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cambios en trípoli


Para mejor o peor. En la foto, una de las muchas pintadas en Trípoli burlándose del coronel Moamar Gadaf y su hijo Saif, y del ex jefe de la inteligencia.
[Clifford Krauss] Trípoli, Libia. Trípoli ya no es la capital de un estado policial. Pero en lo que se ha convertido en apenas unas semanas puede ser a la vez excitante e inquietante.
Los vendedores de hachís pregonan abiertamente su mercadería en el centro de la ciudad, en la Plaza de los Mártires, conocida como la Plaza Verde antes del derrocamiento del coronel Gadafi. Los conductores pasan con rojo sin pensárselo dos veces, mientras que las manifestaciones políticas enredan el tráfico. Miembros de las milicias irregulares que han remplazado a la odiada policía de Trípoli en muchos vecindarios, todavía muestran escasa disciplina con sus armas, disparándolas accidentalmente o al aire demasiado a menudo.
Trípoli es una vibrante ciudad de cerca de dos millones de habitantes con un animado puerto, y está agraciado con ruinas romanas y antiguas murallas de fortificaciones levantadas por los otomanos y otros conquistadores. Pero mientras ha sufrido otros cambios abruptos en el curso de los siglos, lo que está pasando en estos días era impensable hace algunas semanas cuando el coronel Gadafi trataba de controlar los más pequeños detalles de la vida cotidiana.
Los ventanales ahumados estaban prohibidos en los coches; ahora los conductores están pegando plásticos de color verde oscuro en las ventanas de sus coches para mantener fuera al ardiente sol y también como un signo de su nueva libertad. Los vendedores de frutas y verduras no podían vender sus productos en la mayoría de las calles; ahora, multitudes de ellos están vendiendo bananas y naranjas debajo de todos los pasos elevados y en los bordes de las rotondas de tráfico, ayudándoles a alimentar a sus familias, pero también empeorando la congestión.
Durante el régimen del coronel Gadafi el inglés estaba en gran parte prohibido en los letreros públicos. Ahora los letreros en inglés han surgido en todas partes en la ciudad, incluso aunque pocos libios entienden lo que dicen. Los letreros son otra expresión de la liberación, así como de la disposición del país a abrirse al mundo exterior.
"Hoy Trípoli Tiene un Nuevo Latido del Corazón", dice una cartelera que muestra a dos milicianos abrazándose, instalada por el gobierno municipal interino. Incluso gran parte del graffiti revolucionario, que está en todas partes, está en inglés. "Libya Free" es la pintada más común. Algunos incluso dicen: "Gracias, OTAN" por la ayuda militar occidental que fue crucial para derrocar al antiguo gobierno.
Y, por supuesto, hay numerosas y frescas descripciones del difunto dictador vestido de payaso o como la cabeza caricaturizada encima del cuerpo de algún tipo de animal.
La mayor parte de los residentes de Trípoli dicen que nunca habían sido tan felices, pero todavía hay dudas.
"La gente no entiende lo que es la libertad", dijo Sara Abulher, estudiante de derecho en la Universidad de Trípoli, que fue rebautizada recientemente para deshacerse del nombre que le dio el gobierno de Gadafi. "La gente cree que la libertad es hacer lo que quieres, pero la libertad también debe significar que todo el mundo respeta las necesidades de las otras personas. La libertad quiere decir que no cruzarás la línea".
Abulher dijo que la inquietaba que tantas otras estudiantes graduadas estaban repentinamente deshaciéndose de sus pañuelos -el tradicional pañuelo de cabeza musulmán.
Otman Abdelkhalig, enfermera en el pabellón de emergencias del Hospital Central de Trípoli, dijo: "Es un nuevo país. La gente está feliz porque finalmente puede hablar con libertad".
Pero Abdelkhalig también dijo que había un lado desafortunado en toda nueva libertad. Los conductores de Trípoli son conocidos por su velocidad y por cambiar de vía al buen tuntún, pero la conducción peligrosa ha alcanzado nuevas alturas, dijo.
Al menos quince víctimas de accidentes con coches se reportan cada día con brazos rotos, lesiones en la cabeza o costillas rotas, tres veces lo normal, dijo Abdelkhalig, un inmigrante sudanés que vive aquí hace 32 años. Y todos los días, dijo, llega a emergencias un par de personas con heridas de bala. El nuevo gobierno interino está recién empezando a formar un ejército nacional y a organizar sus fuerzas policiales nacional y local. Los agentes de policía de Trípoli que se encargan del tráfico y de delitos menores son cerca de cuatro mil, pero muchos de ellos simplemente dejaron su trabajo y los antiguos jefes han sido despedidos.
El soborno era antes la principal manera con que los policías hacían su dinero, pero esos viejos hábitos parecen estar cambiando, al menos de momento.
"Todavía no es el momento para los billetes", dijo el sargento Mobruk Ali, que estaba sentado en su patrullero en una rotonda cerca del puerto observando la velocidad de los coches. "Primero, tenemos que quitarles las armas a los rebeldes, y luego ponernos a trabajar".
El sargento Ali dijo que fue despedido de la fuerza de policía hace veinte años porque faltaba demasiado, prefiriendo quedarse a resolver asuntos familiares. Pero volvió a la fuerza apenas Trípoli fue liberada. Dice que ahora ser un agente de policía será un trabajo respetable y que el gobierno municipal interino ha prometido subir los salarios.
"Ahora, la gente sonríe cuando nos ven", dijo.
Felizmente, la falta de trabajo policial normal no parece haber producido una ola de criminalidad más allá del aumento del vicio. Algunos se quejan de que hay más robos de coches, pero los residentes dicen que no se sienten amenazados en las calles y los comerciantes dicen que no temen ser asaltados.
"Tenemos una perspectiva religiosa", dijo Sadek Kahil, propietario de una joyería en la antigua ciudadela que exhibe abiertamente elaborados brazaletes nupciales de oro y plata aparentemente sin ninguna medida de seguridad.
"La gente que peleó por su país no se da vuelta y roba tiendas", agregó. "Tenemos problemas, pero ahora que nos deshicimos de ese idiota autoritario todo es posible".
Pero otro tipo de negocio está prosperando en el destartalado vecindario de Gergarg, uno de los más pobres de la ciudad, donde los gatos salvajes revisan la basura en las calles de tierra llenas de baches. La gente vende abiertamente hachís y bohka, un licor hecho en casa destilado de higos, en bolsas de plástico, a la puerta de sus casas.
Vender alcohol y drogas es ilegal, y durante los años de Gadafi los vendedores en Gergarg hacían sus negocios en secreto. Ahora los compradores pasan abiertamente por el barrio y los vendedores apenas tratan de ocultar sus actividades.
"Libia es cien por cien diferente", dijo un vendedor que se identificó sólo por el nombre de pila, Ibrahim, mostrando cajas de Scotch, wodka, vino tinto tunecino y delgadas barras de hachís a un visitante en su garaje. "Todo está bien. Somos libres".
30 de noviembre de 2011
28 de noviembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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