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ossandón, la otra-rata-que-mata


columna de lísperguer
Alcalde Ossandón (RN, conservadores) ordena asesinato de perros abandonados.

Ayer el alcalde de Puente Alto escribió un nuevo capítulo de su infamia al ordenar el asesinato de los perros que vivían en plaza de la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes. Estos perros abandonados estaban bajo la protección de animalistas del sector que los alimentaban y proveían de cuidados médicos y vacunas. Ninguno de ellos era agresivo. Este nuevo asesinato masivo de mascotas abandonadas fue realizado por funcionarios municipales que, según parece por la manera de sus muertes, usaron estricnina. El asesinato fue cometido en la plaza, frente a la iglesia y en la acera de una escuela. Los perros agonizando con fuertes y dolorosas convulsiones y restos del veneno fue lo primero que vieron los niños que llegaron a la escuela.
En Chile prohíbe la ley el sacrificio de perros sanos, abandonados o no. Sólo el seremi de Salud puede decidir la muerte de un perro si, tras 10 días de observación presenta síntomas de rabia. Los alcaldes no tienen ninguna autoridad para ordenar el asesinato de perros de la calle. El maltrato animal es un delito grave que puede ser castigado con hasta tres años de cárcel. El otro delito, que contempla la misma ley 291, castiga a los que "propagaren indebidamente [...] elementos o agentes químicos [...] o de cualquier otro orden que por su naturaleza sean susceptibles de poner en peligro la salud animal".
La impunidad con que el alcalde Ossandón (extrema derecha, RN) viene cometiendo estos asesinatos debiese ser castigada severamente. Considerando su poder, actúa con la arrogancia que nace de la impunidad. Aunque muchos activistas no ven más alternativa que recurrir a medidas extrajudiciales para castigarlo con la severidad que se merece, convendría primero llevarlo a justicia, iniciando un proceso para su destitución e inhabilitación para cargos públicos. Es impresentable que este alcalde haga alarde de los crímenes que comete, instruyendo a sus funcionarios que dejen los cadáveres en las cercanías de escuelas y templos católicos. Se ha convertido en una verdadera rata-que-mata.

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