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para qué sirve la universidad privada


columna de lísperguer
Univesidad Santo Tomás (privada) condenada por ofrecer engañosamente carrera sin perspectivas profesionales.

Es imposible tener confianza en una universidad privada que funciona abierta o clandestinamente en función de la obtención de ganancias. El estado no debe de ninguna manera subsidiar a este tipo de empresas. Hay varias perversiones fundacionales en la universidad privada. La primera es que objetivo es generar ganancias, no la formación profesional de sus clientes -los estudiantes- que son descaradamente engañados y estafados. Lo que hizo la Universidad Santo Tomás es un ejemplo. Y no es el único.

A los estudiantes de las universidades privadas no se les exige el mismo puntaje de ingreso que en las públicas o tradicionales, que siguen siendo modelos de excelencia. La razón aparente es captar a la mayor cantidad posible de clientes. A la hora de entregar diplomas, tampoco son estrictas. Esta última perversión tiene dos motivos: como se considera que el alumno es un cliente, ciertamente no se le puede negar un documento por el que ha pagado millones de pesos. En segundo lugar, la universidad necesita siempre más estudiantes titulados, porque la titulación influye en las subvenciones que recibe del estado. El dinero extra que reciben no es invertido en educación en la propia universidad, sino que es destinado a otras operaciones de la universidad -como inversiones inmobiliarias o en especulaciones. El resultado es una formación deficiente desde todo punto de vista, incluyendo el moral. La universidad privada es una práctica garantía de mediocridad e incompetencia profesional.
En algunas buenas universidades privadas del mundo, como Harvard, las cosas parecen ser diferentes. En Estados Unidos se les exige mucho a los estudiantes que son nacionales estadounidenses, pero a los alumnos extranjeros no se les exige con el mismo rigor y son enviados a casa con flamantes diplomas que muchas veces no significan nada. Allá, un estudiante extranjero va a comprar un título, no a formarse profesionalmente. Se entiende que son hijos de familias adineradas y que en realidad el diploma es un coronamiento de una posición social que no necesita estudios. Los patrones no necesitan diplomas para dirigir sus empresas. Esa idea ha pervertido completamente la educación privada ofrecida a extranjeros y nacionales en Estados Unidos y otros países. ¿Cuántos doctores de Harvard, perdón, Jarvar, tenemos que son completamente inútiles, empezando con nuestras más altas autoridades?
Algunos creen que las privadas se pueden convertir en buenas universidades. Dejadas a su propio albedrío, eso no ocurrirá nunca. El estado debe intervenir fiscalizando, no subvencionando a empresas que sólo producen buenos resultados económicos y una espantosa formación académica. De este gobierno no se puede esperar ciertamente nada: el ex ministro Lavín, que lo fue de educación, se enriqueció en operaciones inmobiliarias relacionadas con una universidad privada -algo que prohíbe la Constitución. De momento, con nuestros ministros empresarios a la cabeza, vamos en camino a ser los reyes de la mediocridad en América Latina.
lísperguer

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