue y vio a Frashta, con sus cabellos largos sin cubrir y sin ni una sola mancha en la cara, sólo un ojo inyectado de sangre.
Su tío abuelo Agha, el hermano de su abuela, confesó. "Yo la maté. Había deshonrado a la familia", dijo a la policía. Agha, su abuela y otras dos mujeres fueron arrestadas y están a la espera del juicio. La fiscalía pedirá la pena de muerte para Agha, que según la policía se ajusta a la ley islámica.
Las pertenencias han sido retiradas de su cuarto en la casa de Dal. Está vacío, excepto el cartel de Australia y los versos del Corán. El suelo tiene grietas; parece una bodega, frío y oculto detrás de unas parras y unos perros dormidos.
Banderas verdes desteñidas y basura salpican el cementerio a los pies de la montaña. Algunas vacas deambulan por ahí. Los más ricos entre los muertos yacen en tumbas protegidas por vallas, pero no Frashta. Su lote está rodeando de piedras erosionadas y pronto no se distinguirá del resto de la tierra. La lápida es una tosca pizarra. No hay nada escrito en ella, como si no hubiese nadie allí, sepultado a los pies de una montaña cubierta de nieve.

Mohammad Karim Faiez en Kabul contribuyó a este reportaje.

16 de abril de 2010
25 de marzo de 2010
©los angeles times 
cc traducción mQh
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