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el paraíso de los canallas


columna de lísperguer [si  no puedes entrar a la columna, pincha el título o Comentar]

Carabineros allanan casa sin orden judicial, matan a perros de la familia y secuestran sus cadáveres.

La madrugada de este 6 de octubre pasado un grupo de carabineros allanó sin orden judicial la casa de una familia, de la que aparentemente sospechaba que traficaba en drogas. Los agentes mataron a tiros a sus cuatro perros y se marcharon del lugar llevándose los cuerpos acribillados de los chuchos, que recibieron diecisiete impactos de bala. No contentos con esto, se llevaron también 300 mil pesos pertenecientes a la familia. Aunque la noticia la oímos en un telediario de Chilevisión,  no fue posteriormente comentada por ningún diario ni del país ni de la Región Metropolitano. Sin embargo, ofrece un retrato imposible de negar de un aspecto de la realidad chilena.
Este allanamiento parece ser en realidad lo que en Chile se llama quitada o mexicana: robar drogas a un narcotraficante, que se supone es una práctica habitual en los bajos fondos. Pero no es raro leer que los policías también se dedican a este tipo de prácticas. La idea es que se puede abusar de los narcotraficantes porque estos no pueden denunciar los abusos.
Estos agentes, que no han sido identificados ni que se sepa acusados de nada, considerando que la jefatura de Carabineros a una semana de ocurrido todavía guarda silencio sobre el caso, han actuado con la incomprensible saña y exceso de fuerza que utilizan cuando allanan hogares pobres. Los innecesarios destrozos de los enseres de las personas allanadas se han convertido en una práctica habitual de los policías chilenos, y todavía no se ve a nadie que imponga justicia y purgue una fuerza policial autodisplicente.
El asesinato de los perros es completamente impresentable. A diferencia de otro caso en que policías ejecutaron a un perro durante una notificación, en que los perros atacaron efectivamente a los agentes, en este caso actuaron sin ser atacados por los animales.
Apesadumbra la impunidad con que actúan las fuerzas policiales, y el silencio que guardan las autoridades y la clase política frente a aberraciones de este tipo. No sólo recurren los policías a intimidar a los agredidos ejecutando a sus mascotas, sino además las roban y secuestran sus cadáveres acribillados. Es un premeditado exceso de violencia cuyo objetivo es intimidar a la familia y a la población circundante, y eso lo convierte en un delito terrorista, pero cometido por agentes del estado. Cuando se pregunta a sus jefes, estos también callan.
Así deben imaginar el paraíso los canallas.


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