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en territorio rebelde en libia


Nuevas identidades como guerreros. La guerra contra Moamar Gadafi se ha extendido hacia la largamente dormida región montañesa, convirtiendo en feroces combatientes a pastores y pastizales en campos de batalla.
[Borzou Daragahi] Kikla, Libia. Es un joven de veintidós años, de voz suave, con una enorme ametralladora de hechura belga.
"¡Allahu akbar!", grita Radwan Othman cuando abre el fuego en respuesta a una descarga de proyectiles disparada por las tropas de Gadafi a menos de un kilómetro al otro lado del valle.
Luego calla, mira el espacio con ojos vidriosos. No habla mucho, y sus amigos en esta posición en la primera línea de fuego en el extremo oriente del territorio controlado por los rebeldes en las Montañas Nafusa, temen por él.
Hasta que empezara el levantamiento contra el gobierno de 42 años de Gadafi, Othman vendía ropa de mujer en una tienda en Trípoli y no había tenido nunca un arma en sus manos.
"La guerra te cambia", dijo Mesbah Sassi, un combatiente de veintiocho años que antes de la guerra era desempleado y es uno de los combatientes voluntarios aquí en Kikla. "Te convierte de persona amable en persona agresiva. Yo era un civil. Ahora tengo un arma y disparo para matar, y para nosotros se está poniendo demasiado fácil."
El intento de derrocar al gobernante ha reducido casi todos los aspectos de la vida en estas montañas tanto tiempo dormidas, una región de ciento sesenta kilómetros de pastizales controlada por los rebeldes, salpicada de pequeños pueblos agrícolas y ciudades provinciales que se ha convertido en el punto central de la campaña de la OTAN para debilitar y derrocar a Gadafi.
La guerra ha convertido a pastores en endurecidos combatientes voluntarios, torcido la economía para suplir las necesidades de la guerra, reemplazado planes de boda largamente abrigados por sombríos funerales de hombres jóvenes.
Y ha planteado la pregunta de cómo, o incluso si los que participan en el conflicto, que ya ha durado casi cinco meses y muestra pocos indicios de una resolución rápida, podrán devolver las armas y volver a sus vidas civiles.
Ya hay signos de una emergente casta guerrera, hombres jóvenes que se han forjado identidades en la guerra; y encontrado auto-respeto cargando armas y empujando a personas el doble de su edad.
La creación de una generación semejante puede cambiar no solamente a los individuos, sino la trayectoria del país. En los ejemplos más caóticos del Tercer Mundo, algunos países han sido ocupados por grupos de hombres fuertemente armados mucho tiempo después del fin del conflicto, mientras en otros, como Irán después de su guerra con Iraq en los años ochenta, los combatientes se han convertido en los líderes de hoy, implementando una asertiva, y algunos dirían beligerante política de seguridad.
Aquí en las montañas de Libia, los jóvenes alternan entre el vértigo y el horror de sus nuevas identidades.
"Cuando se les acaban las municiones, les recomendamos que se rindan. Pero ellos no se rinden", dice con preocupación Hadi Mohammad, un combatiente de veintidós años, describiendo una batalla hace poco con las fuerzas de Gadafi. "Matamos a muchos de ellos."
Uno de los combatientes confió a su amigo Madgis Abouzakher que se estaba enamorando tanto de la rutina diaria de la guerra, que creía que tanta violencia dentro de él lo estaba convirtiendo en un monstruo para otros.
"Todo el mundo está preocupado por el frente y pensando en el frente", dijo Abouzakher, co-director de una asociación cultural en la ciudad de Yafran. "No se pueden comunicar ni con sus esposas ni hijos. Es un problema importante. ¿Qué pasa después de la guerra?"
Aquí, lo mismo que al este de Libia, la falta de disciplina de los combatientes ha contribuido a varias debacles en el campo de batalla. Pero a diferencia del este de Libia, las Montañas Nafusa están rodeadas por las tropas de Gadafi al norte, sur y este. Los riesgos son todavía más altos para estos voluntarios pobremente adiestrados, que a veces parecen hacer caso omiso del peligro.
