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recortando los capullos


El trabajo preparativo es una importante fase en la industria de la marihuana. Una fuerza de trabajo internacional y contracultural prepara la hierba en su camino al mercado. Los recortadores pueden ganar hasta doscientos dólares al día, más el alojamiento, a veces con "un tipo loco con un AK-47 en medio del bosque".
[Joe Mozingo] Sebastopol, California, Estados Unidos. En una vieja casa de tejas de guijarros no muy lejos del centro de la ciudad, los recortadores se inclinaban sobre bandejas en la salita, recortando la variedad del día: Blue Dream. Su acritud apuñalaba el aire, como una combinación de café francés tostado y zorrillo atropellado.
Sábanas y sacos de dormir ocultaban las ventanas que daban a los vecinos. Del cielo raso colgaban paneles improvisados de focos fluorescentes. Desde un ordenador portátil, Johnny Cash cantaba ‘The Man Comes Around’.
Jeremiah, de Oregon, que presidía a la cabecera de la mesa, llevaba pendientes en forma de tornillos, un brazalete con un escarabajo hecho de resina y una gorra con un viejo cerrojo de bronce y un ojo de cerradura que llama su tercer ojo. Ha estado viniendo al sur desde California del Norte para la cosecha de marihuana durante los últimos cuatro años.
Estaba feliz de haber encontrado este trabajo, por el que le pagan doscientos dólares al día, sin demasiados riesgos. "Mucho mejor que trabajar con un tipo loco con un AK-47 en medio del bosque", dijo.
Esta temporada su patrón fue Nicholas, un joven afable de barba irregular, un gorro de lana y vaqueros ajustados, que supervisó la operación como el encargado del recorte. No llevaba armas. A Nicholas le encantaba el bonsai y prefería los libros audio y NPR para poder concentrarse durante el tedioso trabajo.
Los miembros de su equipo, de edades en 22 y 32, no habían trabajado nunca antes en esto y venían al condado de Sonoma desde lugares tan lejanos como Michigan y Luisiana.
El auge de la industria de la marihuana médica trajo nuevos productores, nuevas técnicas y mayor visibilidad al mundo de la marihuana en California del Norte -tanto las legales como las ilegales- y creó más demanda de trabajadores. El ‘círculo del recorte’, antiguamente un asunto terriblemente secreto entre familiares y amigos, ahora atrae a peregrinos de la contracultura de todo el mundo.
Cuando las autoridades allanaron una enorme plantación en el condado de Humboldt en octubre pasado, entre los detenidos se encontraron recortadores de España, Francia, Ucrania, Australia y Canadá.
"Ahora vienen más extranjeros", dijo el fiscal general de Humboldt, Paul Gallegos. "Es una suerte de nueva Fiebre del Oro".
De septiembre a noviembre los recortadores recorren las calles de viejos pueblos madereros con sus polvorientos sacos de dormir y tijeras podadoras Fiskars, formando redes con vecinos y otros viajeros en festivales de música, bares y cafeterías. Algunos de los más osados se paran a orillas de la carretera con letreros escritos en idioma marihuano: "Busco Trabajo, Pero No Tengo Fiskars".
En algunos casos, los productores y recortadores se buscan abiertamente en Craigslist: "Necesito ayuda para podar mi ‘jardín de rosas’", decía un mensaje subido el 21 de octubre en Arcata. "Es la época en que debe ocurrir y necesito ayuda para la última parte de la poda. Prefiero mujeres porque soy veinteañero y me gusta trabajar con gente de mi edad, y la vas a pasar bien".
Los recién llegados sin recomendaciones que responden a esos anuncios pueden terminar viviendo en tiendas en lo más profundo de un bosque, a horas de alguna ciudad, bajo la paranoica vigilancia de un productor fuertemente armado con una pequeña fortuna que perder o ganar por cosecha. Los mejor situados pueden terminar en el suelo de una casa alquilada, con ducha caliente, Internet y buena compañía, trabajando bajo la pretensión de legalidad de un colectivo de cannabis médica.
