Blogia
mQh

huérfanos que dejó el terremoto


En Haití, padres desesperados optan por abandonar a sus hijos.
Puerto Príncipe, Haití. Semanas después de que un niño de un año fuera encontrado en un contenedor, se apareció su padre.
El niño se retorció en la cuna, sonrío y levantó los brazos. Cuando el padre no lo tocó, empezó a llorar y a dar patadas en el aire.

El hombre se volvió a marchar, y no había vuelto, de acuerdo a un informe escrito por un asistente social en el Hospital Santa Catalina, en la barriada de Cité Soleil, donde fue recogido el niño.
El catastrófico terremoto que dejó sin techo al menos a 1.3 millones de los nueve millones de haitianos, fue el empujón final para las familias que, antes, apenas podían alimentar a sus hijos. Ahora viviendo en tiendas con goteras y decrecientes cuotas de ayuda, las familias haitianas están abandonando a sus hijos con la esperanza de que las organizaciones de rescate les ofrezcan una vida mejor, dijeron hoy cooperantes.
Una niña de cuatro días fue dejada en una caja de cartón frente a un hospital. Niños de dos años son encontrados solos en salas de espera de hospitales. Frente a una clínica privada, un grupo de voluntarios detectó a un niño de tres años con una bolsa con ropa interior cuidadosamente doblada. Una nota prendida a su camiseta pide a los que lo encontraron, que cuiden de él.
Incluso antes del sismo de siete grados, los padres pobres dejaban a los niños en orfelinatos donde reciben al menos una comida al día. Ahora el número de niños abandonados se ha disparado, dijo Tamara Palinka, 37, que ayudó a coordinar la logística del hospital de campo de la Universidad de Miami en el terreno del aeropuerto.
"Convencí personalmente a muchas madres de que no abandonaran a sus hijos", dice Palinka, que acordonó un espacio dentro de la tienda pediátrica del hospital de campo para niños abandonados, incluyendo a otro niño que encontró gateando en un montón de basura.
Empleados del orfelinato dicen que las instalaciones están llenas de niños que no son huérfanos.
En el orfelinato Madre Teresa, detrás de una elevada pared encimada con alambre de púa, monjas con petos blancos revolotean entre cunas de niños cuyos brazos están conectados a sueros. No admiten huérfanos, sino solamente niños desnutridos que serán retornados a sus familias después de que mejoren. Exigen que las madres permanezcan en el recinto, porque se corre el riesgo de que no vuelvan.
"No las dejamos marcharse", dijo Sor Genova, una pequeña mujer que zigzaguea entre las cunas, acercándose a una para acariciar la cabeza de un niño flaco como palo con sus cabellos brillantes y de color naranja, un signo claro de desnutrición.
Nadine Jean-Baptiste, una mujer de 35 años que sufre de SIDA, dejó hace poco a su hija de dos años, Christine, en un orfelinato más abajo en la misma calle donde está el cobertizo donde vive ahora.
Antes del sismo del 12 de enero, apenas podía pagar sus medicinas y cuidar a su hija. Luego su marido, un cocinero, quedó sepultado en el restaurante donde trabajaba. Oyó sus gritos desde debajo del cemento, pero no pudo hacer nada.
Muerto él, y su casa destruida, está considerando una terrible decisión: una pareja estadounidense le ha manifestado su interés en adoptar a Christine. La madre enferma no duerme por la noche tratando de decidir si debe o no entregar a su hija, una niña regordeta con trenzas.
"Quiero a mi hija. Darla en adopción no es lo que quiero hacer", dijo, con la voz ahogada por la tristeza, su cuerpo escuálido como una tabla de planchar debido a su enfermedad. "Pero no tengo con qué alimentarla. No tengo otra opción que entregarla".
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia inició en febrero una línea de acceso directo gratuita para niños abandonados o extraviados que fueron separados de sus familias durante el sismo. Hasta el momento, el centro de llamados ha inscrito 960 niños. "No los llamamos huérfanos porque podrían tener familia", explicó Edward Carwardine, portavoz de UNICEF en Haití.
La UNICEF dio el número de la línea solamente a agencias y cooperantes -no al público- por temor a recibir una avalancha de llamadas de familias desesperadas tratando de buscar un lugar para sus hijos.
El orfelinato SOS sabe lo que pasa cuando se hace un ofrecimiento de este tipo en público.
Su ordenado campus en un oasis en la capital llena de escombros, ubicado en un frondoso terreno entrecruzado por senderos. Los niños viven en ‘familias’, en casitas supervisadas por una empalagosa ‘madre’ de la casa. Sus días son un carnaval de actividades, desde el fútbol y la pintura hasta las sesiones individualizadas con psicólogos que utilizan el arte como medio para tratar el trauma del terremoto.
En la semana después del sismo, SOS anunció en la radio que el orfelinato tenía espacio para más huérfanos. Al día siguiente, el orfelinato casi duplicó su tamaño después de que el personal encontrara cerca de 120 niños haciendo cola en la puerta. En los tres meses que han pasado desde entonces, el orfelinato ha triplicado su tamaño.
