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el diablo y joe paterno


Cuando pienso en los pecados de Joe Paterno, y el ignominioso fin de su larga y famosa carrera, pienso en Darío Castrillón Hoyos.
[Ross Douthat] Castrillón es un colombiano nacido en Medellín, que estudió para sacerdote católico y fue luego obispo durante la agonía de las guerras civiles alimentadas por las drogas en su país. En Colombia, fue un personaje extraordinario: un "hombre rústico con el perfil de un águila", como lo describió Gabriel García Márquez, que salía por la noche a escondidas de su residencia episcopal para dar de comer a los niños de los barrios bajos, a hacer de intermediario entre las guerrillas y los escuadrones de la muerte y se cuenta que entró a la casa de Pablo Escobar disfrazado de lechero para exigir al padrino de la droga que confesara sus pecados.
Pero eso no es lo que piensa el mundo hoy de él. En los años noventa, Castrillón fue nombrado al Colegio de Cardenales y encargado de la Congregación para el Clero, del Vaticano, donde llegó a personificar la cultura de la negación que caracterizó la respuesta inicial de Roma a la crisis del abuso sexual. Castrillón desechó el escándalo como otro "problema estadounidense", defendió la interpretación de la iglesia de la pedofilia entre sacerdotes mucho después de que se revelara lastimosamente inadecuada, y en 2001 incluso elogió a un obispo francés por negarse a denunciar a las autoridades civiles a un sacerdote abusador.
¿Cómo es que el hombre que exhibía semejante coraje moral en Colombia se pudo convertir en el cardenal que era tan moralmente culpable en Roma? Del mismo modo, quizás, que ese admirable entrenador de fútbol americano -un mentor para generaciones de jóvenes, un pilar de su comunidad en Pensilvania- terminara lavándose las manos por la violación de un niño.
Sospecho que fue precisamente porque Castrillón había servido heroicamente a su iglesia, que pudo enceguecerse tanto ante la realidad del abuso sexual entre sacerdotes. Fue precisamente porque Joe Paterno hizo tantas cosas buenas durante tantos años que pudo hacer lo impensable, y dejó que un violador de niños camine libre por el Happy Valley del estado de Pensilvania.
La gente mala y mediocre peca incluso de acuerdo a sus debilidades habituales. Sus mentiras o robos o adulterios hacen que el siguiente sea más fácil de contemplar. Después de hacer tantos atajos, se dice, ¿qué diferencia hace uno más? ¿Por qué incluso aspirar a las virtudes que usted probablemente no lucirá nunca, cuando es más fácil seguir siendo el pecador que usted sabe que es?
Pero la gente buena, la gente heroica, se deja seducir por su propia bondad -por la ilusión, común entre los que han hecho cosas importantes, que tienen responsabilidades más altas que el resto de la humanidad. Es precisamente en el servicio de esas presuntas responsabilidades más altas que a menudo logran que se olviden las más básicas.
Creo que Joe Paterno es un buen hombre. Creo en Joe Posnanski, de Sports Illustrated, el brillante periodista deportivo que está trabajando en la biografía de Paterno, cuando escribe que Paterno ha "vivido una vida profundamente decente" y, con sus esfuerzos y ejemplo, ha "mejorado la vida de innumerables personas".
También creo que la mayoría de los clérigos que cubrieron el abuso en mi propia iglesia católica eran, de muchos modos, buenas personas. Por supuesto, también las había malas: obispos enamorados de sus propias prerrogativas, sacerdotes para los que el ministerio giraba más sobre el auto-engrandecimiento que sobre servir a los demás. Pero había más que habían dedicado sus vidas a sus creyentes, sacrificando la posibilidad de formar una familia y hacer fortuna para poder decir la misa y oír confesiones, dirigir hospitales y organizaciones benéficas, visitar a los enfermos y consolar a los agonizantes.
Ellos creían en sus iglesias. Creían en su misión. Y de la tentación que sólo atrae a los virtuosos, de algún modo se convencieron a sí mismos de que proteger las varias obras buenas de su institución importaban más que hacer justicia para los niños que se suponía que debían guiar y proteger.
Sospecho que un instinto similar llevó a los mandos superiores en el estado de Pensilvania a básicamente ignorar lo que describieron como la "conducta inapropiada" de Jerry Sandusky y convencieron a Paterno de que por señalar la acusación a sus superiores, había cumplido con su responsabilidad con el niño víctima. Después de todo, tenía muchas cosas por hacer y mucha gente dependía de él. Y Sandusky había hecho tantas cosas buenas en los últimos años...
El mejor artículo sobre Darío Castrillón Hoyos fue escrito por el ensayista católico John Zmirak, y sus palabras también se aplican a Joe Paterno. Pecados cometidos en nombre de un bien superior, escribió Zmirak, pueden "oler y verse como lirios. Pero flanquean los ataúdes. Yacer muerto y tieso en esa caja es justicia natural, lo que cada uno de nosotros debe al otro en una deuda incondicional".
Ninguna causa superior cancela esa obligación -no una iglesia, y ciertamente no un programa de fútbol. Y ni siquiera una vida entera llena de actos heroicos no podría compensar por dejar solo a un niño, abandonado al mal, llorando en la oscuridad.
30 de noviembre de 2011
12 de noviembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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