Los empleadores contratan a toda una gama de hippies del retorno a la tierra, redneck locales, delincuentes pesados, profesionales de clase media y empresarios sensibles que implementan pausas de yoga y el veganismo.
"He estado en podas en casas de clase media alta, con buena comida y vino", contó Jonah Raskin, autor de ‘Marijuanaland’ y profesor de la Universidad de Sonoma.
Las leyes del estado permiten que colectivos de pacientes cultiven marihuana para su uso según recomendación médica. El gobierno federal considera todo uso y producción de marihuana como ilegal y, como parte de una reciente campaña de represión nacional, allanó la plantación de un colectivo en el condado de Mendocino que contaba incluso con la bendición del sheriff.
Muchos en la industria sospechan que la policía obligará a muchos productores que cumplen con la ley, a entrar en la clandestinidad. Pero de cuánta gente se está hablando, eso no lo sabe nadie.
Sin regulaciones reales de los estados, la frontera en el mercado del cannabis médico y la antigua marihuana es turbia. Los productores pueden vender las dos, los recortadores trabajan en ambas y los consumidores compran de las dos. Durante las vacaciones, cuando hay un exceso de marihuana barata después de la cosecha, los dispensarios en el Área de la Bahía informan sobre una fuerte baja en las ventas cuando los clientes prefieren el mercado negro.
Una noche hace poco, seis recortadores con el pelo trenzado de una plantación en Calistoga cenaron en el elegante restaurante Sea Thai Bistro en Santa Rosa después de un largo día de trabajo. Apestaban a hierba, pero eso no parecía importar a nadie.
Sus círculos se forman en general en los ambientes musicales y en varias reuniones de pacifistas y anarquistas. En el Rainbow Gathering mundial en Argentina en marzo, Danielle, 21, de Israel, conoció a una pareja alemana, Chris, 29, y Ginger, 32. Danielle viajaba con su hermana hacia California del Norte, donde conoció a un productor cuando escuchaba una banda en un bar. Consiguió un trabajo e invitó a los alemanes a participar.
Se unieron a otros tres que venían de California y un hermano y hermana de Alaska.
La plantación trabajaba en el mercado médico y en el negro, vendiendo a dispensarios y a un vendedor ilegal en Kentucky, que pagaba mucho más. Eso no les importaba; la distinción parecía superficial. Y aunque apoyaban la legalización total, al menos algunos sospechaban que eso significaría el fin de este estilo de vida.
"No nos pagarían tan bien si fuera legal", dijo Chris. "Si la legalizan, no voy a volver, porque entonces van a pagar siete dólares la hora".
No es solamente el precio de la marihuana el que se va a desplomar. Además los productores pagan lo mismo por la confianza que por el trabajo.
"Si es legal, no necesitan gente en la que confiar".

El equipo de Sebastopol operaba bajo los auspicios de las leyes del cannabis médico, y la producción se enviaba a un dispensario en el Área de la Bahía. Todos los recortadores se habían unido al colectivo. Técnicamente, eran pacientes.
Jeremiah sacó una rama de marihuana curada de una bolsa de basura negra, cortó los capullos marchitos y los dejó suavemente en su bandeja.
En los viejos tiempos, el proceso en general terminaba aquí: con un cogollo verde oliva que se veía como el pelo enredado y despeinado de alguien que ha dormido durante un mes debajo de un puente. Pero desde que la marihuana se convirtiera en una industria, los consumidores esperan que las hojas ralas sean retiradas y que los ramos de flores secas sean tratadas delicadamente para conservar y ofrecer la brillante resina que contiene gran parte de la potencia de la hierba.
El trabajo requiere una mano diestra.
Jeremiah retorció un brote con sus dedos y sacó las hojas ralas con sus tijeras de podar. Llevaba guantes de goma azules para impedir que la resina se pegara en la punta de sus dedos.
Puso el suave y apretado capullo en una pila al lado de su bandeja y cogió la siguiente. De vez en cuando, se sacaba la resina de sus guantes, hacía bolitas con ella y la metía en un frasco de gominola para ser cocida o ahumada más tarde. Este es uno de los beneficios extra del trabajo.
