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macabra exhibición de gadafi


Los libios que hacen la cola para mirar el cuerpo de Gadafi lo ridiculizan, meditan y se preparan para el futuro. Entretanto, Naciones Unidas llamó a investigar el asesinato del coronel.
[Jeffrey Fleishman] Misurata, Libia. Su cuerpo yacía pálido en la penumbra de una cámara frigorífica, la cabeza echada hacia un lado, la sangre surcando su pecho. Los hombres reían y se mofaban de él mientras el olor de cebollas del mercadillo lo invadía todo.
En vida, Moamar al-Gadafi se veía alto, pero muerto parecía pequeño mientras era exhibido al público en un local de una calle llena de carnicerías y puestos de verdura. Los niños y sus padres formaban una fila de cientos de metros que salía por el portón del mercado, como si fueran a un carnaval a echarle una mirada al hombre que creían que era invencible.
"Quiero que mi hijo guarde en su memoria la cara del tirano", explicó Abdul Rahmen Swasi, hablando sobre su hijo de once años, Mohammed. "Vimos durante años a Gadafi hablando por la tele. Blah, blah, blah. Pero ahora está muerto".
Swasi y su hijo avanzaron en la cola, pisando la basura del mercado, entre hombres uniformados y armados. Se hicieron camino hasta llegar a la fría cámara, pasando rápidamente por el lado del cuerpo acribillado y volvieron a salir al aire de un país que ha cambiado enormemente desde el jueves, cuando paramilitares rebeldes asesinaron al hombre que gobernó Libia durante décadas en circunstancias todavía no conocidas enteramente en su ciudad natal, Sirte.
El espectáculo era surrealista y emocionante, pero el reinado de Gadafi a menudo desafiaba la imaginación. Parecía apropiado que Misurata, una ciudad portuaria que fue azotada hasta convertirse en un símbolo de la brutalidad del régimen de Gadafi durante su sitio esta primavera, proporcionara al coronel -desnudo hasta la cintura, sus famosos mechones ahora olvidados- su última humillación.
"Sí, está muerto", dijo Nagwi Omar, "pero yo estoy viejo. Me robó mi juventud".
El viernes Naciones Unidas llamó a investigar la misteriosa muerte de Gadafi. Videos de celulares muestran al ex líder sangrando, pero vivo, cuando fue capturado en un tubo de drenaje por combatientes del Consejo Nacional de Transición. Otras fotografías muestran a Gadafi en una ambulancia. El consejo afirma que murió en un fuego cruzado, pero las imágenes sugieren que fue ejecutado.
"Hay cuatro o cinco versiones de cómo murió", dijo Rupert Colville, portavoz del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra. "Hay al menos dos videos filmados con celulares. Uno lo muestra vivo; el otro, muerto. Tomados juntos, los videos son muy inquietantes".
El entierro de Gadafi -se dice en un lugar secreto para que su tumba no se convierta en un lugar de peregrinación para sus seguidores- ha sido pospuesto hasta que termine la investigación. Esto ha indignado a algunos musulmanes, que dicen que debería ser sepultado rápidamente según ordena la ley islámica.
La guerra de ocho meses que condujo a la derrota de Gadafi fue uno de los dramas más inquietantes de la llamada Primavera Árabe, que pasó de inspiradoras rebeliones contra la tiranía a una sucesión de rebeliones todavía no terminadas.
Para los libios, la muerte de su mercurial dictador ha silenciado a la personalidad que definía su odio colectivo. Ahora deberán enfrentarse al tribalismo, a una economía en ruinas y otros problemas que podrían provocar sospechas y nuevas divisiones.
De momento, esas preocupaciones han sido temperadas por la euforia por la muerte de Gadafi. Los tiros al aire a modo de celebración sacuden el cielo, los paramilitares arrojan caramelos por las ventanas de los coches que pasan por los puestos de control y las calles y callejones se ven salpicados por los colores de la nueva bandera libia. Pero el desempleo es alto, las tarjetas telefónicas son escasas e incontables camionetas llevan armas pesadas en la parte trasera.