Pero SOS se dio cuenta rápidamente que la mayoría de los recién llegados en realidad no eran huérfanos, dijo la portavoz Line Wolf-Nielsen. Una madre se hizo pasar por extraña para dejar ahí a sus tres hijos, que dijo que eran huérfanos que había encontrado después del terremoto. Otros envían a sus hijos con vecinos o amigos, haciendo más difícil identificar a la familia. Una familia instruyó a tres niños a memorizar un apellido ficticio para obstaculizar los intentos de encontrar a sus verdaderos padres.
La ley haitiana exige que las autoridades del orfelinato hagan todo lo que puedan para reunir a los niños con sus familias reales. Después del terremoto, eso a menudo ha significado reunir a niños con familias que no los quieren de vuelta. SOS está verificando las historias de los casi trescientos niños que llegaron desde el desastre, enviando colaboradores a los campamentos a buscar a los padres.
"Es muy difícil, pero tenemos que concentrar nuestros esfuerzos en los casos más urgentes. Obviamente, si tienes familia, tu situación es menos precaria que la de un niño que no tiene a nadie", dijo Wolf-Nielsen.
Una tarde hace poco, dos niños esperaban sentados en una banca, muertos de miedo. Sus ropas estaban cuidadosamente dobladas en una bolsa Winnie the Pooh que había entre ellos. A unos pasos, en la oficina del orfelinato SOS, su hermano mayor adulto estaba firmando reluctantemente un Acta de Reunificación Familiar.
Los niños, de 10 y 13 años, así como su primo de tres, habían sido abandonados en el orfelinato hacía dos meses. La amiga de la familia que los llevó a ellos, mintió cuando dijo a los colaboradores del orfelinato que sus padres habían muerto en el sismo. Les dio un apellido falso -Milscent- y les instruyó no revelar sus nombres verdaderos si les preguntaban sobre la familia.
De hecho, su madre está viva, pero como decenas de miles más, está viviendo en una tienda en la ciudad.
"Me dejaron aquí porque no tienen dinero para cuidar de mí", dijo Ridial, el niño de 13. "Si me voy, ¿podré ir a la escuela?"
Organizaciones que ayudan a los niños abandonados están incluso ofreciendo provisiones a las familias que aceptan el retorno de sus hijos. En el caso de los tres niños, sus familias recibieron sacos de dormir, una tienda y mercaderías para un mes. Fueron llevados de vuelta a un embarrado callejón que conduce a un laberinto de tiendas donde los niños elevan cometas hechas de bolsas de plástico desechadas amarradas a una cuerda.
La familia vive en un espacio del tamaño de un jacuzzi, en una tienda que es una sábana enrollada en un cerco de palos. Su cama es un pedazo de cartón. Se ha mojado tantas veces con la lluvia que atraviesa la sábana que ahora yace ajada en una pila sobre una silla rota.
"No tengo trabajo", dice Jean-Phillipe Turenne, 22, hermano mayor de los niños. "No puedo llevarlos de vuelta, pero tengo que hacerlo. Creo que para nosotros es mejor dejarlos en el orfelinato".
Dijo que si los niños no hubiesen revelado su verdadero apellido, los colaboradores del orfelinato no habrían podido identificarlos. Ridial trataba de contener las lágrimas. Dijo que había tratado de mantener la mentira, pero no pudo y finalmente se desmoronó y contó la verdad.
No es mucho lo que pueden hacer los cooperantes para encontrar a la familia de un bebé encontrado en un contenedor, que cuando fue rescatado estaba muy débil para llorar.
Meses después, el bebé, Erode, estaba sentado en el suelo jugando con una letra de espuma de poliestireno en el moderno orfelinato del Niño Jesús, donde los niños son atendidos por un enjambre de solícitas niñeras.
Le extendió la letra C a una de las niñeras, sólo para retirarla tan pronto como vio que ella acercaba su mano. Explotó en un estallido de risitas.
Come saludablemente dos veces al día y duerme en una cuna con relucientes barrotes blancos. Las niñeras se turnan para acunarlos y están adiestradas en la importancia del contacto visual y en el ‘juego recíproco’, donde lo arrullan imitando la atención que recibiría de su madre.
"Estos niños se ganaron el gordo con estar aquí", dijo la psicóloga infantil Mary Kate Bristow, de Indiana, que llegó para ofrecer sus servicios. "Si yo estuviera viviendo en una tienda, también trataría de poner a mis niños aquí".
Junto a Erode hay un niño una de cuyas piernas tuvo que ser amputada. Su madre imploró al orfelinato que lo aceptaran, diciendo que no podía cuidar de él, dijo la directora ejecutiva Gina Duncan.
En otra cuna hay una bebita que pasó tres días debajo de los escombros. Para cuando la rescataron, las hormigas habían empezado a comerle los ojos. Tampoco es una huérfana -su abuela estaba en el hospital recuperándose después de que la casa se le derrumbara encima.
Y luego está Simon, de trece años, que fue dejado en el orfelinato poco después del terremoto. Por primera vez en su vida, comió hasta sentirse lleno. Empezó a ir a la escuela.
Estaba hace poco en la oficina principal del orfelinato junto a hermana mayor, que había llegado a retirarlo. Él trató de ocultar sus lágrimas subiéndose la camiseta por sobre la cara. Cuando no pudo contenerse más, puso su mejilla sobre el brazo del sofá y sus lágrimas mojaron el cuero de imitación.
"Si vuelvo con mi hermana mayor, no podré ir a la escuela. Me va a obligar a vender agua en la calle, como ya lo habíamos estado haciendo antes", dijo. "Voy a volver a tener una vida dura".
Iba sollozando cuando se lo llevaron del orfelinato.

11 de mayo de 2010
9 de mayo de 2010
©new york times
rss

0 comentarios