"Quieren hacer de todo, todo el tiempo", dice Jumaa Ibrahim, portavoz del comando rebelde de Zintan. "Es difícil de parar."
Mohammad, el joven de veintidós años en la primera línea de Kikla, dijo que todos los aspectos de su vida habían sido modificados por la guerra, e incluso durante las tres o cuatro horas de dormir a sobresaltos cada noche, a menudo despierta asustado por las balaceras, corre a coger su arma y se apresura medio dormido hacia el frente.
"En esta ciudad, no hay tiros para celebrar", dice. "No está permitido. Las balas están destinadas a los hombres de Gadafi."
En áreas donde hay algo de seguridad, como en las ciudades de Jadu y Qala, el gobierno rebelde ha restablecido las fuerzas policiales en un intento de crear una impresión de normalidad. "El motivo para tener armas es deshacernos de Gadafi", dijo Mohammad Abul Qassem, un ex ingeniero y actual combatiente de veintiséis años. "Después de eso no vamos a necesitar armas. Ojalá que entonces prevalezca la ley."
De momento, hombres armados controlan estas rústicas montañas. En Zintan y Nalut, camiones equipados con armas antiaéreas pasan por uno y otro lado de las calles en gran parte desiertas. Los niños que deberían estar en la escuela, sirven té y agua a jóvenes en posiciones militares.
Pero muchas mujeres y niños han sido enviados a Túnez o a ciudades más seguras para quitar a los hombres la preocupación por sus familias cuando se van a la guerra.
"Debido al conflicto y a los asesinatos y a los bombardeos, muchas mujeres se han marchado", dijo Mokhtar Fakhal, ex maestro que es considerado uno de los hombres sabios de Zintan. "Han salido de la ciudad para irse a vivir a cuevas. Viven debajo de la tierra."
Su hijo, Hisham, 25, recibió un tiro en el cuello durante una batalla, una nítida herida que no dañó ninguna arteria mayor ni nervios. Se está recuperando en una clínica en el vecino Túnez, que era en el pasado un destino turístico médico para pacientes libios de cirugía plástica y de cáncer y ahora hace las veces de enorme centro de clasificación de los heridos de guerra que cruzan la frontera.
"Escogimos esta ruta y nunca volveremos", dijo Fakhal. "Así es la vida."
Una lúgubre estética se ha apoderado de la región. Camiones que eran utilizados para transportar productos al mercado son cubiertos de lodo para que se fundan con el paisaje desértico. Excavadoras y retro-excavadoras que antes contribuían a un pequeño boom de la vivienda hacen montículos en los puestos de control. Cocineros desempleados preparan bandejas de aluminio, cada una con arroz y frijoles y un pedazo de grasoso carnero para los combatientes en el frente.
Los comandantes rebeldes aquí dicen que la guerra podría terminar en tres semanas. Pero los avances de los rebeldes en el campo de batalla sugieren que ese periodo de tiempo podría ser una quimera; y el gobierno rebelde mismo parece estar preparándose para una temporada que podría tomar meses. Han levantado campamentos de adiestramiento de jóvenes reclutas en Nalut, Jadu y Zintan y están construyendo otro en Kikla.
Los reclutas vienen de todas partes de Libia, incluyendo a algunos del bastión rebelde de Bengazi, aburridos por la inactividad en el frente oriental.
Bundoq Assem Bundoq, 26, proviene de la ciudad costera Zuwara en el noroeste del país. Llegó a las montañas después de un peligroso viaje en lancha a Túnez, donde pasó semas arreglando la estadía de su familia en el extranjero antes de volver a Libia. Llevó una boina roja durante las tres semanas de adiestramiento básico en Jadu.
Habla inglés casi a la perfección, aprendido en innumerables programas de televisión, películas de acción y grabaciones de música pop. Antes tocaba la guitarra, cuando aspiraba a ser músico, adoraba a Pink Floyd, My Dying Bride y la música árabe tradicional.
"De momento, esa parte de mi vida", dijo, "es cosa del pasado."
18 de julio de 2011
11 de julio de 2011
©los angeles times
cc traducción mQh

1 comentario

Tony -

Es un video que hice sobre Libia, que bien se podría aplicar a cualquier conflicto bélico anterior....

http://youtu.be/0YIV7W2yUts