"Circula un chiste", dijo Reda Azzrroug, estudiante universitario de arquitectura ahora cojo por una herida de bala. "Llega un ingeniero norteamericano a solucionar los problemas de Libia. ‘Llévenme a la parte más alta del país’, dice. Lo llevan a una torre en Trípoli. Miró el país y dijo: ‘Cubran todo con tierra y empiecen de nuevo’".
Azzrroug sonrió: "Sí, tenemos nuestras diferencias, pero nunca volveremos a resolverlas a tiros ni tendremos otra guerra civil".
Al otro lado de la ciudad, pasando junto a un tanque achicharrado y calles con edificios salpicados de impactos de mortero, Anwar Swan, un hombre de negocios que llegó como combatiente anti-Gadafi, dirigió a sus hombres hacia un recinto industrial con mezcladoras, una pila de ripio, una carretilla y tres contenedores refrigerados, todos con nuevos y brillantes candados. El contenedor del medio contenía el cuerpo de Mutassim Gadafi, asesinado el mismo día que su padre.
Swan y sus hombres estaban ansiosos, barriendo los escombros en torno al contenedor y mojando la tierra para apisonarla e impedir que levantara polvo. En algunas horas, dijo, el cuerpo de Moamar Gadafi será trasladado desde el zoco y colocado junto al de su hijo.  Swan dijo que el asesinato de los dos hombres ahorraría al país años de agitación y recriminaciones.
"Si lo llevábamos a juicio, no estaríamos viendo su cadáver y la historia continuaría", dijo Swan, mientras el sudor corría por entre los pelos de su barba y su túnica llena de tierra. "Queremos que termine la historia de Gadafi. Hoy salió el sol y Libia es un nuevo país".
Se alejó y se sentó en la sombra cerca de una mezquita blanqueada y una torcida torre de comunicaciones bombardeada por las tropas de Gadafi. Sus hombres, todos paramilitares, se sentaron junto a él, escuchando. Los casquillos de bala brillaban como monedas en la tierra.
"Quiero bloquear el recuerdo de la guerra", dijo Swan. "Queremos terminar nuestras vidas como gente libre. Nunca permitiremos que alguien nos vuelva a controlar. Gadafi creía en los demonios, no en Dios".
Swan estaba esperando el camión que traería el cadáver de Gadafi.
No sería pronto.
A kilómetros de distancia, una cola de hombres y niños, y algunas niñas, se estiraba hacia afuera del zoco. La fila avanzaba lentamente junto a una valla hasta que un hombre armado dejó entrar a cerca de una docena de personas a la vez. Todos susurraban, Dios es grande. Pasaron de prisa junto a las cebollas secándose en un puesto y los guardias que hacían té. Doblaron por la última esquina y se encontraron con la multitud en la puerta de la cámara frigorífica.
Los guardias reían y tomaban fotos. Querían que el mundo viera que los pecados se pagan. Cuando Abdul Rahmen Swasi y su hijo se acercaban a la puerta, se detuvieron -como los otros hombres y niños que había ahí. También lo hizo Mahmoud Jibril, el nuevo primer ministro interino, que llegó con un séquito y pasó directamente a la cabeza de la cola.
El hermano de Swasi, Mustafa, comerciante, estaba casi en la puerta. "Nunca vi a Gadafi en persona", dijo. "Pero ahora la victoria es mía. Nunca pensé que llegaría a ver esto. Un poder divino nos ha ayudado".
Entró a la cámara en penumbras. Impactos de bala en el estómago y en la cabeza. Sangre en la colchoneta. Sangre en los brazos. Los pantalones beige y los cabellos ralos, tan a menudo tapados por turbantes. Mustafa Swasi se marchó del zoco antes de la puesta de sol, pasó por el portón hacia una ciudad destruida, pero recuperándose.
[Henry Chu contribuyó al informe desde Londres.]
1 de noviembre de 2011
22 de octubre de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

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