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un planeta sin simios


Si no se prolonga por otros cinco años la Ley de Conservación de los Grandes Simios, la protección de las cinco especies que sobreviven en peligro de extinción se hará todavía más difícil.
[John C. Mitani] Ann Arbor, Michigan, Estados Unidos. Los espectadores del éxito de taquilla de Hollywood de este verano, ‘El origen del planeta de los simios’ [Rise of the Planet of the Apes] se sorprenderán de saber que antes de que nuestros primeros ancestros salieran a escena hace unos siete millones de años, los monos realmente gobernaban el planeta. En Eurasia y África, hace diez mil o veinticinco mil años, había cuarenta tipos de monos. Sólo quedan cinco. Dos viven en Asia, el gibón y el orangután; otros tres, el chimpancé, el bonobo y el gorila viven en África. Los cinco están en peligro de extinción, algunos críticamente. Podrían desaparecer.
Hace una década, el Congreso dio un paso adelante con un proyecto relativamente barato, pero de vital importancia, para proteger a estos simios mediante programas de conservación innovadores en África y Asia que combinan el dinero de los contribuyentes con el privado. Pero los intentos de re-autorizar al Fondo de Conservación de los Grandes Simios [Great Apes Conservation Fund] se han estancado en el Congreso y puede convertirse en víctima del debate mayor sobre la deuda nacional.
La descripción hollywoodense de los monos como criaturas astutas -si no maliciosas- está cerca de la realidad. Hace cincuenta años, las observaciones de Jane Goodall sobre chimpancés usando herramientas y comiendo carne demostraban precisamente lo similares que son simios y humanos. Trabajo de campo posterior ha subrayado este punto.
Los gibones, de los que se pensó durante largo tiempo que eran monógamos, ocasionalmente se aparean con individuos que no son del grupo. Los orangutanes hacen herramientas para extraer semillas que de otro modo son difíciles de obtener. Los gorilas conversan. Los bonobos tienen sexo no sólo para reproducirse sino además para relajarse. Los chimpancés machos forman alianzas para matar a los vecinos y apoderarse de su territorio. Si todo esto parece demasiado humano, la razón es simple: Los simios son nuestros parientes vivos más cercanos, y en anatomía, genética y conducta son mucho más parecidos a nosotros que a cualquier otro animal.
Los simios nos fascinan y cautivan como ninguna otra especie. Son las principales atracciones en zoológicos, y científicos de disciplinas que van desde la antropología y la biología y la psicología los estudian minuciosamente en cautiverio y en estado libre. Como nuestros primeros primos en la familia de primates, los monos nos ayudan a entender qué nos hace humanos.
Yo he tenido la suerte de estudiar a las cinco especies de monos durante treinta y tres años de trabajo de campo en África y en Asia. Cuando miro a los ojos a un mono, algo me mira de vuelta que es familiar. Quizás es una muestra de reconocimiento que no se aprecia en los ojos de una rana, un pájaro o un gato. Esa mirada penetrante me hace pensar: "¿Qué está pensando este individuo?"
Pero a medida que la población humana se expande, las poblaciones de monos siguen cayendo. En versiones previas de las películas ‘Planeta de los simios’ [Planet of the Apes], la codicia y la gula de unos monos parecidos a los humanos amenazaban con destruir el mundo. En realidad, son estos rasgos demasiado humanos los que ponen en peligro a los monos.
La destrucción de hábitats debido a la actividad humana, incluyendo la tala de árboles, la búsqueda de petróleo y la agricultura de subsistencia, es la principal preocupación. La caza es otro problema mayor, especialmente en África occidental y central, donde un próspero comercio en "carnes salvajes" amenaza gravemente a los simios africanos. Los cazadores furtivos entran ahora en selvas que antes eran impenetrables, por carreteras construidas para leñadores y mineros. Hace poco, brotes periódicos de enfermedades mortales que pueden infectar a humanos y simios, como el Ébola, han empezado a diezmar las poblaciones de chimpancés y gorilas.
La Ley de Conservación de los Grandes Simios de 2000, autorizaba el gasto de cinco millones de dólares anuales durante cinco año para ayudar a proteger a los monos silvestres. La ley fue re-autorizada por otros cinco años. El programa coordina dineros públicos y privados para maximizar el impacto. Por ejemplo, desde 2006 los veintiún millones de dólares de dinero federal gastado por el Fondo de Conservación de los Grandes Simios generaron veinticinco millones de dólares más en subsidios privados y apoyo de otros gobiernos.
El dinero federal no parece gran cosa en esta era de ‘gran ciencia.’ Pero esos dólares han hecho bastante en la protección de monos en países que son desesperadamente pobres y políticamente volátiles. El dinero paga la protección del hábitat, el combate contra la caza ilegal y la educación de las poblaciones locales en la importancia de estos monos.
Por ejemplo, en Indonesia, donde la pérdida de hábitat amenaza a las escasas poblaciones de orangután, el dinero se ha utilizado para bloquear la conversión de selvas en plantaciones comerciales de aceite de palma y caucho. En el Congo, sede del extremadamente raro gorila de montaña, se han introducido combustibles alternativos para desalentar la tala de la selva para la producción de carbón. En Gabón, el programa ha pagado el adiestramiento policial de los guardabosques para combatir la caza ilegal. La lista sigue. El año pasado, en total, el Fondo de Conservación de los Grandes Simios ayudó a financiar más de cincuenta programas en siete países asiáticos y doce africanos. Si el Congreso no re-autoriza la ley, hará mucho más difícil incluso continuar recibiendo las modestas asignaciones del fondo para los grandes simios.
Un planeta sin simios no es una fantasía de ciencia ficción. Si no actuamos ahora, en algún momento en el futuro, mientras Hollywood continúa produciendo secuelas de la clásica película de 1968, nuestros hijos y nietos preguntarán asombrados, y quizás con alguna dosis de enfado, por qué no hicimos nada cuando estas extraordinarias criaturas estaban siendo empujadas a la extinción.
[El autor de profesor de antropología en la Universidad de Michigan.]
28 de agosto de 2011
20 de agosto de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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