Pese a todo el romanticismo y el espíritu de rebeldía que algunos insuflan en esto, el círculo de la poda tenía el mismo ritmo que uno de costura. La gente hablaba espontáneamente y tranquila, sin levantar la vista. Los silencios eran marcados por el ruido del metrónomo.
Pagados a destajo, estaban, en cierto sentido, compitiendo unos con otros.
"Todos sabemos que Allie es el más rápido", dijo Jeremiah. "Ya dejamos de quejarnos sobre eso. Pero sabemos que es verdad".
Allie, cuyo largo pelo rubio se asoma por debajo de su capucha, también venía de Oregon, donde cultiva marihuana en su casa, en parte para tratar su epilepsia. Junto a ella estaba Crystal, una de las más jóvenes. Estaba trabajando en una tienda de artículos deportivos en Michigan cuando decidió seguir a su hermana mayor hasta aquí. "Tenía que salir de allá y vivir algo nuevo", dijo. "Sólo conocer a otra gente aquí me ha cambiado la vida".
Vaughn, del Área de la Bahía, trabajó la última vez en un círculo de recorte en Eureka, donde no se le permitió salir de la casa en dos meses. "Ven la llegada o salida de alguien como algo sensible", explicó. Un día llegó un hombre de traje, al que los recortadores confundieron con un miembro de la mafia mexicana, que se llevó la mitad de la cosecha. Vaughn tuvo que pelear para que le pagaran.
Devin, originalmente de Massachusetts, pidió permiso en su trabajo en un remolcador en Luisiana para ir al festival del Hombre Ardiente en Nevada, conoció a personas que trabajaban como recortadores y terminó allá. Andy es un viajero; vive trabajando en restaurantes y en balnearios de ski y en la cosecha de la marihuana.
"El año pasado trabajé para un tío del lado de la montaña que era totalmente ilegal", dijo Andy. "Llovió mucho y todo empezó a llenarse de moho. Tuvimos una diferencia por la paga. Me negué a irme hasta que me pagara todo. La próxima vez, me dije, no trabajaría para un ilegal".
"Legal" es un término relativo. Las ventanas estaban tapadas por una razón. Pidieron a un visitante que se dejara vendar durante el último medio kilómetro antes de la casa. Esta precaución se tomaba parcialmente por temor a los robos, pero también para evitar allanamientos de la policía federal.
Los recortadores durmieron en dos dormitorios y pasaron casi todo el tiempo juntos.
Bromearon de que estaban en un episodio de ‘The Real World’, el prolongado reality show en el que jóvenes adultos de diferentes trasfondos viven juntos en una casa. En otros equipos de recortadores, han trabajado con gente de Inglaterra, Japón, Alemania, México, Nueva Zelanda, Australia, Suiza e Israel.
Por supuesto, el origen del recortador no importa tanto como la personalidad. "La mayoría de la gente no puede ser social todo el tiempo y estar siendo mirados todo el tiempo, no pueden manejarlo", dijo Jeremiah.
Los miembros de este círculo conocían los dramas de cada uno, los motivos y las meteduras de pata. El equipo de Michigan aportó un poco más de sarcasmo al más complaciente equipo de Oregón, riéndose de los otros con chácharas insulsas. "De repente volvimos a tercero y estamos jugando en el patio", dijo Allie.
Todos se rieron de expresiones de California del Norte, como "hella" y "yeah it is" y se quejaron de tener que oír la música de otros "por quinta vez". De noche, intercambian mensajes, juegan a las cartas, miran películas y prueban la medicina.
"La camaradería es impresionante, porque tenemos trasfondos diferentes y vivimos en mundos diferentes", dijo Jeremiah. "Hemos estado viviendo como familia".
Cristal agregó: "Todos hicimos planes para reunirnos el próximo verano".
Para el Día de Acción de Gracias, la marihuana estará entregada y los recortadores se habrán dispersado o vuelto a sus vidas, hasta el otoño siguiente.
9 de diciembre de 2011
2 de diciembre de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

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